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El comercio del cambio… de moda en España: dogma o posmodernidad

Fuentes: Rebelión

La práctica nos ha dicho una vez tras otra que fracasamos porque hacemos las cosas mal. Ciencia y experiencia para saber, para sacar conclusiones. Sin embargo somos capaces de contarnos pasados gloriosos para desdibujar los fracasos del presente en la izquierda española. Así se hace el dogma con el que anatemizar otras opciones. Desde luego […]

La práctica nos ha dicho una vez tras otra que fracasamos porque hacemos las cosas mal. Ciencia y experiencia para saber, para sacar conclusiones. Sin embargo somos capaces de contarnos pasados gloriosos para desdibujar los fracasos del presente en la izquierda española.

Así se hace el dogma con el que anatemizar otras opciones. Desde luego es una forma de cegar a la gente que quiere o volver atrás, a la etapa anterior del capitalismo, ese estado consumista necio, o quitar el hambre en su familia y entorno, o está en la esperanza de que llegue el día en que todo sea transformado; en el lado opuesto queda el silencio de quien tiene miedo a la transformación, o la gente a la que el pasado glorioso de su partido le impide ver el fracaso a que ha llevado sus posturas contrarias a ese mismo pasado. A esta gente las direcciones enquistadas le impone la parálisis, son creyentes.  Los de la creencia se emplearán a fondo contra la transformación que nos dispongamos a realizar, empezando por la transformación de nosotros mismos. Solo educan en la obediencia, que es el dogma que han creado.

Si lo que queremos es transformar nuestra realidad, la realidad de la clase obrera, ¿se debe actuar, como hace la escuela del fracaso, en base a principios que nos han paralizado?, ¿o debemos promover la unidad más elemental? ¿Debemos actuar por separado, con estigmatizaciones como hacen los espectros que viven al rebufo de parlamentos y alcaldías eternas, como mitos gastados?; ¿debemos repetir los los sistemas organizativos que solo promueven la obediencia, la disolución en los centros de trabajo, en los barrios obreros, en los centros de estudio?

Cada sistema organizativo está en función de lo que se busca, de los objetivos. Aplicar métodos organizativos de disolución de las bases solo busca la inclusión y participación parlamentaria. Aplicar métodos organizativos de concentración en los centros es para atender objetivamente a las contradicciones, a la formación ideológica, a la autoestima y a la búsqueda de la transformación  social. Los métodos anticientíficos, disolventes, antiformativos, los métodos impuestos como una confesión, como una creencia, así como las maneras que sus sacerdotes desprenden, ¿para qué han servido?, ¿para qué van a servir?

Quienes diciéndose de izquierdas se aferran a métodos y formas probados en la práctica como fracasados y sostenedores del capitalismo y el bipartidismo monárquico, en la apuesta electoral recibían hasta ahora el voto de trabajadoras y trabajadores que decían taparse la nariz al ir a depositar su papeleta. Y quienes eran premiados o premiadas con esos votos se quedaban tan felices: a seguir viviendo con la pereza que insufla el sistema. Pero, además de eso, quienes les votaban, quienes se tapaban la nariz, ¿qué hacían?: nada, también vivían, viven, en la pereza, con su voto delegaban. Taparse la nariz al votar por esa gente corrupta, enemiga, es la expresión más fiel del fracaso asimilado. Para esos elegidos también es la manera de saber que quien les vota no pretende cambiar nada, delega.

Pero hay formas nuevas de introducir el mismo fracaso, se huye de la sartén para caer en el fuego. Desde los medios con que el mismo sistema, el capitalista, nos asalta diariamente el pensamiento propio, se empeñaron en hacernos creer que una organización sin organización es capaz de representar a «los de abajo». Hay que creer también. ¡Han corrido la voz de que hay miedo a hablar de lo concreto porque pueden espantarse las huestes! Sus altavoces dicen: «Va a haber cambio». Así han hecho una moda que arrastra miles de voluntades internautas, que también es la moda, y a tal forma de presentarse le llaman organización. La moda… es la organización de moda, por lo que podemos deducir que será pasajera.  Ahora, con la moda hay que volver a creer, a tener fe, no ha informarse, no a formarse, no ha pensar y practicar, hay que repetir lo que dice el personaje popular, el superior, ¡hay que creer!, ¡creer! lo que discursean quienes propagan la moda, y no pensar en la realidad concreta por uno mismo.

Y por creer que no hace falta acceder al conocimiento histórico, a la experiencia histórica, a la ciencia y la dialéctica, por eso que se llama posmodernismo,  por creer y no saber (quien tiene fe cree, quien aprende científicamente las leyes de la historia, la dialéctica y la lucha de clases, sabe), por no tener voluntad de transformación, basada en el conocimiento, y como consecuencia no tener ideas transformadoras, y por tanto no realizar acción que transforme, por no haberse formado un criterio ideológico materialista, quien participa de la fe y la obediencia, quien participa de la creencia de lo que se nos dice sin más, solo puede ofrecer el idealismo abstracto, sin identidad, idealismo propio de una moral donde habitan términos como «buenos y malos», una moral de asepsia, equidistante, en la que «todos somos iguales», porque «podemos convencer poco a poco». Ahí el concepto «justicia» es ambiguo, general, no tiene causas de raíz, ni circunstancias, ni intereses de clase. Esos nuevos-viejos sacerdotes hablan con equidistancia, con lo que favorecen al capital, al fuerte. Sin embargo también encontramos otra forma de ir directamente a la rendición, lo que se da en llamar la «indefensión aprendida», en esa órbita están frases como «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades», «la nueva generación va a vivir peor que la de sus padres»… y tantas otras, nos asumimos como culpables, vaticinamos el desastre… sin que se haga ver que la contradicción se agudiza y la clase obrera debe redoblar su lucha, que se debe organizar para transformar la realidad en la que vive, que no vamos a salir adelante si lo que aprendemos es la negación de nuestra mejora del porvenir, si hablamos con ambigüedad. «¡Hay que ir despacio!», nos aleccionan, tan despacio como nos impone el principio de fe de la posmodernidad: nada de saber por el conocimiento histórico; hay que estar detenidos, parados, inmóviles, hay que creer que la realidad se «cambia» con el voto, no se transforma con la acción. En otro tiempo no hacer nada ha conseguido disolver la organización, perder los objetivos, diluir la fortaleza que es la conciencia de la realidad, hasta que la desorientación de como resultado la frustración. La vergüenza es un sentimiento revolucionario: «Pido perdón al pueblo griego por haber contribuido a crear esta ilusión», ha declarado Glezos, el héroe nacional griego de la guerra contra la ocupación alemana, ante la postura de los negociadores griegos con la troika. Glezos llama a la conciencia de la clase obrera, a la conciencia social, a la organización concreta para resistir y vencer,  dicho de otro modo: a la organización y a la acción transformadora. Desde el otro lado llaman a la fe, a la creencia, y aquí, en España, su partener también.

La fe, la creencia, el mito, hace secta.

La transformación social, si no se dispone del aprendizaje proveniente de la experiencia, si no asumimos la concepción del mundo que parte de la raíz material, si no identificamos a la propiedad de los medios de producción que explota a las multitudes explotadas, si no se dispone del análisis que se atiene a las causas del capitalismo y a la contradicción que se debe romper para alcanzar una sociedad más justa, la transformación se hará imposible. ¿Quién va a pedir perdón a las y los trabajadores después?

Los sostenedores de ese discurso difuso que no valora científica y socialmente, y no puede, por tanto, exponer el conflicto de base, el elemento provocador y culpable de las injusticias que conlleva el capitalismo, hacen solo idealismo moral. El «cambio» que proponen no se relaciona con la transformación de la sociedad, cuyo objeto principal es la expropiación de la propiedad de los medios productivos y la puesta en marcha de un modelo productivo que sirva a la mayoría, a la clase trabajadora. Ese «cambio» se atrinchera en el diálogo con los dueños de todo lo existente, y la confrontación entre partes  dentro del modelo social impuesto les resulta enemigo, porque «hay que conseguir el cambio en el diálogo político y por la vía pacífica». 

Hace unos días, Rodicio, el director de Cadena Ser, la emisora de la burguesía «moderada», ¡este es el ejemplo de moderación!, divulgaba la «indefensión aprendida», Rodicio, director de la Cadena Ser, emisora de radio que según sus voceros es la más escuchada, vinculada al diario El País colonizado por el imperio e Israel, dejaba en sus micrófonos las palabras que siguen, toda una sentencia para su público obediente: «Contra el sistema no se puede gobernar. Decir eso sirve para ganar elecciones, pero nada más. Contra el sistema no se puede gobernar.» ¿Alguno de los dos grupos mencionados -sacerdotes que viven del parlamentarismo, de la sumisión, o los nuevos aspirantes, que hablan y hablan con ambigüedades- pueden decir lo contrario?

No se piensa suficientemente en el carácter del poder, en los objetivos que tienen quienes lo ostentan, en lo que consiguen con la implantación, la defensa y el sostenimiento del sistema imperante, en la rentabilidad de sentencias como la emitida por la Cadena Ser.
¿Para qué sirve tener el poder? ¿Para qué sirve la violencia del contrato social de la gran burguesía, los propietarios de todo, sobre la gran mayoría que trabaja? Es con ese contrato, lleno de violencia desde la primera letra, con el que ponen las condiciones sociales y las hacen cumplir. Disponiendo de esas condiciones se enriquecen y hacen crecer  su aparato de fuerza, de agitación y propaganda, lo que les permite profundizar su influencia social.

Hay que sacar conclusiones y poner voluntad, resolverla en ideas que requieran otra actitud, la de transformar la sociedad, y se empieza por la participación y la exigencia de soluciones a los problemas concretos, acompañada por la discusión de una Constitución que nos represente.

De lo particular a lo general, con un sistema organizativo que esté en función de tales objetivos. Entonces, si la clase trabajadora se organiza y sale a luchar por sus intereses concretos, si hace fuerte su conciencia de clase, de colectivo cuyo poder reside en su voluntad de transformación, voluntad por la que tiene como fundamento la solución de lo común… será el momento en que la obediencia, el sectarismo y el idealismo de moda entrarán en crisis. La fe, la creencia, el inmovilismo practicante y anticientífico, la palabra del líder, del superior que se maneja con tanta facilidad en las ambigüedades, que por otro lado es una facilidad que le da el poder del capital, y del que éste se aprovecha porque ventila su democracia cuando ya tiene poco conque hacer creer. Así renueva la fe en su juego, lo pone de actualidad.

La gran burguesía, que cuenta con tantos creyentes en su método, y tantos animadores de la ambigüedad, nos mira acechante conforme deja ver sus recursos, las armas y las letras. Los idealistas de los diversos pelajes no lo advierten, han creado su dogma, su mitología, que por ser moda parece  que se mueve, pero es, como son las modas, un asunto pasajero, solo un espejismo, es atractivo para quienes no conocen la historia, pero un espejismo al fin, una ilusión, y la ilusión es un engaño.

El sectarismo y el idealismo participan del dogma, y el dogma, la creencia, la fe, tranquiliza, promete el cielo a quien le sigue, le promete paz, le dice que hay que confiar, que con su entrega a la ilusión sola va a hacerse todo… pero pasa el tiempo. Y con el tiempo se hace cada vez más dogma, más creencia, más sectario. El dogma cuando crece se cree «el verdadero», es prepotente, despreciativo, amenazante. El dogma es invasor, violento y paralizador.

Atendiendo a quienes votan-delegan, o votan tapándose la nariz, o atendiendo a quienes creen, tienen fe, o declaran anatema la visión científica sobre la realidad, dejo aquí las palabras del escritor Alberto Moravia, antifascista nada idealista vago: «Curiosamente los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado».

Nos dicen que empieza a romperse el sistema, que habrá cambio, pero ¿hemos aprendido en este tiempo de aquello que hemos hecho mal?, ¿de por qué fracasamos, divididos, integrados y entregados? ¿Hemos conseguido que nos acompañen o acompañamos a las mayorías trabajadoras con organización transformadora y acciones transformadoras de la sociedad?, ¿se va a terminar con el bipartidismo, tripartidismo… con el régimen monárquico, y se va a llevar a cabo la elaboración por las fuerzas transformadoras de una Constitución que nos represente, se va hacia un proceso Constituyente? Ciencia y experiencia para saber, para sacar conclusiones.

Si la clase trabajadora no se independiza y no se organiza, si no nos organizamos en torno a lo concreto y con objetivos políticos, si no tenemos voluntad, ideas, si no ponemos en marcha la acción, veremos a los animadores del modelo actual -los dogmáticos y los posmodernos ambíguos- alargando en el tiempo su comercio dogmático-creyente para las futuras generaciones españolas.

Ramón Pedregal Casanova es autor de «Dietario de crisis», lo encuentras en rebelion.org; y es autor de «Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios», edita Fundación Domingo Malagón.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.