En Francia son muy dados a hacer chistes a cuenta de las pocas luces que, con insufrible sentimiento de superioridad, atribuyen a los ciudadanos belgas. Una de esas historias dice así: «Si un belga se apoya contra una pared, ésta se desmorona: cuando dos se oponen, el más inteligente es quien acaba cediendo». Pues bien, […]
En Francia son muy dados a hacer chistes a cuenta de las pocas luces que, con insufrible sentimiento de superioridad, atribuyen a los ciudadanos belgas. Una de esas historias dice así: «Si un belga se apoya contra una pared, ésta se desmorona: cuando dos se oponen, el más inteligente es quien acaba cediendo». Pues bien, llegados al atasco en que se encuentra la investidura de Pedro Sánchez, quizás haya llegado el momento de que Unidas Podemos se plantee tomar ejemplo de los muros belgas en cuanto a la pretensión de integrarse en un gobierno de coalición. Hacerlo supondría inteligencia y coraje político.
Justicia y política discurren por senderos que raramente se cruzan. En política hay lo que hay. De poco sirve lamentarse: si queremos modificar la realidad, debemos empezar por mirarla de frente y entenderla. Hoy por hoy no es realista pensar que el PSOE vaya a renunciar a su planteamiento, reacio a incorporar ministros de UP en un gobierno de izquierdas. Los perfiles psicológicos de Sánchez e Iglesias, constantemente invocados por los analistas, sólo son relevantes por cuanto personifican determinadas tendencias. En realidad, el debate sobre la «confianza» personal encierra grandes dilemas políticos. Y es que, más allá de actitudes que pueden ser percibidas como arrogantes o prepotentes, el PSOE tiene sus motivos para rehusar un gobierno de coalición. Cabe compartirlos o denostarlos. Pero hay que empezar por entenderlos.
Nadie pone ya en cuestión que vayamos a entrar en un período de turbulencias: en España, en toda Europa, a nivel global… El G-7 es incapaz de apaciguar la guerra comercial entre Trump y China. Los temblores bursátiles vaticinan un nueva recesión de la economía mundial. Alemania empieza a adentrarse en ella. Cada día que pasa parece más inevitable un brexit caótico. España se enfrenta a ese escenario con las heridas aún sangrantes de la crisis anterior. El crecimiento del último período no puede ocultar las desigualdades enquistadas, los efectos de la devaluación interna, ni la erosión de derechos laborales. Los deberes en materia de equidad fiscal, política industrial, innovación tecnológica o transición ecológica son aún retos pendientes. Además, planeando sobre la estabilidad política del país, insoslayable como el elefante en la habitación, permanece abierto el conflicto catalán, a la espera de una sentencia del Tribunal Supremo que puede reavivarlo.
Pero, las mismas condiciones que incitan al PSOE a preferir un ejecutivo «a la portuguesa» -por razones que le son propias- deberían llevar a UP a considerar, en función de las suyas, la conveniencia de desestimar la coalición. Invocar el caso de ayuntamientos o comunidades autónomas donde se han dado gobiernos de coalición no tiene sentido. Los ámbitos de decisión son muy distintos: ententes factibles en temas locales no pueden transponerse mecánicamente a materias estatales. Por otra parte, los paralelismos con las experiencias de otros países resultan sin duda apasionantes para los politólogos; pero son de muy poca utilidad para quienes tienen que hacer política. Nuestra realidad tiene rasgos muy específicos que exigen un abordaje singular.
Se ha dicho también que el PSOE quiere tener las manos libres para efectuar, según el sesgo que tomen los acontecimientos, un giro «al centro» e incluso entenderse con la derecha. Pero, si ése es el temor, mejor sería amarrar cuanto antes un pacto de legislatura, acordando reformas y políticas controlables desde el Congreso, en lugar de someterse a la severa disciplina de un consejo de ministros. Lo cierto es que el fracaso de la investidura en julio no ha sucedido en vano. Es ilusorio pretender retomar las negociaciones con un «como decíamos ayer». No se trata de un simple enojo de Pedro Sánchez y su equipo: manifiestamente, han llegado a la convicción de que la dirección de UP no es fiable; piensan que, al primer vendaval, será incapaz de administrar sus emociones y dará al traste con el gobierno. Semejante actitud es percibida como una excusa y como una ofensa por parte de UP. Pero también es verdad que su dirección no ha dejado de enviar señales poco tranquilizadoras. El argumento, mil veces repetido, de querer controlar a un PSOE sumiso ante los dictados del IBEX-35, ha llevado agua al molino de quienes denuncian la pretensión de formar un «gobierno paralelo». Pero, por encima de todo sin duda, los silencios y ambigüedades sobre cómo encarar el delicado escenario que dibujará la sentencia del Supremo hacen temer al PSOE que UP – o los comunes – salgan por peteneras en momentos que requerirán mantener la cabeza fría; en que el gobierno tendrá que hablar, inequívocamente, con una sola voz, ante una cuestión trascendente que afectará al devenir del Estado.
Pero, además, las encuestas que baraja el PSOE le están diciendo que obtendría un mayor número de escaños -acaso 150- en caso de repetición electoral, mientras que UP se hundiría. Por supuesto, son encuestas que la vida puede desmentir, verificando una hipótesis que esas proyecciones descartan: un triunfo de las tres derechas, movilizadas, frente al hartazgo del electorado progresista. Pero son las previsiones que baraja la Moncloa. Hay demasiados factores que empujan al PSOE a preferir el riesgo de una nueva cita con las urnas… antes que armar un gobierno plural, de cuya estabilidad tanto recela. Por parte de UP, está el temor a ceder después de haber planteado la entrada en el gobierno como un todo o nada. No es fácil cambiar de rumbo. Tampoco es seguro que el PSOE ayude.
Hay que considerar la correlación de fuerzas. Para un espacio de las características que hoy tiene la izquierda alternativa, el PSOE, con toda su maquinaria, representa un factor de la situación objetiva. Esa izquierda no está en condiciones de vencer su determinación por cuanto al diseño del gobierno se refiere. Por legítimas que sean las pretensiones de UP y por antipáticos que puedan antojarse los modos de sus interlocutores. En semejantes circunstancias, es inútil prolongar un pulso agotador que -a estas alturas ya está claro- sólo puede abocar a una azarosa contienda electoral. Mejor avenirse a negociar otras fórmulas gubernamentales y, por encima de todo, a discutir del programa. Ahí hay temas cruciales para las condiciones de vida de la gente. Unai Sordo -de negociaciones algo saben los sindicalistas- decía hace unos días que ponerse de acuerdo sobre la reversión de la reforma laboral, sobre hacienda, pensiones, ecología o política migratoria no sería coser y cantar: requeriría tiempo y voluntad de pacto. Mejor, pues, no perder el primero, ni malograr las posibilidades de entendimiento.
Los tiempos que se avecinan hacen aconsejable que la izquierda alternativa tenga libertad de palabra, de crítica y propuesta. Algo que sólo puede ejercer desde un apoyo parlamentario externo -que no estará exento de momentos de debate y disenso- a un gabinete socialdemócrata; pero nunca, maniatada, desde su seno. Para su consolidación y crecimiento, esta izquierda debe hoy dar prueba de inteligencia, responsabilidad y valentía. Por dos, si es necesario. En política, el auténtico coraje tiene poco que ver con la obcecación. Y, aún menos, con el orgullo mal entendido.
Fuente: https://lluisrabell.com/2019/08/25/el-coraje-de-ceder/