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Entrevista con el escritor argentino Andrés Rivera

«El capitalismo es el verdadero dueño del Estado»

Fuentes: La Voz del Interior

Sigue escribiendo a mano, con lapiceras de buen trazo, en hojas de cuadernos que puede arrancar cuando el resultado no lo satisface. Así fue escrita Punto final (Seix Barral), una novela en la que Andrés Rivera vuelve a sumergir su ficción en las aguas testarudas de su memoria. Su último libro está empapado de realidad. […]

Sigue escribiendo a mano, con lapiceras de buen trazo, en hojas de cuadernos que puede arrancar cuando el resultado no lo satisface. Así fue escrita Punto final (Seix Barral), una novela en la que Andrés Rivera vuelve a sumergir su ficción en las aguas testarudas de su memoria.

Su último libro está empapado de realidad. De los días y las noches acechantes del barrio Bella Vista de la ciudad de Córdoba, en el que vive desde hace décadas. De sus años de militante comunista y periodista. De los hechos que permitieron a sus padres (ella, judía ucraniana; él, judío polaco) sobrevivir y encontrarse en Buenos Aires.

Punto final cumple la promesa que lanza el título. Lucas y Daiana (personajes también de Esto por ahora, su novela anterior) reaparecen aquí para hacer cumplir la sentencia de muerte que parecía venir pesando en buena parte de su narrativa sobre Arturo Reedson, alter ego literario de Rivera.

¿Pero Arturo Reedson no había muerto ya en otros libros? No, corrige el escritor desde Buenos Aires, y su voz cruzada por ráfagas de tabaco suena aún más áspera. Reedson (protagonista, entre otras obras, de Tierra de exilio, Nada que perder, El verdugo en el umbral y de algunos cuentos de Cría de asesinos) no vuelve a morir.

«Esa es una inexactitud que encontré en periodistas que me interrogaron sobre esto -afirma Rivera-. En verdad, de la muerte de Reedson se habla en Tierra de exilio, que se publicó hace unos cuantos años. Luego, su reaparición en sucesivos mamotretos que se me atribuyen da cuenta de que Reedson siempre está en las vísperas de su asesinato a manos de Lucas. Y aquí sí es punto final. Quiero decir, esta saga que tiene a Reedson como protagonista se terminó. Es probable, entonces, que tenga que emprender otro proyecto».

La vida en la ficción

En esta novela, ciertos acontecimientos muy recientes parecen haber ingresado muy rápidamente a la ficción. Por ejemplo, hay una referencia a los vaqueros gays del filme «Secreto en la montaña»…

-Vivimos tiempos muy vertiginosos. Arturo Reedson, que es ya un anciano, percibe eso con la misma claridad con que percibe que se le va la vida.

¿La sensación de Arturo Reedson de que la vida se escapa tiene relación con una etapa de su propia vida?

-Usted sabe perfectamente que, según una tesis, toda novela, todo relato de ficción, lleva una carga autobiográfica de mayor o menor densidad.

¿Fue una decisión terminar con la saga?

-No fue una decisión, sino el desarrollo de esta novela. Para iniciar un trabajo de ficción necesito tres elementos: el título, las primeras 10 líneas y el final. Luego, dejo que surja lo que Faulkner llamó el impulso interior.

-¿Acuerda con la idea de que Reedson puede ser leído como su alter ego?

-Claro, si yo hablo de carga autobiográfica, de hecho tengo que admitir que es una especie de alter ego. Lo que hoy se llamaría una especie de clon. Pero para que sus lectores comprendan, ponga que es un alter ego, así no piensan que Reedson es una creación de laboratorio.

¿Se ha imaginado un final violento como el de Arturo Reedson?

-Más de una noche. Bella Vista está recorrida por la droga y su consumo. Sobre todo de eso que llaman fana. Yo a veces salgo de noche y el regreso siempre se me hace como temerario. Por otra parte, cuando Susana Fiorito (su compañera y directora de la Biblioteca Popular Bella Vista) se demora, yo salgo a la puerta de calle y en la esquina más próxima de mi casa, protegida por la oscuridad de la noche, hay una patota. No la agreden a Susana Fiorito porque sus hermanos menores concurren a la biblioteca, aprenden computación, algunos hasta se animan con el inglés y otras cosas. Pero no estoy seguro de que esos patoteros, esos delincuentes potenciales, esos fascistas que no saben que lo son, se abstengan de la violencia.

¿Personajes como Daiana y Lucas, el ejecutor de Reedson, existen en la realidad?

-Hace muchos años, eran menos que adolescentes y me sirvieron para armar esos dos personajes. A quien dio lugar a Daiana no he vuelto a verla, pero sí he visto al joven que dio lugar a Lucas. En la novela, son hijos del ex policía Benavídez.

Su mirada sobre estos dos personajes es muy dura. ¿Tuvo que vencer algún prurito para dar vida a estos seres que parecen condenados de antemano?

-No, no tengo compasión por ellos, porque ellos en algún momento no la van a tener conmigo. Ni la van a tener con los cordobeses que trabajan, que se esfuerzan a diario.

Una saga de derrotas

Más allá de que se narren hechos terribles o dramáticos, ¿le interesa que su escritura resguarde un lugar para la belleza?

-Claro que sí. Pretendo que lo que escribo tenga esa bella, bellísima sencillez que debe tener toda escritura. Una mezcla de William Faulkner y Ernest Hemingway.

Pareciera que siempre está narrando una derrota. Cuando la escribe, ¿siente furia, bronca, esperanza?

-En primer lugar, la esperanza se escribe en el agua, y mucho más en este país. Piense en la suerte de Mariano Moreno, el jacobino de la revolución de Mayo, cuya misteriosa muerte a bordo de un barco inglés daría para más de una reflexión en el campo ficcional. En segundo lugar, aquí los mejores proyectos de cambio han sido siempre derrotados, y yo escribo acerca de los derrotados.

¿Las evocaciones de los 30 años del último golpe de Estado le dejaron alguna sensación predominante?

-En primer lugar, me resultó decepcionante que se declarara al 24 de marzo feriado nacional. Yo diría que en todo caso el gobierno del presidente Néstor Kirchner debió declararlo día de duelo nacional. No desaparecieron en vano 30 mil argentinos y argentinas. Entre ellos, seguramente había más de un Borges, más de un César Milstein. Si yo fuera creyente, diría que Dios castigó a Emilio Eduardo Massera descerebrándolo. Debo decir, además, que el 24 de marzo de 1976 comienza a pesar en lo que estoy escribiendo, como en un relato que se titula Misión y que podrá aparecer allá por 2007, si sigo vivo.

-¿Siente deleite cuando escribe la muerte de personajes que no le agradan?

-Sí.

Azares y placeres

¿Su origen judío ha ganado más fuerza en sus obras?

-No es más que una cuestión de azar. Soy el hijo de un hogar obrero. Mi madre y mi padre eran de origen judío. Ella había nacido en una ciudad del sur de Ucrania y él en una ciudad polaca. Se encontraron en Buenos Aires. Él fue dirigente de los obreros del vestido hasta el advenimiento de Perón al gobierno y siguió siendo obrero hasta que murió. Mi madre lo sobrevivió y pasó sus últimos años en este departamento desde el cual ahora estoy hablando. Por otro lado, me considero un apátrida. En un país en el que se recuerda a personajes tan nefastos como el general Julio A. Roca, el coronel Ramón L. Falcón y a Jorge Videla, no puedo sentirme argentino.

En «Punto final», Reedson dice que su militancia era «un evangelio barato e inofensivo». ¿Esa es también una convicción suya?

-Mire, los así llamados partidos de izquierda son eso que ya mundialmente se llama centroizquierda, y no se sabe si ese centro está más a la derecha o más a la izquierda de nada. Propugnan tan sólo darle un rostro humano al capitalismo, que es el verdadero dueño del Estado. Eso ocurre porque no existen alternativas. No fueron alternativa los Montoneros, jóvenes de buen origen educados por la Iglesia católica; tampoco lo fueron los miembros del ERP que encabezó Roberto Santucho.

Reedson afirma que escribir novelas es un oficio insalubre. ¿Esa es también su opinión?

-Por un lado, es un oficio insalubre porque le crea al escritor no enemigos sino adversarios y conflictos consigo mismo. Y, al mismo tiempo, es un oficio que por momentos da un enorme placer, similar al que puede otorgar un buen orgasmo.

Hablando de orgasmo, en esta novela vuelve a aparecer una veta cruel del erotismo y formas del sexo que en última instancia son un ejercicio de poder. Este aspecto es muy dominante en su narrativa. ¿A qué se debe?

-De mis lecturas de Federico Engels me quedó una expresión: el último esclavo en liberarse en esta sociedad va a ser la mujer. O bien es la mujer la que monta al hombre y lo domina y humilla, o bien es el hombre el que lo hace. De ahí que el erotismo en mis mamotretos tiene ese perfil.