El mundo está a mano. Una mano puede sembrar una esperanza en una maceta o puede arrojarla, precipitarla sobre algo o alguien. Manos hay que se abren para dar una bofetada, para romper otras manos, para golpear, lacerar cuerpos, manosear sentencias, para señalar con su dedo acusador a Rodrigo, Juan, Álex, Alfredo, Patricia. También hay […]
El mundo está a mano. Una mano puede sembrar una esperanza en una maceta o puede arrojarla, precipitarla sobre algo o alguien.
Manos hay que se abren para dar una bofetada, para romper otras manos, para golpear, lacerar cuerpos, manosear sentencias, para señalar con su dedo acusador a Rodrigo, Juan, Álex, Alfredo, Patricia.
También hay manos que se entrelazan en testimonios de la injustica, como las de Silvia, Mariana, Diana, manos para poner un micrófono, para grabar, para filmarlo, como Xapo y Xavier en Ciutat Morta, donde Gregorio Morán nos dice que la prueba de la verdad es la vida.
Las manos de una poeta muerta como Patri siempre tienen vida, sirven para liar un cigarrillo, para acariciar a la compañera, para follar, para tomarse una caña con las amigas, para acordarse de Miguel Hernández en Wad-Ras o leer allí el Decamerón, para abrir una ventana frente a nuestro silencio cobarde o para escribirnos estos versos:
«La tensión en las venas,
el pálpito grave,
el silencio devorando el monólogo prudente que protege la cordura.
Una rabia confusa, indignada,
cegada por cientos de te quieros egoístas.
Una tristeza amarga, incrédula,
nutrida con el veneno del silencio cobarde que alimenta
un dolor profundo y firme.
La esperanza deslumbrada ante la incredulidad absoluta de una realidad falsa
tendía crédula una soga asesina.
Ejecutada fui.»
* Publicado en: https://www.diagonalperiodico.net/culturas/25556-ejecutada-fui.html