El compulsivo hábito de comprar tiene consecuencias ecológicas nefastas que dejan serias secuelas en los pueblos del Sur, según los expertos. Pronostican, además, que este año sería uno de los más calurosos del último siglo. Es hora de que la gente se dé cuenta de la relación existente entre sus compras y las consecuencias que […]
El compulsivo hábito de comprar tiene consecuencias ecológicas nefastas que dejan serias secuelas en los pueblos del Sur, según los expertos. Pronostican, además, que este año sería uno de los más calurosos del último siglo.
Es hora de que la gente se dé cuenta de la relación existente entre sus compras y las consecuencias que eso tiene en el deterioro ambiental y el calentamiento global.
En América del Norte las ventas para las celebraciones de Navidad y Fin de Año alcanzaron cifras récord.
Es sabido que los estadounidenses, canadienses y, en menor medida, los europeos, son consumidores que derrochan a granel. Se necesitarían cinco planetas para sustentar el consumo de los primeros y tan sólo tres si todos nos comportásemos como los segundos, según el informe Planeta Viviente del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés).
La humanidad superó la capacidad del planeta para sustentarnos en 1984, según ese informe. En estos 22 años, los niveles de consumo de recursos se aceleraron no sólo en América del Norte y Europa sino también en China e India, además de algunas zonas de Asia y América Latina.
El ritmo de consumo sin precedentes que para los economistas es un signo del saludable estado de la economía mundial, provocó el llamado cambio climático, entre otros males sociales y ambientales.
«La gente no cree que sus acciones individuales hagan la diferencia», dijo a IPS Monique Tilford, directora ejecutiva del Centro para un Nuevo Sueño Americano, una organización que aboga por un consumo responsable desde el punto de vista ambiental y social.
Por ejemplo, una computadora china que en Estados Unidos o Europa se compra por 40 o 50 dólares puede ser un producto de la tala ilegal de las selvas de Indonesia.
Esa acción ilícita fomenta las organizaciones criminales, la pérdida de la biodiversidad, libera grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera y provoca la pérdida de tierras a los pueblos indígenas.
«Es necesario que la gente se transforme en consumidores con consciencia ambiental y social», señaló Tilford.
Es decir que compren menos cosas que no son imprescindibles para su subsistencia, pero también que estén dispuestos a gastar más en productos que no dañan el ambiente ni a los pueblos de otras naciones.
«Y quienes están dispuestos a ser más conscientes suelen no disponer del conocimiento ni la información acerca de qué es mejor, y ese es el papel de organizaciones como la nuestra», añadió.
La organización de Tilford inició una Red de Compra Responsable dirigida a los gobiernos estatales y locales en 2000, que logró crear un gran mercado de productos que no dañan el ambiente.
«Es muy complicado para la gente saber de dónde vienen y cómo se fabrican los productos que ven en los comercios», señaló Lester Brown del estadounidense Earth Policy Institute, comprometido con una economía sustentable a favor del ambiente.
China fabrica un tercio de los muebles del mundo, un dato sorprendente para un país que protege sus selvas con rigor.
La importación de madera se disparó en ese país y supera ampliamente los 40 millones de metros cúbicos por año. Los datos muestran que la reexportación de productos forestales de China a Estados Unidos y Europa aumentó alrededor de 900 por ciento desde 1998.
«La escasez cruza las fronteras con rapidez «, señaló Brown en una entrevista. «Si los fabricantes de muebles chinos no consiguen árboles en su país, los consiguen en Siberia, Myanmar (nombre dado a Birmania por la junta militar gobernante), Papúa Nueva Guinea e Indonesia».
Greenpeace, Global Witness y otras organizaciones registraron grandes operaciones madereras ilegales en esos países, teniendo a China como principal destino de esos productos.
En la década pasada, China se convirtió en el principal fabricante de productos de bajo costo. Más de 80 por ciento de los juguetes, incluyendo artículos electrónicos que se venden en el mercado estadounidense son fabricados en ese país. «Si no consumiéramos todas esas cosas chinas, ese país no estaría creciendo tan rápido», apuntó Brown.
El consumo excesivo llegó al absurdo de que un ciudadano estadounidense común, que vive en la nación más rica, gasta más de lo que gana al año.
Tilford admite que a nivel del consumidor individual, la gente suele estar tan ocupada que no quiere saber, o ignora, lo obvio, que su comportamiento conlleva impactos ambientales como el recalentamiento global.
«Es impresionante que la gente no haga el más mínimo esfuerzo para cambiar», exclamó.
El enorme cambio social que se requiere para que encontremos la forma de vivir de manera sustentable no sucederá sin que haya algún tipo de desastre que provoque el tipo de sufrimiento que impulse a la gente a cambiar, añadió Tilford.
Brown y Tilford sostienen que la población estadounidense debe elegir personas que implementen políticas tendentes a asegurar que los productos que se venden en los estantes de los comercios de su país sean sustentables sin importar su país de procedencia.
«La gente de otros países se juega la vida para que podamos comprar nuestros productos gourmet», indicó Tilford.
Pero a menos que haya respaldo popular no sucederá nada.