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Entrevista a David Guardado

«El discurso de la extrema derecha y del nacionalismo español sobre Pelayo y Covadonga es una fantasía mal documentada»

Fuentes: La Marea

Asturias ha sido considerada, a la vez y por ideologías contrarias, el origen de España, la salvadora de la cristiandad europea y el germen del movimiento obrero español. David Guardado reconstruye en el monumental ensayo ‘Nunca vencida’ la historia de las ideas que permitieron sacrificar la identidad de Asturias en pos de la unidad de España.

En Asturias, hay dos fenómenos que están reparando su autoestima dañada por décadas de parálisis y derrotismo político. El primero es el músico Rodrigo Cuevas, que desde que en 2016 convirtiese una canción cantada en asturiano, Verdiciu, en el tema del verano, se ha convertido en uno de los artistas más vanguardistas y respetados del panorama español. Pero, también, en un «agitador folklórico», como él se define, de un discurso reivindicativo y gozoso de la vida rural.

El segundo fenómeno está siendo Nunca vencida. Una historia de la idea de Asturias, un ensayo que se ha convertido en un catalizador de conversaciones, mesas redondas, artículos y reflexiones en las redes sociales sobre su pasado y, sobre todo, sobre cómo construir un futuro deseable para sus habitantes, tan acostumbrados, durante generaciones, a crecer pensando que, tarde o temprano, tendrán que migrar. «Un ensayo esencial para la crítica del etnonacionalismo españolista”, como lo definió en la red social X el filósofo César Rendueles, quien acompañó en la presentación celebrada en Madrid a su autor, David Guardado Diez (1970).

Especialista en Filología Asturiana, vicepresidente de la Academia de la Llingua Asturiana, Guardado también es reconocido por fundar en 1997 Asturies.com, el periódico digital referente en asturiano que cerró recientemente. Como bajista del grupo Penélope Trip, participó del movimiento Xixón Sound. Con la música y periodista Alicia Álvarez fundó La Fabriquina, dedicada a crear libros y discos, especialmente en asturiano, para niños, niñas y adultos. También dirigió la edición digital de La Nueva España desde 2000 hasta 2010, cuando se incorporó al equipo que coordina los procesos de transformación digital de Prensa Ibérica.

Nunca Vencida es mucho más que un magistral ensayo sobre la historia de Asturias: es una guía fundamental para entender cómo la construcción territorial de España no es resultado de héroes, reinados y batallas, sino de la construcción de relatos por parte de unas élites que ensalzaron unos territorios y sacrificaron otros en pos de sus propios intereses. Y de cómo, para ello, las ideas debían transformarse en mitos que han sido capaces de convertir a Asturias en la cuna de la cristiandad europea, la esencia de la españolidad y el epicentro del movimiento obrero. Y que izquierdas y derechas asumiesen unos postulados no solo falsos sino, sobre todo, contradictorios. 

Nos encontramos con Guardado en Gijón, sentados frente a un Cantábrico que durante las dos horas de conversación discurrió por todos los matices del azul y el gris mientras un sol prudente era sustituido por el diluvio universal. Un día cualquiera en el mito del Paraíso Natural.

Es un libro sobre la historia de las ideas en torno a las cuales se ha construido políticamente Asturias. Y, en este sentido, resulta fascinante constatar cómo los hechos son secundarios. 

Obviamente, me interesan los hechos que han configurado la historia de Asturias, pero a la hora de analizar los discursos, de investigar a qué ideología sirven, los hechos son casi irrelevantes. 

Lo importante son los mitos que, independientemente de que sean reales o falsos, actúan independientemente de la razón y tienen la función social de explicar el presente y predecir el futuro. Es más, no solo anticipan lo que puede pasar, sino que lo plantean como una obligación: aquí va a pasar esto porque somos así: este es el destino natural del pueblo asturiano. 

Por ejemplo, la batalla de Covadonga o la figura de Pelayo, existiesen o no, se convirtieron en unos mitos fundamentales para entender la historia de Asturias ya que han funcionado de manera transversal para defender ideas radicalmente distintas.

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Cubierta de ‘Nunca vencida’.

¿Cómo han instrumentalizado la derecha y la ultraderecha la figura de Pelayo para reforzar su visión de España?

El relato de la derecha y de la extrema derecha sobre Asturias y Pelayo en la Edad Media son interpretaciones contrarias a las que el mundo académico valida como constatables. Pero no son exclusivas de esas tendencias políticas. Son una evolución, perfeccionada por el franquismo y por el nacionalismo español que se desarrolló durante el régimen turnista de la Restauración.

Por ejemplo, Menéndez Pidal sostenía que los Reyes de Asturias ya tenían lo que él llamaba “una idea imperial hispánica”, algo que está absolutamente descartado por todos los historiadores actuales. Sin embargo, autores como Gustavo Bueno recuperaron esta idea que, a su vez, la extrema derecha ha difundido en los últimos años. 

También se instrumentaliza la idea tradicional de que Pelayo quería reconquistar España, cuando en las crónicas medievales a las que se suele hacer referencia, Hispania es un sinónimo de Al-Andalus. En la Península Ibérica existía la estructura que habían construido los visigodos y que heredan, por así decirlo, los musulmanes. Pero en el norte hay un núcleo cristiano que se desgaja y que deja de pertenecer a esa Hispania política. De hecho, en esas crónicas son habituales expresiones como “los vikingos atacaron nuestras costas y luego se dirigieron a Hispania”, “vino el emir de Hispania y se entrevistó con”, “entramos en Hispania y atacamos a”. Porque durante casi dos siglos no hubo en Asturias ninguna intención ni proyecto de restauración de la Spania goda.

Frente a todos esos textos, la interpretación decimonónica de la Reconquista, que es la que emplea la ultraderecha actual, solo pudo oponer una supuesta frase de Pelayo que nos llegó a través de unas crónicas que se copiaron, más de dos siglos después, en Navarra. La bibliografía totalmente contrastada y aceptada por la casi totalidad del mundo académico en las últimas décadas demuestra que el discurso de la extrema derecha y del nacionalismo español sobre Pelayo y Covadonga es una fantasía mal documentada. Aunque con esto pasa lo mismo que con el cambio climático, también hay una minoría de negacionistas.

Alguien escribió en Internet un comentario sobre el libro en el que decía algo así como “qué manía con cargarse los mitos. Necesitamos a Asturias”. Porque Asturias es fundamental para el nacionalismo español y, especialmente para la extrema derecha identitaria. Por eso, es tan interesante cuestionar esos relatos argumentando el papel de los mitos, de las realidades históricas y la función ideológica de los discursos. Cuando desmontas todos esos relatos, muestras sus pies de barro y abres la puerta a nuevas interpretaciones.

En el libro explica que el mito fundacional es el de Asturias irreductible, un pueblo soberano, que siempre lucha contra el invasor, radicado en un territorio mitificado y delimitado con precisión por una cadena montañosa y el mar. Y de ahí se derivan el resto de mitos secundarios

Efectivamente y defiendo que ese mito fundacional asturiano, que no es necesariamente reaccionario, fue usado históricamente para defender la singularidad asturiana. Pero en el siglo XIX entra en crisis y muta cuando se debate la configuración política del nuevo Estado-nación español. 

Por una parte, había quien sostenía que España tenía que unificarse y eliminar la diversidad interna, porque así se conseguiría la modernidad mediante una estructura estatal al estilo francés, completando la labor que habían iniciado los Borbones en el XVIII. Según ese modelo, España era una unidad geográfica y, por tanto, lo natural era que fuese una unidad política, como había sido con los romanos y los visigodos, aunque siempre existan fuerzas centrífugas que intentan romper esa unidad a través de la creación de reinos de taifas.

Y, por otro lado, había quien consideraba que el planteamiento del Estado-nación unitario era autoritario e imperialista, similar al que habían intentado poner en práctica antes los romanos, los visigodos y los árabes, y que España se conforma a través de una diversidad primigenia que ya existía con los pueblos prerromanos y que los distintos dominadores intentaron unificar artificialmente.

Estas dos tendencias ideológicas, con mutaciones y adaptaciones a los tiempos, perviven hoy en los discursos políticos.

La tendencia que podemos llamar federalista, y que es la menos conocida ahora, aunque fue muy importante, elabora un relato en el que se plantea que Asturias es la que rompe históricamente la unificación impuesta, gracias al proceso que se inicia, supuestamente, en Covadonga. Y de ahí surgen un montón de interpretaciones derivadas como, por ejemplo, la de Pi y Margall, el apóstol del federalismo, que sostiene que la reconquista no es un proceso de unificación de España, sino de recuperación de la diversidad y de la atomización en distintos reinos medievales que luego se unirían en un pacto federal porque tenían intereses comunes. 

Y así es como nos encontramos, de nuevo, con que Asturias se presenta como la Arcadia, el mito originario, pero en este caso de una ideología que puede ser la precursora del federalismo o incluso de los nacionalismos periféricos del XIX y hasta de la independencia de Portugal en el XVII. Además, la izquierda más clásica sostenía que en Asturias había un comunismo primitivo, una Europa de Adán y Eva, un paraíso con el que los malos vinieron a acabar. Y véase que los malos, dependiendo de quién los señale, pueden ser la burguesía, la izquierda, la anti-España, la monarquía, o cualquier otro. 

Asturias se presenta continuamente en los discursos políticos como un punto de partida mítico desde el que puede explicarse todo. En el siglo XIII, en el fuero antiguo del Reino de Navarra se habla de Pelayo como origen.

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Foto: Escultura de Pelayo en Xixón. PATRICIA SIMÓN.

Otro de los asuntos que aborda es el excepcionalismo de esa Asturias irreductible que, en el siglo XIX, renuncia a su lengua, a sus instituciones y al resto de sus peculiaridades, y suma a su mito el de la renuncia en pos de la unidad de España. ¿Por qué renuncia Asturias mientras el País Vasco o Catalunya se decantan por la construcción de sus nacionalismos políticos?

A partir de la Constitución de Cádiz (1812), se impuso el modelo de Estado-nación francés que comentaba antes para alcanzar la unificación cultural, lingüística y administrativa del país que, se entiende, permitirá el progreso. Se instó a acabar con las instituciones propias de autogobierno que quedaban en Asturias, Navarra y el País Vasco.

Ese afán por acabar con las particularidades territoriales incluía las denominaciones históricas, que se consideraban un residuo del particularismo contra el que se luchaba, por lo que se impuso que las provincias se llamasen como su capital. En Asturias, hubo una oposición muy grande a perder su nombre y a favor de mantener la Junta General del Principado. En el País Vasco y en Navarra consiguieron mantener sus instituciones y sus nombres. Pero en Asturias, la oligarquía asturiana, que era controlada desde Madrid a través de una estructura caciquil, impuso el nuevo modelo. Asturias pasó a ser Provincia de Oviedo y se suprimió la Junta General. 

Pero también en Asturias existía un federalismo republicano muy importante. 

Sí, el federalismo fue creciendo a lo largo del siglo XIX en toda España hasta hacerse absolutamente mayoritario dentro del republicanismo. Fue el que penetró en las capas obreras antes, incluso, de que se desarrollase el movimiento obrero. Por eso, la élite que impuso el modelo centralista en Asturias, para justificarlo, construyó lo que llamó el relato de la renuncia, como lo denominó expresamente, en 1881, Posada Herrera, un asturiano que en ese momento era el presidente del Consejo de Estado. En un discurso ante el rey, planteó que Asturias “renunció a sus fueros y libertades en interés de la unidad nacional” porque, según dijo, esa era nuestra misión histórica, sacrificarse por un bien superior. 

Desde un análisis feminista, podemos decir que es un planteamiento relacionado con el del sacrificio materno. Así es como se instaló esa idea de Asturias como madre de España, capaz de sacrificarse y de renunciar a sus intereses para que su hija florezca, porque en el nuevo Estado nación que se estaba construyendo no había lugar para lo singular. A partir de ese momento, desde las clases dominantes se difundió la idea de que la singularidad asturiana más importante era ser el origen de España. 

Una renuncia que se mantiene hasta nuestros días y que tuvo un especial protagonismo durante la Transición. 

No se trata de un discurso exclusivo para Asturias, es el canónico en todo el Estado frente a los defensores de la diversidad y aquí se impuso como discurso hegemónico. En la primera República pareció triunfar un modelo alternativo de tipo federal, y la reacción fue la Restauración: centralizar y crear un Estado unitario. Surgió entonces el catalanismo político como respuesta al fracaso de la España federal. Fue en 1882 cuando republicanos federalistas en Cataluña celebraron un congreso en el que, desencantados con la situación, impulsaron la creación de partidos exclusivamente catalanes. 

En el siglo XX, el discurso de la renuncia adquiere un matiz distinto por razones relacionadas con el llamado desastre del 98 y el regeneracionismo. Unamuno, por ejemplo, ya no planteaba lo particular de las provincias como lo opuesto a lo español, sino a un supuesto universalismo. Lo español, o sea, lo castellano, se identificaba con lo universal, y el progreso y lo regional o provincial se denigraba identificándolo con lo aldeano y el atraso. 

Ese discurso penetró en las organizaciones obreras a través de la influencia de Menéndez Pidal y la Institución Libre de Enseñanza, que tenía muchísimas cosas positivas pero, también, una ideología abiertamente nacionalista que interpretaba la diversidad de España como un problema. El movimiento obrero absorbió ese modelo de unificación con base cultural castellana y no elabora ningún discurso propio sobre Asturias o España, sino que asumió el del republicanismo liberal, aunque con matices, porque hay que recordar que en el Congreso del año 1918 el PSOE defendía una confederación republicana de las nacionalidades ibéricas. 

Pero, bueno, con la Transición parecía que había llegado el tiempo de las autonomías y de las nacionalidades. En Asturias, estaba la gente del Conceyu Bable, que planteaba que Asturias era un elemento más dentro de la diversidad de España, una nacionalidad. Parecía que el discurso iba a calar al ser la alternativa a un discurso franquista que se estaba desmoronando. De hecho, en el 76, se celebra la primera manifestación (en la que se pedía la enseñanza del asturiano en las escuelas y la autonomía) en la que participaron todas las fuerzas democráticas, encabezadas por una pancarta en la que iba Vicente Álvarez Areces (posterior presidente del Gobierno del Principado por el PSOE). 

Pero en las primeras elecciones, ninguna fuerza asturianista saca representación parlamentaria. Y creo que es entonces cuando los poderes fácticos acuerdan tácitamente actualizar el discurso franquista sobre Asturias, recuperando la cuestión de la renuncia como eje y utilizando los referentes del liberalismo republicano que presentaban el universalismo como el elemento vertebrador de la identidad asturiana. Y empiezan a surgir discursos tan surrealistas como que en Asturias tenemos una identidad tan fuerte que no necesitamos articularla políticamente, o que nosotros no necesitamos ni nos rebajamos a esas cuestiones de los nacionalismos.

También se retoma el relato de que Asturias es la cuna de España y que como tal siempre ha mostrado una responsabilidad histórica para garantizar su unidad. Comienzan a hacerse refritos de discursos como el de Pérez de Ayala de 1932, en el que dijo que en Asturias no interesa el tema de la autonomía porque los asturianos somos universales. Pero hay que tener presente que él lo dice como debate dialéctico con sus oponentes, porque en ese momento había cinco diputados federalistas asturianos que apoyaban que Asturias fuese un Estado dentro de la República federal. Cuando llegó la Transición, este discurso se presentó como si hubiese sido el único durante toda nuestra historia. Lo cierto es que ni siquiera había sido el dominante en muchos periodos de nuestro pasado.

Frente a la aceptación sin apenas debate de la cooficialidad del catalán, el euskera y el gallego, la de la lengua asturiana ni siquiera se barajó. ¿Por qué?

La oficialidad del asturiano habría cuestionado radicalmente el modelo que se llevaba construyendo desde principios del siglo XX y que el nacionalismo español estaba dispuesto a aceptar: que hay una nación de verdad, que es la española, y tres aspirantes que se aceptan como mal menor, que se conllevan, como diría Ortega y Gasset, como una segunda división de las nacionalidades. Los llamados nacionalismos periféricos aceptan tácticamente ese esquema: estaban ellos, los llamados históricos –Cataluña, Euskadi y Galicia- y luego “los demás”. Esa interpretación es también herencia de la concepción de las naciones y de las lenguas del siglo XIX. 

El libro analiza el origen del fenómeno del grandonismo –esa mezcla de superioridad y apatía- y cómo se sigue instrumentalizando para tapar las problemáticas sociales. 

Muchos articulistas e, incluso, expresidentes del Gobierno del Principado como Javier Fernández han manifestado en numerosas ocasiones que si en Asturias nos diese por el nacionalismo, se montaría una tan grande que es mucho mejor que nunca ocurra, y no ocurrirá porque supuestamente va contra nuestra naturaleza y nuestra historia. Pero en el fondo, el mensaje que subyace a esa afirmación es que los asturianos no lo necesitamos porque, en el fondo, somos más que nadie, porque aquí se creó España, el movimiento proletario, y todo. Ese grandonismo, a lo que te lleva, al final, es a la inacción. Una supuesta autoestima tan grande que, en realidad, tiene mucho de fatalismo. El asturianismo tiene que redirigir esas interpretaciones del mito hacia cosas positivas que nos hagan creer que podemos hacer cosas interesantes y conseguir el bienestar de la gente. El discurso del actual presidente, Adrián Barbón, va en ese sentido.

¿Por qué este cambio de Adrián Barbón con respecto a los anteriores presidentes socialistas, que rechazaban férreamente la cooficialidad?

En las bases de la Federación Socialista Asturiana siempre hubo muchísima gente que defendía el asturiano. Pero Barbón es de una generación que ya no tiene los complejos de la educación franquista de sus antecesores. También creo que había una necesidad de un discurso nuevo sobre Asturias porque todos los demás estaban agotados. Pero no es un cambio del PSOE, es de la generación del 15-M. De hecho, el Podemos del 15-M fue quien naturalizó en el Parlamento el tema del asturiano. Creo que ahora ya es una cuestión transversal. El rechazo se percibe como un poco raro, antinatural. 

Como una especie de autoodio, de autodesprecio. Y, aun así, la cooficialidad no lo resolvería todo. 

No, pero podría ser el principio de algo tan básico como que en España se asumiera que hay otra lengua. Hasta hace unos años, creía que sería muy complicado conseguir la cooficialidad porque España está organizada a través del Pacto de la Transición, que estableció que sólo existen el castellano y otras tres lenguas: el catalán, el euskera y el gallego. Introducir el asturiano en todos los ámbitos sería modificar en parte esa idea de España que se construyó en los años 70, pero por esa misma razón hay que hacerlo. Ya han pasado muchos años.

Es cierto que la cooficialidad no resuelve la cuestión lingüística porque, por ejemplo, el gallego está perdiendo hablantes. Pero sí cambiaría la percepción de lo que es Asturias, dentro y fuera. 

¿Que a la desindustrialización no haya seguido un tejido económico ambicioso e innovador puede tener que ver con el grandonismo

En teoría, es lo que se está haciendo ahora con centros de datos y otros proyectos. Pero creo que debería trabajarse muchísimo más. El modelo al que siempre hacen referencia los empresarios, los políticos y los medios de Asturias es el de Euskadi. Pero, en realidad, se está apostando demasiado al turismo y a la hostelería y cuando se habla de Euskadi se olvida su apuesta por la identidad y la lengua propia.

Es interesante esa comparación porque históricamente teníamos muchos elementos en común con Euskadi. Pero mientras en el siglo XIX en Asturias se impuso el discurso de la renuncia a la singularidad, en Euskadi se generó un relato que llevó a la respuesta contraria. Se dice que Luis Arana, el hermano de Sabino Arana, le preguntó a su profesor si los vizcaínos eran españoles, al darse cuenta de sus diferencias con castellanos, aragoneses y andaluces. La frase que se le atribuye al profesor, un cura, es que si “estos son españoles, nosotros no lo somos, y si nosotros somos españoles, ellos no lo son”. Esta supuesta anécdota es de 1882, que es un momento de reforzamiento del nacionalismo unitarista español donde se estrecha el marco de lo que se considera español.

En Asturias el proceso fue al revés, pero partiendo de un concepto esencialista similar. Se acabó planteando que si nosotros no tenemos nada que ver con esa gente que vive al sur de las montañas será porque los españoles somos nosotros, y no ellos. Esa expresión de “Asturias es España y lo demás, tierra conquistada”. Es un chovinismo un poco cutre y funciona como un bloqueador ideológico de la articulación política de la identidad asturiana. Por eso, ser asturianista también sirve para evidenciar las miserias que incluyen a veces los discursos identitarios, también el asturiano. 

¿Cuándo se dio usted cuenta de que era asturianista?

Lo viví en casa porque mi padre era miembro de Conceyu Bable. Pero en un principio también hay un elemento romántico, y no lo digo como algo necesariamente positivo. Los sentimientos de pérdida y de agravio movilizan mucho políticamente y esa sensación de que nos han quitado algo es muy poderosa y, también, muy inflamable. Por eso, hay que gestionarla con mucho cuidado. Aunque nací y toda mi familia es de Xixón, crecí en Piloña, una zona en la que el asturiano estaba muy vivo, también entre los críos. Tuve esa sensación de que algo que existía y que era parte de una identidad colectiva con la que yo me identificaba se estaba perdiendo y marginando, y que no se estaba haciendo nada para preservarlo. Cuando a los quince años volví a Xixón y mis compañeros de clase ya no hablaban como hablábamos en mi familia fue un momento muy importante para esa toma de conciencia inicial.

¿Qué significa hoy ser asturianista?

Cualquiera que defienda una idea tiene la obligación de plantear un proyecto que contribuya a que la gente viva mejor. No es cuestión de exigir que nos devuelvan lo que supuestamente nos quitaron, que puede ser un planteamiento movilizador para ciertas cosas, sino que como asturianistas debemos reconocer y utilizar un discurso sobre el pasado para construir un futuro que sea más justo y más solidario.

Y no quiero caer en el discurso simplista de que parte de los males de Asturias se debe a que no nos respetamos a nosotros mismos, porque lo que acaba decantándolo todo son las condiciones materiales y uno de los traumas de los asturianistas siempre ha sido la cuestión de por qué aquí no tuvimos unas élites que defendieran nuestra singularidad. Y una de las respuestas que aporta este libro es explicar quiénes eran los miembros de esas élites, de qué familias venían, por quiénes estaban puestos en los lugares de poder, a qué intereses servían…. Era imposible que, por ejemplo, Caveda y Nava, el gobernador civil, o Fermín Canella, el rector de la Universidad, que fueron dos de las personas que más trabajaron por la historia y la lengua asturianas, pudieran hacer mucho más que lo que hicieron porque habían sido nombrados y dirigidos desde el poder para gestionar el modelo de la renuncia. 

Saber todo esto nos tiene que servir para plantear el tema de la identidad asturiana como algo socialmente vertebrador de un modelo más justo. Y, también, para cuestionar por qué al poder no le interesa que el asturianismo o la lengua asturiana tengan peso y formen parte de la plurinacionalidad española.

Este libro es resultado de una vida investigando y reflexionando sobre Asturias y está generando muchas conversaciones en todos los sectores: en la clase política, en los medios de comunicación y en la población. ¿Qué le gustaría que siguiera generando? 

Me gustaría llevar el debate sobre el futuro de Asturias a un marco abierto. Hasta ahora era algo claustrofóbico: esto es lo que somos y ya está. Este libro muestra que lo que tenemos pudo ser de otra manera, y que lo que construyamos va a depender de cómo unamos las piezas del puzzle de los discursos sobre nuestra historia. No se trata de reinventarnos desde cero, pero nuestra historia estuvo llena de debates muy diversos, y creo que no deberíamos tener miedo a ninguna posición siempre y cuando sea socialmente positiva, lógica, enriquecedora, justa y solidaria. 

Hasta ahora la idea mayoritaria era que la vinculación de Asturias con la historia de España y su encaje en el Estado era algo tan sólido y milenario que no se puede leer de otra manera que la que se había convertido en hegemónica. El libro demuestra que esa idea se creó en un momento muy concreto por personas concretas con intereses muy concretos. Es una ideología que tiene cuatro días y que desde su creación está cuestionada por otras personas y desde otros planteamientos ideológicos. 

Entender que ese grandonismo es negativo y que nuestra supuesta gran autoestima, en el fondo, esconde un autoodio que responde a un interés ideológico muy concreto nos ayudará a pensar nuevos planteamientos sobre el futuro de Asturias. 

Fuente: https://www.lamarea.com/2024/07/26/david-guardado-el-discurso-de-la-extrema-derecha-y-del-nacionalismo-espanol-sobre-pelayo-y-covadonga-es-una-fantasia-mal-documentada/