Se ha argumentado que el intento de golpe de Estado en Turquía ha tenido, como una de sus causas, la deriva islamista y antidemocrática del presidente Erdogan, insoportable para una parte del Ejército turco que asume el papel de «guardián del laicismo» y de la democracia. No entro en otros posibles orígenes del golpe, ni […]
Se ha argumentado que el intento de golpe de Estado en Turquía ha tenido, como una de sus causas, la deriva islamista y antidemocrática del presidente Erdogan, insoportable para una parte del Ejército turco que asume el papel de «guardián del laicismo» y de la democracia.
No entro en otros posibles orígenes del golpe, ni en la aparente paradoja de que se pudiera defender la democracia con un golpe de Estado militar, pero no me atrevo a negarlo sin más cuando pienso en otros casos y en lo que habría significado un contra-golpe en la España franquista.
Pero la mera idea de un ejército no ya laicista (defensor activo de la laicidad), sino meramente laico (respetuoso con ella, aconfesional) provoca hoy en muchos españoles una mueca de incredulidad. En nuestra historia reciente la inmensa mayoría de los militares aparecían dispuestos a «derramar hasta la última gota de su sangre» «por Dios y por la Patria». Claro que es que estábamos en el oprobio de la dictadura nacionalcatólica.
Sin embargo, a los militares les sobrevino una democracia formal y tuvieron que tragar carros (de combate) y carretas para desempeñar el papel, si no de un ejército democrático (¿es acaso posible?), sí del ejército de una democracia. Por razones nada antimilitaristas, sino económicas y operativas se acabó (¡con Aznar!) aquel secuestro llamado mili, y además se permitió la entrada a algunas mujeres a lo que ¿era? una escuela de brutimachismo. Por último, se encargaron a las FF.AA. tareas propias de protección civil (UME) y de Cruz Roja.
Pero tras todo el lavado de cara y las campañas de propaganda, a ocho décadas del golpe fascista y cuatro de la muerte del dictador que quiso dejarlo todo «atado y bien atado» (además de ensangrentado), no hay cojones ni ovarios de que las FFAA españolas se desaten del nacionalcatolicismo renunciando al fervor católico. Y así hemos visto hace unos días, por enésima vez, al Ministro de Defensa junto a altos cargos de la Armada cual niños de primera comunión, con sus uniformes en misa, y rindiendo honores a la Virgen del Carmen, su patrona. Lo mismo que otros estamentos militares veneran como patronos a San Juan Bosco, San Hermenegildo, Nuestra Señora del Buen Consejo, San Juan Nepomuceno, San Fernando, Nuestra Señora de los Ángeles, San Juan Bautista, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, San Cristóbal, Santiago Apóstol, Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora del Pilar, Santa Teresa, Santa Cecilia, Santa Bárbara, la Inmaculada Concepción y Nuestra Señora de Loreto. Algunas Vírgenes hasta portan fajines militares, e incluso se han beneficiado de su asunción a Capitanas Generalas, ya loadas por Pemán el bueno.
Sumen a esto las continuas honras a otros santos y Vírgenes no patronos militares, que todos son aptos para castrensizarse, como ese Cristo de la Buena Muerte que desencaja los rostros de los legionarios, etc., etc. Y añadan la presencia militar en todo tipo de actividades cofrades, romeras, ofrendoflorales, eucarísticas y procesionales. Esa presencia devota es particularmente esperpéntica cuando la ejercen los mandos de una instancia clave de la autodenominada inteligencia militar, el MADOC; nada menos que quienes se encargan del «adiestramiento y doctrina», ¿qué doctrina? Por último, consideren la estupefaciente confusión de cruz y espada que se visualiza en un arzobispado y una catedral castrenses, y en las capillas y capellanes militares.
Incluso a la máxima autoridad del Ejército (y del Estado) no le importa que se le pueda hacer mofa (yo no, líbreme Dios) por emular a Locomotoro con su incontrolada propensión a arriesgadas inclinaciones ante-episcopales. Ni que quepa acusarlo de lesa lealtad a la Patria al humillarla ante un jefe de Estado extranjero (cuando dobla la cerviz ante el papa). Un Estado, la Santa Sede, que con su actual Jefe (el loado Francisco) mantiene un chorreo de cientos de beatificaciones de «mártires de la guerra civil española», seguro que víctimas inocentes, pero todos, curiosamente, del mismo bando, el golpista. Un Estado teocrático cuya Iglesia fue cómplice (martirizador) de los cientos de miles de asesinatos ejecutados por ese bando en la guerra y en la posguerra, y que lejos de mostrar arrepentimiento, sigue exhibiendo, beatificaciones mediante, su simpatía por los santos bandidos que lideraron la facinerosa Cruzada.
Al margen de esto, ¿son conscientes los militares de que a menudo honran y piden cosas a entes inexistentes a los que a menudo se atribuyen (lean la Biblia) acciones poco ejemplares? Si argumentan que es que cree en ellos mucha población, les diría que entonces tendrían que venerar al ratón Pérez, pues sin duda hay más españolitos que creen en él que en esa Virgen de Loreto patrona de nuestras Fuerzas Celestiales.
¿Y son conscientes los militares de que violan el principio constitucional de aconfesionalidad? Seguro que sí, pues nadie dice ―y yo menos― que sean militarugos (aunque ciertas peticiones a imágenes sagradas puedan hacer dudar). Por tanto, y esto es lo peor, esos tercos comportamientos confesionales militares son de todo menos inocentes. El mantenimiento de vicios nacionalcatólicos no es pues ninguna broma, ya que supone el apego a unas tradiciones que caracterizaban a unas Fuerzas Armadas (las franquistas) represoras y criminales. Ante esas conductas, ¿podemos estar tranquilos respecto a la neutralidad militar en eventuales conflictos de religión? Nos dicen que el Ejército turco es capaz de movilizarse en defensa del laicismo, y me pregunto si el Ejército terco español osaría hacerlo, y hasta qué punto, en pro de su fe verdadera. Por ejemplo, ¿qué pasaría si se obliga ―como es de razón― a nuestro Ejército a desprenderse de tanta superstición?, ¿qué sucedería si se le eliminan ―como es de justicia― sus santos y vírgenes patronos, y se le exige un comportamiento estrictamente laico?
Leemos que el confesionalismo islamista aleja a Turquía de Europa. ¿De qué nos aleja el confesionalismo cristiano del Estado español? Yo les respondo: de la democracia. En el caso del Ejército ―un Ejército católico― su obstinada confesionalidad lo mantiene además, de manera escandalosa y grotesca, con el estigma del nacionalcatolicismo franquista.
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