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El 23-F, el elefante blanco y los productores de consenso

Fuentes: Sin Permiso

Cuando la crítica independiente se ha convertido en algo tan poco frecuente como la misma prensa independiente y el así llamado «cine independiente», ¿cómo plantearse siquiera la crítica de una película que muy difícilmente verá el lector? Y sin embargo, el caso de Deconstruint el 23-F (Deconstruyendo el 23-F) de Xavier Juncosa dista de ser […]

Cuando la crítica independiente se ha convertido en algo tan poco frecuente como la misma prensa independiente y el así llamado «cine independiente», ¿cómo plantearse siquiera la crítica de una película que muy difícilmente verá el lector? Y sin embargo, el caso de Deconstruint el 23-F (Deconstruyendo el 23-F) de Xavier Juncosa dista de ser excepcional: cada año se producen decenas, acaso cientos, de películas, documentales y obras de vídeo que nacen condenadas al destierro de los circuitos alternativos. En algunas ocasiones se debe a su contenido político, en otras, a una legislación de la propiedad intelectual privativa que obstaculiza la actividad creadora, cuando no, como en el caso de Juncosa, a ambas cosas de consuno. Pero son ya tantas que la aparición de nuevos espacios y canales de exhibición -en los que la democratización de las nuevas tecnologías de la comunicación ha jugado un papel no poco importante- amenaza con poner en cuestión el modelo dominante.

Deconstruint el 23-F sólo puede proyectarse en universidades y centros educativos. Lo impiden los elevados precios que exigen las cadenas de televisión por el uso de sus imágenes [1] y también la negativa de los distribuidores a hacerse cargo de un documental que pone en cuestión al pilar mismo sobre el que se sostiene el estado español posfranquista, una monarquía que, por lo demás, se ha caracterizado en todo momento por su falta de transparencia financiera y su despilfarro en toda suerte de lujos y monterías, costeados todos ellos por los contribuyentes mientras los dos partidos mayoritarios del Reino de España cierran filas en torno al monarca. El rey de España goza -generosas ventajas fiscales aparte- de un trato de favor que no tiene parangón con el resto de monarquías parlamentarias europeas. Las penas a los independentistas catalanes que quemaron una fotografía del rey, el secuestro del decano semanario satírico El Jueves o la censura de los silbidos del público durante la final de la Copa del Rey [2] son algunos ejemplos de hasta qué punto los magistrados han puesto en riesgo de erosión la libertad de expresión y el derecho a la información -derechos recogidos en el artículo 20 de la Constitución Española- en su defensa del rey, pues por simbólicas que puedan parecernos todas estas medidas, conducen a la autocensura de los trabajadores en los medios de comunicación (la «producción de consenso» que denunciara Chomsky), ya de por sí considerable: quienquiera que haya visitado el Reino Unido y visto el tratamiento de muchos de los medios británicos para con su familia real no necesita de muchas más pruebas para concluir lo blandos y serviles que pueden llegar a ser la mayoría de la prensa y aún de los humoristas españoles.

El objetivo de este Deconstruint el 23-F, según lo manifiesta el director al principio de la película, es reunir y enfrentar -pues de las virtudes del montaje para ese fin tenemos constancia desde que sobre ellas teorizara magistralmente Serguéi M. Eisenstein- los silencios y frases inconexas de las declaraciones de todos los implicados en el 23-F y esclarecer la verdad de una versión oficial que nunca satisfizo a nadie, por lo que en propiedad la película debería titularse más bien Reconstruyendo el 23-F. Los hechos son de sobra conocidos: el lunes 23 de febrero de 1981 a las 18:25 el coronel Tejero, al frente de doscientos guardias civiles, irrumpe en las Cortes durante la segunda votación que ha de escoger al nuevo primer ministro que había que sustituir al dimitido Adolfo Suárez. Tras un tabernario exabrupto que ha pasado a la historia, Tejero esperó en vano la llegada de una autoridad militar -«el elefante blanco»- que nunca apareció, hasta que al mediodía del día siguiente se rindió y su golpe no triunfó: tan sólo el capitán general de Valencia Milans del Bosch (hoy enterrado en el Alcázar de Toledo) hizo sacar los tanques a las calles, decretar el estado de excepción y retener al gobernador civil.

El rey de España no se dirigió a todos los españoles hasta la 01:20 por televisión, cuando podría haberlo hecho por teléfono por todas las emisoras de radio muchas horas antes. Este (¿inexplicable?) lapso de tiempo es la brecha por la que Juncosa se abre paso en su empeño por desenredar una maraña de interrogantes (hasta once encuentra el director) [3] en cuyo centro encuentra siempre al general Armada -preceptor, secretario y durante muchos años amigo del rey-, quien pretendía un golpe de estado como el del general De Gaulle en 1958, a saber: un golpe amagado, que no pareciese un golpe de estado. Su estrategia pasaba por presentarse en el Congreso como única alternativa a la situación que había creado Tejero, formando un gobierno de concentración nacional, pero la estulticia política del guardia civil -que se negaba a aceptar cualquier gobierno con participación socialista, y menos aún comunista- desbarató el golpe. No por casualidad Armada, a la sazón gobernador militar de Lleida, se había reunido antes con destacados miembros del PSOE para tantear la posibilidad de un gobierno de concentración nacional, todo ello poco antes de ser trasladado, tras la dimisión de Suárez, nuevamente a Madrid bajo égida real. Si los militares más reaccionarios planeaban un golpe de estado para el 2 de mayo con el fin de mermar el poder de la corona y forzar una involución democrática, el de Armada era, en cambio, un golpe para consolidar a la corona en su poder, sostiene Juncosa.

Esta ambigüedad del rey durante esas horas sólo puede obedecer, según el cineasta, a que el rey buscó, por encima de todo lo demás, la supervivencia de la monarquía. Contaba, por una parte, con el precedente de su abuelo Alfonso XIII, que hubo de abandonar el país tras proclamarse la Segunda República, y por la otra, con el de su cuñado Constantino de Grecia, expulsado en 1967 tras un golpe de estado que él mismo auspició y que terminó con la dictadura de los coroneles. Juncosa aventura que fue Sabino Fernández Campo, la verdadera eminencia gris de la Zarzuela, quien aconsejó a Juan Carlos de Borbón primero dilatar la respuesta de la corona para, en función de los acontecimientos, favorecer una decisión u otra, y después que rompiese con Armada para que toda la culpa del golpe recayese sobre éste y Milans del Bosch, quienes aceptaron las acusaciones por disciplina militar. El propio Armada confesó a reporteros de TV3, la televisión autonómica catalana, que el 23-F tuvo «un resultado buenísimo» que no le proporcionaba más que «satisfacción», pues gracias a éste «la monarquía se afianzó», convirtiéndose aquel 23 de febrero en, por decirlo con Antoni Domènech, «el golpe de estado fracasado más exitoso de toda la historia»[4] y repetición paródica -más acorde con nuestra tradición teatral sería el decir: sainetesca- de la historia según el celebérrimo fragmento del Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte de Marx, con Tejero interpretando a Pavía -modelo en el que Armada confesó inspirarse- aún sin él saberlo. El rey Juan Carlos, que hasta entonces no había sido más que una figura gris a la sombra de otros hombres de estado y poco estimada lo mismo entre tirios que troyanos, se ganó literalmente en una noche una legitimidad que ansiaba y se convirtió en una figura mediática a escala internacional, presentándose como garante de la Constitución.

El documental de Juncosa tiene ritmo y su autor, firme el pulso en el montaje, consigue salir airoso del laberinto de entrevistas, imágenes de archivo y recortes de archivo que se ha dedicado a recopilar celosamente durante años. Es una lástima que no haya contado con mejores medios técnicos (para, por ejemplo, depurar la imagen de imperfecciones). En Rashomon (1950), Akira Kurosawa nos mostraba seis versiones de una misma historia. Con el tiempo, el título de la película ha acabado por convertirse en sinónimo de la imposibilidad de conocer un suceso ante la multiplicidad de versiones de los participantes en él. Pero tal interpretación -muy posmoderna, por cierto- es falsa. Al final de la película, el espectador descubre que todas las versiones que ha visto habían sido groseramente manipuladas con el fin ocultar la vileza del comportamiento de su autor en los hechos. Sólo el campesino pobre acaba revelando en el último momento, y sólo ante dos personas, lo verdaderamente ocurrido, que ni que decir tiene, es la versión más incómoda para todos los implicados. ¿Será Juncosa quien acabe interpretando este papel?

NOTAS

[1] En 1990 el documentalista Jon Else alcanzó cierta notoriedad cuando la Fox quiso hacerle pagar 10.000 dólares (la «tarifa educativa») por un fragmento de cuatro segundos y medio de Los Simpsons que aparecía en un televisor en una toma en que unos tramoyistas de la Ópera de San Francisco se relajaban viendo la conocida serie de televisión. Véase Lawrence Lessig [2004], Por una cultura libre. Cómo los grandes grupos de comunicación utilizan la tecnología y la ley para clausurar la cultura y controlar la creatividad, trad. Antonio Córdoba (Madrid, Traficantes de Sueños, 2005), pp.113-116  

[2] Daniel Raventós, «FC Barcelona y Athletic de Bilbao: lo que no pudieron impedir que se acabara viendo y oyendo«. Sin Permiso, 7 de mayo de 2009.  

[3] Ni siquiera todo el material existente es accesible a los investigadores: en algún archivo del Pentágono se archivan las cintas magnetofónicas con las transcripciones de cientos de llamadas de teléfono interceptadas por un avión espía estadounidense. Las cintas de las llamadas entre la Zarzuela, la Moncloa, la Brunete y las Cortes son materia reservada.  

[4] «Se podría decir que ese giro a la derecha [del PSOE] estuvo en buena medida propiciado también por un shock; el shock causado por el golpe de Estado fallido más exitoso de la historia contemporánea: el de Tejero, Milans del Bosch y Armada del 23 de febrero de 1981, un «asunto interno de España», según el entonces secretario de Estado de Reagan, el general Alexander Haig». Antoni Domènech, «Presentación de las versiones castellana y catalana de «La doctrina del shock» de Naomi Klein», Sin Permiso, 28 de octubre de 2007.

Àngel Ferrero es licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente realiza el doctorado en esa misma universidad y escribe artículos de crítica cultural en la revista SINPERMISO.

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3115