No tengo referencias exactas de cómo inició su carrera política pero hay un dato significativo. Inició su militancia en el PSOE, tras Suresnes probablemente, en 1974, ignoro de la mano de quien, cuando ya tenía 23 años. Cosa extraña, pero que muy extraña en aquellos años [1]. En una de sus primeras intervenciones políticas públicas […]
No tengo referencias exactas de cómo inició su carrera política pero hay un dato significativo. Inició su militancia en el PSOE, tras Suresnes probablemente, en 1974, ignoro de la mano de quien, cuando ya tenía 23 años. Cosa extraña, pero que muy extraña en aquellos años [1]. En una de sus primeras intervenciones políticas públicas intentó machacar y ridiculizar a jóvenes estudiantes universitarios insumisos de mediados de los ochenta. Manuel Vázquez Montalbán ya escribió entonces sobre el poder de la palabra cedido por los dioses a sus servidores más fieles y acomodados. El otánico Javier Solana, que entonces iba de progre y con moto de lujo, era Ministro de Educación, su jefe. El también lo fue años más tarde, si no ando errado, en uno de los últimos gobiernos de don Felipe González-Gas Natural.
Pasó lo que pasó y hubo de todo, y poco bueno, y él siguió nadando entre aguas turbulentas, corrupciones, reconversiones industriales salvajes, referéndums otánicos, huelgas generales, terrorismo de Estado, pactos con la derecha, caza de ratones a cualquier precio y todo lo que hiciera falta. Faltaría más.
Ha vuelto a tener protagonismo destacado, nunca ha dejado de tenerlo de hecho, en estas dos últimas legislaturas. Durísimo Ministro del Interior que nunca ha investigado ni una sola denuncia de torturas; cerrado y cegado defensor de las fuerzas de seguridad del estado sin ningún matiz en la defensa; máximo promotor, al lado de José Blanco, de la promulgación del Estado de alerta y la militarización de los controladores; inflexible ante cualquier negociación con la izquierda abertzale y sus propuestas de pacificación (cuanto menos de puertas hacia fuera). En síntesis: el político soñado por la derecha española de ahora, de hace 30 o más años, y, puestos y exagerando un pelín, de la derecha de siempre.
Es un político profesional donde los haya. La política ha sido su profesión menos durante una brevísima etapa de profesor de Químicas en la Universidad Complutense madrileña. Su nombre, innecesario es decirlo, es Alfredo Pérez Rubalcaba.
A no ser que haya alguna carta aún más escondida, o que la correlación de fuerzas e intereses entre dirigentes del «Partido» de la «Internacional» de Ben Alí y Simon Peres se desplace hacia otras ubicaciones, o que los resultados municipales o autonómicos apunten novedades inesperadas, parece ser que él será el candidato del «Partido» «Socialista» «Obrero» «Español» en las futuras elecciones legislativas. Es un candidato ideal, reúne casi todas las condiciones, para un, por ahora, improbable gobierno de coalición con las derechas nacionalistas periféricas, o incluso para un gobierno de gran coalición, un candidato, podrá pensarse, de transición pero que muy difícilmente estará dispuesto a inmolarse para siempre. Es también un ejemplo de libro, de manual de sociología y psicología política, de los umbrales máximos de degeneración que puede alcanzar una tradición política que ha contado entre sus miembros a ciudadanos republicano-socialistas tan admirables como Pablo Iglesias, Juan Negrín o Julio Álvarez del Vayo.
Si alguien cree que un «profesional» así tiene que ver con alguna tradición política que tenga alguna seña de identidad relacionada con los valores de la izquierda, entonces debe pensar también que Bettino Craxi o el recientemente fallecido Carlos Andrés Pérez, amigo íntimo de don Felipe Gas Natural, asociaron su calculada carrera política a defender los intereses y la dignidad de la ciudadanía más empobrecida; los comunes para decirlo más rápidamente. Pero, ¿es posible pensar consistentemente una cosa asi?
Nota:
[1] Para una aproximación, no sé si del todo exacta, http://es.wikipedia.org/wiki/Alfredo_P%C3%A9rez_Rubalcaba
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