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Cómo subsanar la «brecha metabólica» del capitalismo

El decrecimiento nipón

Fuentes: [Imagen: Andres Von Chrzanowski (CASE) aka @case_maclaim]

Varios años después del supuesto fin de la «década perdida» de Japón, el país nipón se mantiene al borde del decrecimiento. Su PIB apenas creció un 0,1% interanual en el último trimestre del año 2022.

Aunque la mayoría de los economistas consideren a Japón como el hombre enfermo de entre las naciones más avanzadas, Kohei Saito sostiene que esta senda decrecentista es precisamente la que debería tomar una sociedad sana en un contexto como el actual, en un mundo sumido en una vorágine abrasadora provocado por un consumo desmesurado.

Saito es un escritor de 36 años y autor de «El capital en la era del Antropoceno», una obra que aboga por el decrecimiento como la salida de la crisis climática y de la angustia provocada por la competencia constante que ha llevado a tantos sararīman —trabajadores asalariados— a la desesperación. A pesar de tratarse de un texto marxista —un enfoque poco popular en la actualidad—, es evidente que su libro ha tocado una fibra sensible, sobre todo entre la población joven, vendiendo más de medio millón de ejemplares en Japón.

Podría decirse que este país insular, caracterizado por su frugalidad histórica y que surgió en la antigüedad a partir de lo que el filósofo Takeshi Umehara describió como «la civilización del bosque», es un terreno más fértil que la mayoría para que el mensaje radical de Saito fructifique. Si nos remontamos al periodo Edo, a finales del siglo XVII, el shogunato Tokugawa constató la crisis ecológica que suponía la deforestación causada por el uso generalizado de la madera como material de construcción. Así, restringió drásticamente la tala y plantó árboles a gran escala con el objetivo de reforestar el paisaje. Y no cabe olvidar que la primera iniciativa internacional encaminada a frenar el calentamiento global recibió el nombre de Protocolo de Kioto.

La sensibilidad sintoísta y budista que venera la naturaleza como la unión de todos los seres sigue estando presente en los jardines y santuarios que contrastan con la espantosa expansión de hormigón por todas partes que trajo consigo la rápida modernización de posguerra de las décadas de 1950 y 1960.

Fue en aquella época cuando el arquitecto Fumihiko Maki y otras personas iniciaron el «movimiento del metabolismo», una iniciativa encaminada a integrar los patrones tradicionales del espacio en el diseño de megaestructuras. Además, este movimiento se inspiraba en algunos conceptos de la capacidad de adaptación de la biología orgánica como forma de abordar la creciente concentración y congestión de la hiperurbanización.

Por aquel entonces Maki y sus compañeros ya comprendían intuitivamente que el alcance inaudito del desarrollo metastásico requería una respuesta que contemplara las formas y los sistemas naturales.

La brecha metabólica

En este sentido, no es de extrañar que sea también un ideólogo japonés quien haya recuperado la teoría de la «brecha metabólica» de entre las obras más recónditas de Karl Marx. Este concepto constituye el eje central del esfuerzo de Saito por reverdecer los matices rojizos del materialismo histórico.

Según Saito, Marx entendía la interacción entre la especie humana y su entorno natural como «la base de la vida». El capitalismo convierte la «naturaleza» en un recurso mercantilizado con al de alimentar el crecimiento económico y, de este modo, cercena la armonía entre los seres humanos y los no humanos. Esa escisión cristaliza ahora en el Antropoceno, un periodo en el que el conjunto del planeta se ha visto tan trastocado por este modo imperante de producción y consumo que hace peligrar la biosfera habitable de la Tierra.

Saito opina que la única forma de subsanar la brecha que Marx identificó es una economía estatal estable que renuncie a la ambición implacable de un crecimiento cada vez mayor y que recupere el mundo natural como procomún. Esta interpretación situaría al gran ideólogo de la Revolución Industrial entre las filas de los posteriores apóstoles de la «era de los límites», como Ivan Illich. Illich, que se definía a sí mismo como arqueólogo de las certidumbres modernas, predicaba la «virtud de la suficiencia» y confrontaba la interdependencia convivencial de las relaciones sociales y naturales con la ideología que fabrica nuevos mercados constantemente mediante la transformación de los deseos y anhelos en «necesidades».

El capitalismo convierte la «naturaleza» en un recurso mercantilizado con al de alimentar el crecimiento económico y, de este modo, cercena la armonía entre los seres humanos y los no humanos.

La idolatría del PIB

¿Qué aspecto podría tener el decrecimiento posmoderno en un lugar donde los espacios reducidos en los que la gente mantiene las distancias quedan empequeñecidos por torres del tamaño de Godzilla, unas torres que incluso hoy en día siguen aumentando su altura de forma inversamente proporcional a la disminución de la población? ¿Qué forma adopta el movimiento decrecentista en un país donde las raciones de comida pueden ser minúsculas pero donde todo, desde las piezas individuales de pomelos hasta las cajas bento, está envasado en plástico? La postura de Saito resulta una herejía absoluta en el contexto en el que Japón ha valorado su éxito en la posguerra.

«Nos preocupa la clasificación del PIB y el crecimiento, pero el PIB no sirve para medir el bienestar y la felicidad de una nación», señala Saito. «Aquí en Japón tenemos una comida deliciosa, la esperanza de vida más longeva del mundo, unas calles seguras y un transporte público excelente, por no hablar de lo atractivo que resultan nuestra cultura y nuestro arte. El PIB no recoge ninguno de estos elementos. Así pues, el hecho de adoptar indicadores de valor no relacionados con el PIB supondría por sí solo un paso positivo hacia el decrecimiento».

Este es un buen argumento, aunque es inevitable reconocer que lo que diferencia la calidad de vida de Japón mencionada por Saito de la decadencia y el estancamiento de un lugar como Cuba es la acumulación de capital heredada.

Por su parte, Saito se mantiene fiel a su legado cultural y se ha unido a otros ciudadanos activistas para crear la Common Forest Foundation, que ha adquirido terrenos alrededor del monte Takao, cerca de Tokio, a fin de proteger el «bien público» de las zonas boscosas frente al desarrollo comercial.

El planeta vs. el modo de producción

Conocí a Saito recientemente en Tokio, en la ceremonia en la que se concedió el Premio Berggruen de Filosofía y Cultura a otro filósofo japonés mucho más mayor que él: Kojin Karatani.

En su obra cumbre, «Estructura de la historia del mundo», Karatani invierte la idea fundamental de Marx de que el «modo de producción» económico es la subestructura de la sociedad que determina todo lo demás. En su lugar, sostiene que los siempre cambiantes «modos de intercambio» entre el capital, el Estado y la nación son los elementos que conforman el orden social.

A su juicio, las normas y creencias históricas sobre la justicia y la reciprocidad, incluyendo las religiones universales, obligan al Estado a regular la desigualdad en el marco de la comunalidad mística de la nación, atemperando así la lógica del mercado libre y sin restricciones.

A pesar de haberse modernizado siguiendo el modelo occidental, el concepto sintoísta de «kami» (la presencia del espíritu en todas las cosas, desde las montañas hasta los objetos creados por el hombre) sigue resonando en la cultura japonesa. Es posible que esta herencia animista haya influenciado la interpretación original que Karatani hace de Marx, al considerar que el filósofo alemán no materializó tanto el idealismo del «espíritu del mundo» de Hegel, sino que veía el «capital como espíritu» que se vitaliza mediante el trabajo.

El argumento principal de Marx era que la liberación de la alienación del trabajo respecto a lo que éste produce se convertiría en el motor histórico que culminaría en la realización del espíritu del mundo. En la visión de Karatani, lo que impulsa el espíritu de la historia mundial es la dialéctica de la contradicción y la resolución dentro de sus modos de intercambio en interacción.

Saito impugna el planteamiento de Karatani sobre los modos de intercambio porque no incorpora su interconexión con el ecosistema de la Tierra. En esta coyuntura histórica, arguye, es sobre todo el imperativo capitalista de crecimiento lo que más en conflicto está con el imperativo planetario de evitar la catástrofe climática. Por lo tanto, «si queremos examinar adecuadamente la interacción humana con el mundo natural, es preciso volver a centrarnos en el lugar de producción». Tal como entendió el Marx menos conocido en su teoría de la brecha metabólica, es el modo de producción el que aliena a la especie de la base de la vida.

Para Saito, el choque y la reconciliación de estos imperativos contrapuestos son los que impulsarán la historia hacia el futuro, del mismo modo que lo hacen la lucha de clases para Marx y la interacción de sus modos de intercambio para Karatani. En el Antropoceno, la historia social y la natural se fusionan y ya no pueden disociarse la una de la otra. En términos hegelianos, el despliegue del espíritu del mundo es la realización de la razón planetaria.

Tal y como hiciera Illich, Saito nos alerta contra la ilusión de que los humanos podemos escapar a los límites de nuestra condición mediante un apaño tecnológico que, de algún modo, dé cabida tanto a la «sostenibilidad» como al «desarrollo». Es inevitable que la tecnología, sometida a la lógica del crecimiento del PIB, no haga sino impulsar y acelerar aún más el curso destructivo en el que ya nos hallamos, en lugar de alejarnos de él.

La alternativa a la legitimación continuada de la apisonadora del PIB pasa por considerar el ecosistema planetario como un común finito que hay que conservar y no como un recurso que haya que explotar hasta la saciedad, un espacio en el que la prosperidad humana no se defina tanto por la propiedad como por el bienestar.

El hecho de que esta visión parezca tan utópica refleja hasta qué punto nos hemos alejado de una ecología de la mente, aun a sabiendas de que la resolución del dilema planetario debe apuntar en esa dirección.

La mejor forma de navegar por los horizontes del futuro que se abre ante nosotros radica en comprender debidamente la dinámica que determinará nuestras decisiones. En este sentido, la perspectiva de Saito es una aportación ejemplar.

Nathan Gardels es licenciado en Teoría y Política Comparada y en Arquitectura y Urbanismo por la UCLA, y en la actualidad es redactor jefe de la revista Noema Magazine. También es cofundador y asesor principal del Instituto Berggruen, además de ser autor y coautor de varios libros. Anteriormente fue redactor jefe de varios medios de comunicación y ha escrito numerosos artículos para The Wall Street Journal, The New York Times, The Washington Post, etc. y también en publicaciones extranjeras como Corriere della Sera, El País, Le Figaro o The Guardian y Die Welt, entre otras. 

Artículo original publicado en Noema Magazine

Texto traducido por Lara San Mamés, editado por Marta Cazorla

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/guerrilla-translation/decrecimiento-nipon