¿Consideras que, entre los conceptos que permiten pensar los movimientos sociales, el de «género» es pertinente y operativo para hacer valer la problemática de las relaciones de sexo como elemento estructurante de las relaciones sociales? ¿Qué contenido, qué definición darías de él? El concepto de «género» ha sido desarrollado en Estados Unidos, y en los […]
¿Consideras que, entre los conceptos que permiten pensar los movimientos sociales, el de «género» es pertinente y operativo para hacer valer la problemática de las relaciones de sexo como elemento estructurante de las relaciones sociales? ¿Qué contenido, qué definición darías de él?
El concepto de «género» ha sido desarrollado en Estados Unidos, y en los países anglosajones en general, para traducir el aspecto social de la división sexuada. Desde este punto de vista, se establece la existencia de un aspecto del sexo que es construido, diferente de la distinción biológica (por ejemplo, que no se habla a una mujer de la misma forma que a un hombre, o que son las mujeres las que friegan los platos…). Es un concepto que vengo utilizando desde hace mucho tiempo y que evidentemente es muy práctico. Se trata simultáneamente del resultado de una reflexión y del punto de partida de otra. No es solamente un término, es también un concepto. Esta reflexión también ha tenido lugar en Francia y, cosa muy curiosa, ha habido una resistencia a la palabra.
En efecto, la noción de «género» está admitida e integrada en una práctica política dentro del movimiento de mujeres en Estados Unidos, pero, por el contrario, no lo está en Francia. ¿Cómo explicar estas reticencias, particularmente las procedentes de la izquierda francesa y las que se encuentran en el seno mismo del feminismo francés?
Las resistencias respecto a las palabras ocultan otra cosa. Mi impresión general es que se trata de una resistencia al concepto mismo, una resistencia a formalizar el hecho de que el sexo tiene un aspecto social. En mi opinión, el grueso de la resistencia es una resistencia de derechas (para trasponer al campo del feminismo los términos «izquierda» y «derecha»), como la de Françoisee Collin, es decir, una resistencia a distinguir el sexo social del sexo biológico y a admitir que el sexo social es construido y arbitrario.
Hablando en términos generales, las personas como Françoise Collin están muy marcadas o atraídas por una problemática psicoanalítica: en esta problemática no es posible la distinción entre sexo social y sexo biológico, ya que todo debe derivar de la distinción biológica. En un prefacio que ella hizo para un número especial de los Cahiers du GRIFS (1) titulado «El género de la historia», Françoise Collin decía que el «género» [«genre»] es la forma de decir en francés la diferencia de sexos. ¡De ninguna manera! Pues la diferencia de sexos tiene una connotación muy fuerte y, al menos en este país, asume que esta diferencia procede de una diferencia biológica que, además, implicaría todas las otras diferencias. Contrariamente, el concepto de género se construye, se sobreimpone sobre una distinción social cuyo contenido es totalmente arbitrario.
También hay una oposición al concepto de género que yo calificaría como una crítica de izquierda, ultraradical, para la que, al fin y al cabo, todo es construido, y que al admitir que solamente lo sea el género se elimina la posibilidad de tener presente que también el sexo es construido. Esta crítica es válida en cierto modo, ya que el sexo biológico tiene poca realidad (esa es mi hipótesis), en el sentido de que solamente tiene realidad como categoría cognitiva a causa de la existencia del género, o sea, del sexo de la división y de la jerarquía social. Sin embargo, hay una paradoja, pues la crítica tiene fundamento en el sentido de que plantea la necesidad de poner en cuestión el propio sexo biológico, pero no tiene fundamento en el sentido de que no es posible ese cuestionamiento sin disponer previamente del concepto de género.
En todo caso, esta crítica es minoritaria; lo esencial de la resistencia al concepto de género -y, de hecho, lo esencial de la crítica francesa- es una crítica ligada al rechazo de la noción de sexo social, o, más aún, incluso al rechazo de una perspectiva feminista. Pienso que este rechazo de la palabra es muy revelador de la posición que toma la sociedad francesa en su conjunto y, en particular, la clase intelectual. No se dice claramente que se es antifeminista porque eso indicaría precisamente que se abandonan posiciones de izquierda, pero se hace oposición a la noción de «género»…
¿Consideras que hay otros conceptos que, al igual que el de «género», son útiles e importantes para el pensamiento feminista pero que, no obstante, son dejados de lado?
El concepto de «género» es muy importante y en este momento avanza en la discusión, a pesar de las resistencias que provoca.
Hay un concepto algo abandonado hoy, creo que por razones políticas: el de patriarcado. No es más o menos subversivo que el de «género», pero la evolución general de la producción intelectual en este país está muy marcada por la evolución liberal y derechista de las sociedades occidentales, que tiende a individualizar las cosas. El concepto de «género» puede ser recuperado más fácilmente para un modo individual. El concepto de patriarcado es considerado frecuentemente como puramente ideológico; pero es muy útil ya que indica que la dominación de las mujeres por los hombres constituye sistema.
En Francia hay cierta concepción del universalismo que, en la tradición de la Revolución francesa, tiende a presentar una visión uniforme y asexuada de la ciudadanía. ¿No genera eso un impasse para el movimiento feminista y, más precisamente, para una representación sexuada de las relaciones sociales?
El universalismo pretende asexuar. ¿Se trata de una verdadera asexuación o del famoso masculino neutro, ese masculino que se hace pasar por neutro pero que no lo es? Las críticas a feministas, ya sean historiadoras francesas como Eleni Varikas o Michéle Riot-Sarcey, o politólogas americanas como Carol Paterman, autora de The Sexual Contract(2), dicen que hay un presupuesto de masculinidad que es más que un presupuesto, lo que quiere decir que hay una exclusión de las mujeres. El moderno combate social se fundamenta sobre la exclusión de las mujeres y sobre la solidaridad de los hombres; su «masculinidad» común es lo que constituye la base de su fraternidad.
No veo en ningún sitio un concepto de universalismo abiertamente asexuado. El universalismo republicano era claramente sexuado; el universalismo contemporáneo de la segunda mitad del siglo XX es progresivamente sexuado, esto es, superpone una prohibición de discriminación fundada en el sexo a constituciones que precisamente estaban implícitamente fundadas sobre la discriminación y sobre el sexo. Pienso que pretender que el universalismo es asexuado es un efecto ideológico y conservador. Es claramente sexuado, masculino. Los modos de integración clásica de las mujeres consisten en pedirlas que sean hombres, parcialmente o en determinados momentos. Se trata de un falso universalismo fundado sobre una exclusión de las mujeres, tanto explícita como implícita (por ejemplo, cuando las mujeres no tenían derecho a votar, eso no estaba escrito en ninguna parte). ¿Cómo pueden ser integradas las mujeres en universos (que desbordan ampliamente el universo político) en los que hay presunción de neutralidad y cuyo contenido fáctico es la masculinidad? Hay una paradoja en el intento de hacer entrar a las mujeres en universos que se fundamentan en su exclusión. Cuando una mujer llega a un medio de hombres, la interacción se funda sobre la común masculinidad del mundo, al que ella se encuentra dialécticamente enlazada ya que se trata de su propia exclusión. Lo que demuestra que el género no es una esencia, sino una construcción social, es el hecho de que, a pesar de todo, esa persona no es demolida físicamente por llegar a un círculo de hombres. Encuentro fascinante la cuestión relacionada con aquello con lo que las mujeres interactúan en estos medios masculinos. No ha sido suficientemente estudiada, pero comienza a serio. En un artículo de la revista Gender and Society (3), verdaderamente interesante, el género se presenta como un principio dinámico de conducta de interacción.
Este universalismo masculino permite, no obstante, la entrada de una mujer en ciertas condiciones, que hay que seguir estudiando. Mariette Sineau ha recogido entrevistas de mujeres políticas francesas en un libro publicado hace tres o cuatro años (4); en él se ve bien que es necesario que ellas dejen su piel de mujer en la puerta o que, por el contrario, ellas sean mujeres. Hay una imposibilidad -incluso para las personas participantes en estas interacciones- de dar fielmente las expectativas del género.
Para describir un sistema de ideas como el universalismo, el concepto de género es mucho más adecuado que la noción de sexo, que nos remite a algo biológico; habría que hablar de un universalismo «generizado» más que de un universalismo «sexuado».
Ante la lectura de un universal falsamente asexuado, ¿el debate francés sobre la paridad no ha ilustrado esta dificultad para situarse a la contra respecto a un sistema «generizado», al menos en el dominio político? ¿Cuál sería el desafío de una legislación paritaria para las mujeres? ¿No es una ocasión de plantear la cuestión de la ciudadanía de las mujeres?
Hemos publicado un número de Nouvelles Questions féministes -cuyo editorial he escrito yo- en el que hay un enorme dossier sobre la paridad. El número de diciembre de 1994 lleva tres artículos a favor de la paridad, el número de febrero de 1995 otros tres en contra. Es un tema que se discute desde hace al menos dos años y sobre el que hay muchas cosas que decir.
No he escrito un artículo preciso al respecto; no estoy ni a favor ni en contra, de canto en cierto modo. Por lo tanto, no puedo responder simplemente a esa pregunta porque no podría hacer abstracción de todo lo que he leído sobre el tema. Pienso que es un debate excesivamente complicado.
Grosso modo, puedo deciros que las mujeres que piden la paridad (al menos en el número que hemos publicado) lo hacen en nombre de un ideal democrático: la gente debe estar representada y las mujeres no lo están. Quienes están en contra acusan de dos cosas a las defensoras de la paridad. Por una parte, las acusan de esencializar a las mujeres, poniendo como evidencia que la humanidad está compuesta de hombres y de mujeres, lo que parece cierto pero frente al análisis feminista se muestra como muy problemático, ya que ello sitúa a hombres y mujeres no como constructos sociales sino como naturalezas. Por otra parte, también critican la ignorancia de las diferencias existentes entre las mujeres. ¿Es que no importa qué mujer podría representar verdaderamente los intereses de todas las mujeres? En otras palabras ¿es que las mujeres son necesariamente feministas? Todas estas objeciones son muy válidas.
Creo que la reivindicación de paridad debería formularse en otros términos. Es peligroso y regresivo decir que la humanidad se compone de hombres y mujeres para reivindicar la paridad, porque eso esencializa a los grupos y no permite el análisis en términos de construcción social. En cambio, se podría hacer una reivindicación del mismo orden fundada sobre la idea de clases, de grupos históricamente constituidos con intereses comunes, y sobre la base de lo que en Estados Unidos se llaman «acciones afirmativas» o «acciones positivas» o de «recuperación» respecto a un perjuicio históricamente cometido y conocido. Se trata de otra perspectiva intelectual y de otro fundamento para la misma reivindicación. Encuentro significativo qye se haya retrocedido ante esta perspectiva, porque en la sociedad francesa hay, en efecto, una resistencia muy fuerte ante el reconocimiento de que las mujeres han sido y son discriminadas y constituyen un grupo históricamente diferente.
Más allá de la manera en que ha sido formulada esta reivindicación de paridad -que, por otra parte, se inscribe en una concepción un poco estática de la democracia, afectando únicamente a la democracia parlamentaria-, ¿no es, con sus límites, una parte de la política de afirmación que apunta hacia la necesidad de un resarcimiento? En un momento dado, ¿puede ser necesario construir el género como una fuerza, aunque no sea representativa del conjunto de las mujeres e incluso se trate de una construcción provisional?
En efecto, esta reivindicación inicia un debate beneficioso en sí mismo, porque permite plantearse las cuestiones fundamenmles: ¿qué es la representación política, qué son las mujeres, qué son los hombres? Es cierto que está planteada en términos esencialistas, pero permitirá preguntarse cómo, desde un grupo del que se dice que se ha constituido naturalmente, se pasa a una representación política. Permitirá quizá plantearse la cuestión de la naturaleza política de los grupos de sexo, cuya necesidad de representación política deriva a mi entender de su naturaleza política.
Espero que se llegue a conceptualizar esta reivindicación no como reivindicación por una participación igualitaria, sino como exigencia de representación y de actividad política de un grupo precisamente porque ha sido oprimido y no a pesar del hecho de que ha sido opritnido, lo que es totalmente diferente. Por otra parte, no es seguro que esta reivindicación deba desembocar en la exigencia de una ley, como es actualmente el caso. Lo interesante es que existe la posibilidad de poner en cuestión uno de los fundamentos del génenero, de la división de los sexos fundada, en parte, sobre la exclusión de las mujeres y el acaparamiento de lo político por los hombres. Pienso, y es importante, que la reivindicación de constituir un grupo político sobre la base del género permite plantearse una superación. Lo que puede parecer paradójico es que para abolir las divisiones sexuadas o «generizadas» de la humanidad sea necesario profundizar primero esa división, reconocerla como lo que es. Hace falta, pues, construir en una primera fase una conciencia de género, pero hecha para ser provisional. Es una perspectiva que parece lógica para la gente que ha pensado la lucha de clases: la misma idea, desgraciadamente, no ha sido explorada en el feminismo, anclándose en posiciones bastante estáticas: o bien se quiere desembarazarse del sexo inmediatamente -es decir, se piensa que negar las diferencias (políticas) entre los sexos es una manera de abolirlas-, o bien se quiere profundizar la idea de género en una óptica estática, diferencialista. La idea dialéctica de que hace falta simultáneamente esta identidad de género pero para abolir la división de géneros no ha sido aún desarrollada, por lo que yo sé. Esta es, sin embargo, la perspectiva que, personalmente, he privilegiado siempre. Primero hace falta reconocerse como oprimida y, por tanto, luchar como mujer para combair y superar las divisiones «generizadas».
¿Acaso la batalla por la paridad es un desafío tanto más importante para el movimiento de mujeres en la medida que se muestra como una de las pocas batallas ofensivas en un período de retroceso, a diferencia de otras luchas que se sitúan más en el terreno de la preservación de los derechos adquiridos?
No creo que todas las batallas actuales del movimiento de las mujeres sean defensivas; en cuanto a la batalla por el aborto, eso es cierto, pero incluso en una lucha por la defensa de una conquista surgen forzosamente nuevas problemáticas. La situación ha cambiado; una conquista que data de hace 20 años no se defiende de la misma forma que una ley que acaba de ser aprobada. Evidentemente siempre es peor tener que defender una cosa que no debería tener que defenderse; pero, a la vez, esto no es inútil para el conjunto del combate y de la reflexión. Ya no estamos en el movimiento feminista de hace veinte o veinticinco años: los grupos trabajan mucho sobre el terreno, sobre tal o cual problema, se especializan. Entonces, esta atomización puede dar la impresión de que hay reivindicaciones aisladas que no tienen relación entre ellas. Sin embargo, las mujeres que militan contra la violación no detienen ahí su reflexión; en tanto que feministas, ellas reflexionan sobre la situación en que se coloca a las mujeres. No creo que en todo esto pueda haber luchas más avanzadas que otras, aunque las que se desarrollan sobre el ámbito institucional pueden parecer más avanzadas. Hay otras luchas ofensivas además de la paridad: por ejemplo, la lucha contra el acoso sexual.
Encuentro interesante el debate sobre la paridad, pero inmediatamente se ha puesto el acento sobre los aspectos positivos de la reivindicación, y, sin embargo, esta reivindicación no tiene solamente aspectos positivos. Si esta reivindicación paritaria se resitúa en un contexto más amplio, como reivindicación de participación política a nivel internacional, entonces aparece como un nuevo paso adelante del movimiento feminista. Pero en el contexto francés, no es tan seguro que constituya un avance: la manera en que ha sido formulada puede interpretarse también como un signo de debilidad del movimiento.
El problema de los desafíos y batallas del movimiento de las mujeres se inscribe hoy en un contexto particular, el de un retroceso sobre el terreno de los derechos sociales. ¿Hay en este terreno un intento de deslegitimación y de deconstrucción de las conquistas del feminismo, tendiendo a poner en cuestión el lugar conquistado por las mujeres en la sociedad, por ejemplo predicando su retorno a la esfera privada contra su inserción en el mundo del trabajo? Dicho en otros términos, ¿entramos hoy en el «tiempo de la revancha» a través de una dimensión sexuada de los retrocesos que se registran en el campo de los derechos sociales? ¿En este marco, cuáles pueden ser las batallas prioritarias del movimiento de las mujeres?
Hay apreciaciones muy variadas sobre este tema. Sociólogas feministas como Margaret Maruani dicen que las mujeres quieren trabajar y que han salido del hogar de manera irreversible. Otras interpretaciones son menos optimistas, la idea que se puede extrapolar a partir de la constatación de un movimiento continuo de entrada de las mujeres en el mercado de trabajo se basa sobre la representación de un medio igualmente constante, con circunstancias iguales. Sin embargo, no estoy segura de que las circunstancias sean hoy las mismas. Podemos tomar como ejemplo lo que ocurre en este momento en los países del Este y, en particular, en la ex-RDA: las conquistas de las mujeres parecían mucho más grandes que las de las mujeres francesas, ya que ellas tenían una participación en el mundo del trabajo casi igual a la de los hombres, pero el 85% de las que eran activas se encuentran ahora no solamente en el paro sino también como amas de casa. Además, con el paro de larga duración la diferencia entre una mujer desempleada y un ama de casa no es verdaderamente sensible. La una está inscrita en las listas de la ANPE [equivalente al INEM] y la otra no. Estamos en un período de aceleración de la transición hacia una economía anhelada por los partidarios del liberalismo, esto es, un capitalismo absolutamente salvaje. No es posible decir hasta dónde va a llegar esto, sobre todo porque no se ve con claridad cuáles son las fuerzas que pueden detener esta evolución. No afecta sólo a las mujeres. Se excluye del mundo del empleo y, sobre todo, del mundo de la renta independiente, de la renta del trabajo, a partes no marginales de la población, estadísticamente significativas. En este marco hay que ver los intentos de devolver las mujeres al hogar, intentos que no sé bien si realmente triunfan, en el sentido de que no hay forzosamente adecuación, por ejemplo, entre el objetivo de una medida social como el subsidio parental extendido al segundo hijo y el número de mujeres que retornan al hogar. Esta medida no provoca forzosamente el retorno al hogar, pero juega un papel de acompañamiento que, en todo caso, marca la aspiración de que las cosas sucedan así.
A esto yo no lo llamaría un retorno al hogar sino un retorno a la marginalidad social. Y soy tanto menos optimista al respecto en la medida que las estructuras de la familia patriarcal, las estructuras de dependencia, siguen estando bien asentadas y son sostenidas por el Estado.
Los sistemas de protección social permiten a los hombres adultos tener personas dependientes de ellos y que disponen de una protección social a través de ellos; la fiscalidad incentiva las familias en las que trabaja una sola persona. Hay numerosas ayudas financieras del Estado a la dependencia de las mujeres. Ayudas que no son objeto de contestación feminista, lo que lamento porque éste es uno de los terrenos en los que la lucha feminista debería colocarse, probablemente uno de los terrenos prioritarios. En tanto que estas estructuras patriarcales permanezcan, será verdaderamente difícil legitimar el empleo de las mujeres. Coexisten dos estructuras ideológicas y económicas: la una acepta la demanda de independencia de las mujeres, el derecho al empleo de las mujeres, y dice que las familias tienen necesidad de dos salarios; la otra dice que es legítimo ser ama de casa mantenida por el marido y que el Estado debe ayudar a este tipo de familias. En tanto que no desaparezca el segundo tipo de discurso, en tanto que la familia patriarcal sea subvencionada, los principios de dependencia continuarán inscritos tanto en los hechos como en las cabezas.
Igualmente, hay una tendencia -que no es nueva y forma parte de las recuperaciones patriarcales- a proponer a las mujeres una inserción en la sociedad que, no obstante, no las coloca en el mundo del trabajo. En el informe del gobierno francés para la próxima conferencia de Pequín (redactada por cuatro personas, de las que tres eran sociólogos hombres) se observa muy bien cuál es el «nuevo papel» propuesto a las mujeres. No dice directamente que se trata de un retorno a lo privado o de una extensión de lo privado, pues se eufemiza bajo el término de «cohesión social». Se trata de acelerar la sociedad dual, y hay algunos universitarios que pueden ser utilizados para justificar estos proyectos, como se ve claramente en los libros de André Gorz, que propone dos tipos de trabajo y dos tiempos de trabajo, pero que nunca ha propuesto un reparto equitativo entre los trabajos que dan una independencia económica y los que no la dan, entre hombres y mujeres en particular. Sin embargo, el proyecto de Gorz es visto como un proyecto de izquierda mientras que el informe Minc es visto como un proyecto de derecha. Sin embargo, tienen en común la propuesta de extensión de los servicios gratuitos; nunca se dice que son las mujeres las que los prestarán, pero se sabe que ya son las mujeres quienes lo hacen en el dominio llamado de lo privado, y nada se propone para cambiar eso. Además, el desmantelamiento del sistema de protección social al que apuntan las medidas gubernamentales supone un proyecto en el que las mujeres prestarán gratuitamente servicios a los enfermos, a los ancianos, a los niños, para los que ya no habrá residencias, guarderías, hospitales, etc. No son las mujeres las únicas que tienen que oponerse al desmantelamiento de la protección social, pero es fundamental que ellas se interesen e inquieten por ello.
A pesar de las dificultades encontradas por el movimiento de las mujeres, tanto por los ataques a sus conquistas como por la atomización del movimiento que tú misma has señalado, ¿no se ha producido desde hace algunos años la emergencia de nuevas formas de práctica política de las mujeres, principalmente a través del importante lugar que ocupan en las redes asociativas y en los nuevos movimientos sociales como el de oposición al CIP [Contrato de Inserción Profesional]? ¿Se puede ver en ell la emergencia de un movimiento de las mujeres con una práctica y una expresión política diferentes a las del feminismo de los años 70, pero garantizando el relevo por una nueva generación?
Es cierto que se pueden observar los efectos de la concienciación de Las mujeres en lo que ellas hacen en los movimientos asociativos, los movimientos políticos mixtos, etc. Creo que las mujeres tienen un papel más activo pero no un papel «desgenerizado» en una sociedad que sigue siendo «generizada». Hay apreciaciones pesimistas, que constatan que las mujeres son, como de costumbre, las segundas, las ayudantes de los militantes hombres. No hay duda de que existe un progreso, pero es difícil tomar la suficiente distancia para apreciarlo de manera justa.
El movimiento de las mujeres ha generado grupos de investigación, publicaciones universitarias feministas en ciencias humanas, creadas y animadas por mujeres. ¿Puedes describir rápidamente la génesis de esta construcción y cuál es la situación actual? ¿Se puede por otra parte considerar que en todo eso hay un laboratorio de ideas y de resistencia en la era del retroceso? ¿Cuál es el proyecto y la función de la revista Nouvelles Questions féministes, inscrita en este movimiento?
Es un tema sobre el que podría hablar mucho, pero intentaré daros respuestas esquemáticas. Se puede decir que los estudios feministas, esto es, las reflexiones teóricas utilizando la metodología de las disciplinas constituidas, han comenzado en Francia hacia 1976-77. Una de las primeras manifestaciones fue la revista Questions féministes, que comenzó a salir en 1977 porque se carecía materialmente de lugares en los que publicar artículos de reflexión algo extensos. Los periódicos feministas eran periódicos militantes con artículos cortos, y nosotras queríamos fundar una ciencia feminista, que, de hecho, se desarrolló de una manera paralela a la universidad y a la investigación, de forma semiclandestina. Yo firmé mi primer artículo, «El enemigo principal», publicado en 1970, con un seudónimo; tenía dos razones para eso: por una parte, la regla del anonimato en el movimiento y, por otra, en ese momento no podía permitirme profesionalmente firmar ese artículo. Lo reivindiqué algunos años después, lo que no dejó de causarme algunos problemas. Después, se han desarrollado los cursos con contenido feminista y las investigaciones feministas, pero estas investigaciones no recibían financiación y no podían presentarse como tales hasta 1982. En 1981, con la llegada de los socialistas al poder, Chevènement (entonces ministro de la Investigación) convocó los Encuentros de la Investigación, y nos dimos cuenta que en ellos no había nada sobre las mujeres ni sobre las feministas. En ese momento había ya un suficiente número de mujeres universitarias que participaban en grupos de reflexión y que estaban más o menos implicadas en los grupos militantes; habíamos convergido ya en la gran fluidez de este movimiento social y nos dijimos que había que intervenir. No logramos cambiar el curso del coloquio, pero sí obtuvimos del director del departamento de las Ciencias llamadas «del Hombre y de la Sociedad», Maurice Godeler, y de una parte del ministerio de la Investigación, la financiación de un coloquio sobre los estudios feministas. Tuvo lugar en Toulouse en 1982 y fue un gran éxito, un gran reagrupamiento donde se discutió mucho sobre la entrada en las instituciones universitarias, sobre lo que no había consenso: muchas mujeres preferían que los estudios feministas quedasen al margen de las instituciones, aunque ellas mismas ya perteneciesen profesionalmente a éstas.
Otras, entre las que me encontraba, pensaban que no había en absoluto ninguna razón en contra. La institucionalización que siguió fue bastante débil: una «Acción temática programada» del CNRS, en otros términos, un programa corto, de unos cuatro años. Esta pequeña victoria se ha desmoronado aunque se pudo creer que constituiría una plataforma para obtener otras cosas. De hecho, podría decirse que a partir de ahí hubo un período de mayor visibilidad y de inicio de la legitimidad (o de la menor ilegitimidad) de los estudios feministas.
Pero pronto se manifestaron un giro de tuerca en sentido contrario y la resistencia de la sociedad al feminismo, incluso bajo el reinado de los socialistas. Hoy, ocho o nueve años después del final de ese programa, la situación en el CNRS, por ejemplo, es catastrófica. y va a agravarse. Hay un dossier sobre este tema en el número de Nouvelles Questions féministes de diciembre 1994. Para daros una idea, el gobierno ha nombrado un comité científico de cuatro personas para elaborar el informe de Francia a la ONU en el marco de la preparación de la cuarta Conferencia mundial sobre las mujeres, que tendrá lugar este año en Pequín. De cuatro personas, tres son hombres; estos tres hombres son considerados ahora como los especialistas de los estudios feministas, mientras que las feministas y las investigadoras feministas han sido excluidas de este informe.
Hacen abiertamente planes, no ya de desmantelamiento de los estudios feministas, porque ese desmantelamiento ya se ha producido, sino para proseguir la deslegitimación de esos estudios en las universidades. Estos 3 hombres son especialistas en la familia; quieren hacer «entrar en vereda» a las investigadoras feministas, principalmente suprimiendo el adjetivo «feminista» y subsumir toda la cuestión bajo el término de «estudios sobre mujeres». Esto significa volver a la concepción de los estudios sobre mujeres que prevalecía en los años 70, esto es, estudiar las mujeres y el empleo, las mujeres en la familia, etc. Se trata de considerar a las mujeres como complementos del hombre, definidas en particular por su rol familiar. Se trata así de prohibir toda problemática más general, toda problemática de la dominación que pondría de facto en causa al conjunto de la sociedad.
Se asiste en Francia a una evolución que es exactamente la inversa de lo que pasa en los otros países del mundo occidental y que es muy preocupante. Me he preguntado frecuentemente cuanto tiempo podrá Francia, en éste y otros aspectos, ir contra-corriente de lo que ocurre en Europa,
La situación es quizá menos dramática en las universidades que en la investigación Pues los cursos calificados de estudios feministas no forman parte del programa. Son tolerados de hecho. Una mujer que enseña sociología de la familia puede montar su curso sobre las mujeres, pero esto no significa que, si ella se va, otra continúe haciendo ese curso sobre las mujeres; lo que distingue a los estudios feministas es toda una concepción.
En Francia, abordar un estudio de la sociedad desde el punto de vista de la división en géneros sigue siendo considerado como un punto de vista militante y, por tanto, acientífico, contrariamente a lo que, por ejemplo, ocurre en los Estados Unidos. La Universidad y la Investigación francesas tienen una definición totalmente desfasada de la ciencia, como algo neutro (semejante a la definición en Francia del universalismo), que no toma parte en los conflictos sociales. Esto es una ingenuidad increíble y muy curiosa si tenemos en cuenta el alto número de simpatizantes de izquierda que trabajan en estas instituciones. Esta idea de que todo proyecto militante es acientífico ha sido expuesta por alguien con la autoridad intelectual de Bourdieu(6). Hay numerosos intelectuales que se consideran o son considerados como simpatizantes de la izquierda, que toman posiciones profundamente reaccionarias: quieren mantener finalmente un modelo intelectual, y por tanto una representación de la sociedad, que se basen sobre una única visión, forzosamente la visión de los dominadores,y que no acepta ninguna contestación directa por parte de los grupos dominados. En esa línea, se pretende que sólo puede haber un punto de vista sobre la historia, que el universalismo de la Ilustración es inatacable, que es un horizonte irrebasable. Podemos verlo todos los días, en la resistencia ante la problemática del género, ante el cuestionamiento feminista de la sociedad y de las ciencias sociales.
Nuestro punto de fista, en Nouvelles Questions féministes, no es un punto de vista que al universalismo oponga el particularismo o el relativismo, que son dos posiciones reaccionarias. Creemos en el universalismo, esto es, en los derechos humanos; lo que no creemos es que éstos existan ya y que el universalismo esté realizado.
El universalismo sigue siendo mi proyecto, y, en cierta manera, una utopía por la que hay que luchar. Luchar es denunciar incansablemente el falso universalismo, la ideología según la cual el universalismo ya está cumplido, pues esta ideología es tan perniciosa como las que combaten la idea misma de universalismo. Hay que demostrar que lo universal, tal y como lo conocemos, no solamente excluye a las mujeres, a los pueblos del Tercer Mundo, a los Negros, a los Arabes y otros «extranjeros», sino que se fundamenta sobre esta exclusión y sobre la solidaridad entre hombres blancos, teniendo los dos términos -hombre y blanco- la misma importancia.
Esta es una de las líneas de fuerza del proyecto intelectual y político de nuestra revista: criticar la «razón occidental» que es también razón masculina, o más bien una razón de la supremacía masculina, como también es una razón de la supremacía occidental. Esta denuncia está en el polo opuesto de las denuncias particularistas, que critican, por ejemplo, la razón porque sería «occidental» y, por definición, no adaptada para las personas de color o para las mujeres. Este tipo de denuncia esencializa Occidente y también el no-Occidente. Por el contrario, lo que nosotras denunciamos es el particularismo efectivo de lo que hoy se presenta como lo universal.
Nouvelles Questions féministes se enfrenta con muchas animosidades en los medios de la investigación francesa, profundamente misógina y, más en general, extraordinariamente conservadora. Toda la intelligentsia francesa se burla del «politically correct» ‘americano, cuando éste es uno de los signos de la denuncia del falso universalismo, del eurocentrismo y del androcentrismo de la cultura occidental. Más allá de las divisiones clásicas, la intelligentsia francesa está falta de la renovación que están efectuando sectores enteros de la intelligentsia anglosajona.
¡Aunque nuestra revista es conocida internacionalmente y apreciada a nivel científico, siendo una de las cinco (entre más de 200) revistas e ciencias humanas y sociales en lengua francesa que tiene el honor de ser indexadas en la única revista internacional de sumarios, el CNRS sigue clasificándonos en la penúltima posición para las solicitudes de subvención, y nosotras seguimos rechazándola!
La situación en Francia es pues única en el mundo desarrollado; las investigaciones, las enseñanzas y las publicaciones feministas son, no 10 veces menos, sino 100 veces menos numerosas que en países muy próximos como Inglaterra; lo que demuestra que el desarrollo intelectual no tiene gran cosa que ver con el nivel económico, ni siquiera con la relación de fuerzas política en el sentido tradicional. Hay una resistencia típicamente mediterránea, e incluso típicamente francesa, al feminismo y a todo lo que implica de puesta en cuestión, tanto en el terreno práctico como en el intelectual. Y la resistencia es quizá aún más pronunciada en lo intelectual, pues es difícil decir que la situación concreta de las mujeres sea mejor en Holanda o en Inglaterra; sin embargo, la apertura a las ideas feministas, al menos en algunos sectores de la sociedad, como la Universidad, es incomparablemente mayor en estos dos países, por no citar otros, sin hablar de los paises nórdicos o de Estados Unidos.
NOTAS
1. Les Cahiers GRIFS, «Le gendre de l’histoire», coeditado por Eleni Varikas y Christine Planté.
2. «The Sexual Contact», Polity, 1988.
3. «Doing Gender», en «The Social Construction of Gender», recopilaciónn de artículos publicados en la revista Gender and Society.
4. Economica 1988
5. Nouvelles Questions féministes, nº4,1994.
6. Ver al respecto el artículo de Françoise Armengaud y Ghaiss Jasser, Nouvelles Questions féministes, nº4, 1994, y el de Anne Marie Devreux, Nouvelles Questions féministes, nº1, 1995.