El domingo 27 fuimos, de diversas maneras, testigos de la tan publicitada megamarcha contra la delincuencia y la violencia realizada en la Ciudad de México. Sin duda importante y legítima como acción colectiva para exigir soluciones concretas a las autoridades. Sin embargo, ni la solución ni la reflexión que obligadamente debe acompañarla pueden aislarse y […]
El domingo 27 fuimos, de diversas maneras, testigos de la tan publicitada megamarcha contra la delincuencia y la violencia realizada en la Ciudad de México. Sin duda importante y legítima como acción colectiva para exigir soluciones concretas a las autoridades.
Sin embargo, ni la solución ni la reflexión que obligadamente debe acompañarla pueden aislarse y desintegrarse de la cultura de la violencia global que la sustenta, naturaliza y extiende hasta hacerse parte del sentido común y de la cultura contemporánea y menos separarse y esconderse de las fuentes generadoras y de sus poderes de instalación y circulación.
Si bien la pobreza es un factor de importancia en algunos casos, no me parece que sea el vertebral, como suelen señalar algunos analistas. El vivir en la miseria o en la pobreza no implica transformarse en un secuestrador o asaltante, por el contrario, el secuestro, el asalto y la violencia extrema es ejercida, instalada y naturalizada hoy en día principalmente por los grandes poderes políticos, militares y económicos. Resulta más fácil visualizar al triste asaltante de esquina y pedir castigos extremos para esas almas directamente dañinas que entender y actuar frente a los grandes y poderosos instaladores de la cultura de la violencia y la impunidad.
No sin peleas, presiones, negociaciones y hasta violencia cuando algunos de los yunqueños, que dicen querer erradicar la violencia, pretendieron -violentamente- quitarles la manta, la marcha del 27 fue encabezada por las familiares de las asesinadas de Juarez. Un hecho simbólico de gran importancia porque la impunidad en torno a esos crímenes es la muestra más palpable de que la solución contra la delincuencia no pasa por más leyes o medidas técnicas sino por una voluntad política de gran envergadura que rompa los lazos de complicidad entre autoridades, políticos y gobernantes con las mafias de delincuentes, violadores, traficantes y asesinos. No ha sido la falta de leyes o instrumentos la causa de la impunidad en Juarez.
Fue un hecho simbólico de gran importancia también porque la violencia menos visualizada, menos atacada y con mayores niveles de crecimiento (a nivel nacional y mundial), con todo y la perspectiva de género incorporada a muchos programas, hasta a los proyectos de guerra, es la violencia hacia las mujeres, y finalmente un hecho de gran importancia simbólica porque apunta a algo medular: la relación entre poder y violencia, es decir porque pone a ésta en su campo cultural real: el secuestro de las posibilidades del género femenino en manos de la masculinidad bélica globalizada y de ahí la violencia pública generalizada.
La relación entre poder y violencia y entre violencia y género es uno de los meollos de la neodemocracia global que ha instalado la espiral de violencia mundial más terrorífica y en lo que se refiere a las mujeres, más profunda, hipócrita y de dobles discursos.
Los intereses de la masculinidad imperial, fundamentalista y guerrera tienen secuestradas de diversas maneras a las mujeres del mundo. La feminización de la creciente pobreza es una de sus brutales expresiones pero no es la única. A nombre del fundamentalismo democrático se tiene secuestrada la libertad y la integridad de las mujeres iraquíes y no sólo por lo que implica la situación general de un país invadido. Empiezan ya a conocerse los informes que dan cuenta del uso premeditado y sistemático de ellas como objetos e instrumentos para quebrar la resistencia a la invasión; miles están siendo detenidas, torturadas, vejadas y violadas en centros policíacos y en más de una docena de cárceles, no por su participación directa sino como mecanismo para quebrar la moral de los varones y obtener información (1), esto a nombre de la democracia y la liberación.
La esperanza y la vida de millones de mujeres palestinas están también secuestradas, con sus casas y olivares destruidos, sus poblados cercados, su imposibilidad de circular libremente a un hospital, la imposibilidad de que sus hijos estudien, la facilidad que genera la situación para que sus hijos se inmolen o sean simplemente asesinados por el ejercito israelí, la escasez de elementos básicos para la subsistencia. Son todas formas de delincuencia y secuestro organizado por los grandes poderes.
El asesinato de mujeres en muchos países del mundo ha crecido a niveles inimaginables. Las ciudades Juárez se repiten no sólo en otras de México sino en España, en Honduras, en Perú, en Dominicana y un largo etcétera. Sólo en Guatemala ya hay más de 130 asesinadas únicamente en lo que va de este año. Y dos días después de la megamarcha mexicana las mujeres guatemaltecas hicieron la suya, obviamente sin cámaras ni medios de difusión mostrando cómo está secuestrada su libertad.
Si bien siempre ha habido mujeres torturadoras o terroristas, las fotos de la prisión de Abu Ghraib han hecho tambalear las conciencias de muchas feministas de la igualdad que defendían el derecho de las mujeres a ser guerreras, no porque se conozcan unas cuantas torturadoras más sino porque se van dado cuenta que la incorporación a la lógica militar está terminando por secuestrar la todavía cierta dignidad y moral que posibilita a las mujeres reivindicar una experiencia ajena como género a la guerra. Ya no basta decir «gringos, go home» ahora hay que agregarle «y las mujeres que consiguieron su igualdad, ¡también!» Y eso a todas las mujeres nos afecta.
Todos estos hechos, por solo nombrar los más relevantes, que a veces parecen lejanos a la violencia delincuencial y cotidiana en nuestro país, son solo parte de la espiral de la cultura de la violencia global que se extiende y se introduce hasta el tuétano de cada vez más personas. Si la idea de que el triunfador ha llegado a su Olimpo y se mantiene en él gracias a haber ejercido con «audacia» el hecho de obtener lo que quiere, llevándose entre las patas a cuantos humanos se le atraviesen -sean opositores o no- sin importar si los dejó bien muertos, medio muertos o todos fregados, definidos sólo como «víctimas colaterales», está en la base de la idea de poder y éxito que circula ¿por qué una pobre alma, escuálida de ideas y escasa de posibilidades no va a sentirse con el derecho a asaltarnos o secuestrarnos para tomar lo que le han enseñado que le dará poder?
Están muy bien las megamarchas que exijan, pero la solución real requiere de un análisis más profundo y más articulado con las fuentes y orígenes de la violencia y la delincuencia. Los delincuentes que nos roban y asaltan deben ser frenados y castigados pero ¿quién y como se frenará a los delincuentes de los grandes poderes que además se llaman líderes y gobernantes?
(1) Ver http://www.nodo50.org/csca/agenda2004/iraq/jamas_28-05-04_mujeres.html
Julio 2004