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Entrevista con Alberto Granado, bioquímico

«El Che era muy duro. Con él mismo, más que con nadie»

Fuentes: Clarín

Usted ha sido amigo del Che Guevara y compartió muchas experiencias con él. ¿Cómo juzga la mitificación que se ha hecho de su figura? -Yo trato de que eso no ocurra, porque se está creando una imagen falsa. ¡Qué vamos a ser como el Che, si él era buen médico, buen mozo, valiente, inteligente! Imposible […]

Usted ha sido amigo del Che Guevara y compartió muchas experiencias con él. ¿Cómo juzga la mitificación que se ha hecho de su figura?

-Yo trato de que eso no ocurra, porque se está creando una imagen falsa. ¡Qué vamos a ser como el Che, si él era buen médico, buen mozo, valiente, inteligente! Imposible ser como él… Era inteligente, pero también muy trabajador. Y era valiente, pero muchos son valientes y terminan asaltando bancos. Hay mucha gente valiente y trabajadora, muchos Che Guevara en el mundo. El Che no es mito, es un hombre que hizo y pagó las consecuencias.

La película «Diarios de motocicleta» narra el viaje que hicieron usted y él por Sudamérica. Para el mundo, Alberto Granado es «el amigo del Che». ¿Cómo se ve usted?

-Como un tipo afortunado. Estoy muy orgulloso de ser el amigo del Che. Si el Che no hubiera sido quien fue, ese viaje habría sido un viaje turístico más. Yo he tenido la suerte de haber sido fiel a mi forma de pensar y de ser. Cuba me ha ayudado. Y la responsabilidad de que la gente diga: «Mira, ese es nada menos que el amigo del Che». Eso te obliga a ser un poco mejor. En Cuba consideran que el Che y yo somos algo así como un símbolo de la amistad.

¿Qué es lo primero que recuerda cuando piensa en él?

-Su aspecto sarcástico. Ahora estaría diciendo: «Pero mira que hablas macanas, Petiso». Para tomar algunas decisiones no puedo dejar de pensar en él, porque éramos muy parecidos en la forma de reaccionar frente a las injusticias y las desigualdades. Era muy firme en sus convicciones. Y tan drástico… Cuando venía un tipo que él creía que iba a chuparle las medias, me hubiera gustado que fuera más suave. Pero no, hubiera dejado de ser Ernesto Guevara.

¿Cómo reaccionaba?

-Por ejemplo, durante nuestro viaje -está relatado en la película- cuando el doctor Pesce en Perú le pide opinión sobre el libro que había escrito, y Ernesto le dice que era una porquería, podría haber sido más suave Mi hermano menor, Tomás, que era su compañero, me contó que una vez hablaban sobre García Lorca con el profesor de Literatura, en cuarto año del bachillerato. El profesor dijo mal un verso y Ernesto le lanzó: «Para qué vamos a hablar, si usted no se sabe ni los versos». Imaginate la bronca del profesor. No hay que endiosar a Ernesto, se lo va lavando mucho. Hay que recordar también sus cosas negativas. En la película, quise evitar que hicieran de Ernesto un cowboy del Oeste, que todo lo hacía bien.

¿Era duro?

-Sí, duro, muy duro. Consigo mismo más que con nadie. Se daba cuenta si se le había ido la mano, pero por eso no dejaba de ser duro. Cuando era ministro, los muchachos de la escolta le agarraron el auto y salieron a levantarse un par de minas. Como era un auto del Estado, el Che usó su mano de hierro y les aplicó su propia ley. Les daba donde más les dolía, que era dejarlos sin comer y en calzoncillos para que pagaran sus fechorías.

En 1960, al reencontrarse en La Habana, ¿el Che le propuso que se quedara a vivir en Cuba? -No podía proponer mucho, porque él sabía que se iba. Así que no podía decirme «vení, Petiso, vamos a trabajar juntos». En la carta que me manda en abril del 59 me dice que quería verme; ahí ya me di cuenta de que Ernesto era un hombre de Estado. Y me fui a Cuba, donde vi que yo podía ser muy útil. Además me enamoré del proyecto de Fidel. Cuando Fidel habló el 26 de julio del 60 en la Sierra Maestra, todo lo que decía era como si lo hubiera estado pensando yo. El Che, cuando se despide de mí, me deja un libro, donde me escribe «te espero». El sabía que si hubiera habido una Bolivia o un Congo liberados, habría podido contar conmigo en lo que yo sé: desde organizar un equipo de fútbol hasta una escuela de bioquímica.

¿Cuándo fue la última vez que lo vio?

-En octubre del 64, sin saberlo. Pero me dio cierta pista. Le dije «me voy a dar el gusto de invitarle un trago a un ministro». Abrí una botella de ron, nos servimos y le digo «vos sabés, Pelao, que de todos mis vicios pequeñoburgueses, hay dos que no me los puedo quitar: el deseo de viajar y el gusto de un buen trago». Y me contestó: «Mirá, Petiso, vos sabés que el trago nunca me interesó, y en cuanto a viajar, si no es con una metralleta tampoco me interesa».

¿Cómo supo de su muerte?

-Cuando lo asesinan me llamaron para identificar las fotos. Los cubanos no podían creer que lo hubiesen matado. Uno me decía que con esos bracitos flacos, cómo iba a ser el Che, con la fuerza que tenía. Pero yo sabía que él tenía esos bracitos, lo cachábamos desde joven por eso. Fue uno de los momentos más difíciles de mi vida.

¿Usted le decía Ernesto o Che?

-En la intimidad, yo le decía Pelao, apodo que tenía antes de que lo conociera, de cuando se cortó el pelo al rape. Si lo iba a buscar preguntaba por el comandante o el Che.

Viajó por muchos países para presentar la película, pero a EE.UU. ¿lo dejaron entrar?

-Tenía que ir a Sundance, el centro que tiene Robert Redford, el productor de «Diarios…». Lo que pasa es que en el año 1946 o 1947 firmé una declaración contra la bomba atómica, contra McCarthy; por eso es muy difícil que me dejen entrar a Estados Unidos. Además pedimos la visa desde Cuba. No me dijeron que no, pero nunca me la otorgaron y así se pasó la fecha.

¿A la Argentina ha vuelto mu chas veces?

-Sí. Estuve en el 62; después no pude venir más hasta el 73, cuando eligieron a Cámpora. Yo estaba en Chile, gobernaba Allende, había trabajado con los chilenos en genética molecular y queríamos hacer un intercambio con la Universidad de Valparaíso. Fue en setiembre, unos días antes del golpe. Pero a la Argentina Yo no tenía que ver con las guerrillas, pero conocía a Massetti, el líder de la primera guerrilla guevarista en el norte argentino. La Policía Federal sospechaba de mí y cada vez que venía me ponían un tipo atrás. Iba a visitar amigos, me iba y al rato caía la Policía. «No visites a nadie que estás asustando a medio mundo», me decían. Era todo imaginación de la Federal. Jon Lee Anderson, el autor de una extensa biografía del Che, dice que yo vine a reclutar gente.

¿Y a qué vino?

-A buscar médicos. Fue en el 62, porque la mitad de los médicos, unos 3.500, se habían ido de Cuba. Convencí a algunos médicos para que fueran a ayudar. Algunos hicieron un gran papel. Desde los 80 vine varias veces. Soy cordobés, me gusta mucho Córdoba y tengo muchos amigos allá. Nunca he dejado de ser argentino. Este es el país que me formó como científico, como profesor. Alguna gente me pregunta por qué no me hago cubano. Y digo que si para morir por Cuba y su revolución hay que ser cubano, yo me hago cubano. Pero si puedo hacerlo sin dejar de ser argentino, para qué voy a renunciar.

¿Se iría de viaje de nuevo con el Che?

-Sí, con un tipo como ése, yo salgo a cualquier parte.

¿Qué cambió aquel viaje en sus vidas?

-Ahí al Che le nació la idea de que había que meterse en la cosa. No sólo filosofar, sino hacer, luchar. Ahí el Che se dio cuenta de que la vía era la toma del poder por las armas. Y después se encontró con Fidel, que creía lo mismo. El viaje hizo más objetivo lo que habíamos leído. La explotación del cobre, o esa pareja de mineros que viajaban por necesidad de comer, no como nosotros que lo hacíamos por conocer, nos abrió un mundo.

¿Lo extraña a Ernesto?

-Sí, sobre todo en momentos de duda. Cuando me pregunto qué hacer, si lo cobraré o se lo entregaré al Estado

¿Qué cosa?

-Mi libro «Con el Che por Sudamérica». Si lo publicaba en la Argentina me daban 2 o 3 mil dólares por lo menos. En Cuba, 2 o 3 mil pesos cubanos. «Lo voy a mandar para Buenos Aires», pensaba. Pero después, ¡qué carajo!, cedí los derechos a la agencia literaria de Cuba. No son muchos los momentos de duda, pero en ésos, tener a alguien como el Che…

¿Qué le hubiera dicho él?

-No seas pelotudo, Petiso. ¿Te vas a vender por 2 mil dólares?