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El crimen fue en Roquetas

Fuentes: Rebelión

El Llanto de la Acequia ¡Qué pasó en Almería!, ¡pobre Almería! ¡ay Almería! Carlos Cano (1983) El 24 de julio de 2005, volvió a repetirse la historia. Un acontecimiento trágico rompió abruptamente la monotonía informativa de aquel verano. Mientras los españoles atestaban las playas y se vaciaban las ciudades, un hombre murió en el cuartelillo […]

El Llanto de la Acequia

¡Qué pasó en Almería!,
¡pobre Almería!
¡ay Almería!
Carlos Cano (1983)

El 24 de julio de 2005, volvió a repetirse la historia. Un acontecimiento trágico rompió abruptamente la monotonía informativa de aquel verano. Mientras los españoles atestaban las playas y se vaciaban las ciudades, un hombre murió en el cuartelillo de la Guardia Civil de Roquetas de Mar. Se llamaba Juan Martínez Galdeano y tenía 39 años. Otra vez, otra maldita vez.

El suceso copó las portadas de los periódicos y abrió los diferentes telediarios. Una vez digerida la sorpresa y controlado el estupor del primer momento, la noticia se fue diluyendo en el magma informativo del estío español. En estos días, casi dos años después del crimen, se está celebrando el juicio contra los nueve miembros de la Benemérita imputados en la muerte de Martínez Galdeano. Se vuelve a hablar del llamado «Caso Roquetas». Puede que en los medios se recuerde también a aquel anciano fascista que sacó una pistola de fogueo en medio de una manifestación de repulsa al asesinato. Anécdotas, nada más que anécdotas.

Cuando un ciudadano muere en dependencias policiales, después de haber sido detenido y apaleado por agentes de la autoridad, se quiebra el Estado de Derecho. Cuando los que cometen el crimen son aquellos que supuestamente deben velar por la seguridad de todos y combatir a los criminales, la democracia falla. Para nuestra desgracia, este tipo de sucesos no es infrecuente en España. Pocas veces muere alguien tras recibir malos tratos y/0 torturas en una comisaría o en un cuartelillo, pero haberlas, haylas.

De nuevo, Almería ensangrentada. 24 años más tarde, otra muerte violenta en los anales de la Guardia Civil. Tras el «Caso Almería», que dio lugar a una magnífica película de Pedro Costa, el «Caso Roquetas». La España del nuevo milenio sigue teniendo el alma de cartón piedra. Algo se cerró en falso, no se limpió adecuadamente el solar patrio, todo estaba demasiado bien atado.

En mayo de 1981, tres jóvenes trabajadores, Luis Cobo Mier, Luis Montero García y Juan Mañas Morales, fueron asesinados en el antiguo cuartel de Casafuerte, para posteriormente ser quemados sus cuerpos en el interior de un coche en la carretera de Gérgal. Los asesinos, dirigidos por el teniente coronel de la Guardia Civil, Carlos Castila Quero, los confundieron con los tres miembros del comando etarra que acababa de asesinar en Madrid al teniente general Valenzuela. Cómo siempre, el terrorismo individual servía de coartada al aún más tremebundo Terrorismo de Estado.

Hoy en día, 26 años después, la familia de Juan Mañas Morales sigue reclamando justicia. Los padres del joven asesinado, piden la imputación de 8 guardias civiles que se fueron de rositas. Esperemos que la familia del agricultor Martínez Galdeano reciba una justa reparación a tiempo, y que los culpables paguen por el delito cometido. Que no se vuelva a repetir la historia.

Almería, invadida por un mar de plásticos, es actualmente un hervidero de nuevos ricos, hijos de la especulación inmobiliaria y del cultivo en invernaderos. La provincia más oriental de Andalucía, el territorio más seco de España, el refugio mítico del spaghetti-western, podría ser el embrión de futuras Marbellas, si no lo remediamos. Habitada por gentes de todos los lugares, credos y razas, codiciada por las mafias del ladrillo, en su día fue el último refugio de la dignidad nacional.

Cuando la República Española se hundió, aplastada por la bota nazifascista, la ciudad de Almería tuvo el honor de ser el último lugar de España donde ondeó la bandera tricolor. En Almería, mataron también al joven maoísta Javier Verdejo, en agosto de 1976, cuando realizaba una pintada en la playa de San Miguel. Otra vez Almería. Otra vez la Guardia Civil.

No olvidamos tampoco la lealtad de miles y miles de guardias civiles al Gobierno republicano. Muchos de ellos dieron su vida por la libertad, murieron por un mundo mejor, sufrieron prisión o exilio. Cómo voy a olvidarme de ellos, cuando yo mismo soy bisnieto de guardia civil.

Debemos luchar para que nunca más se repitan estos hechos, para que nunca más corra la sangre por Almería, para que no falle la democracia, para que nadie quebrante el Estado de Derecho. Otra cosa sería definir lo que entiende cada cual por estado de derecho. Porque, en marzo de 2007, este invento huele mal y tiene hechuras de Estado de Desecho.

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