«Te sale más barato comprar uno nuevo», dice mucha gente con una expresión en su cara de «no seas tacaño» o de «estás loco» cuando su interlocutor pregunta en dónde puede arreglar un aparato averiado. El modelo de consumo actual ha convertido la lógica – cambiar la pieza inservible del aparato averiado – en un […]
«Te sale más barato comprar uno nuevo», dice mucha gente con una expresión en su cara de «no seas tacaño» o de «estás loco» cuando su interlocutor pregunta en dónde puede arreglar un aparato averiado.
El modelo de consumo actual ha convertido la lógica – cambiar la pieza inservible del aparato averiado – en un proceso que se complica por una creciente falta de técnicos capacitados para arreglar ciertos aparatos, por la falta de refacciones y por las dificultades que ponen muchos fabricantes cuando falla el producto. A la respuesta «ya no manejamos ese modelo» y «esa pieza no se fabrica», se suma la de siempre: «le puedo enseñar nuestro catálogo para que compre uno nuevo».
Las baterías de teléfonos celulares, de computadoras portátiles y de otros aparatos electrónicos duran cada vez menos. Muchas veces, los dependientes de las tiendas dicen: «se nos han agotado esas baterías, pero tenemos muy buenas ofertas de teléfonos nuevos». Es más fácil dejarse seducir que llamar o buscar otra tienda donde se pueda conseguir la pila por separado.
Sucede algo similar con muchas impresoras. Su vida útil no viene determinada por el nivel de desgaste, sino por un número de impresiones que registra un chip hasta que, un día, aparece en la pantalla el siguiente mensaje: «una pieza de la impresora ha fallado, y el fabricante le recomienda llevarla al servicio técnico». El primer obstáculo: la garantía sólo cubre uno o dos años de servicio técnico gratuito. Una vez que el usuario logra hablar con alguien («si llama por avería, marque 1, llama por…, marque 2, si quiere que le atiendan personalmente, espere en la línea), el fabricante recurre con frecuencia a la fórmula de «ya no se fabrica esa pieza».
Un documental de Televisión Española muestra el proceso por el que pasa un ciudadano para arreglar su impresora. Después de constatar que nadie vendía la pieza «averiada» y que en varias tiendas le recomiendan comprar un nuevo aparato, logra ponerse en contacto con un usuario ruso que había tenido la misma experiencia y que le explica cómo reprogramar el chip de la impresora. Al final la impresora funciona a la perfección sin haberle cambiado ninguna pieza. Sin embargo, poca gente tiene el tiempo, el ingenio y los medios para hacer lo mismo con cada aparato averiado. Los consumidores se llenan de aparatos que se averían con creciente facilidad y se encuentran cada vez más indefensos ante una tiranía consumista.
Las bombillas de luz duraban años, hasta que los fabricantes de varios países del mundo se pusieron de acuerdo para fabricarlas de manera que su vida se acortara, lo que incrementaría el consumo y garantizaría el negocio. Lo mismo sucedió con las medias de nylon. De otra manera, razonaron, la industria estaba condenada al estancamiento. El diseño informático funciona de manera similar: los programas y los sistemas operativos se actualizan a una velocidad que impide estar al día sin que haya salido al mercado una nueva versión. En la medida que se desarrollan programas más complejos, tienen que salir al mercado computadoras con mayor capacidad de almacenamiento.
Durante décadas, las sociedades «desarrolladas» se han convencido de que su modelo económico se rige por la oferta y la demanda. En realidad, no se trata de una simple ley que funciona por sí sola, sino de una demanda manipulada por medio de la publicidad y una oferta distorsionada por productos diseñados para morir pronto.
Después de casi un siglo de idolatría del consumismo, este modelo parece estar cada vez más cerca de tocar techo. Los gobernantes ya no pueden ocultar que el planeta no resistirá el ritmo de consumo que han alcanzado los países «desarrollados» y que países «en vías de desarrollo» y emergentes quieren alcanzar. Han llegado a reclamar un supuesto derecho a tener el mismo nivel de «desarrollo», aunque esto conlleve a aumentar las emisiones de CO2 y a contribuir a la contaminación de tierras, bosques y mares.
La sociedad de consumo vive en la esquizofrenia de escoger entre salvar su economía por medio del consumo y salvar el planeta. Es posible cambiar de economía y de modelo de consumo, pero no de planeta.
Carlos Miguélez Monroy es Coordinador del CCS y periodista