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Argentina, ¿por qué nos inundamos?

El desafío no es cómo sacar el agua, sino cómo retenerla (resumen)

Fuentes: Rebelión

En abril de 2016 y en el inicio del presente año, como tantas otras veces a lo largo del tiempo, Santa Fe debió soportar precipitaciones pluviales importantes, que inundaron amplias zonas y muchas localidades de la provincia, que afectaron la calidad de vida de miles de personas y pérdidas económicas de magnitud. Frente al fenómeno, […]

En abril de 2016 y en el inicio del presente año, como tantas otras veces a lo largo del tiempo, Santa Fe debió soportar precipitaciones pluviales importantes, que inundaron amplias zonas y muchas localidades de la provincia, que afectaron la calidad de vida de miles de personas y pérdidas económicas de magnitud.

Frente al fenómeno, desde distintos ámbitos, se han ensayado explicaciones diversas, según los intereses u ópticas de cada uno de ellos y así se habló del cambio climático, la ausencia de obras de infraestructura para mejorar el escurrimiento de las aguas, la deforestación, los cambios en los usos del suelo, una fatalidad, entre tantas otras.

Muchas de estas aseveraciones tienen su parte de verdad, pero la verdad está en la sinergia de todas estas concausas y otras que la ciencia hídrica conoce y ha estudiado desde hace mucho tiempo y que se traduce en que la geografía regional, a lo largo de muchos años, ha ido perdiendo en los valles de inundación su coeficiente de rugosidad que reduce la velocidad de escurrimiento y que lleva a que los cauces principales y las zonas bajas de la misma colapsen en cuestión de horas o pocos días, frente a lluvias torrenciales.

Someramente para que lo entienda, le digo que esta rugosidad, está determinada según las características y accidentes propios del terreno, como la formación de montes y bosques nativos, las pendientes del terreno, los humedales, esteros, lagunas o depresiones del suelo, la mayor o menor porosidad de los mismos, todo lo cual facilita en el ambiente natural, la evapo-transpiración, la recarga de acuíferos, la retención o lentificación de las aguas de lluvia, en su marcha hacia los canales de escurrimiento, evitando su saturación y consecuente desborde.

El aumento de la rentabilidad, el incremento de todas las actividades agrarias y la incorporación de mayor cantidad de tierras a la producción, provocaron que ese coeficiente de rugosidad, fuera afectado a la baja en razón que casi todos los bosques, montes y selvas nativas de Santiago del Estero, Córdoba y Santa Fe fueron desapareciendo en forma irresponsable y casi suicida.

Junto con la pérdida de la forestación, todos los bajíos y depresiones se fueron rellenando y nivelando por el arrastre de la erosión hídrica en muchos casos y en otros por la acción humana para incorporarlos a la actividad agrícola, a la par que se incrementaban los canales y zanjas de escurrimiento, muchas veces en forma clandestina y sin un plan integral.

Ello provocó que toda una gama de humedales que actuaban como esponja o amortiguación de las lluvias perdieran su función, para colmo eran inmuebles que se adquirían a valores irrisorios, a los cuales la rentabilidad de algunos cultivos elevaba su valor venal con ventajas para los especuladores inmobiliarios que maximizaban sus ganancias.

La pérdida de rugosidad transformó a estos suelos en una planicie de escurrimiento que lleva el agua sin frenos y en muy poco lapso de tiempo, hacia las zonas bajas produciendo inundaciones urbanas y rurales en zonas en que nunca se habían producido.

La producción agrícola de características industriales, agravan el problema, ya que la falta de rotación de los campos, la ausencia de ganadería y el uso de maquinaria pesada impermeabiliza los suelos, impidiendo la penetración de agua a los acuíferos.

Todo ello provocó que los suelos tengan una pronunciada pérdida de relieve y se transformen en planicies, con máximo aumento de la escorrentía.

Sin perjuicio de este coctel explosivo, las entidades siguen reclamando de los gobiernos más obras que en definitiva son más de lo mismo y que agravan la situación ya que estos fenómenos en un tiempo más o menos largo se volverán a producir con consecuencias iguales o peores a las vividas.

Florentino Ameghino en 1884, ya había analizado estas cuestiones en su libro «Las Secas y las Inundaciones en la Provincia de Buenos Aires», llegando a la conclusión, que las obras no tenían que ser de canalización, sino buscar la forma de retener agua y hacer más lento el escurrimiento de las aguas evitando la acumulación en las zonas bajas.

Insisto esto no se resuelve con canales, todo lo contrario, se deben establecer retardadores de escurrimiento que hagan más lento el mismo dando tiempo a todas las cuencas a nivelar las ondas de creciente.

Y esto solamente es posible si se encara un plan serio de expropiación de terrenos para esos fines o si se organizan servidumbres de inundación convenientemente ubicadas, mantenidas y organizadas.

Tengamos presente que tanto Santiago como Córdoba, prácticamente han hecho desaparecer sus montes nativos y sus excedentes hídricos escurren hacia nuestra provincia.

Volviendo al libro citado, dice: «Todos abrigan la esperanza de que dichos trabajos (canalización y desagüe) librarán a la provincia de las inundaciones, abriendo así para el porvenir una nueva era de prosperidad y de riqueza sin precedentes…» «Por todas partes no se oye hablar sino de proyectos de canales que den salida a las aguas que en la épocas de grandes lluvias cubren los terrenos bajos o de poco declive», esto parece escrito hoy y en esa dirección se inscribe lo recientemente peticionado por entidades del agro, como la SRA, que por otra parte nunca se hacen cargo de sus responsabilidades en torno al ambiente y otras cuestiones, pero siempre piden subsidios en épocas malas, pero no distribuyen sus ganancias en los días de bonanza.

Sigamos haciendo historia, para saber que todo ya ha sido dicho:

Nuestro comprovinciano el Dr. Estanislao Zeballos, en su «Estudio geológico de la Provincia de Buenos Aires», en torno a este problema y que es de aplicación al caso, en 1876, decía: «nadie se ocupa de la verdadera solución del problema, dirigiendo todas las miradas…hacia el desagüe simple e ilimitado de los terrenos».

A las causas anteriores se debe sumar la denudación de los terrenos, productos de la desaparición de los pajonales duros, que anulaban ese efecto, reteniendo una parte considerable de las aguas pluviales, como también lo marca sabiamente Ameghino y agrega que: «en todas partes en donde se han ido talando los montes, se han ido cambiando igualmente las condiciones climatológicas», por lo que «la influencia benéfica de las grandes arboledas sobre el clima y el régimen de las aguas es entonces innegable».

Las provincias referidas han destruido su cubierta forestal con las consecuencias nefastas que saltan a la vista.

Viejos saberes y el sentido común alertaban desde hace más de un siglo, que de seguir con estas prácticas irracionales, las calamidades se iban a suceder sin solución de continuidad.

En esa dirección y dentro de las soluciones indicaban, muchas de las cosas que distintos sectores vienen recomendando de larga data, consistente en volver a elevar la rugosidad de los suelos, conservación de áreas de pastos naturales, el cese de las talas y la reforestación de amplios zonas y la construcción de obras de retención, creación de reservorios y estanques artificiales, que impidan el aumento el desagüe hacia zonas bajas.

Para ello es necesario contar con terrenos para dicha función, y ello solamente será posible si se establece una política que impida el desecado de los humedales interiores y la ocupación de los de zonas ribereñas, se estudie una masiva expropiación de campos con dicha finalidad, que quizás sea más barato en el largo plazo que tener que afrontar en forma permanente el gasto de las pérdidas productivas por estos fenómenos y las emergencias y subsidios consiguientes, y por último disponer un marco legal que determine la necesidad de la implementación de áreas de servidumbres de inundación en distintos lugares del territorio provincial, todo ello en un programa de acuerdos y complementación con las provincias mencionadas.

En el esquema propuesta las obras de canalización y desagüe deberían quedar reservadas para casos extremos y para evitar el anegamiento de zonas pobladas.

No es casualidad que el l ema de 2017, para el Día mundial de los humedales sea: «Humedales para la reducción del riesgo de desastres», toda una definición y además agrega que: «los grandes detractores de este proyecto» (ley de Humedales que está en el Congreso) son «intereses muy grandes que quieren avanzar sobre los humedales y que no quieren ninguna normativa», representados sobre todo por el agronegocio y la especulación inmobiliaria.

Coincidiendo nuevamente con Ameghino cito lo siguiente: «En todos los puntos donde hay bañados o pantanos de consideración, en vez de darles desagüe desecando por completo el área que ocupan, se debería tratar de reducir su superficie aumentando la profundidad es decir, haciendo estanques o lagunas artificiales.

Por último creo que frente a estos problemas, no se puede cerrar la puerta a una discusión más amplia y con una mirada mucho más abarcadora que la que dictan las urgencias actuales.

Ricardo Luis Mascheroni es docente.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.