Todos los días se repite la misma vergonzosa historia de consumismo, ignorancia y transculturación. Miles de hambrientos esclavos acudiendo a los restaurantes de comida rápida de McDonald’s, buscando ensuciar la salud del organismo mediante la compra y el consumo de hamburguesas, que aunque enferman a las personas con sus nocivos ingredientes químicos, son disfrazadas como […]
Todos los días se repite la misma vergonzosa historia de consumismo, ignorancia y transculturación. Miles de hambrientos esclavos acudiendo a los restaurantes de comida rápida de McDonald’s, buscando ensuciar la salud del organismo mediante la compra y el consumo de hamburguesas, que aunque enferman a las personas con sus nocivos ingredientes químicos, son disfrazadas como irresistibles alimentos para el bienestar de toda la familia.
Entre papitas fritas, salsa de tomate. queso, mayonesa, mostaza y bebidas carbonatadas, se arma el combo perfecto que acompaña a las tradicionales hamburguesas de McDonald’s, las cuales NO tienen ningún valor nutricional positivo para la dieta de los Seres Humanos, aguardando una excesiva cantidad de ácidos grasos y altos niveles de colesterol en sus comidas, que predisponen la aparición de la obesidad, de la hipertensión arterial, de la insuficiencia renal, de la hipercolesterolemia y de los problemas cardiovasculares.
Recuerda que el hígado, los riñones y el corazón quedan muy maltratados por el consumo de alimentos expedidos en los restaurantes de comida rápida de McDonald’s, que tienden a superar las 1000 calorías de irresponsabilidad social en perjuicio de la salud de sus leales clientes. Te enferman y juegan con el organismo, a cambio de recibir tu dinero por cada Mc Combo que compras en sus genocidas establecimientos.
Es consabido que la transnacional McDonald’s emplea una siniestra línea de producción para obtener la carne y el pollo que sustentan a sus famosas hamburguesas. La mencionada empresa estadounidense junto a sus granjas proveedoras de alimentos, han sido públicamente denunciadas por la cría de animales en condiciones antihigiénicas, los cuales son sometidos al calvario del hacinamiento, a cuchillazos y a salvajes golpizas, que producen el extremo sufrimiento y el irrespeto a los derechos que amparan a cualquier ser vivo.
No olvidemos que en el año 2012, McDonald’s reconoció que le compraba carne al Central Valley Meat, que es un matadero ubicado en California (EEUU), el cual se clausuró temporalmente debido a una serie de trágicos videos, que mostraban a sus trabajadores torturando y asesinando con vileza a todos los animales del lugar.
Ni siquiera las pseudo-ensaladas de McDonald’s, se salvan de los inconvenientes que generan para la salud de nuestro organismo. En ellas se esconden altos niveles de sal y grasas saturadas, por los archiconocidos aderezos que acompañan al festín de alimentos procesados. Te preguntamos: ¿Por qué el tomate, el pepinillo o la lechuga de McDonald’s carecen de buen sabor y parece que fueran de plástico? Eso ocurre porque la transnacional no emplea hortalizas frescas para preparar sus perversas comidas. Se valen de aditivos químicos que preservan por un mayor lapso de tiempo la «calidad» de sus ingredientes, a cambio de vender más basura incomestible.
En cuanto a los postres que ofrece McDonald’s a sus consumidores, se concibe el mismo negocio redondo basado en destruir la salud de sus inocentes víctimas. Entre el Sundae y el McFlurry con sus variedades de sabores y cubiertas, se llena de azúcar el estomago de los comensales, que tarde o temprano, se pagará con la llegada de la hiperglucemia, de las enfermedades degenerativas como la diabetes, y de la pronta aparición de caries por el persistente deterioro del esmalte dental. Los niños y adolescentes se llevan la peor porción del pastel de McDonald’s, ya que sus helados crean adicción en los pequeñines, quienes desestiman por completo el consumo de dulces naturales preparados con avena, guanábana, miel de abeja, plátano, lechosa, trigo o mango.
En el 2015, se hallaron restos de plástico en los nuggets de pollo y un diente humano en las papas fritas que comercializa McDonald’s en Japón. De hecho, también se ha encontrado la cola de una rata, migas de vaca y hasta marihuana, dentro de la peligrosa composición que ostenta la hamburguesa norteamericana alrededor del Mundo. A su vez, en el 2014 se reveló que McDonald’s vendía carne en estado de putrefacción a sus clientes, debido a que su proveedora en China llamada «Shanghai Husi», se dedicaba a falsificar la fecha de caducidad de los alimentos, aprovechando que McDonald’s no cuenta con controles de calidad exhaustivos que garanticen la frescura de sus productos.
Recientemente, se comprobó que la transnacional empleaba el hidróxido de amonio, para convertir la grasa sobrante de la carne en el relleno de sus hamburguesas. Dicha solución química, es un agente antimicrobiano no apto para el consumo humano, que se utiliza como fertilizante, detergente, limpiador de ladrillos y explosivo casero. Si bien McDonald’s fue forzada a retirar el amoníaco acuoso de sus engendros rumiantes, dejó claro que no le importa en absoluto la salud de sus ciegos comensales.
Así como tampoco le interesa proteger al Medio Ambiente, pues cada año se pierden millones de hectáreas de bosques y selvas tropicales, para lograr la expansión de la frontera agrícola y ganadera que le permita a McDonald’s seguir cultivando la soja, mientras deforesta al Amazonas y empeora el macabro ecocidio a escala mundial. Cabe destacar, que McDonald’s NO tiene verdaderas políticas de reciclaje que consoliden un desarrollo ecológicamente sostenible y sustentable del planeta. En nuestros feudos latinoamericanos, vemos que las bolsas de papel, los vasos de cartón, los sorbetes, las servilletas y los envases de plástico usados por sus apáticos consumidores, terminan en el mismo relleno sanitario a cielo abierto, donde se quema toda la basura acumulada en las ciudades que albergamos.
Esa lamentable situación afianza la contaminación ambiental, debido al descomunal uso de envoltorios que malgasta la transnacional para empaquetar y distribuir sus productos. En el año 2010, McDonald’s tuvo que retirar más de 12 millones de vasos alusivos a la película «Shrek felices para siempre», por contener altos niveles de cadmio en su colorida elaboración, siendo un metal potencialmente cancerígeno que malogra los órganos internos, el sistema respiratorio y los huesos de los Seres Humanos, y que en términos ambientales, posee una elevada toxicidad capaz de degradar la pureza del aire, del agua y de los suelos, por la intensa actividad industrial que afecta los recursos naturales de la Tierra.
Sin embargo, las grandes interrogantes a responder en este artículo de opinión son las siguientes: ¿Por qué la gente continúa comiendo las hamburguesas de McDonald’s, sabiendo que influyen negativamente en su salud? ¿Es posible que el constante bombardeo publicitario de McDonald’s venga destruyendo el pensamiento crítico de sus queridos clientes? ¿Será que McDonald’s es culpable de embrutecer la conciencia de la ciudadanía global?
Cuando niños, jóvenes y adultos empiezan a ver a lo lejos, la gigantesca M amarilla que ilumina con fuerza el horizonte consumista, se empieza a generar una gran ansiedad en los futuros comensales, que pisan al máximo el acelerador del carro, para saborear con premura la sangre que brota del mortífero matadero. Ya sea esperando frente a la ventanilla del Auto-Mac o visitando los confortables locales comerciales, no hay duda que las personas glorifican la estancia en un restaurante de McDonald’s, porque se acerca el momento de sacar a relucir el instinto caníbal que los envuelve.
La mágica escena yanqui responde a las exigencias culinarias de la muchedumbre. El olor a fritura mezclado con el frío del aire acondicionado, las payasadas que decoran las cálidas paredes, los chismes que se escuchan entre las mesas de los comensales, la acogedora iluminación que invita a disfrutar la velada, y los rebuscados juegos infantiles que robotizan el comportamiento de los niños. Todo confabula a favor del adictivo deseo de pedir un magnífico Big Mac, un cuarto de libra con queso, un suculento Mc Royal Bacon o una divertida cajita feliz, que se paga en efectivo o con tarjeta de crédito.
El dedo capitalista del Tío Sam, siempre vende basura prefabricada en los bastiones de McDonald’s, porque conoce los anhelos gastronómicos que piden sus víctimas. Es un terrible círculo vicioso auspiciado por el resto de engendros corporativos americanos, como Coca-Cola, Burger King, Kentucky Fried Chicken, Wendy’s, Taco Bell o Pizza Hut. Todos se dedican a incrementar la oferta y la demanda de sus productos, mediante la hipnosis que provocan los mensajes subliminales transmitidos en los spots de la TV, en los jingles de la radio, en los atractivos carteles de la calle, en los contextos visuales de las películas, y en las campañas de marketing subidas a la Internet.
La necesidad de consumir una hamburguesa de McDonald’s, representa el clásico adoctrinamiento de masas «Made in USA», que la mayoría de la gente está dispuesta a venerar en el desayuno, en el almuerzo y en la cena. Muchas personas sienten una gran satisfacción personal al comer en un restaurante de McDonald’s. Es como si fuera un premio que otorga el estatus social al que pertenecen. Pero realmente, lo que demuestra es la sumisión y obediencia al régimen neoliberal implantado, que acrecienta el egoísmo y la indiferencia entre los individuos.
Lo más triste es observar que los padres llevan a sus hijos desde edades tempranas a los restaurantes de McDonald’s, sin considerar el prematuro daño a la salud que producen las hamburguesas en el crecimiento de los infantes. Allí se evidencia la sistemática esclavización moral y ética que padece la Sociedad Moderna. Los papás no tienen la suficiente voluntad para rechazar la comida chatarra que venden en los establecimientos de McDonald’s, porque muy probablemente, su propio entorno familiar se encargó de instaurar la cultura de consumo en el transcurso de la infancia.
Ahora, ellos deben transmutar esos malos hábitos alimenticios de generación en generación, lo que agudiza la crisis holística que se retribuye en la época contemporánea.
Tal aseveración se ratifica con la nueva campaña publicitaria de McDonald’s dirigida a la población juvenil, que exhibe el lema: «Si no hiciera sonreír a todos los niños, no sería cajita feliz», en referencia a la venta del pan sin gluten en sus restaurantes de España. Pero, es inevitable comentar que la transnacional utilizaba a cientos de jóvenes asiáticos, para la fabricación de los juguetitos que acompañaban a la cajita feliz, a través de la empresa «City Toys» ubicada en Shenzhen (China). La mayoría de los trabajadores eran muchachos humildes que no superaban los 14 años de edad, laboraban por espacio de 16 horas diarias y dormían en condiciones infrahumanas, para ayudar a sus familias que vivían en la miseria.
No obstante, la desinformación de los consumidores predispone la mala praxis de la transnacional McDonald’s. Es común que la gente fanática de sus hamburguesas, exprese una serie de frases sin argumentos sólidos que justifiquen el consumo de sus productos. Suelen iniciar con: «Si no te gusta su comida, entonces no comas allí». Luego afirman que: «Esos son puros mitos urbanos». Y finalmente dicen: «Es mi problema si me enfermo, no el tuyo». Es obvio que una gran parte de la colectividad no tiene la mínima capacidad reflexiva para determinar el grado de complicidad que asumen, cada vez que asisten a los restaurantes de comida rápida.
La ignorancia ciudadana es el principal arma de ataque aprovechado por McDonald’s, para evitar debates que confundan la razón de los comensales, y perjudiquen la venta de su deliciosa basura. Es insólito que esas personas prefieran una hamburguesa con papitas fritas de McDonald’s, por encima de platillos autóctonos que engalanan la cocina latinoamericana. Allí se refleja la falta de sentido de pertenencia en nuestros pueblos y la vulnerabilidad de la soberanía alimentaria de las naciones, lo que termina desencadenando la negación de la identidad cultural que los caracteriza.
Por ejemplo, en enero del 2015 McDonald’s eliminó temporalmente la venta de papas fritas en Venezuela, a causa de contratiempos portuarios internacionales, que no se relacionan con los altibajos financieros que sufre la economía venezolana. Lo preocupante, es que muchísimos venezolanos se sintieron amenazados y desesperados, ante la posibilidad de que las papas fritas ya no fueran vendidas en los más de 100 restaurantes que la corporación estadounidense posee en la geografía venezolana. A través de las redes sociales, los seguidores de McDonald’s mostraron su descontento por la trágica noticia, lo que denota el quiebre de la idiosincrasia y el desapego a sus costumbres.
Incluso, una gran cantidad de clientes se negaron a consumir las yuquitas y arepas fritas que McDonald’s Venezuela decidió añadir en sus menús, como una alternativa para sustituir a las oxidadas papas fritas que acompañaban a sus hamburguesas. Pese a que esos alimentos procesados son tan insalubres como el resto de la comida artificial brindada por la transnacional, lo increíble fue apreciar el condicionamiento psicológico que origina McDonald’s en sus consumidores, quienes se vuelven incapaces de discernir y cuestionar la monotonía de la rutina diaria.
Hemos visto que el concepto de la «Fast food» va en contra de la alimentación sana y balanceada que debe conllevar un individuo. El hecho que vivamos dentro de un vertiginoso modo de vida que obliga a tomar decisiones con rapidez, NO justifica el abandono de nuestra salud física, mental y emocional. El menú que ofrecen en los restaurantes de McDonald’s no es recomendable para el consumo humano, pues carece de aportes nutricionales a favor de nuestro cuerpo. La comida que se vende en los supermercados para alimentar a los perros y gatos tiene mayor contenido proteínico y vitaminas que las hamburguesas de McDonald’s.
Por esas razones, cada 16 de octubre se celebra el «Día Internacional contra McDonald’s», en el que miles de activistas pacíficos y medios de comunicación alternativos a escala global, salen a las calles para que la gente se informe sobre las atrocidades ocasionadas por la transnacional americana, en detrimento de la salud humana, del Medio Ambiente y de la infancia. Dicha fecha coincide con el «Día Mundial de la Alimentación», por lo que es una oportunidad para meditar en torno a nuestros patrones de consumo, los cuales deben ser reorientados hacia una alimentación moderada, que priorice el ejercicio del cuerpo y la práctica de los deportes.
Si no gozas del tiempo básico para cumplir con la hora destinada a las comidas, es preferible consumir alguna fruta, un yogurt o una galleta integral, que sea acompañada con abundante agua para que te mantengas hidratado y activo durante las actividades cotidianas. Borremos el vicio consumista que heredamos del pasado. El cambio depende de usted. Ya es hora de abrir los ojos ante la verdad contemplada, y entender que la comida chatarra te convierte en gente chatarra.
Fuente original: http://ekologia.com.ve/