Mientras se acerca la decisiva conferencia climática que se celebrará en París en diciembre, organizaciones de la sociedad civil presionan a los gobiernos para que cumplan con los compromisos asumidos por sus países y reduzcan las emisiones de carbono con el fin de frenar el calentamiento del planeta. Las políticas comerciales, ambientales y de inversiones […]
Mientras se acerca la decisiva conferencia climática que se celebrará en París en diciembre, organizaciones de la sociedad civil presionan a los gobiernos para que cumplan con los compromisos asumidos por sus países y reduzcan las emisiones de carbono con el fin de frenar el calentamiento del planeta.
Las políticas comerciales, ambientales y de inversiones de los países industrializados están bajo la lupa, ya que las emisiones de gases invernadero por habitante de Australia, Canadá y Estados Unidos superan cada uno las 20 toneladas anuales de dióxido de carbono (CO2), el doble de las que emite China por habitante.
Pero a pesar de los temores de que un aumento de la temperatura mundial superior a dos grados Celsius pueda conducir a un cambio climático catastrófico, los gobiernos siguen aplicando una estrategia de «aquí no pasa nada» e invierten millones de dólares en industrias «sucias» y empresas insostenibles que recalientan al planeta.
Entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre, tendrá lugar en París la 21 Conferencia de las Partes (COP 21) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, donde debe acordarse un nuevo tratado universal y vinculante sobre el fenómeno.
En Australia, la minería del carbón y la combustión de la electricidad, por ejemplo, se transformaron en temas sumamente divisivos. Los políticos defienden a la industria como la respuesta a la pobreza y el desempleo, mientras que los científicos y ciudadanos preocupados luchan por alternativas energéticas menos dañinas para el medio ambiente.
Otros denuncian las consecuencias negativas de estas industrias para la salud, así como el costo que genera la energía sucia para las economías locales y estatales.
A nivel mundial, la producción de carbón y la energía extraída del mismo representan 44 por ciento de las emisiones de CO2 al año, según el independiente Centro por Soluciones del Clima y la Energía, con sede en Estados Unidos.
La dependencia del carbón que tiene Australia para la exportación y generación de electricidad explica su pésimo historial en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico informó en 2014 que este país emitió en 2010 el equivalente de 25 toneladas de carbono por persona, más que los demás miembros de la organización, integrada por 34 países.
El costo del carbón: el caso de Hunter Valley
Estudios realizados este año revelaron que los costos sanitarios asociados a las cinco centrales eléctricas de carbón ubicadas en Hunter Valley, en el sudoriental estado de Nueva Gales del Sur, a unos 120 kilómetros al norte de Sidney, ascienden a unos 456 millones dólares por año.
Un informe publicado en febrero por la Alianza por el Clima y la Salud (CAHA), integrada por 28 organizaciones australianas, llegó a la conclusión de que los «costos estimados de los daños a la salud asociados con la combustión de carbón para la electricidad en el conjunto de Australia ascienden a 2.600 millones dólares australianos», o 1.970 millones de dólares, al año.
La coordinadora de la CAHA, Fiona Armstrong, dijo a IPS que la alianza busca llamar la atención a la fuerte dependencia de los combustibles fósiles de la política sanitaria y energética de Australia.
«Sin cambiar nuestras opciones de energía no vamos a poder actuar de manera eficaz sobre el cambio climático», afirmó.
Señaló que la región de Hunter, uno de los mayores valles fluviales de la costa de Nueva Gales del Sur, es una de las zonas con mayor actividad minera del país.
«Es responsable de dos tercios de las emisiones» de carbono, explicó. «Así que es un buen ejemplo […] para ver cuáles son los impactos para la gente… y cuál es la contribución del carbón de esa comunidad a nivel mundial», añadió.
Hunter Valley produjo 145 millones de toneladas de carbón en 2013. Como cada tonelada del mineral emite 2,4 toneladas de dióxido de carbono, los expertos señalan que la producción del mineral en Hunter Valley ese año generó el equivalente a 348 millones de toneladas de CO2.
El Consejo de Minerales de Nueva Gales del Sur indicó que la minería en la región de Hunter ocupa a 11.000 obreros, aporta 1.135 millones de dólares en salarios y 3.330 millones de dólares a la comunidad mediante gastos directos en bienes y servicios.
Pero estas riquezas tienen un precio elevado.
Hunter Valley es conocido por sus viñedos, sus criaderos de caballos y sus granjas, para los cuales la minería es una amenaza.
John Lamb, activista contra la minería y presidente de la Asociación del Progreso de Bulga Milbrodale, se refirió al problema en una reunión de la comunidad del suburbio de Glebe, próximo a Sidney, en febrero.
El polvo de las minas de carbón cubre los techos de las casas y se mete en los tanques de agua de lluvia, contaminando el suministro hídrico de la comunidad, aseguró. El ruido constante de las minas también es un problema, añadió.
Lamb destacó el impacto que tiene la minería sobre el valor de la tierra. Por ejemplo, el pueblo de Camberwell, en Hunter Valley, está rodeado de minas y solo tiene cuatro casas de propiedad privada. El resto está ocupado por mineros o está abandonado.
Yancoal, la empresa propietaria de la mina de Ashton, 14 kilómetros al noroeste de la ciudad de Singleton, en Hunter Valley, posee 87 por ciento de las viviendas de la zona.
Riesgos sanitarios para las comunidades y los ecosistemas
A Wendy Bowman, una de las últimas habitantes de Camberwell, que practica la agricultura en la zona desde 1957, le preocupa la minería.
Bowman vive en una granja en Rosedale, entre las localidades de Muswellbrook y Singleton, y se niega a irse. Dejó su establecimiento anterior cuando el polvo y la contaminación del agua causada por la mina a cielo abierto de Ravensworth South se volvieron insoportables.
La agricultora asegura en un video que perdió 20 por ciento de su capacidad pulmonar debido al polvo de las minas. Pero más le preocupa la salud de las niñas y niños en la zona, y las consecuencias para el Departamento de Salud en 20 o 30 años.
Según la Organización Mundial de la Salud, la minería y la combustión de carbón para la generación de electricidad se asocian con altas emisiones de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno, los cuales reaccionan para formar partículas secundarias en la atmósfera.
Contaminantes atmosféricos complejos como estos son conocidos por aumentar el riesgo de trastornos respiratorios crónicos y enfermedades, como el cáncer de pulmón, y generan riesgos adicionales a los niños y las mujeres embarazadas.
Según la CAHA, la mayor parte de las investigaciones médicas sobre la contaminación relacionada con el carbón se concentra en las partículas finas que miden entre 2,5 y 10 micrómetros de diámetro, que son particularmente perjudiciales para la salud.
La CAHA advierte que las emisiones de partículas de 10 micrómetros aumentaron 20 por ciento entre 1992 y 2008 en el área metropolitana de Sidney, lo cual es atribuible al incremento de la minería del carbón en Hunter Valley.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Álvaro Queiruga.
Fuente original: http://www.ipsnoticias.net/2015/03/el-carbon-quema-el-futuro-de-australia/