Armand Balsebre, catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad de la UAB, es autor de El lenguaje radiofónico (Cátedra, 2012, 6ª edición) e Historia de la radio en España (Cátedra, 2001-2002, dos volúmenes). Junto a Rosario Fontova ha publicado Las cartas de La Pirenaica. Memoria del antifranquismo (Cátedra, 2014). Rosario Fontova es además autora de […]
Armand Balsebre, catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad de la UAB, es autor de El lenguaje radiofónico (Cátedra, 2012, 6ª edición) e Historia de la radio en España (Cátedra, 2001-2002, dos volúmenes). Junto a Rosario Fontova ha publicado Las cartas de La Pirenaica. Memoria del antifranquismo (Cátedra, 2014).
Rosario Fontova es además autora de La Model de Barcelona. Històries de la presó (Generalitat de Catalunya, 2010).
Nos centramos en esta conversación en la última de sus publicaciones conjuntas: Las cartas de Elena Francis. Una educación sentimental bajo el franquismo, Madrid, Cátedra, 2018, 510 páginas.
Para los lectores más jóvenes, ¿quién o qué fue Elena Francis?
Elena Francis fue la reina de los consultorios, un formato de programa diseñado para la audiencia femenina en las tardes radiofónicas del franquismo. Fue un personaje de ficción creado por el Instituto Francis y Radio Barcelona (Cadena SER) al servicio de la promoción comercial de los productos y tratamientos Francis, y como instrumento de propaganda del nacionalcatolicismo. Elena Francis nunca existió en realidad, pero las oyentes que acudieron a su consulta, durante los poco más de 33 años de existencia continuada en las ondas, siempre consideraron que tras la voz que les hablaba desde el micrófono y tras la firma que cerraba las cartas de respuesta a sus consultas en la comunicación postal había un personaje verdadero y auténtico.
¿Quién o quiénes escribían las cartas? ¿Cuántas cartas se escribieron aproximadamente? ¿Cuántas se conservan?
Las cartas fueron recibidas en las distintas emisoras donde se radiaba el consultorio sentimental y en la sede del Instituto Francis, enclavado inicialmente en la calle Pelayo. Y finalmente en la Ronda de San Pedro de Barcelona. Debieron de recibirse millones, de las cuales se conservan unas 100.000, que fueron rescatadas in extremis de la destrucción. Fueron halladas en 2005 en una masía de Cornellà, depositadas en cajas muy deterioradas a causa de la humedad y los roedores. Esta masía había pertenecido a la familia Fradera, una de las 200 fortunas más ricas de Cataluña.
El subtítulo de vuestro libro es «La educación sentimental bajo el franquismo». ¿A qué llamáis educación sentimental? He pensado al leerlo en Manuel Vázquez Montalbán, ¿un homenaje?
Decía Vázquez Montalbán sobre Elena Francis que «esa voz es un cordón umbilical con los paraísos de la infancia», en referencia a los sonidos de la radio que se oían en las casas españolas durante la dictadura. En concreto, muchas personas recuerdan la hora de la merienda con el sonido del consultorio de fondo como un regreso a la feliz niñez de los juegos. Vázquez Montalbán escribió sobre Elena Francis y la radio, sobre la copla, sobre el cine español, siendo seguramente el primero que analizó todos estos fenómenos de la cultura popular como auténticos fenómenos de la comunicación de masas sin menosprecio elitista. Todo ese poso cultural es el que conformaba la educación sentimental, forjada a base de los recuerdos y sensaciones, una especie de «magdalena de Proust» de la clase trabajadora. Y es también el que va apareciendo en las cartas de Elena Francis.
Publicasteis también en Cátedra, en 2014 si no recuerdo mal, Las cartas de la Pirenaica. Sé que no es lo mismo (aunque tal vez haya alguna relación). ¿Os interesa especialmente el género epistolar? ¿Por qué?
El género epistolar, que ha pasado a ser arqueología, es una herramienta muy atractiva para analizar el pasado y mucho más fiable que las memorias. Los dos fondos epistolares que hemos estudiado contienen el suficientemente número de cartas sobre los principales temas como para que la anécdota se convierta en categoría. Las cartas de la Pirenaica analizaba las cartas que enviaban los antifranquistas a Radio España Independiente (REI). Esta correspondencia componía un fresco muy completo y representativo de la España amordazada. Allí por ejemplo se menciona por primera vez la existencia de fosas comunes, con una precisión exacta, o se informa de conatos de protesta contra la dictadura, en parte magnificados por la propia emisora. Lo que nos ha interesado es que tanto en el epistolario REI como el de Elena Francis se revela la vida cotidiana de los españoles diríamos anónimos, que estaban alejados de las clases privilegiadas o dirigentes, y que escribían de forma sincera e ingenua, auténtica. Y en ambos casos aparece un excelente retrato colectivo de cómo eran y qué hacían. Por otro lado, ambos epistolarios, que abarcan prácticamente el mismo período cronológico, tienen algo en común muy curioso en torno a la necesidad de referencias o mitos. Los antifranquistas veneraban a Dolores Ibarruri, la Pasionaria, a la que consideraban una madre y protectora. Las Mujeres Francis veneraban a Elena Francis de una forma parecida.
¿De quién surgió la idea de «Elena Francis»? ¿Con qué objetivo?
El personaje de Elena Francis fue una idea de Francisca Bes Calbet, directora del Instituto Francis, y de la primera guionista del consultorio, Ángela Castells, la autora principal, que construyó el personaje como esa «madrecita buena», hada protectora y ángel de la guarda de centenares de miles de mujeres atormentadas que buscaban en sus consejos alivio y consuelo. Pero al mismo tiempo, esa «madrecita buena» fue también una «policía de la moral», protectora implacable del dogma de Acción Católica, martillo de infieles, una de las que mejor contribuyó a la recristianización de la sociedad que se opera en España tras la guerra civil, complementando las misiones de apostolado femenino de la Sección Femenina, Acción Católica y el Patronato de Protección de la Mujer.
¿Cómo llegó a tener «Elena Francis» el abrumador éxito que tuvo? En mi casa se escuchaba por ejemplo.
El éxito de Elena Francis se debe a una suma de factores. Primero, por la calidad de la factura expresiva y narrativa con que fue creado el personaje, a partir de las líneas maestras que impuso desde un principio la guionista Ángela Castells, una dramaturgia que supieron continuar sus sucesores. Ángela Castells combinaba muy bien el lenguaje culto con expresiones más propias del lenguaje común que utilizaban las mujeres de clase trabajadora. En segundo lugar, porque Elena Francis, aunque impartía doctrina, también ofrecía consejos muy sensatos para la solución de problemas estéticos, domésticos y sentimentales, y lo hacía en un registro que mezclaba el afecto y el cariño maternal con la censura y la reprobación más vehemente. Muchas mujeres, emigrantes, sobreviviendo en los grandes núcleos urbanos o en centros industriales, sin familia a su lado, desarraigadas, necesitaban oír una voz que las escuchara y aconsejara. Esa fue Elena Francis. Y en tercer lugar, por el misterio que había detrás del personaje, la voz sin rostro, que amplificaba los mecanismos de persuasión. Sin embargo, creemos que el poder comunicativo de Elena Francis no residió únicamente en la radio, sino en su dimensión epistolar. El poder de Elena Francis no fue solo mediático, sino que estuvo en ese más de un millón de cartas que Elena Francis contestó de forma personal, construyendo una relación más íntima con su público y mucho más efectiva.
¿En qué sectores sociales influía más? ¿En las clases trabajadoras? ¿Por qué en estos grupos sociales si fue así?
La realidad que confirman las cartas es que el público mayoritario del consultorio fueron las mujeres de clase trabajadora, aunque la emisión se dirigía principalmente a mujeres de clase media, que era el público más capacitado para adquirir los productos Francis y frecuentar los tratamientos de estética y belleza del Instituto; como se decía en la emisión inaugural del 27 de noviembre de 1950, «para ayudarles en el lugar que ocupan, tan difícil, tan duro, pero tan digno y tan hermoso de amas de casa».
Y fue así porque la radio se convirtió en los años 50 y 60 en el medio principal de la cultura popular, con los seriales, la música de copla, los concursos y los consultorios como elementos principales. Una parte importante de la audiencia femenina de clase trabajadora, aislada en el hogar, invisible en la esfera pública, conseguía a través del consultorio una notoriedad inédita muy gratificante.
¿Se puede hablar de una «Mujer Francis»? ¿Cuáles serían sus características si tuviera sentido mi pregunta anterior?
Es necesario distinguir entre el público que escuchaba la radio y las mujeres que escribían cartas. La Mujer Francis era en general joven e inmigrante. Un 67% de las cartas analizadas en nuestro estudio proceden de Cataluña, pero fueron escritas en su mayoría por emigrantes de Andalucía, Castilla, Valencia, Aragón, Extremadura o Galicia. Había amas de casa (se casaban jóvenes, hacia los 20 años), trabajadoras de las fábricas, modistas, campesinas, oficinistas y sirvientas. El estilo de las cartas, la falta de instrucción que revelan y el tipo de vida que llevaban demuestra que el grueso de las mujeres que escribían al consultorio pertenecían a las clases más humildes. El aspecto personal, las relaciones con las amigas y con el novio centraban sus preocupaciones. Cuando se casaban, la cosa empeoraba y ahí entran los relatos de abusos, malos tratos, alcoholismo, etc. En general, revelaban situaciones de vulnerabilidad personal y aislamiento social, de soledad y desamparo.
¿Qué ideología se destilaba en el consultorio radiofónico? ¿Se puede hablar de nacional-catolicismo patriarcal en estado puro?
El consultorio de Elena Francis fue una herramienta muy eficaz para la educación de la mujer en las normas de la Iglesia. Las pautas de buen comportamiento que imponía la señora Francis en asuntos de moral, familia y relación con los hombres coincidían perfectamente con los postulados de Acción Católica. Hay múltiples referencias directas a esta institución religiosa en las respuestas. A las chicas casaderas, por ejemplo, Elena Francis les decía que alternaran en Centros y Círculos de Acción Católica, «allí conocerá a verdaderos caballeros con el servicio militar cumplido y entre ellos hallará el verdadero amor».
En el universo Francis casi todo era pecado y la mujer debía obediencia y sumisión al padre o al esposo. Ante los problemas de maltrato, abandono del hogar, adulterio o violación, Elena Francis pedía resignación, olvido y perdón, con los lugares comunes propios de la retórica eclesiástica: «la vida, amiga mía, es un valle de lágrimas», «para juzgar está Dios», «hemos venido a este mundo únicamente a sufrir y no a gozar», etc. Desde esta perspectiva, la doctrina Francis intervino ejemplarmente en la legitimación el franquismo.
¿Y quiénes eran las voces y los guionistas del programa? ¿Llegaron a ser conocidos por la ciudadanía?
En una primera etapa hemos detectado en las cartas que algunas oyentes sí conocían la identidad de las voces que había detrás del personaje de Elena Francis, pues eran actrices que formaban parte también del cuadro escénico de la emisora. A María Garriga, por ejemplo, la primera Elena Francis, al mismo tiempo que interpretaba este personaje se le podía escuchar también en algunos de los seriales y radioteatros de la emisora. Pero la mayoría de las oyentes y consultantes lo ignoraban y creían ciegamente que Elena Francis era la voz que la representaba. Y por supuesto, aquellas que recibían en su domicilio una carta de respuesta a sus consultas no dudaban en absoluto de que fuera Elena Francis en persona quien estaba detrás de la firma que cerraba las cartas. Fue una inmensa impostura, que se mantuvo durante más de tres décadas con un gran secretismo, obligando a las actrices y locutoras a guardar silencio sobre cualquier aspecto del consultorio. Todavía hoy ha sido difícil hacer hablar a antiguas empleadas del Instituto Francis para que colaboraran con nuestra investigación.
Tomemos un respiro si os parece.
Nos parece
Fuente: El Viejo Topo, núm. 374, marzo de 2019.