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El 27, un número imposible

Fuentes: Bohemia

«Al paso que vamos, para sostener a la población en el 2050 se necesitarán 27 planetas Tierra», concluye un estudio recién publicado por la revista Marine Ecology Progress Series -y citado en IPS por el colega Sthepen Leahy-, que calza la previsión con el aumento demográfico, el consumo desmedido y el uso ineficiente de los […]

«Al paso que vamos, para sostener a la población en el 2050 se necesitarán 27 planetas Tierra», concluye un estudio recién publicado por la revista Marine Ecology Progress Series -y citado en IPS por el colega Sthepen Leahy-, que calza la previsión con el aumento demográfico, el consumo desmedido y el uso ineficiente de los recursos.

El informe viene a sumarse a otros sobre gases de efecto invernadero, uso irracional de energía, deforestación, acidificación de mares y lluvias, deshielo polar, agricultura contaminante, cambios climáticos. Definitivamente, un tema de nuestro tiempo, como apuntábamos hace varios paliques. Pero eso sí, no siempre las causas son tratadas con el desembozo con que se alude a los efectos. La ideología suele imponerse a la objetividad. A algunos les impide ahondar en las esencias el propio causante de tanto estropicio, de tanto desbarajuste: el capitalismo.

Por ello no nos cansamos de insistir en que los problemas ambientales y sociales provienen mayormente de las leyes de la acumulación del capital, el lucro, la ganancia, y solo se resolverían por medio del derrumbe del «reino de la burguesía», obcecada en la producción material, a costa de la propia naturaleza, porque con el desarrollo incesante de las fuerzas productivas se satisfacen sus mayúsculos, pantagruélicos intereses económicos y sociales.

Pero tal vez alguien tercie reprochándonos parcialidad, pues se sabe que el «socialismo real» compartió la concepción de progreso de carácter iluminista, ingenua y optimista, con sus orígenes en la idea del avance permanente e inexorable del conocimiento científico, que, de manera contraproducente, está empeñando el futuro de la humanidad. Reconozcámoslo. Si bien la Unión Soviética y el llamado campo socialista acumularon ingentes logros en el terreno de la producción material, la ciencia y la técnica, la enseñanza y la seguridad social, y redujeron a la mínima expresión lacras universales como la miseria, el desempleo, la prostitución, la drogadicción, asimismo jerarquizaron la lógica del productivismo sobre los valores humanistas proclamados.

Ello, sin contar que un régimen cuyos críticos de izquierda consideraban, indistintamente, Estado proletario burocráticamente degenerado, capitalismo de Estado o formación económico-social sui géneris (poscapitalista sin ser socialista) permitió o propició que las libertades preconizadas se tornaran formales, y la inexistencia de una democracia efectiva, que de darse habría conducido a una autocrítica capaz de coartar la negativa línea asumida.

¿De qué hablamos, entonces? ¿De renunciar a la idea del socialismo, por el fallo en su cristalización? ¿De renegar del pensamiento crítico, la filosofía de la praxis, dado el fracaso histórico de los proyectos de emancipación social (socialdemócratas o «marxistas-leninistas»)? No. Aquí deviene más que válida la proposición de intelectuales como Adolfo Sánchez Vázquez, quien estima al socialismo intrínsecamente necesario, deseable y posible, aunque no inevitable, ya que la barbarie amenaza en sus formas más modernizadas. Anhelable, sí, mientras subsistan las injusticias y las desigualdades, la explotación. Y en loable se erige el marxismo entendido como proyector liberador, conocimiento de la realidad social que se ha de transformar, siempre vinculado con la práctica.

Un marxismo que -subrayamos con el autor mencionado-, después de tomar el pulso a las nuevas realidades, reexamine o abandone algunas tesis clásicas, entre ellas el papel histórico central de la clase obrera (el sujeto revolucionario se ha ampliado, en la misma medida en que el Sistema margina a cada vez más nutridos sectores de la humanidad), la exclusividad del interés clasista y los elementos deterministas y teleológicos de su concepción de la historia (como si nos llevara ineludible, preconcebidamente al denominado socialismo real), con su lastre eurocentrista. Por supuesto, requiere gran urgencia la revisión de la idea del despliegue constante de las fuerzas productivas, que también se truecan en destructivas.

Se trataría de integrar una nueva visión de las relaciones entre el hombre y la naturaleza, en la que esta cese de ser objeto de dominio, y de privilegiar una concepción de los nexos entre los hombres en verdaderas condiciones de libertad e igualdad, asociando indisolublemente socialismo y democracia; una óptica de la sociedad en la que el individuo se afirme plenamente, pero viendo en la comunidad no un límite de su realización, sino la condición misma de ella. Y claro que observando siempre la crítica y la autocrítica, premisas de toda transformación.

Para diversos entendidos, solo la conjunción de ese ideario con una civilización sostenible, de economía mundial decrecida, planificada, de consumo racionado, podría conjurar el Apocalipsis. «La vida material austera acompañada del goce ilimitado de cultura, educación, arte, recreación, será la única forma de impedir la desaparición de la especie». Si no, ¿de dónde sacar 27 planetas? ¿De dónde, eh?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.