El pasado 16 de octubre, la empresa Fagor Electrodomésticos, perteneciente al Grupo Mondragón, anunció que entraba en pre-concurso de acreedores, al haber acumulado una deuda de más de 800 millones de euros. Días más tarde, el 31 de octubre de 2013, la Corporación Mondragón anunciaba en un comunicado que no podía continuar apoyando económicamente a […]
El pasado 16 de octubre, la empresa Fagor Electrodomésticos, perteneciente al Grupo Mondragón, anunció que entraba en pre-concurso de acreedores, al haber acumulado una deuda de más de 800 millones de euros. Días más tarde, el 31 de octubre de 2013, la Corporación Mondragón anunciaba en un comunicado que no podía continuar apoyando económicamente a Fagor, lo que significa dar por hecho el cierre definitivo de la empresa. Pero lo sucedido en Fagor, nos obliga a hacer algunas reflexiones.
La quiebra de Fagor Electrodomésticos supone la destrucción de más de 4000 empleos, entre puestos de trabajo directos (socios cooperativistas y trabajadores asalariados) e inducidos, y afectará principalmente a la comarca guipuzcoana del Alto Deba aunque también repercutirá en otras zonas de Hegoalde y de otros países europeos. Además, Fagor era un símbolo del Grupo Mondragón, y uno de los principales referentes del cooperativismo vasco a nivel mundial.
El movimiento cooperativista ha llegado a tener un peso importante en la economía vasca, especialmente en Hegoalde. Hay cooperativas de muy diversos tipos: de trabajo asociado (industriales), de consumo, agrarias, de ahorro y crédito, de servicios, de viviendas, de transporte, de turismo, de enseñanza, de comercio, de suministro, mixtas, etc.
En 2008 el número de cooperativas era de 2236. En la CAPV había 1688 cooperativas constituidas, de las que 1083 (un 64,2%) eran de trabajo asociado. En 2009, en Nafarroa, el número de cooperativas era de 532, de las que 303 eran agrarias y 93 de trabajo asociado. Y en Iparralde, en 2005, había 16 cooperativas [1]. Dicho año, el número de empleados-as en las cooperativas de la CAPV ascendía a 50.359 personas, que se clasificaban de la siguiente manera: el 69% eran socios trabajadores, el 13%, asalariados fijos, y el 18% asalariados eventuales [2].
El mito
La organización de cooperativas se remonta al siglo XIX. Una de las primeras se formó en 1844 en Rochdale, Mánchester (Inglaterra). Entre los defensores del cooperativismo, se encuentran los socialistas utópicos Robert Owen y Charles Fourier. Estos, eran conscientes de la penosa situación en que se encontraban los trabajadores bajo el capitalismo pero, para ponerle fin, no planteaban correctamente cómo acabar con éste.
Sobre esta cuestión, decía Lenin que:
«¿En qué consiste el carácter fantástico de los planes de los viejos cooperativistas, comenzando por Roberto Owen? En que soñaban con la transformación pacífica de la sociedad de entonces mediante el socialismo, sin tener en cuenta cuestiones tan fundamentales como la lucha de clases, la conquista del poder político por la clase obrera, el derrocamiento de la dominación de la clase de los explotadores. Y por eso, tenemos razón al considerar ese socialismo «cooperativista» como una pura fantasía, algo romántico y hasta trivial por sus sueños de transformar, mediante el simple agrupamiento de la población en cooperativas, a los enemigos de clase en colaboradores de clase, y la guerra de clases en paz de clases (la llamada paz civil).
Indudablemente, desde el punto de vista de nuestro planteamiento de la tarea fundamental de la actualidad, nosotros teníamos razón, ya que sin la lucha de clases por el poder político del Estado el socialismo no puede ser realizado». [3].
Por su parte, la iglesia católica, en su «doctrina social», también ha defendido el cooperativismo como un medio para «dignificar» a los trabajadores y, al mismo tiempo, alejarles del comunismo y de la lucha de clases. Por tanto, no puede extrañarnos que en Euskal Herria fuese un sacerdote, Jose María Arizmendiarreta, quien junto a cinco jóvenes procedentes de la Escuela Profesional de Mondragón, fundase en 1956 la cooperativa ULGOR que fue el inicio del que años más tarde sería el Grupo Cooperativo Mondragón.
Algunos sectores de izquierda también han idealizado y mitificado la organización de cooperativas. Incluso entre la izquierda soberanista vasca han surgido algunos neo- socialistas utópicos que consideran a las cooperativas como si fuesen una especie de «islas» de socialismo, a partir de las cuales se podría llegar a «construir» el poder de los trabajadores, sin necesidad de arrebatárselo a la burguesía.
La realidad
Esta visión idílica de las cooperativas ha sido echada por tierra, de forma cruda y descarnada, por la propia realidad objetiva. Aunque las cooperativas que se desarrollan en el marco socio-económico del capitalismo tengan algunos aspectos positivos (como el posibilitar el autoempleo en periodos de crisis; o el demostrar, en la práctica, que los propios trabajadores pueden controlar y gestionar las empresas sin necesitar a los patronos); lo cierto es que se encuentran sometidas a las leyes del mercado y que, para sobrevivir, necesitan competir, de forma despiadada con otras empresas y también con otras cooperativas.
Por ello, se ven forzadas a abaratar sus costes de producción y mejorar su productividad, para lo que deben incorporar los últimos avances técnicos y científicos (I+D+i) al proceso productivo. Al mismo tiempo, también se ven obligadas a buscar nuevos mercados (ya sea en el plano nacional o en el internacional). Todo lo cual las lleva a requerir una creciente financiación externa, para lo que deben recurrir cada vez con mayor frecuencia a los créditos bancarios.
En fin, bajo el capitalismo, las cooperativas se ven sometidas a la acción de una serie de factores que condicionan su propio funcionamiento interno, que las llevan a adoptar formas organizativas y de gestión cada vez más complejas y, en definitiva, a alejarse cada vez más de sus iniciales principios democráticos y asamblearios; a requerir del trabajo de «expertos» que acaban resultando imprescindibles y que llegan a constituir una verdadera élite de tecnócratas que se superpone al conjunto de los trabajadores-cooperativistas y acaban gestionando las cooperativas según sus propios intereses. Es decir que las cooperativas, lejos de ser esas idílicas «islas» de socialismo, tienden a reproducir las relaciones de producción capitalistas y, como consecuencia de ello, a generar contradicciones entre el trabajo físico e intelectual, entre el trabajo de ejecución y el de dirección.
Esto es, ni más ni menos, lo que ha ocurrido con Fagor Electrodomésticos, según denuncian algunos de sus propios cooperativistas. De hecho, esta cooperativa opera a través de 12 marcas comerciales, posee plantas de producción y filiales en varios países (España, Francia, Marruecos, Irlanda, Italia, Polonia, China, etc.) y vende sus productos en 130 países. Está integrada en el grupo Fagor que, a su vez, forma parte de la Corporación Mondragón (séptimo grupo empresarial del Estado español y el mayor grupo cooperativo del mundo) cuya producción supuso en 2010 el 3,1% del PIB de la CAPV y el 7,4% de su PIB industrial [4].
En el 3er. Congreso del Grupo Mondragón (1991), se creó la Mondragón Corporación Cooperativa, que se constituyó como una federación. En 1993, el Parlamento Vasco aprobó la Ley de Cooperativas de Euskadi, que respondía a las necesidades del Grupo Mondragón y que permitía que las cooperativas pudieran disponer de nuevos medios de financiación, entre ellos la emisión de «participaciones especiales» y obligaciones, con lo cual se asemejaron más y más a otras empresas capitalistas. Algunas cooperativas, como ULMA, no se integraron en MCC.
El cambio en la legislación vino a favorecer la articulación sectorial de las cooperativas, así como su integración vertical, al mismo tiempo que se debilitaba la autonomía de las cooperativas individuales en beneficio del grupo, al facilitar la concentración y centralización de los órganos de decisión dentro del MCC.
A partir de ese momento, los órganos básicos de gobierno del Grupo Mondragón fueron el Congreso, el Consejo General y el Consejo Permanente, situándose inmediatamente después los órganos de las divisiones. Al mismo tiempo que perdía peso la Asamblea General, por reducción de competencias, lo ganaban las cooperativas más representativas del grupo (Fagor, Eroski, Ikerlan,…) a través de las Agrupaciones Sectoriales. Con ello, el poder de decisión quedaba cada vez más alejado de las asambleas de base de las cooperativas y las decisiones más importantes escapaban a su control.
Para hacerse una idea sobre la importancia de MCC en el conjunto del cooperativismo vasco hay que decir que Konfekoop (Confederación de Cooperativas de Euskadi) agrupaba, en 2009, al 95% del sector cooperativo y empleaba a 56.000 trabajadores-as; y que MCC constituía el núcleo principal de la confederación ya que sumaba el 73% del empleo en las cooperativas de trabajo asociado, más del90% de las de consumo y el 80% de las cooperativas de crédito. Ello, a pesar de que, en mayo de 2008, dos cooperativas tan representativas como Irizar y Ampo abandonaron MCC [5].
Por último, el «pinchazo» de la burbuja inmobiliaria que tuvo lugar en 2008, afectó considerablemente a Fagor Electrodomésticos ya que de los aproximadamente 700.000 pisos que en aquella época se construían en el Estado español, la mayor parte estaban equipados con electrodomésticos de dicha empresa. Ello hizo que de tener una facturación anual de unos 1.800 millones de euros en los años 2006 y 2007, ese año bajase a unos 500 millones, con unas pérdidas adicionales de 60 millones [6].
Notas
1.- «Cooperativismo en Euskal Herria». Auñamendi Eusko Entziklopedia.
2.- Idem.
3.- V.I. Lenin: «Sobre la cooperación». O.E. Tomo III. Pág. 783. Editorial Progreso. Moscú, 1970.
4.- www.lainformación.com (17-10-13)
5.- El País (18-06-2009).
6.- www.20minutos.es (03-11-2013)
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