En un mundo cada vez más inseguro e inestable, defender la generalización de la energía nuclear de fisión en el planeta para resolver el problema del cambio climático es un dramático sarcasmo, científicamente insostenible, además de ética y políticamente impresentable. La energía de fisión que conocemos es una energía no renovable. El Uranio 235 es […]
En un mundo cada vez más inseguro e inestable, defender la generalización de la energía nuclear de fisión en el planeta para resolver el problema del cambio climático es un dramático sarcasmo, científicamente insostenible, además de ética y políticamente impresentable.
La energía de fisión que conocemos es una energía no renovable. El Uranio 235 es cada vez más escaso y la segunda generación de reactores regeneradores (breeder) un peligro aún mayor para la proliferación de armamento nuclear (Pu. 239). Los reactores nucleares representan, crecientemente, objetivos bélicos y terroristas de primer grado. Una central nuclear es una bomba atómica «en tu jardín» que, aunque no pueda «explotar», no puede ser utilizada directamente contra otros, pero sí pueden utilizarla contra ti para provocar una inconmensurable catástrofe en la región-nación en que se ubica (Chernobil). Un accidente fortuito o provocado, fallo técnico o humano, sabotaje o terrorismo, en una central nuclear, fábrica de reciclaje, almacenamiento de residuos etc. puede significar una inmensa tragedia por generaciones, al menos donde se encuentre emplazada.
El terrorismo internacional lo sabe y desde el 11-S de 2001 esta cuestión ha alterado fatídicamente el marco de reflexión político y científico que rodea a la fisión nuclear, afectando tanto al sector militar como al civil, al estar íntimamente entrelazados.
Es en este contexto en el que hay que analizar y valorar la singular solución dada a la desesperada por James Lovelock para resolver el problema del cambio climático. Lovelock (84 años), presenta en su superficial y sectorial reflexión, una absurda e irreal huída hacia la total nuclearización del planeta para intentar hacer frente al calentamiento de la Tierra. Este científico, brillante por otra parte con su hipótesis Gaia, evade y soslaya el análisis sistémico, holístico, integral, presente precisamente en la metodología Gaia referente a la Tierra. Su análisis al defender la nuclearización del planeta frente al cambio climático resulta sorprendentemente reduccionista y simplificador del problema, compartimentalizando unidimensionalmente el análisis y solución, además de olvidando los efectos colaterales, cada vez más graves, de una generalización de la energía nuclear de fisión.
El cambio climático tiene mucho que ver con el actual modelo de producción y consumo de nuestra civilización, con la absurda esquilmación de recursos, deforestación, modelo ener- gético y de transporte, etc. Ahí está la principal raíz del problema. Es en la eficiencia energética, en la conservación y racionalización de los usos de energía y en la firme y decidida apuesta por las energías renovables donde está la alternativa energética de las próximas décadas. Por el contrario, la masiva expansión de la energía nuclear por toda la Tierra multiplicaría los problemas no resueltos de la energía nuclear de manera dramática, afectando mínimamente al cambio climático, si no va acompañada de un profundo cambio en el modelo de producción y consumo imperante.
Ni se ha resuelto el grave problema de los residuos radioactivos, ni se ha clarificado la potencial gravedad de las bajas dosis de radiactividad. Los crecientes costes ocultos de la energía de fisión siguen ausentes en la factura del Kw nuclear (desmantelamiento, seguridad civil y militar en el entorno de las centrales nucleares, subvenciones mili- tares-civiles…).
Siendo una de las razones de la práctica paralización de esta alternativa sus costes crecientes, cada vez está más presente la demoníaca vinculación entre los usos bélicos y los usos «pacíficos» del átomo, con el consiguiente riesgo para la proliferación de armamento nuclear. A ello hay que añadir la constancia del secretismo y sistemática ocultación de incidentes y accidentes nucleares (Winscale, Txoruga, Harrisburg, Chernobil…). En Chernobil, con millones de personas afectadas, miles de hectáreas gravemente contaminadas (Bielorrusia, Ucrania, Rusia…), miles de cánceres, malformaciones congénitas y costes faraónicos que se alargan en el futuro, se sigue sin embargo hablando, oficialmente, de sólo 45 muertos. Es el estilo del lobby nuclear.
Miles de millones de ciudadanos del Tercer Mundo y de muchos países desarrollados no pueden depender energéticamente, y en consecuencia económicamente, de una tecnología nuclear sofisticada que controlan unos pocos países desarrollados, lo que agrava la vulnerabilidad de los primeros.
La difusión masiva de la alternativa nuclear, como propone J. Lovelock, sería económicamente inviable, ambientalmente de gran riesgo, energéticamente insostenible, éticamente aborrecible y geopolíticamente inaceptable por sus implicaciones en la poderosa centralización del poder y control. La gran mayoría de estos atributos negativos se agudizarían con la segunda generación de reactores regeneradores, al favorecer éstos la proliferación nuclear, los accidentes catastróficos y el acceso directo a armamento nuclear. La Tierra sería un polvorín, militarizada, obsesionada con la seguridad, y muy frágil con respecto a las libertades individuales y colectivas que resultarían coartadas hasta extremos insostenibles.
Paradójicamente, los combustibles fósiles no dejarían de utilizarse, aunque quizás a menor ritmo, hasta su total agotamiento, como sucedería con el uranio. Con este escenario ¿puede afirmarse, razonablemente, que la energía nuclear masiva es la solución al cambio climático?
Finalmente voy a tratar el aspecto que, en mi criterio, adquiere hoy mayor gravedad en relación con la energía nuclear de fisión: las centrales nucleares, almacenamiento de residuos, plantas de repro- cesamiento, etc., como objetivos bélicos y terroristas de gran atractivo.
Aquel día fatídico en EEUU, el gran temor estuvo en torno a la seguridad de las centrales nucleares. Inmediatamente organizaron la defensa militar con misiles, aviones caza, etc., protegiendo las centrales nucleares. Ese coste de seguridad, que hoy permanece, no está internalizado en el kw nuclear. Francia, EEUU, Inglaterra y otros países mantienen hoy activado todo un costosísimo sistema de seguridad en el entorno de sus centrales nucleares ante el posible alcance da la amenaza terrorista. El caso del reactor de Dimona, en Israel, resulta paradigmático. El 11-S ha incorporado definitivamente una nueva percepción de la seguridad-vulnerabilidad que sitúa a la energía nuclear de fisión en una posición dramática: en primer lugar facilita y propicia la proliferación de armamento nuclear y, en segundo lugar, las centrales nucleares aparecen como objetivos terroristas de primera magnitud.
La aviación israelí destruyó un centro nuclear que construía Irak en 1981. Recientemente Tony Blair insistía: «haremos lo que sea necesario para impedir que Iran desarrolle su capacidad nuclear» («El Mundo», 23/07/2004).
Israel, Sudáfrica, Pakistán, Corea del NorteŠ han conseguido saltarse la vigilancia de la AIEA, despreciando el Tratado de No Proliferación Nuclear y disponiendo hoy de armamento nuclear gracias a instalaciones «pacíficas» de energía de fisión. ¿Qué hará J. Lovelock cuando Libia, Siria, Egipto, Irán… por centrarnos sólo en esa zona, fundamenten su producción de energía en las centrales nucleares o «breeder», y no en los combustibles fósiles? ¿Se lo permitirán Israel, EEUU, Inglaterra…?
Los expertos militares de EEUU hablan ya de «guerras de cuarta generación, operaciones asimétricas y bombas nucleares sucias», marcando otra nueva dimensión de la confrontación bélica-terrorista en la que la fisión nuclear representa una inquietante amenaza.
Hace muy poco el presidente de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), M. Baradei, afirmaba: «El terrorismo contra instalaciones atómicas es una amenaza real y todos deben tomar medidas de seguridad especiales para preveerlo; el peligro de acciones terroristas contra centrales nucleares se ha incrementado considerablemente desde los atentados del 11-S…; los atentados del 11-S han multiplicado los riesgos de que se produzca un ataque con armas nucleares o contra instalaciones nucleares… hemos sido alertados del peligro de que los terroristas ataquen instalaciones nucleares o usen material nuclear para desatar el pánico, contaminar propiedades…». Como consecuencia de todo ello «EEUU ha prohibido a los aviones privados sobrevolar sus 103 centrales nucleares, mientras que Francia ha decidido proteger con misiles tierra-aire sus instalaciones» («El País», 02/11/2001).
Cada día estamos más cerca de un nuevo holocausto nuclear. Cuando se repita un accidente como el de Chernobil (fallo técnico, humano, sabotaje, terrorismo…) su impacto sobre la alternativa energética nuclear puede ser demoledor. Los países fuertemente dependientes de esta energía aparecen con una fragilidad estratégica muy alta. Si el accidente es de carácter técnico, probablemente todos los reactores de ese tipo deban ser paralizados. El caso de Francia, con una fuerte dependencia de la energía nuclear, es paradigmático, pues tras una fortaleza energética aparente vive, después del 11-S, al borde de un precipicio en una situación de enorme fragilidad.
Si el accidente es consecuencia de un acto de sabotaje o terrorismo, quedará fatídicamente confirmada su vulnerabilidad y peligrosidad, así como su atractivo como objetivo terrorista. No sé si J. Lovelock se ha parado a pensar las consecuencias ambientales, sociales, económicas y políticas de un mundo que sustituya los combustibles fósiles por centrales nucleares y otras instalaciones de fisión.