La humanidad ha colisionado ya con el iceberg… Los 7.000 millones de personas que habitan el planeta naufragan en el Titanic, mientras la verdad oficial establece -con la aquiescencia de la población- un supuesto despegue en el «Enterprise» de Star Trek, rumbo a un destino galáctico. Así observa el filósofo, ensayista, poeta, matemático y traductor […]
La humanidad ha colisionado ya con el iceberg… Los 7.000 millones de personas que habitan el planeta naufragan en el Titanic, mientras la verdad oficial establece -con la aquiescencia de la población- un supuesto despegue en el «Enterprise» de Star Trek, rumbo a un destino galáctico. Así observa el filósofo, ensayista, poeta, matemático y traductor Jorge Riechmann la actual situación de colapso ambiental, «extrema emergencia planetaria» e indiferencia generalizada. El politólogo Carlos Taibo también daba fe de la coyuntura crítica el pasado 15 de mayo en un mensaje de twitter: «Sin ánimo de molestar, lo repito: urge una confluencia de quienes creen en la autogestión y conocen el riesgo de un colapso inminente». Las respuestas fueron llamativas. Además de sarcasmos con referencia a los testigos de Jehová, una de las réplicas a Taibo decía: «Riesgo de colapso inminente lo hay siempre: es la vida. Habría que revisar el (ab)uso de narrativas apocalípticas». Y en otro de los mensajes: «El mundo se acabará algún día, corazón, es inevitable».
Podrían aducirse infinitas estadísticas y gráficos sobre el actual escenario de crisis. El profesor de Filosofía Moral en la Universidad Autónoma de Madrid, miembro de Ecologistas en Acción y de Anticapitalistas, Jorge Riechmann, recuerda que organismos oficiales como la Agencia Internacional de la Energía (AIE) reconocen que el «pico» del petróleo se alcanzó hace una década (el cenit o «pico de Hubbert» es el punto de inflexión a partir del cual la extracción de crudo por unidad de tiempo ya no puede incrementarse, con independencia de cuál sea la demanda).
En 2014 disminuyó por primera vez en la era industrial -con excepción de los periodos de shock petrolífero- la disponibilidad de energía por persona. Otro aldabonazo, anterior, se produjo en 2005, año a partir del cual se dispararon los costes de la extracción y producción de petróleo. La razón es que se llegó al «pico» del crudo más valioso, de manera que se tuvo que recurrir a hidrocarburos de extracción más dificultosa y peor calidad. Una manifestación de estas dinámicas fue la explosión de precios (hasta 147 dólares por barril en 2008), que después disminuyeron. En el libro «Colapso» (Catarata, 2016), Taibo cita otras señales de alarma. El «pico» conjunto de las energías no renovables -petróleo, gas natural, carbón y uranio- podría ocurrir en 2018, según el científico Antonio Turiel; o en 2038, según las previsiones de Jean Laherrère.
Riechmann ha participado en un acto público organizado por el Frente Cívico y el sindicato Acontracorrent en la Facultat de Filosofia y Ciències de la Educació de la Universitat de València. En una conferencia titulada «El futuro no va a ser lo que nos habían contado… Crisis y colapsos en el Siglo de la Gran Prueba», el ensayista ha adoptado como hilo conductor el artículo del científico e ingeniero Louis Arnoux, «Algunas reflexiones sobre el ocaso de la era del petróleo»; y las investigaciones sobre la industria del crudo realizados durante los últimos dos años por los ingenieros de The Hill’s Group (THG), dirigidos por B. W. Colina. Arnoux se ha apoyado en estos análisis, que califica de «muy refinados y sólidos», para lanzar una advertencia sobre algo que desconoce el gran público: «El rápido fin de la era del petróleo comenzó en 2012 y se acabará dentro de unos diez años».
El fundamento de las investigaciones son los límites de la geología y la (inapelable) segunda ley de la termodinámica: la energía invertida para la extracción y procesamiento de un barril de crudo será, como promedio, mayor que la del barril anterior. Es también el principio de rendimientos decrecientes. «Es la termodinámica, estúpido!», ironiza Riechmann, ante la facilidad con que se olvidan las verdades fundamentales: «Para obtener energía hace falta energía, y cosechamos primero los frutos de las ramas más bajas».
Louis Arnoux eleva a conclusión científica el sentido común: «Por razones puramente termodinámicas (y geológicas), la energía neta por barril suministrada al mundo industrial globalizado, por parte de la industria petrolera, está tendiendo rápidamente a cero». La clave está en la noción de «energía neta», entendida como aquella que la industria del crudo aporta a la economía global, principalmente, como combustible para el transporte; a este aporte hay que descontar la energía que la industria de los hidrocarburos utiliza para la exploración, producción, transporte, refinado y entrega del producto final. Más allá de las definiciones y los conceptos, Arnoux vaticina el final de la industria petrolera -tal como hoy se organiza y opera- dentro de una década. «Se habrá desintegrado», augura. El dato de 2012 marca un giro en la tendencia. Ese año la energía por barril usada por la industria del crudo en sus procesos -fuera la exploración, el transporte u otros- era superior a la que se aportaba (como valor neto) a la factoría global. Jorge Riechmann recalca la idea medular de las investigaciones: «El rápido declive de energía neta del petróleo ha de ser considerada como el evento definitorio del siglo XXI».
Riechmann ha publicado recientemente el ensayo «¿Derrotó el smarthpone al movimiento ecologista?» (Catarata). Algunos de sus últimos libros son «Autoconstrucción. La transformación cultural que necesitamos» (Catarata) y «Moderar extremistán» (Díaz & Pons). Se muestra partidario de la expresión «capitalismo fosilista» por diferentes razones. Entre otras, porque la humanidad ha consumido durante el siglo XX cerca de diez veces la energía empleada durante el milenio anterior, y más que la usada en toda la historia humana previa (sobre todo en forma de petróleo, carbón y gas natural). Estas comparaciones, mencionadas por Michael Renner en «El germen de las amenazas modernas», representan mucho más que una abstracción. Los efectos del «fosilismo» pueden apreciarse en el ser humano concreto. Así, el 80% del nitrógeno presente en los cuerpos (y el 50% de las proteínas) provienen directamente del gas natural, por la vía de los fertilizantes de síntesis con los que se cultivan los alimentos. En sólo dos siglos el ser humano ha experimentado una mutación radical. Si hace doscientos años estaba compuesto principalmente por luz solar, hoy, destaca Riechmann, «podemos palpar nuestras carnes y casi nos mancharemos de petróleo».
El transporte es el nudo por el que pasan muchos de los análisis y discusiones. «El petróleo se sitúa en la raíz de todo el conjunto de redes energéticas complejas y globalizadas», recuerda Jorge Riechmann. Y el 94% del transporte mundial -por tierra, mar o aire- tiene como eje al petróleo. También el carbón (transporte, procesamiento y uso), el gas, o el uranio que nutre las plantas nucleares dependen en buena medida de los combustibles de transporte derivados del crudo. Pero el petróleo no sólo tiene una difícil sustitución en los transportes, también su uso es capital -dentro del vigente sistema «fosilista»- en la petroquímica y la producción de alimentos. En ese contexto, Louis Arnoux avisa de que el modelo ha entrado en «tiempos de liquidación». Menciona, como ejemplo, el anuncio por parte de Arabia Saudí de intentar vender parte de la empresa estatal de petróleo y gas, Aramco; las pretensiones de este país por caminar hacia la energía solar y los síntomas de agotamiento del descomunal campo petrolero de Ghawar. La pregunta clave es qué precio está dispuesto a pagar la industria global por el petróleo con el fin de garantizarse, sólo, un crecimiento raquítico del PIB. Arnoux condensa el estado de cosas actual en la Reina Roja, personaje de «Alicia en el país de las maravillas» que corre cada vez más rápido…para permanecer en el mismo lugar.
Hace más de cuatro décadas, en 1972, el Primer Informe al Club de Roma apuntaba muchos de los riesgos. El documento «Los límites al crecimiento», de Donella H.Meadows, Dennis L. Meadows, Jorgen Randers y William W. Behrens ya planteaba la disyuntiva entre una economía que se mantuviera en estado estacionario y, por otro lado, el colapso. «De manera fatídica aquel debate se perdió en los setenta -afirma Jorge Reichmann-, y entramos en la fase neoliberal del capitalismo». Pero «necesitamos autocontención», agrega. A lo que el psicólogo social y politólogo alemán Harald Welzer denomina Modernidad decreciente, menguante o contractiva, Riechmann prefiere llamar «ecosocialismo descalzo».
En el mismo carril propositivo, el economista y autor de «Economía descalza, señales desde el mundo invisible», Manfred Max Neef, partió para la acuñación del concepto «economía descalza» no de la academia, sino de una década de trabajo en zonas paupérrimas -junglas, selvas y ciudades- de América Latina. El autor de «¿Derrotó el smarthpone al movimiento ecologista?» combate también el derrotismo: «La merma del petróleo no tiene por qué significar escasez de vida buena». Frente al high-tech y la alta energía, apuesta por sociedades con algo de industria ligera y «una gran descomplejización». En resumen, un nivel de vida muy modesto en lo material. La bicicleta, «y el botijo! alta tecnología para quienes saben pensar las cosas bien». Riechmann recuerda los «Artefactos» del poeta Nicanor Parra: «Muchos son los problemas, una la solución: economía mapuche de subsistencia». En otros términos, frente al fetichismo de la mercancía («en el que continuamos entrampados»), desmontar imaginarios consumistas y reconstruir comunidades cooperativas…
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