Desde hace casi una década se reúne cada tres años, convocado por las Naciones Unidas, el Foro Mundial del Agua. La iniciativa nació de la creciente preocupación de la comunidad internacional por el acelerado deterioro y empobrecimiento de los recursos hídricos del planeta, debidos a la destrucción de los ecosistemas que los producen y protegen, […]
Desde hace casi una década se reúne cada tres años, convocado por las Naciones Unidas, el Foro Mundial del Agua. La iniciativa nació de la creciente preocupación de la comunidad internacional por el acelerado deterioro y empobrecimiento de los recursos hídricos del planeta, debidos a la destrucción de los ecosistemas que los producen y protegen, a la sobreexplotación de las fuentes tradicionales y a su agotadora y dramática contaminación, causada por las actividades de una población creciente y cada vez mas ávida de agua. En pocas palabras puede decirse que hemos abusado de un recurso esencial para la vida y el progreso, hasta un punto que ojalá podamos corregir antes de que sea demasiado tarde.
La situación se ha ido agravando hasta llegar a que hoy en el mundo hay 1100 millones de personas que no tienen acceso al agua potable y 2600 millones que carecen de saneamiento básico. Las Naciones Unidas han reconocido que estas carencias se han convertido en limitaciones muy graves para lograr mejoras en la calidad de vida y en un obstáculo poderoso en la lucha contra la pobreza, la enfermedad y el subdesarrollo y por lo tanto en una gran dificultad para cumplir con las Metas del Milenio fijadas para el 2015.
Satisfacerlas supone cambios radicales en nuestra relación con el agua y en la forma que la usamos y por tanto requiere un esfuerzo colectivo muy importante.
En días pasados se llevó a cabo la cuarta reunión del Foro en la ciudad de Méjico. Ella se asienta en lo que fue un maravilloso y productivo lago que desapareció poco a poco, al irse consolidando la frenética, atractiva y contaminada megalópolis de hoy. Ojalá que la premonición simbólica de lo que pasó en esa ciudad, sirva de inspiración para evitar que siga sucediendo lo mismo a lo largo y ancho del mundo. La asistencia al Foro fue masiva, al igual que la presencia de grupos de organizaciones comunitarias de muy diversas proveniencias, que protestaron de manera ordenada y pacífica contra la «privatización del agua» y pedían la participación en su manejo.
El Foro destacó la dramática situación en el África, acosada por la sed y las enfermedades de origen hídrico y en menor grado la de otras regiones del mundo. También registró un avance esperanzador en el aumento de los niveles de acceso al agua potable y ubicó el problema más apremiante en la calidad del agua y el saneamiento básico, temas en los cuales no se registra ninguna mejora significativa a pesar de los esfuerzos realizados. Por último, como si fuera poco, el manejo de ríos compartidos por varios países es terreno fértil para los conflictos internacionales causados por un recurso cada vez más demandado y con peor calidad.
El panorama global dibujado fue el de la escasez, agravada por la pérdida de capacidad de soporte de los ecosistemas por la agresiva intervención humana sobre ellos y por la contaminación. Se avizora pues un mundo sediento. Para tratar de evitar que esta imagen se convierta en realidad, se planteó la necesidad de generar y difundir una nueva «cultura del agua» que le otorgue su valor simbólico y económico como elemento indispensable para la vida, el bienestar y el desarrollo y que estimule su conservación y su uso cuidadoso, dentro de una visión integral de la gestión del recurso, que hasta ahora ha sido fragmentada y parcial. Este cambio cultural debe adelantarse mediante procesos formativos y educativos que cubran la totalidad de la sociedad y lograrlo constituye un reto de primera magnitud para los gobiernos. La racionalización del consumo teniendo en cuenta las prioridades de los diversos usos, es también parte fundamental de la nueva cultura.
En lo que respecta a la cantidad de agua se enfatizó en la necesidad de encontrar nuevas fuentes, bien sea mediante novedosas tecnologías de tratamiento que permitan el reuso del recurso, o aprovechando la «cosecha» de la lluvia que ha probado ser muy eficaz en zonas rurales y poblaciones en diversos países y la desalación del agua de mar, que es la gran reserva futura y que ya se usa competitivamente en muchos países con limitaciones de agua dulce. Estas nuevas fuentes y otras por desarrollar, son indispensables para superar el problema de la escasez.
La agricultura se percibe como un campo especialmente favorable para el ahorro de agua, ya que le corresponde cerca del 80% del consumo mundial y las técnicas tradicionales de riego son muy ineficientes además de dañinas para los suelos. El uso de mejores técnicas y sistemas de riego eficientes ofrece un potencial muy importante de reducción en el consumo y de ahorro para los agricultores al permitirles reciclar los nutrientes. El reto consiste en producir más, empleando menos agua.
En lo que respecta a la calidad del agua, tema tan preocupante como el de la cantidad por sus implicaciones sobre la salud y las posibilidades de uso del recurso, se destacó la urgencia de avanzar en el tratamiento de las aguas residuales urbanas e industriales, haciendo uso en lo posible de métodos ecohidrológicos y de cambios en las prácticas agropecuarias para reducir sus aportes contaminantes, en especial de agroquímicos que afectan las aguas superficiales y subterráneas.
La hasta ahora imparable tendencia a la urbanización y la concentración de la población en megaciudades con habitantes uniformes y consumistas, es otro de los enemigos principales del manejo sostenible del agua. Se estima que entre 1990 y 2000 la población mundial aumentó un 15%, mientras que la población urbana lo hizo en un 24%. En 1990 el 43.5% de la población mundial era urbano y llegará a más de la mitad en el 2010. La concentración en grandes ciudades ha sido aún más fuerte y las megaciudades se ubicarán cada vez más en los países en desarrollo. En 1980 de las 12 ciudades más grandes del mundo siete estaban en países en desarrollo; en 2015 serán diez.
Mantenerlas no solamente implica caudales enormes que superan ampliamente la oferta natural, por lo que obligan a traer agua de otras cuencas mediante obras extraordinariamente costosas en tiempo y dinero, que crean conflictos con otros usos para el recurso. También al alterar los patrones naturales de flujo e intervenir masivamente los ecosistemas, o tener que recurrir a acuíferos cada vez más profundos, causan severos impactos ambientales. Las megaciudades generan caudales de aguas residuales concentrados y de gran magnitud, que atentan contra la calidad y supervivencia de los cursos de agua y obligan a realizar grandes inversiones para tratarlos adecuadamente.
Las inversiones para proveer de agua y tratar los vertimientos de las megaciudades, imponen una carga financiera enorme sobre ellas y sus habitantes. Parte de ellos bien podría asignarse a programas muy importantes en otras áreas como la educación y la salud, si se desestimulara el crecimiento y se pusiera en práctica la nueva cultura del agua.
La gestión del agua, que el Foro denominó como gobernabilidad, fue otro de los campos en que se previeron posibles acciones para corregir la tendencia hacía un mundo sediento y empobrecido. Se ha concluido que buena parte del déficit de agua potable corresponde a problemas de manejo y administración, antes que a una insuficiencia natural. Hoy en día es claro que el manejo del agua ha dejado de ser un asunto exclusivamente técnico para dar paso a una visión más compleja e interdisciplinaria denominada «Gestión Integral del Recurso Hídrico», que parte de la idea de que para que el manejo del agua sea sostenible, debe incluir el ciclo hidrológico completo, proteger e incrementar la oferta natural y considerar en conjunto las demandas y necesidades de todos sus usuarios. La implantación de esta nueva visión del manejo del agua como una responsabilidad compartida, supone la participación directa de los usuarios en su administración, una rmatividad clara y práctica y una institucionalidad ágil que facilite los procesos y coordine las acciones de los diversos actores en cada cuenca, que se convierte en la unidad natural para la planificación y administración del recurso.
Otra inquietud presente permanentemente en el Foro y que motivó muchas de las marchas de protesta, es la denominada «privatización del agua», mediante la cual un poderoso cartel de multinacionales busca transformar el acceso al agua, que ha sido tradicionalmente un derecho de las personas, incluso consagrado en varias religiones y muchas normas, en un campo para los negocios. Dado el carácter del agua como bien indispensable e irremplazable, que es además cada vez más escaso, es evidente que los intereses por acceder a sus fuentes y manejarlo como un bien de mercado son cada vez más fuertes.
Dentro del ánimo privatizador del modelo dominante, las empresas del cartel han obtenido concesiones en diversos países para embotellar el agua de los manantiales y atender los servicios de acueducto, distribución y tratamiento del agua, con resultados que en diversos casos atentan contra la sostenibilidad, la equidad y la calidad de vida de las personas. Incluso algunas de estas concesiones han dado origen a conflictos y hasta a alzamientos populares, al sentir que las empresas del cartel lesionan sus derechos e intereses.
Si bien es cierto que la participación del sector privado puede aportar al mejor manejo de la problemática del agua con recursos y tecnología, también lo es que esta participación debe estar firmemente regulada y controlada por el estado y enmarcada en un conjunto de principios encabezados por la equidad y la sostenibilidad, manteniendo el carácter del agua como bien público, por encima de los intereses privados.
Afortunadamente para nosotros, al igual que para otros pocos países entre ellos varios de nuestros vecinos, la situación en Colombia es diferente del panorama general global en cuanto a algunos elementos cruciales como la cantidad de agua y la existencia de zonas productoras todavía no intervenidas. Por su ubicación planetaria, cercana a la línea del Ecuador y a los dos grandes océanos y al fuerte relieve, nuestro territorio es una región húmeda, con una precipitación que es el triple de la promedio en el mundo y el doble de la de América Latina y que cuenta todavía con una importante extensión de bosques naturales. La disponibilidad de agua por habitante llega a niveles que la ubican muy por encima del promedio global.
Mientras en el mundo el promedio anual per cápita esta alrededor de 6.500 m3, en Colombia ronda los 28.000 m3. Sin embargo, en lo que respecta a la calidad, seguimos más de cerca el patrón mundial, pues estamos contaminando de manera irresponsable y grave nuestros ríos y cuerpos de agua.
El problema principal del agua en Colombia es por tanto un asunto de calidad antes que de cantidad y la principal contaminación proviene de los patógenos y nutrientes generados por la población urbana y el sector agrícola, antes que de los vertimientos industriales. Naturalmente el sistema institucional y administrativo, es decir la gobernabilidad del agua, ocupa también un puesto destacado en nuestra problemática. Los sistemas de captación y distribución presentan muchas fallas de diseño y de mantenimiento que llevan a altas pérdidas y a poner en riesgo el abastecimiento de la población en años secos, no por carencia natural de agua, sino por deficiencias en los sistemas de acueductos.
La pregunta fundamental que queda después de las anteriores consideraciones sobre el agua en el mundo y en Colombia, es la de como lograr que la riqueza natural excepcional que tiene el país representada en el agua, en lugar de dar pie a que se malgaste y se derroche, se convierta en un factor de desarrollo sostenible y de bienestar para todos los colombianos de hoy y de mañana. El aprovechamiento sostenible de nuestra riqueza hídrica es un elemento crucial de nuestro mejor futuro y amerita una política de estado para lograrlo.
Un primer paso en esta dirección puede ser aprovechar la iniciativa del gobierno sobre la llamada «Ley del Agua», para replantear el proyecto que está a consideración del congreso, sobre el cual hay muchas dudas y objeciones por considerarlo incoherente con la realidad del país y hacer propuestas confusas y vagas, que aportan muy poco en términos reales a la solución de la problemática del agua en Colombia. Los planteamientos y avances tratados en el Foro de Méjico, pueden ser muy útiles en este empeño, adaptándolos a nuestra situación y enriqueciéndolos con los aportes de muchas personas conocedoras de la situación del agua en Colombia, usuarios, comunidades y expertos, cuyas sugerencias y experiencias no han sido incorporadas debidamente en el proyecto en curso.
* Ernesto Guhl Nannetti es Director del Instituto Quinaxi – Colombia