La revolución industrial tuvo un aliado fundamental: el carbón. Sin este combustible no hubiera sido posible el acelerado desarrollo de la industria ni los altos índices de crecimiento económico. Las ilustraciones gráficas que conocemos de la sociedad de los siglos XVIII y XIX, nos muestran unos chorros oscuros que se elevaban al cielo en medio […]
La revolución industrial tuvo un aliado fundamental: el carbón. Sin este combustible no hubiera sido posible el acelerado desarrollo de la industria ni los altos índices de crecimiento económico. Las ilustraciones gráficas que conocemos de la sociedad de los siglos XVIII y XIX, nos muestran unos chorros oscuros que se elevaban al cielo en medio de las edificaciones como un símbolo de la pujanza de la economía. Desde esa época y hasta nuestros días, la representación iconográfica de la industria es una chimenea.
El mundo no sería igual sin el carbón. Para bien o para mal. Gracias a él fue posible un desarrollo sin precedentes del transporte fluvial y férreo, lo que acercó las distintas economías y culturas, y se produjo una ola de intercambios que sacudieron la milenaria monotonía del mundo. Su contribución al desarrollo eléctrico fue sustancial para que se diera un salto cualitativo que hoy nos tiene gozando de avances científicos en la electrónica y las comunicaciones. Su papel también ha sido decisivo para la quimicofarmacéutica y la medicina. A partir del carbón se puede llega al petróleo sintético y el gas de síntesis. La siderúrgica no hubiera podido alcanzar niveles de eficiencia, elasticidad y resistencia sin el coque.
El carbón, sin embargo, tiene su lado oscuro. Las gruesas columnas de humo siguen siendo parte de la realidad urbana en las sociedades modernas. Cada tonelada que se posa en la atmosfera es un golpe destructor para la vida en el planeta, que ha perdido paulatina y sistemáticamente su capacidad de autolimpiarse. Este combustible fósil, que se formó en la era carbonífera hace 345 millones de años, emite gases de efecto invernadero cuando es quemado, lo cual implica cambios sustanciales en el clima.
Se esperaría que el ser humano hubiese tomado la decisión radical de comercializar únicamente combustibles no contaminantes para continuar, de manera limpia, la tarea que inició el carbón en beneficio del crecimiento de la economía y el desarrollo de la sociedad. Pero la realidad nos muestra que no es así. Al comenzar el siglo XX, en el mundo se explotaban anualmente 500 millones de toneladas y eso representaba el 55% del consumo mundial de energía. En el siglo XXI, la producción carbonífera es de 5.000 millones de toneladas y su peso en el consumo energético es del 25%.
La multiplicación por diez veces de la cantidad de toneladas de carbón explotadas anualmente, se explica porque las grandes potencias lo requieren para la generación de su energía eléctrica: Estados Unidos (56%), Unión Europea (46%), Canadá (42%) y Australia (79%). El mundo depende hoy en una cuarta parte del carbón y otra cuarta parte del petróleo, y sólo en un 6% de la energía nuclear.
El carbón tiene un sitio en la historia del mundo y lo seguirá teniendo. Con el nivel de explotación actual, se calculan existencias para los próximos 150 años. Eso significa que las próximas cinco generaciones seguirán viendo grandes columnas de humo negro encumbrarse hacia el cielo, con las negativas consecuencias para la salud humana, la economía, el clima, la diversidad ambiental y los ecosistemas.
El hecho de que el carbón sea un recurso abundante en el mundo y que el petróleo esté agotando sus reservas, y que China, Estados Unidos e India sean los principales productores[1], cierran en gran medida las posibilidades de que las energías limpias se puedan imponer y contribuir a mejorar las condiciones ambientales. Los poderosos intereses de la industria carbonífera, tal como ha sucedido con la industria petrolera en la última centuria, serán un obstáculo en las intenciones de disminuir las emisiones de gases contaminantes y, por lo tanto, las consecuencias del cambio climático serán cada vez más impactantes.
* Economista y Periodista, con estudios de especialización en medio ambiente, ciencias políticas y finanzas privadas. www.humbertotobon.blogspot.com
[1] China produce 2.482 millones de toneladas anuales y Colombia es el décimo productor con 64 millones de toneladas