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España, 1937

El Congreso en Defensa de la Cultura

Fuentes: Rebelión

Hoy se cumplen sesenta y nueve años de uno de los más importantes acontecimientos culturales del siglo XX: el agrupamiento militante de los escritores del mundo en contra del fascismo naciente. En un clima creciente de extremismo derechista, de acentuación del fascismo y de los regímenes autoritarios, se fundó en París en 1933 por Louis […]

Hoy se cumplen sesenta y nueve años de uno de los más importantes acontecimientos culturales del siglo XX: el agrupamiento militante de los escritores del mundo en contra del fascismo naciente. En un clima creciente de extremismo derechista, de acentuación del fascismo y de los regímenes autoritarios, se fundó en París en 1933 por Louis Aragon, ─tras apartarse del surrealismo─, la Maison de la Culture. Poco después surgía la revista Commune, con Gide, Barbusse y Nizan.

La revolución de octubre avanzaba entre las purgas estalinistas y los planes quinquenales, que iban acercando la Unión Soviética a cifras de producción similares a los países industrializados del oeste de Europa. El Primer Congreso de Escritores Soviéticos se efectúa en agosto y septiembre de 1934 y a él asisten Alberti, María Teresa León, Malraux, Aragon y Nizan. La tensión entre la realidad y las utopías desencadenó un activo impulso revolucionario y fortaleció a la izquierda radical.

Influidos por el espíritu militante alentado en Moscú, el 21 de junio de 1935 se inauguró en la Sala de la Mutualité, en París, el Primer Congreso Internacional de Escritores y a los intelectuales anteriormente mencionados se unieron ahora Romain Rolland, Jean Giono, Ilia Ehrenburg, Jean Cassou y Alexei Tolstoi. Un total de doscientos treinta delegados discutieron sobre humanismo y nacionalidad, oposición o acuerdo del escritor y la sociedad, el individuo expresión de su clase, valor crítico de la literatura, papel social de la literatura, continuidad y ruptura.

De ese Congreso emanó la decisión de fundar la Asociación Internacional para la Defensa de la Cultura con una junta directiva de doce miembros entre los cuales se hallaban Valle Inclán, Thomas Mann, Gorki, Bernard Shaw, Aldous Huxley y Sinclair Lewis. Bergamín propuso que se realizara un Segundo Congreso, similar a éste, en Madrid. En junio de 1936 se reúne en Londres el pleno de la Asociación y un mes después estalla la Guerra Civil en España con el alzamiento de las tropas nacionalistas contra la república.

Inmediatamente los defensores de la cultura emitieron un manifiesto definiendo su postura ante esa nueva situación. Se habla de la herencia espiritual que el pueblo español defiende y la deuda de los hombres de cultura con el inmenso tesoro dispensado por España al mundo. Ese documento lo firman Alberti, Bergamín, Antonio Machado, Ehrenburg, Aragon y Malraux, entre otros.

Las contingencias de la guerra determinan un cambio de fecha y de lugar. En lugar de Madrid el Congreso se inaugura en Valencia, entonces capital del gobierno republicano pero a la vez se declaran como sedes a Madrid y Barcelona y se decide que la clausura se efectúe en París. Algunos gobiernos europeos ponen impedimentos para obstaculizar el viaje de varios escritores, entre ellos el gobierno británico que bloquea la concesión de visados a la delegación inglesa, lo cual motiva una enérgica protesta de Stephen Spender.

A diferencia de los anteriores en este Congreso se advierte una fuerte presencia latinoamericana: Raúl González Tuñón por Argentina, Pablo Neruda y Vicente Huidobro por Chile, César Vallejo por Perú y una nutrida delegación mexicana compuesta de Juan de la Cabada, José Chávez Morado, José Mancisidor, Carlos Pellicer, Silvestre Revueltas y Octavio Paz, entre otros. Por Cuba asistieron Leonardo Fernández Sánchez, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Juan Marinello y Félix Pita Rodríguez.

¿De qué se defendían estos «defensores de la cultura»? En el Congreso del Partido Nacional Socialista Alemán, efectuado en Nuremberg en 1935, su dirigente máximo Adolfo Hitler declaró: «La misión del arte no es acercarse a la podredumbre ni describir al ser humano en estado de putrefacción». A partir de entonces, y alegando la decadencia moral del arte de vanguardia, numerosas obras fueron incautadas en museos y colecciones privadas. Con ellas se organizó una exposición de «arte degenerado» en Munich, en julio de 1937, (antes de destruirlos), con cuadros de Braque, Chagall, de Chirico, Gauguin, Van Gogh, Kandinsky, Leger, Matisse, Mondrian, Roualt, Vlaminck y Picasso. Las obras fueron clasificadas en salones que llevaban rótulos que definían sus «transgresiones»: el campesinado alemán visto por los judíos, insultos a la maternidad germánica, burlas a Dios. Se proclama como «arte degenerado» todo el período del dada, el cubismo, el expresionismo, el fauvismo y el surrealismo. Joseph Goebbels declara sobre los artistas prohibidos, el 26 de noviembre de 1937: «Son representantes seniles a quienes no puede tomarse en serio y forman parte de un período de monstruosas creaciones intelectuales». Con esos truenos en el horizonte el destino del arte de avance, de la literatura liberal, de la libre emisión del pensamiento, se ve torvamente amenazado. El triunfo del fascismo implicaría el auge de la censura, de la diatriba de Estado, de las expresiones mediocres de un realismo edulcorado. A eso responden los intelectuales reunidos en España. El Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura se inauguró en Valencia el 4 de julio de 1937.

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