Cada día que pase el el daño humano seguirá lacerante como siempre, y los daños materiales seguirán creciendo y formando parte de las estadísticas y de las limitaciones del desarrollo económico, social y financiero de Cuba. Por eso no es posible cansarse ni olvidar ni dejar de luchar por la justicia merecida. Ya se despejó […]
Cada día que pase el el daño humano seguirá lacerante como siempre, y los daños materiales seguirán creciendo y formando parte de las estadísticas y de las limitaciones del desarrollo económico, social y financiero de Cuba. Por eso no es posible cansarse ni olvidar ni dejar de luchar por la justicia merecida.
Ya se despejó el enigma sobre la votación de los Estados Unidos e Israel en la 70 Asamblea General de las Naciones Unidas ante la Resolución que insta al gobierno de EE.UU. para que ponga fin el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba.
Por parte del gobierno norteamericano podía esperarse hasta una abstención, aunque Israel, contumaz bloqueador del pueblo de Palestina en todos los órdenes, por tradición, conveniencia y obsecuencia con su mandamás aliado, era esperable que mantuviera el voto negativo. Pero no, ambos quedaron acorralados, huérfanos de apoyo y de argumentos políticos, jurídicos y diplomáticos, ante las condenas explícitas de todas las organizaciones regionales de países y del numeroso grupo de naciones particulares que se pronunciaron contra un ejercicio genocida cuyo repudio se ha venido manifestando con creciente fuerza durante 24 años sucesivos.
Una gran potencia como los Estados Unidos quedaba, una vez más, en un tema específico que convoca a toda la comunidad internacional, reducida a una condición de bestia acorralada, mientras se escuchaban, desde la tribuna principal o desde los asientos del plenario, las voces de los representantes de estados que representan, según los casos particulares, miles de millones de habitantes, como China e India; o cientos de millones como Brasil y Rusia; o decenas de millones como Venezuela; o millones como Nicaragua; o apenas miles de habitantes, como la Isla de Salomón y otras. En fin, ni la extensión superficial de los países, ni la dimensión de su población, ni sus riquezas materiales, ni su régimen político y social, ni su condición de aliados cercanos o alejados de la potencia imperial, fueron óbice para que allí se dejaran oír sus voces -prueba irrebatible de que a la hora de demandar justicia ninguna voz es débil- y se dieran pruebas de clarividencia política, de sentido común y de sapiencia y dominio de los principios y derechos que rigen la carta de la ONU, y los numerosos instrumentos jurídicos acordados por esa organización.
Si bien es aplastante el resultado de la votación de 191 países a favor de la resolución contra el bloqueo y 2 en contra, lo más apabullante es el contenido en cada una y en todas las intervenciones de los representantes de los países durante el debate. Es tan descomunal el arsenal de argumentos políticos, jurídicos, éticos y humanitarios, que se alzó como un sui géneris antibloqueo del mundo frente a la obsesión y obcecación de los Estados Unidos de defender lo indefendible, que es difícil imaginar que ninguna nación, y menos una gran potencia, se permita mantener durante mucho más tiempo el estado de descrédito y desmoralización que ello supone.
Son muchas las razones que explican el cambio de la política de los Estados Unidos con respecto a Cuba asumida por el presidente Obama y, entre las cuales, no se puede desconocer el aislamiento y descrédito que ha significado la discusión, año tras año, del tema del bloqueo, con un resultado que no puede ser más desastroso para lo interno y externo del país. Búsquese otro tema en la historia de las Naciones Unidas que haya concitado tal grado de convocatoria y unanimidad, y más en contra de EE.UU., y no se encontrará.
¿Por qué el gobierno de los Estados Unidos se ha mostrado tan despreciativo y prepotente para cumplir con el reclamo de la comunidad internacional durante estos largos años? Tal vez consideraba, hasta recientemente, que el cansancio de Cuba y las Naciones Unidas invadiría la justa demanda de justicia y que, quizás, sus poderes le permitirían evadir su responsabilidad ante los demás con su arsenal de artilugios ideológicos. Ahora, tal vez pensaba, que con algunos guiños y afeites y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, era suficiente para poner fin a la presentación de la resolución anual contra el bloqueo, mientras Cuba esperaba pacientemente que para las calendas griegas se cumplieran las promesas de poner fin definitivamente el bloqueo.
Se equivoca el gobierno de los Estados Unidos y el Congreso de ese país. Ellos establecieron el bloqueo y todas las demás agresiones. El daño humano al pueblo cubano es incalculable, y las pérdidas acumuladas por las agresiones durante estos 54 años se estiman en 833 755 millones de dólares, teniendo en cuenta las fluctuaciones del valor del oro.
Cada día que pase el el daño humano seguirá lacerante como siempre, y los daños materiales seguirán creciendo y formando parte de las estadísticas y de las limitaciones del desarrollo económico, social y financiero de Cuba. Por eso no es posible cansarse ni olvidar ni dejar de luchar por la justicia merecida.
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