David Hammerstein es sociólogo y activista ecologista que fue diputado en el Parlamento Europeo por el grupo Los Verdes entre 2004 y 2009. Desde Radio Malva charlamos con él para que nos dé su opinión sobre la relación de las políticas urbanísticas con la crisis medioambiental que vive el planeta. Ha asegurado en varias ocasiones […]
David Hammerstein es sociólogo y activista ecologista que fue diputado en el Parlamento Europeo por el grupo Los Verdes entre 2004 y 2009. Desde Radio Malva charlamos con él para que nos dé su opinión sobre la relación de las políticas urbanísticas con la crisis medioambiental que vive el planeta.
Ha asegurado en varias ocasiones que vivimos una situación global cercana al colapso
Vamos en un Titanic y las élites han abandonado el barco en sus botes salvavidas, son conscientes de que no nos salvaremos todos. El problema viene de que, para mantener la paz social, nuestro sistema se ha basado en el consumismo individual, fomentando una cultura de egoísmo y narcisismo personal que, por otra parte, sólo genera frustración. Vivimos en la ilusión de que podemos subir el nivel de vida continuamente sin querer darnos cuenta de lo que está ocurriendo en realidad con el planeta, es una mentalidad enfermiza.
La idea del crecimiento continuo es una farsa que no se mantiene, pensar que podemos consumir y extraer recursos, tanto en materiales como en valor humano sin que haya consecuencias, es absurdo. La explotación del 3º mundo no aguanta, ni humana ni materialmente. El volumen de consumo en agua, cemento, combustible, químicos, pesticidas no deja de aumentar y sólo se ponen parches: carriles bicis, reciclaje… La energía solar y la eólica representan el 1% de la energía que se consume. Pero no se trata sólo de una cuestión de consumo de energía; hablamos de una crisis total, los recursos son cada vez menos, el planeta se achica, el 60% de los mamíferos han desaparecido en los últimos 50 años. Vamos de cabeza a un colapso, la democracia liberal se deshace. Ya comienza a verse la frustración en las protestas, en la clase media, en el auge de la extrema derecha. Vamos a ver conflictos sociales muy duros cuando la tensión social suba por la escasez de recursos. Las sociedades suelen llegar a su máximo de desarrollo justo antes de su debacle.
Entre las propuestas de los partidos políticos tanto desde uno como del otro extremo ideológico parece que no se cuestiona en ningún caso el modelo de crecimiento
En general estamos atrapados, por un lado tenemos a los globalizadores liberales, los mayores defensores de este modelo, que incluso aseguran que luchan por los derechos de la mujer, los homosexuales y el ecologismo de manera hipócrita. La otra opción es la de la extrema derecha que defiende los valores tradicionales, ensalza soberanía nacional y usa de chivo expiatorio a los migrantes, las mujeres, homosexuales y las minorías. Ambas posturas defienden modelos de crecimiento, un crecimiento que está basado en la explotación de la mayor parte del planeta. El 25% del mundo que consume más debe reducir sus niveles. Los migrantes van a seguir llegando, son también refugiados climáticos, ambientales. Los problemas sociales son ambientales y viceversa. Estamos imbuidos en un pensamiento en el que creemos que todo conflicto es ideológico sin darnos cuenta de la base biofísica de todo.
Hace falta aterrizar, somos terrícolas, dependemos de los ecosistemas. Tenemos que adaptarnos a una austeridad solidaria sobre todo con los países del sur global. Para reducir la pobreza hay que reducir la riqueza. Crear un creative commons de la tecnología sostenible, acabar con las patentes. Debemos cambiar los valores del individualismo por valores colectivos y cambiar también nuestra relación con la naturaleza. Tenemos que ser conscientes de que estamos abocados a un decrecimiento sí o sí. O es mínimamente justo, organizado y pactado entre ricos y pobres o será autoritario, violento y caótico.
El crecimiento urbano es también una de las causas de ese colapso ambiental que usted explica. En la ciudad de València las políticas urbanísticas siguen proyectando grandes construcciones pese a la corrupción y la crisis económica que trajo consigo este modelo ¿no hemos aprendido nada?
El desarrollo urbanístico y la corrupción van unidos, del mismo modo existen lazos entre las élites financieras y los grandes constructores. El despilfarro económico de grandes proyectos para seguir la lógica de ser competitivos y globalizadores, es no estar en la realidad. Resulta obvio que no hemos aprendido nada, seguimos con los grandes planes, hay múltiples ejemplos: el Parque Central y su rascacielos con obras que producirán contaminación durante los próximos 20 años o la ampliación del puerto trayendo tierras de la Serranía, incluso de Teruel, para ganar espacio al mar es algo demencial. Tenemos también el proyecto de los 20 rascacielos del grao, esos no lugares, asépticos, sin ninguna demanda o el PAI de Benimaclet que destruye huerta para levantar 1500 viviendas que nadie ha pedido, sólo los bancos.
Y sin embargo todo esto se vende a la ciudadanía como algo irrenunciable, es más, se plantea en términos de un pacto fáustico: Si tú quieres en tu barrio un centro social, parques, escuelas… tienes que aceptar que haya un beneficio de un 30% o 40% para inmobiliarias y constructoras que están en alianza con algún holding estadounidense o inglés, si no, nada. Es diabólico. Pero es que hay más: los 50 nuevos hoteles en el centro histórico, el instituto mediterráneo de Paterna, el corredor Mediterráneo, el PEC del Cabanyal… son todos proyectos anticlima.
El turismo parece también una lógica irrenunciable dentro de este modelo
Precisamente la exigencia de estos megaproyectos viene del consumismo turístico, no de la gente. Por ejemplo, la concejala de turismo y futurible alcaldesa socialista Sandra Gómez se congratulaba hace poco de tener 2 millones de turistas y hasta 5 millones de pernoctaciones previstas para este curso. El turista consume más agua, plástico y de todo que un residente. El modelo turístico de servicios, genera grandes cantidades de residuos por no hablar de los enormes niveles contaminación de cruceros y aviones. Continuando este modelo, Valencia se enfrenta a un delirio enfermizo de criminalidad ecológica.
¿Cuáles son las alternativas que se pueden plantear para frenar estos modelos?
Hay que cambiar el chip de que el mercado manda y todo beneficio vale. El futuro debe pasar por cierta autonomía y producción propia de alimentos, un modelo local es la mejor manera de actuar globalmente para proteger el clima. Hay que apostar por un urbanismo de la austeridad, la rehabilitación, aprender a resilvestrar la naturaleza dentro de la ciudad. Hay que levantar el cemento para hacer la tierra permeable y que respire. En Valencia debajo del cemento está la huerta.
Debemos parar ese pacto público – privado de la privatización del suelo público para su venta y contraponer un modelo de pacto público cívico o común. Que la tierra sea de la gente, para hacer vivienda cooperativa, preservar la huerta para cultivar alimentos, bajar el consumo de recursos, fomentar la artesanía local, aumentar y financiar el trasporte público y colectivo; en definitiva, hace falta una economía del bien común, orientar la actividad pública hacia el bien común. Debemos apostar decididamente por la austeridad y la autosuficiencia, de lo contrario estamos hipotecando el área metropolitana de Valencia ante la catástrofe que se avecina.
En Valencia existen muchos colectivos que se están moviendo en este sentido
Absolutamente y muchos desde hace años; tenemos a Per l’ Horta, Asociación de vecinos de Nazaret, Som Energía, Valencia en bici, Valencia no se vende, Cuidem Benimaclet, colectivos veganos, vegetarianos, ecofeministas… Sin embargo hay que terminar con esa visión única de la realidad en la que sólo se puede conseguir cosas pactando con los poderosos. En política no es fácil romper el modelo del cemento pero es lo que hay que hacer. Hay que decir basta. Hay que protestar para sobrevivir.
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