Larry Lohmann es un académico y activista que trabaja en Corner House, una ONG británica de investigación y solidaridad que apoya a los movimientos democráticos y comunitarios en favor de la justicia social y medioambiental. En esta entrevista realizada por Transnational Institute (www.tni.org), Lohmann comparte sus reflexiones sobre la crisis del cambio climático, al que, […]
Larry Lohmann es un académico y activista que trabaja en Corner House, una ONG británica de investigación y solidaridad que apoya a los movimientos democráticos y comunitarios en favor de la justicia social y medioambiental. En esta entrevista realizada por Transnational Institute (www.tni.org), Lohmann comparte sus reflexiones sobre la crisis del cambio climático, al que, más allá de un problema ambiental, concibe como un problema político y social al que se intenta despolitizar, y analiza algunos de los retos del movimiento global de justicia medioambiental.
DIAGONAL: Estudias la forma en que la lucha contra el cambio climático se vincula con las luchas por la justicia social en el Sur y en los países industrializados…
LARRY LOHMANN: El cambio climático es una cuestión social y, como tal, siempre estará vinculado a luchas concretas sobre la explotación de combustibles fósiles, la contaminación, la salud, la agricultura, los medios de vida, el acceso a la energía y muchas otras. Esto no siempre se entiende del todo, se tiene la impresión de que el cambio climático es un tema totalmente nuevo, «el peor problema al que se haya enfrentado jamás la humanidad», «un problema para la ciencia». En mi opinión, es importante ver el cambio climático como la continuación y la manifestación de algunos de los mismos problemas y fuerzas sociales con los que llevamos lidiando desde hace siglos. Se trata de una cuestión de poder político, de quién gana y quién pierde en lo que se refiere a acceso y derechos y, por lo tanto, debe conllevar luchas a favor de la democracia en todos los niveles.
D.: El cambio climático se nos está presentando de forma despolitizada. ¿No es una estrategia para no abordar algunos de los problemas sociales más importantes que subyacen a esta crisis?
L.L.: Hay constantes presiones para despolitizar el asunto de varias formas. Se nos suele presentar el cambio climático como un problema científico de moléculas. Los científicos nos dicen qué hacer, y después instituimos un supuesto procedimiento técnico para gobernar estas moléculas. ¿Quién decide qué medios vamos a utilizar para intentar estabilizar el clima? ¿Quién decide a dónde van las moléculas de dióxido de carbono? Estas preguntas se obvian.
Todos los problemas sociales y políticos que se derivan del cambio climático se han visto eclipsados por la jerga de la economía neoclásica. Por ejemplo, cuando lees los informes del organismo oficial de expertos que asesora a los negociadores de la ONU sobre el clima, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), ves que todo su marco está conformado por elementos de las ciencias naturales y la economía neoclásica. No hay ningún análisis político ni histórico sobre el origen del problema del clima. Incluso cuando intentan prever cuáles serán las repercusiones de ciertos niveles de emisiones en el futuro, el IPCC tiende a basarse desproporcionadamente en cosas como proyecciones de población, especulaciones sobre el crecimiento del PIB y variantes parecidas. Muchas de las ‘opciones’ que el IPCC presenta a los Gobiernos del mundo están basadas en un discurso que se ha visto secuestrado y dominado por los economistas ortodoxos. Desde el punto de vista intelectual y político, éste es un problema muy grave.
D.: ¿Qué papel desempeñan los consumidores de clase media occidentales en esta lucha contra el cambio climático?
L.L.: Yo no veo que las clases medias de los países industrializados estén desempeñando un papel de liderazgo en la lucha, en parte porque han sido tremendamente desprovistas de poder en cualquier debate político. Esto es evidente cuando tienes en cuenta que lo que exige la crisis climática es una reestructuración de muchos aspectos de la sociedad, como la forma en que producimos la energía y pensamos sobre ella y la forma en que organizamos nuestros sistemas de transporte y comunidades. Habrá una mayor motivación entre las clases medias de las sociedades industrializadas para discutir los cambios que se deben producir, pero creo que es muy probable que el primer impulso para construir un movimiento más unificado proceda de personas con otro tipo de poder político, personas cuyos medios de vida están conectados de forma más inmediata con los problemas de la extracción y el uso de combustibles fósiles, así como con otros problemas que exigen un cambio estructural.
Por supuesto, la clase media en las sociedades industrializadas no es algo monolítico. Por ejemplo, las comunidades de clase media-baja, que están padeciendo problemas de contaminación y salud a causa del uso de combustibles fósiles disponen de una base más cercana para comprender la naturaleza del problema climático. Hemos visto este fenómeno en lugares como California, donde el Gobierno prevé construir 21 nuevas plantas de energía alimentadas con combustibles fósiles, y todas ellas sin excepción, creo, estarán ubicadas en comunidades más pobres de color. El movimiento por la justicia medioambiental en aquella zona no desea que esas plantas se construyan, y por eso ven el mercado de emisiones -que es el enfoque oficial al problema del calentamiento global- como una amenaza. Esto se debe a que el sistema de comercio de emisiones está concebido de tal forma que neutraliza las iniciativas para trabajar hacia otro tipo de economía, hacia una economía que no necesite que se construyan todas esas centrales y, en lugar de eso, por ejemplo, inyecte recursos en empleos comunitarios para modernizar los edificios ya existentes y conseguir que consuman menos energía. No es que el movimiento por la justicia medioambiental en California pueda ser tildado de movimiento de la clase media, pero se pueden establecer vínculos en la medida en que los problemas de contaminación y dependencia de los combustibles fósiles también afectan a la clase media.
Al mismo tiempo, resulta un verdadero problema que la creciente inquietud sobre el problema del clima entre las clases medias del Norte se encuentre principalmente localizada entre personas que no quieren hacer más preguntas estructurales -incluidos ecologistas tradicionales- y a veces ni siquiera desean cuestionar la dependencia de los combustibles fósiles. Son personas que están preocupadas por el calentamiento global pero que, seguramente, respaldarán las propuestas técnicas y de mercado presentadas por gobiernos, grandes empresas y economistas neoclásicos sin pensar demasiado en ello. Las clases medias en el Norte siguen estando bastante aisladas de posibles aliados en otros lugares.
Echar balones fuera para diluir responsabilidades
LARRY LOHMANN: El cambio climático es en esencia un problema que ha sido creado por los países tradicionalmente industrializados. Últimamente se ha producido un intento por cargar las culpas al otro, diciendo que China e India son en gran medida responsables de las emisiones, o que lo serán en el futuro, y que, por tanto, ‘nosotros’ no podemos hacer nada si ‘ellos’ no lo hacen también. «No hablemos sobre la historia», argumentan, o «no hablemos sobre las realidades del poder; hablemos sobre el futuro de millones de chinos e indios que exigirán poseer un coche como un derecho inalienable, y que persiguen un estilo de vida tremendamente ligado al uso de combustibles fósiles». Esa línea de argumentación pone en juego toda una serie de discursos políticos racistas y colonialistas. Es también importante analizar los patrones de consumo de combustibles fósiles desde una perspectiva global. ¿Qué se está produciendo exactamente en China con la quema de carbón de la que están hablando tantos entendidos? Una parte muy importante de esa actividad se está dedicando, y se seguirá dedicando, a producir bienes para el Norte industrializado.