Traducido para Rebelión por Susana Merino
El pasado mes de diciembre, la NASA difundió imágenes de la tierra sumergida en la noche y constelada de puntos luminosos, reflejos de hogares de poblaciones diseminadas en el planeta. Pero en medio de todas esas islitas de luz algo llamó la atención en los EE.UU. Una gran mancha difusa, situada en el norte, en medio de una zona oscura en el centro del país, que se puede ver también en el sitio del Earth Observatory de la NASA, o en el del medio de prensa estadounidense NPR. La verdad es que en ese lugar no hay ninguna ciudad, solo gas quemándose.
En ese estado de Dakota del Norte «las empresas petroleras, ubicadas en el boom del gas de esquisto de EE.UU. queman tanto gas como el que se necesitaría para abastecer los hogares de Chicago y de Washington» destaca el Financial Times. Según dicho diario económico, el volumen de gas quemado aumentó un 50% el año pasado en este estado en el que la explotación del gas de esquisto y de petróleo ha adquirido, desde hace poco, una celeridad similar a la de la «carrera del oro negro» (según Figaro y Atlantico).
En Texas, otra región pionera en la explotación de gas de esquisto, los permisos de «quema», una práctica que consiste en quemar el gas que sale conjuntamente con la extracción de petróleo, se multiplicaron, según el Financial Times... por seis entre 2010 y 2012. Según el Banco Mundial el gas quemado de este modo en los EE.UU. se ha triplicado en cinco años, izando al país al quinto puesto entre los estados «quemadores» del planeta, después de Rusia, Nigeria, Irán e Irak.
Es más rentable quemarlo
Que el gas natural se transforme de esta manera en humo se debe a su bajo precio, resulta menos caro quemarlo que construir las infraestructuras necesarias para posibilitar su comrecialización. Aunque esta práctica implica aumento de la contaminación atmosférica o mejor aún la emisión de gases que producen el efecto invernadero: en Dakota del Norte aumentarían en un 20% las emisiones debidas a la explotación de petróleo y de gas de esquisto, siempre según el Financial Times.
Según la Global Gas Flaring Reduction, que agrupa a las principales compañías petroleras y una veintena de países con el propósito de reducir la «quema», las emisiones de CO2 provocadas por la combustión de gas totalizan casi el 1,5% del total de las emisiones mundiales. En estos últimos años se han quemado entre 130.000 y 150.000 millones de metros cúbicos de gas natural al año. Es decir, un tercio del consumo europeo de gas y cerca de un cuarto del de EE.UU.
Un costoso derroche
La quema constituye así un enorme derroche de energía fósil no renovable. Un dato que se puede poner en paralelo con un informe publicado en enero por el World Future Council y repetido en un artículo del Guardian titulado «¿Cuándo pararemos de desperdiciar nuestras energías fósiles quemándolas?
Ese informe intenta evaluar el costo de ese derroche de energías fósiles (gas, petróleo, carbón) del que dependeremos en el futuro no solamente por necesidades energéticas sino también para una gran cantidad de aplicaciones industriales, productos químicos, abonos, medicamentos o plásticos, enumera el Guardian.
Resultado: las pérdidas ocasionadas por el actual consumo de energías fósiles -que ya no tendremos en el futuro- alcanzaría entre 3.200 y 3.400 millones de dólares anuales, estima el Worls Future Council. Un costo que no se tiene en cuenta, subraya, cuando se calcula la rentabilidad de las energías fósiles con relación a otras energías renovables generalmente consideradas menos competitivas.
rCR