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El coronavirus nos aconseja sabiamente

Fuentes: Rebelión

El sabio coronavirus nos está diciendo claramente qué es lo que tenemos que hacer para salvar al planeta y a los humanos de este monstruo feroz del crecimiento oligárquico, es decir, del neoliberalismo global, destructor de la biosfera, que se basa en principios de la rentabilidad cortoplacista y el máximo beneficio de la élite.

Sí, el sabio coronavirus nos está insinuando qué es lo que tenemos que hacer para salir de ésta con vida. Pero seguro que no le haremos caso, puesto que para ello tendríamos que abandonar el sistema capitalista y pensamos que este sistema es el único que puede existir y el único que “nos dará trabajo”, eso si enajenado, forzado, siempre con prisas, y suicida.

El coronavirus nos dice: 

Hay que consumir mucho menos, lo estrictamente necesario. De hecho desde que estamos en enclaustramiento es lo que hemos hecho: consumir menos, en los bares, en los almacenes de ropa, en los grandes eventos, etc. todo ello casi si darnos cuenta y nos lo ha agradecido la biosfera pues hemos dejado de atacarla. ¡Pero ojo! esto no quiere decir que tengamos que consumir insuficientemente, solo quiere decir que debemos pasar desde el consumismo devastador y suicida, desde el consumo de seudonecesidades… al consumo responsable, es decir, consumir sólo lo necesario.

Hay que trabajar mucho menos, muchas menos horas de trabajo asalariado-enajenado, y además repartir estas horas entre todos. Para conseguirlo será preciso producir muchas menos mercancías y sobre todo muchas menos plusvalías. Esta idea de producir mucho menos es inseparable de la anterior de consumir mucho menos. Estas dos cosas son las que hemos ido haciendo durante el enclaustramiento contra la pandemia. Con este confinamiento por primera vez (en casi medio siglo de intentos infructuosos y 25 Cumbres del Clima) de forma universal y forzadamente, nos pusimos a la indispensable tarea de frenar el cambio climático, tarea urgente que tanto está haciendo falta. 

Hay que extraer muchos menos recursos naturales y esto es lo que hemos estado haciendo estos días de encierro casero. Si consumimos menos, trabajamos menos, extraeremos muchos menos recursos naturales. Esto se ha notado especialmente con los combustibles fósiles, pues al producirse el cierre hermético de muchas fronteras se han producido muchísimos menos desplazamientos (sobre todo los de esta nefasta globalización) y en consecuencia ha bajado la demanda del petróleo a la vez que su precio. Y también por este motivo bajó la contaminación y el efecto invernadero y como efecto inmediato se frenó un poco el camino hacia el suicida cambio climático.

Hay que contaminar mucho menos y es lo que hemos estado haciendo estos días de confinamiento. Al estar sedentarios y dejar de movernos en un trafico frenético hemos reducido drásticamente las emisiones de CO2 y por ello el aire se volvió mucho más transparente. Por ejemplo, la famosa boina de contaminación de la ciudad de Madrid ha desaparecido por completo y ya se puede ver nítidamente la vecina Sierra de de Guadarrama desde esta ciudad.

Hay que competir mucho menos. De hecho, en estos días, tanto en las empresas como individualmente, hemos competido menos pues al consumir menos y al producir menos, nos hemos salido de la dinámica del hábito de ver quién es el que más consume o el que más produce y el que mas corre.

Hay que tener menos prisas, muchas menos. Por ejemplo rebajar el valor del footing o de los masivos maratones, que no son tan sanos como dice esta moda, o dejar de usar el auto siempre que se pueda, que deberá ser sustituido por un transporte público o por la bicicleta. Y es lo que hemos estado haciendo estos días enclaustramiento, en los que los aeropuertos, las carreteras, las autopistas, han estado desiertas. Hemos estado haciendo la sana vida sedentaria (aunque esté de moda decir lo contrario) que será sana siempre y cuando se realice de forma mesurada y no de modo extremado de quietud, como tampoco es aconsejable el extremo de movimiento: prisas y carreras que continuamente se suele recomendar en este sistema en el estamos inmersos. En su lugar el ejercicio debería ser paseos muy largos reflexionando en grupo y bajo frondosos arboles de un bosque inmenso repleto de manantiales naturales.

Hay que tender a una vida más sedentaria y local. Es algo que también nos ha insinuado el Covid-19 en este confinamiento. De lo que no hay duda es de que con una vida “mesuradamente” más sedentaria y con menos prisas, habrá menos gasto de energías y menos contaminación y en consecuencia más salubridad. Además, está comprobado científicamente que las poblaciones humanas de alta densidad parecen ser un blanco fácil para las pandemias, algo parecido pasa con los macroeventos (estadios de futbol, macroconciertos, maratones, turismo masivo como los megacruceros, etc.). Este puede ser otro motivo más para decidir la elección local y sedentaria. Vanaglorio el sedentarismo a sabiendas del riesgo que corro de que casi toda la sociedad me conteste ¡Qué va, el sedentarismo es lo más insano y degradante que existe! Pero todo es cuestión de mesura, ¿hasta que medida es sano el exceso de actividad física y gastar demasiado tiempo en ello, buena parte del cual es necesario para la actividad mental? El ejercicio mental es necesario y sano, no sólo para el individuo sino también para la sociedad. Por último podemos preguntarnos, ¿hasta que medida es sana la actitud sedentaria y el localismo? practicada en exceso es cierto que es muy insana. ya que hay que ver que la palabra mesura es clave en toda consideración. Casi cualquier cosa puede ser buena y saludable si se toma con mesura, la misma cosa practicándola en exceso puede ser muy mala o incluso mortal. Ejemplo, un vaso con patógenos al que se le echa una gota de lejía puede salvar una vida, pero si se le echan una par de cucharadas de lejía puede producir la muerte. Es cierto que un aumento de vida sedentaria, y local, es precisamente lo contrario de lo nos impone continuamente en casi todo cerebro el neoliberalismo global. Pero no hay duda de que la vida sedentaria y local nos originará menos polución y una vida más sosegada, menos esquizofrénica y además más cercana entre las personas, que estarán menos mediatizadas por la dictadura de la producción global. Una producción global  que necesita grandes desplazamientos y gasto de energía en trasportes que contribuyen al cambio climático y al calentamiento global.

Por el contrario este localismo y sedentarismo potenciarán un modo de producción alimentaria más próxima y por tanto más sana, sobre todo si se plantea a modo de alimentación agroecológica. Y en fin, el localismo-sedentarismo supondrá una sanidad más preventiva a las pandemias, porque es sabido que las pandemias florecen con muchísima más probabilidad en los grandes centros de población urbana, pero mueren rápidamente en las regiones menos pobladas. Ya es hora de empezar a pensar en dejar de vivir amontonados unos sobre otros y mediatizados por ascensores y todo tipo de medios de transporte a medias y largas distancias. Mantener este tipo de vida (que además es insana) es insostenible si tenemos en cuenta los limites del crecimiento y el ya casi agotamiento final de energías fósiles.

Habrá que, en consecuencia directa de lo que se acaba de comentar, producir globalmente mucho menos y localmente mucho más.

Hay que tender mucho más a la vida campesina. Es decir, será preciso un desplazamiento de mucha población de las urbes hacia un mundo realmente campesino, que se establezca en el campo con el fin de trabajar la tierra por procedimientos de la agroecología que nos garanticen una conservación del recurso renovable que son los suelos, y al mismo tiempo producir alimentos sanos y de consumo próximo para toda la población.

También en esta situación actual de la pandemia el sabio coronavirus nos está aconsejando que habrá que cultivar mucho mas el conocimiento, la investigación y la prevención sanitaria, asignándole los recursos económicos y la importancia que está necesitando.

De modo algo paralelo, la situación actual del Covid-19 nos esta diciendo que habrá que dar mucha mas prioridad y valoración a las labores de cuidados. Como pueda ser, por ejemplo, el caso de los auxiliares sanitarios, los cuales se encuentran totalmente desvalorados y desconsiderados socialmente, y no solo laboralmente. Además tendremos que relacionarnos humanamente mucho más.

Habrá que ser mucho más austeros, algo que no tiene nada que ver con la precariedad, la esclavitud y los recortes que nos ésta imponiendo el sistema, sino con lograr un consumo estrictamente responsable.

Y por ultimo, tendremos que ser muy vigilantes y lograr cuidar y preservar los ecosistemas y su biodiversidad pues debido a que no hacemos una vida suficientemente sedentaria, o mejor dicho más local, estamos destrozando la biosfera, nuestra casa común. Esto también nos lo ha insinuado el sabio coronavirus en nuestro obligado confinamiento.

Pero mucho cuidado con interpretar todo lo antedicho como la conclusión de que para salir de ésta haya que caer en un enclaustramiento extremo, como el actual, y para siempre, ¡no!, con todo esto solo se pretende decir que el coronavirus, en esta experiencia de encerrona, nos ha estado indicando algo así como algunas directrices de por dónde han de ir algunas alternativas necesaria para conseguir salir de esta multicrisis y para salvar la biosfera, incluida en ella la humanidad. Y además estas directrices habrá que saber interpretarlas con la adecuada mesura. Lo comentado del confinamiento actual es mas bien una caricatura de hacia dónde hay que ir poniendo el foco.

En resumen, muchas de estas cosas y recomendaciones las hemos practicado más o menos directa o indirectamente y de forma forzada por el miedo y por el peligro real, en estas semanas de cuarentena.

Pero, ¿haremos caso a estas advertencias e indicaciones que nos ha señalado el coronavirus en nuestro enclaustramiento? Lamentablemente es muy probable que no, porque desde hace mucho y desde que nacimos el sistema nos ha atrofiado la mente y nos ha metido en el cerebro millones de mentiras repetidas de continuo que llegan a instalarnos un “síndrome de Estocolmo”. Un síndrome que nos hace admirar, amar y VOTAR a quien precisamente nos está llevando al suicidio colectivo y a un colapso que puede llegar a ser apocalíptico. En efecto, será como decía Malcom X: “si no estas prevenido ante los medios de comunicación, te harán amar al opresor y odiar al oprimido”.

Soñamos con que la pandemia se acabará y que volveremos a la normalidad.

¿Pero a qué normalidad? ¿Será a este camino hacia el colapso eco-eco (ecológico y económico)? No, ¿nos enteraremos de que la verdadera economía no es lo que se entiende hoy en día por “economía”, esto es, la acumulación oligárquica y el despilfarro frenético global, sino que debe ser precisamente lo contrario, la economía de materia y energía? No en vano el inventor de la palabra “ecología” Enst Heackel la definía como “la economía de la naturaleza”. En la naturaleza no existen el despilfarro ni el consumismo, sino sólo el consumo de materia y energía estrictamente necesario y dentro de un ciclo cerrado y continuamente reponedor y que tiene una gran fortaleza gracias a su gran complejidad y biodiversidad.

La única normalidad a la que constructivamente debemos encaminarnos es una normalidad de biomímesis, imitadora de la naturaleza. No cabe otra si queremos evitar el colapso de la humanidad y de la biosfera.

¡Pero no!, no dejamos de anhelar volver a la “normalidad”, es decir a volver al continuo despilfarro y excesos en horas de trabajo asalariado y precario, consumismo de seudonecesidades, seguir ensuciando la atmósfera, seguir aumentado los deshielos polares y glaciales, continuar aumentando la temperatura global, aunque los científicos nos anuncien el gravísimo riesgo de una pandemia de calentamiento global.  

En efecto, ya están empezando, al menos en el Estado español, a aparecer las previsiones gubernamentales del desescalamiento paulatino del enclaustramiento domiciliario. Empieza a predecirse en este programa de desescalada, por ejemplo, que se podrán reanudar las olimpiadas, cuando no se tenían que haber aplazado sino simplemente suprimido de forma definitiva. Muchos protestarán pues ello supone salirse del capitalismo, pero, precisamente, en cosas como éstas consiste iniciar una auténtica normalidad. También plantea el Gobierno, como algo muy prioritario en esta desescalada, como una de las más prioritarias y urgentes necesidades, poder volver a comprar ropa en grandes almacenes, ¿es tan indispensable comprar nueva ropa cada temporada? Si queremos salvar el planeta debería considerarse que sólo fuera necesario comprar ropa (a partir de la adolescencia) tan sólo una vez cada tres o cuatro años. Muchos me dirán que consumir menos ropa repercutirá trágicamente en el paro de las niñas costureras del sureste asiático. Y es cierto, pero también sería cierto que se perderían muchísimos puestos de trabajo si suprimiéramos la industria armamentística, algo que desde luego debería ser considerado seriamente. Pero ante esta controversia hay una solución, reducir drásticamente la jornada laboral y la plusvalía. Ahora bien, para que esto se pudiera llevar a efecto sería indispensable salirse del sistema capitalista. Por otra parte, no creo que sea una gran solución volver a la trágica normalidad de seguir manteniendo a estos costureros y costureras (como las feministas capitalistas, el neoliberalismo global ve con muy buenos ojos que hombres y mujeres realicen el mismo trabajo asalariado, enajenado y esclavo) en la pobreza y esclavitud mas lacerante, siempre que se garantice el crecimiento oligárquico, es decir el máximo beneficio para las grandes corporaciones.

Pero, como decía antes, no haremos caso y seguiremos dándole a droga consumista y abrazando, como si fuera una tabla de salvación, a una enajenación de un trabajo precarista cada vez más degradado. Y este enajenamiento continuará hasta que no se empiece a dar mucha más importancia a las bibliotecas que a los gimnasios. Pues estos últimos quitan el tiempo necesario a las mentes para que puedan llegar a ser conscientes de que nos están engañando los psicópatas que nos imponen el síndrome de Estocolmo.

No hicimos caso, o no hicieron caso los irresponsables que tenían que haber sido los responsables, de las alarmas científicas en el caso del coronavirus. Los científicos llevaban años avisando de la aparición de una pandemia, insistiendo en ello desde la epidemia SARS del año 2003 causada también por un coronavirus. Pero como sucede con frecuencia los políticos del neoliberalismo global intervienen con su esquizofrenia psicópata, y patología del orden socioeconómico actual, esa patología que a mi me gusta llamar pandemia mental de la obsesión de la acumulación y la manía de la hegemonía.

Intervienen, según las recetas neoliberales fundamentalistas de la “Escuela de los Chicago Boys” de los años 70 y su mentor Milton Friedman, que tienen la finalidad de establecer el principio de que “la tarea de los directivos de las multinacionales es maximizar los beneficios, considerándose que cualquier desviación de este deber moral destruiría los cimientos de la vida civilizada”.

Maximizar los beneficios es un deber “moral” que debe potenciarse por encima de cualquier otra cuestión como la salud humana, las pandemias, el cambio climático, la salvación de la biosfera, la de la vida en el planeta Tierra…

Un ejemplo muy indicador de este cinismo sicópata y “sagrado” del neoliberalismo global es el caso que nos comenta Noam Chomsky de la corporación Chevron “que canceló un proyecto de energía sostenible rentable, sólo porque obtenía más beneficios destruyendo la vida en la Tierra” [1].

Y en estas“moralidades” fundamentalistas seguiremos, aunque nos vengan pandemias sucesivas y crecientes. Y es que, continuando con el negacionismo climático, lleguemos a superar, en periodos intermitentes, temperaturas superiores a los 60 o 70ºC. Temperaturas imposibles de resistir por humanos, animales y vegetales. En este caso habremos llegado a la peor de las pandemias, la pandemia del calentamiento global, que ya será irreversible y que no contará con los remedios de los hospitales, de los sanitarios o de las vacunas. Una pandemia que nos convertirá en estatuas de sal o figuras calcinadas como se describe en algunas historias bíblicas o como sucedió en la erupción del volcán Vesubio en la ciudad de Pompeya.

Y por desgracia, aunque lo parezca, este no es un relato fantasioso y ni exagerado, si no que será posible en el caso de que no cambiemos y no escuchemos a tiempo los avisos científicos.

Nota:

[1] Entrevista a Noam Chomsky sobre la pandemia, La escasez de ventiladores revela la crueldad del capitalismo neoliberal