A lo largo de estas dos últimas semanas (del 6 al 17 de diciembre) se ha celebrado una larga reunión en Buenos Aires, donde 189 países se planteaban las medidas a tomar ante el cambio climático que ya (casi) nadie discute. Ésta era la X Cumbre Mundial sobre el clima, pero la primera a punto […]
A lo largo de estas dos últimas semanas (del 6 al 17 de diciembre) se ha celebrado una larga reunión en Buenos Aires, donde 189 países se planteaban las medidas a tomar ante el cambio climático que ya (casi) nadie discute. Ésta era la X Cumbre Mundial sobre el clima, pero la primera a punto de la entrada en vigor del Protocolo de Kyoto (el próximo 16 de febrero), después de su ratificación por Rusia, y a pesar de la negativa del gobierno Bush a ratificarlo. El compromiso de Kyoto obliga a todos los países a controlar sus emisiones de efecto invernadero, con objetivos de reducción o de minimización del crecimiento a fecha fija. Algunos países (realmente pocos) han hecho sus deberes, mientras que otros (sobre todo Estados Unidos y Australia, responsables del 30% de las emisiones mundiales) se han negado a hacerlos, o sencillamente han pasado de sus compromisos. En la Unión Europea, la previsión era de alcanzar en 2012 niveles algo inferiores a los de 1990. España destaca por la desviación respecto a sus objetivos. Algunos países tenían que reducir sus emisiones, pero se permitía a España incrementarlas en un 15%. Sin embargo, ya en 2003 se ha alcanzado un crecimiento del 40% respecto a 1990. Ahora vienen las lamentaciones, y el intento de renegociar los objetivos, para evitar las sanciones o la obligación de comprar derechos de emisión a los países que superen sus objetivos. ¿Era posible haber cumplido los objetivos pactados? ¿Cuáles son las consecuencias de no haber hecho nada por cumplirlos?
Se podría haber hecho mucho. Si bien se admitía que España tenía derecho a aumentar sus emisiones, ya que partía de un nivel inferior de desarrollo y de emisiones, y era previsible un crecimiento económico más rápido, se entendía que este crecimiento podía hacerse introduciendo las tecnologías más avanzadas de ahorro energético y de prevención de emisiones. Esto no ha sido así. La industria española, salvo contadas excepciones, tiene mayor consumo energético por unidad de producto; la dependencia de las energías fósiles es la mayor de Europa; las energías renovables son casi despreciables (salvo parcialmente la eólica), a pesar de tener el mayor nivel de insolación de Europa (Alemania, sin sol, produce más energía eléctrica solar que España); la gran cantidad de viviendas construidas en las últimas décadas han ignorado los principios más elementales del ahorro energético, por lo que ya gastamos más energía en refrigeración que en calefacción; somos el país de Europa más dependiente del transporte por carretera (y vulnerable a la crisis del petróleo); esa dependencia ha sido agravada por las inversiones públicas a lo largo de la última década, centradas en autovías y trenes de alta velocidad, e ignorando la modernización y promoción del ferrocarril. En resumen: no hemos aprendido de los países más desarrollados de Europa, que están esforzándose por introducir nuevas tecnologías que los hagan menos dependientes de los combustibles fósiles, lo cual, en definitiva, es lo que les permite reducir las emisiones (aunque el crecimiento del transporte por carretera anula muchos de los avances en otros terrenos). Lo peor del incumplimiento de los compromisos españoles no es, pues, el riesgo de sanciones, sino la pérdida de competitividad (por utilización de tecnologías obsoletas) y la mayor dependencia del petróleo (que será cada vez más escaso y más caro). Aunque el tripartito catalán ha introducido unas interesantes normas para la nueva construcción, y el Ministerio de Medio Ambiente propone una serie de medidas (que otros ministerios todavía no acaban de asumir), la clave viene dada por el Ministerio de Fomento, donde la continuidad con las políticas suicidas de la era Álvarez Cascos resulta desesperante (más autovías y AVE), y que va a más por la presión de la patronal del hormigón, SEOPAN.
En la Conferencia de Buenos Aires, los Estados Unidos han estado en su papel: si bien ya no niegan que algo está pasando con el clima, se niega a imponer objetivos a sus empresas. No en balde el grupo más influyente del entorno de Bush es el lobby petrolero y energético, los máximos emisores. Esta actitud recuerda la reflejada en una interesantísima película de este año, que quizás ha pasado un poco desapercibida. Se trata de El día de mañana, que ya está disponible en su videoclub, si se la perdieron en el cine (la publicidad es desinteresada). En esta película se encuentran los habituales efectos especiales, el previsible romance juvenil y la epopeya del superpadre al rescate (ingredientes imprescindibles del cine norteamericano, pero en este caso no excesivamente chirriantes). Algunas escenas de la película plantean implicaciones políticas verdaderamente sabrosas, pero hay también una línea de explicación científica sobre los riesgos de cambio climático catastrófico, y de los mecanismos de su generación, que ya son más que evidentes: la fusión de los hielos del Hemisferio Norte, la alteración de la salinidad del Atlántico, y la paralización de la corriente del Golfo, actual regulador térmico que suaviza las condiciones climáticas de Europa. Claro, es una película, y se produce en semanas, lo que en tiempo geológico serían décadas.
Pero este mecanismo de cambio climático es un riesgo serio, considerado, por ejemplo, en un reciente informe para el Pentágono, titulado Un escenario de cambio climático brusco y sus implicaciones para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Como se intuye, la finalidad de este informe no era contribuir a prevenir el cambio, sino ayudar a tomar decisiones políticas y militares que permitan controlar recursos considerados críticos para los Estados Unidos. Bush lo declaró confidencial, ya que admitía el cambio climático, pero saltó rápidamente a la red, y está disponible en nuestra página web de Terra Crítica, en su versión inglesa (Abrupt Climate Change) y en un resumen en castellano (Informe Yoda).
Para el sur de Europa el escenario descrito es de una mayor sequía e inestabilidad climática. Asombra la imprevisión de los que quieren construir más presas, que nunca se podrán llenar, y trasvases de excedentes que nunca existirán, y que aceptan un incremento disparatado de las necesidades hídricas, en lugar de ahorro de recursos. Igual no tendremos petróleo ni para desalar. Aunque no nos obligara Kyoto, existen buenas razones para cambiar radicalmente nuestro modelo de desarrollo insostenible. Antes del día de mañana.
Vicent Torres – Consultor ambiental
www.terracritica.org