La caída de las colmenas lleva a EE UU a incluir el insecto en su relación de especies en peligro. Su extinción pondría en aprietos a la humanidad, pero no fue Einstein quien lo advirtió. Era cuestión de tiempo. El descenso paulatino e imparable de las poblaciones de abejas ha llevado al Servicio de Pesca y […]
La caída de las colmenas lleva a EE UU a incluir el insecto en su relación de especies en peligro. Su extinción pondría en aprietos a la humanidad, pero no fue Einstein quien lo advirtió.
Era cuestión de tiempo. El descenso paulatino e imparable de las poblaciones de abejas ha llevado al Servicio de Pesca y Vida Salvaje de EE UU a incluir por vez primera a este insecto en su relación de especies en peligro. A partir del 31 de octubre, siete de las más de 20.000 especies catalogadas contarán con una protección especial en virtud de la Ley de Especies en Peligro.
Las cifras inquietan. Si en 1988 había un total de cinco millones de colmenas en EE UU, en 2015 su número se había reducido a la mitad y la situación es extrapolable al resto del planeta. La reducción del hábitat de las abejas, los incendios, las especies exógenas, los pesticidas, así como la pérdida de diversidad genética son algunos de los factores que han contribuido a su desaparición.
Una desaparición que no solo conlleva pérdidas económicas -según la Xerces Society, una de las asociaciones que ha solicitado la introducción del insecto en el listado, «los polinizadores nativos prestan un servicio esencial en Estados Unidos a la agricultura por más de 9.000 millones de dólares anuales»- sino que podría afectar a la forma en la que el ser humano se relaciona con los ecosistemas.
«Si las abejas desaparecen, al hombre le quedarían cuatro años». La frase, sin duda rotunda, se ha enarbolado a menudo para dejar clara la importancia de este insecto y defender el papel de los apicultores, pero no es obra del físico Albert Einstein, a quien siempre se le ha atribuido como si de una leyenda urbana se tratara. El fundador de Ecocolmena y vicepresidente de la Fundación Amigos de las Abejas, Jesús Manzano, aclara en una entrada que el eslogan se registró por primera vez en 1994, durante una protesta de apicultores en Bélgica. Cuenta Manzano que la bajada de precios debido a la miel importada estaba asfixiando a la Unión de Apicultores belga. Su postura fue clara: si su trabajo desaparecía, las abejas también y, en última instancia, el hombre. ¿Por que? Porque más del 75% de las plantas europeas necesitan la labor de las abejas para reproducirse.
En este sentido, cabe recordar que hay más insectos polinizadores pero lo cierto es que la abeja de la miel «es de los más eficientes», asegura Manzano, al encontrarse en casi todos los entornos del planeta, trabajar durante casi todo el año y contar con una población muy numerosa. Y aunque la mayor fuente de alimentos para el ser humano y el ganado «proviene del arroz, el maíz y el trigo», que no necesitan directamente de estos polinizadores, Manzano sí se pregunta qué sucedería si desaparecieran las plantas de cobertura, «una barrera de control biológico y defensa de cultivos que ademas enriquece el suelo con nutrientes».
Las consecuencias de su desaparición pueden ser funestas. Manzano habla de un cambio de modelo en el que el consumidor se vería forzado a ser productor primario para sobrevivir. En pocas palabras, «el ser humano sobreviviría pero se reduciría drásticamente en número».