Hay que tener mucho cuidado con generalizar sobre las fiestas populares. Estas ni son simplemente -como algunos afirman- un instrumento para reproducir el sistema de dominación y el statu quo, ni tampoco -como querrían otros- espontáneas expresiones de protesta y reafirmación de las clases dominadas. Casi nunca son solamente lo uno o lo otro sino […]
Hay que tener mucho cuidado con generalizar sobre las fiestas populares. Estas ni son simplemente -como algunos afirman- un instrumento para reproducir el sistema de dominación y el statu quo, ni tampoco -como querrían otros- espontáneas expresiones de protesta y reafirmación de las clases dominadas. Casi nunca son solamente lo uno o lo otro sino una cierta combinación de lo uno y lo otro. Aunque podamos no ser conscientes de ello, constituyen un importante escenario de combate simbólico e ideológico que, lamentable mente y salvo excepciones, apenas si ha sido tenido en cuenta en sus potencialidades por los sectores de izquierda, en contraste con la atención que siempre les ha concedido la derecha para imponer su interpretación sobre ellas, controlarlas y ponerlas a su servicio.
Viene este comentario al hilo de la polémica surgida en estos días previos al Carnaval de Cádiz, cuando en el Falla se ha escenificado una versión del «A por ellos» incitando al público a condenar a Puigdemont. Aunque en modo alguno comparto, ni en el fondo ni en la forma, la actuación del grupo de Chiclana, no seré yo quien pida que la fiscalía actúe ante el algo más que indicio de incitación al odio. Entiendo que el derecho de expresión, y más aún en un contexto como el del Carnaval, debe ser defendido. Pero entiendo, también, que el ejercicio de ese derecho debiera tener, en este y cualquier otro contexto, una cierta autocontención sobre todo cuando el tema refiera a relaciones de poder y a derechos humanos. ¿Sería aceptable que, esgrimiendo el derecho a la libre expresión, las mujeres víctimas de la violencia de género o los inmigrantes que mueren en el Mediterráneo fueran objeto de coplas «graciosas»? Ya sé que no es exactamente lo mismo, pero en el conflicto entre Catalunya (o si se quiere la mitad de la ciudadanía catalana) y el Estado español es evidente cual es la parte fuerte (la que posee los instrumentos de poder) y cuál la débil. ¿O no?
Espero que otras comparsas, o chirigotas, contemplen en el concurso del Falla, y en las calles, el tema «Catalunya» desde otras ópticas ideológicas y políticas. En el pasado, así ha sido respecto a Andalucía: ha habido actuaciones con letras adormecedoras y otras muy reivindicativas y provocadoras, Como ejemplo, el pasadoble de hace dos años que terminaba con la frase «España: a ver cómo te la apañas cuando pidamos [los andaluces] la independencia».
El teatro Falla y las calles de Cádiz (o de Morón, Isla Cristina y muchos otros lugares de Andalucía) no serán, de aquí a un mes, solamente escenarios lúdicos (que también) ideológicamente asépticos sino que en ellos van a contraponerse visiones sobre la realidad, librarse combates ideológicos. En nombre de la lucha (insustituible, desde luego) en los ámbitos económico y social no debe abandonarse el combate en el campo simbólico y cultural, que es tan real, en cuanto a sus efectos, como los otros. Es un grave error abandonar las fiestas y rituales populares en manos de las instituciones (políticas o eclesiásticas) que pretenden tener la legitimidad de su interpretación para controlarlas y utilizarlas como medios de reproducción del Sistema. Como también sería muy negativo dejarlas al «libre» juego de los factores del Mercado. Si no rectificamos estos errores, habremos perdido, sin entablarla, una batalla muy importante.
Isidoro Moreno Catedrático de Antropología Social Miembro de Asamblea de Andalucía
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