«Cancún salvado en el último minuto, renace el multilateralismo y la esperanza de un entendimiento global por el clima, habrá dinero fresco para el Sur más vulnerable y a corto plazo, el próximo diciembre en Sudáfrica se firmará una solución global impensable hace sólo un año …» I Debemos felicitar a los organizadores de Cancún […]
I
Debemos felicitar a los organizadores de Cancún por la feliz performance comunicativa y diplomática con que han redondeado esta cita, tan alejada del caos y el patrioterismo llamativo del festival del año pasado. Siguiendo los consejos básicos del coaching sobre responsabilidad social corporativa, se ha conseguido positivizar los resultados del fiasco de Copenhague. Según Der Spiegel [1], un primer paquete de consensos afecta al futuro del marco legal que gestionará las limitaciones de los gases invernadero en los próximos tiempo, tales como:
– Reconocer que los análisis científicos emitidos por el Panel Internacional sobre el Cambio Climático (IPCC) están fundamentadas y que, por tanto, hay que actuar contra el deterioro climático de origen antropocéntrico.
– Acordar verse en una nueva cumbre en Durban a finales de 2011 para encontrar una prolongación o sustituto del Tratado de Kioto antes de que expire en 2012.
– Asumir como Naciones Unidas las declaraciones de intenciones del «compromiso de Copenhague» (suscrito sólo por EEUU así como países emergentes como China, India y Sudáfrica) que prevén unas reducciones voluntarias de emisiones simbólicas.
– Aceptar que los estados con mayor superficie boscosa (especialmente Rusia) pueden rescatar derechos de emisiones a cuenta de su stock de bosques rescatadores de CO2.
Paralelamente, se genera otro haz de iniciativas que bajo la orwelliana denominación de «Long-term Cooperative Action» (LCA) pretende activar las ayudas del Norte industrial en el Sur más poblado y precario a la hora de adaptarse al cambio climático en marcha. Aquí llaman la atención mecanismos como:
– La exhortación a los estados industriales para que vayan más allá de sus promesas actual e incrementen los objetivos de reducción de gases invernadero de acuerdo con el ritmo que reclaman los informes del IPCC.
– La reclamación que los estados del Sur se comprometan también con objetivos de reducción reales, siempre de carácter voluntario, con el fin de incorporarlos a una dinámica general de protección climática, teniendo en cuenta que Kioto no afectaba potencias emergentes como China, Brasil o la India.
– La legalización de la estrategia de rescate de CO2 vía cultivo de bosques a través de la estrategia conocida como «REDD+» (Reducción de las Emisiones producto de la Deforestación y la Degradación), muy controvertida a nivel global por su falta de garantías para las comunidades aborígenes, los pueblos del Sur y también en cuanto a mejoras verificables en el balance climático, tal y como han denunciado organizaciones como OFRANEH [2], en Honduras.
– El abastecimiento de 30.000 millones de dólares con fondos públicos y privados del Norte para actuaciones de emergencia al Sur con la previsión de llegar a los 100.000 hacia 2020. El administrador de este nuevo «Green Climate Fund» (Fondo Verde por el Clima) será el Banco Mundial, un actor de reconocido prestigio entre las corporaciones industriales.
– Las Naciones Unidas abrirán un centro de tecnología climática orientado a hacer factible la transferencia de tecnologías limpias en el Sur.
A pesar de estas evidencias, el propio The New York Times [3] no se ha concedido ni un día de euforia. Se trataría de un «acuerdo modesto» y «muy alejado de lo que hay que según la comunidad científica». Lo mejor sería el cambio emocional: a diferencia de Copenhague, al dejar Cancún la esperanza de rescate climático ha sido reabierta.
De hecho, el resultado final parecía lo mejor posible si se pone en relación con los propósitos que se había fijado a lo largo de 2010 la burocracia de la gobernanza global (encarnada en el sistema de Naciones Unidas): rebajar las expectativas de la cumbre de Cancún para conseguir pequeños avances de naturaleza técnica [4]. Entre éstos sobresalían dos perlas, ligadas a cómo cautivar voluntades en el Sur situado en primera línea de vulnerabilidad climática: pactar incentivos para reducir las emisiones producto de la deforestación y la degradación de los bosques (los llamados REED+) y establecer un marco financiero de ayudas para la adaptación a lo peor para las áreas más precarias (básicamente los estados menos desarrollados, los microestados insulares del Índico y el Pacífico, así como el continente africano).
Así se podía romper la popularidad y potencia del discurso sobre la «injusticia climática» (el 70% de las emisiones acumuladas los últimos 250 años son responsabilidad del Norte pero, paradójicamente, es en las regiones del Sur donde el impacto del cambio climático está empezando a hacer estragos) entre los países más empobrecidos y vulnerables del Planeta. Y, de paso, se gana tiempo para rehacer puentes entre EEUU, que siguen esquivando sus responsabilidades de primer nivel, una UE que presume de líder verde mundial pero es incapaz de pactar en su seno una interlocución común y unos estados emergentes como China que se limitan a tomarse la revancha histórica haciendo sufrir las potencias occidentales a los que en el último día de Conferencia perdonaban la vida. Este ambiente precisamente es lo que rezuman las filtraciones de Wikileaks sobre las negociaciones climáticas: terror ante un nuevo Copenhague, perfil bajo, cinismo europeo ante la desidia norteamericana y china. Uno de los peores gags lo protagoniza el primer ministro español y presidente de turno de la UE en el primer semestre de 2010, José Luis Rodríguez Zapatero, cuando ofreció renunciar a una cumbre bilateral UE-EEUU sobre el clima previa a Cancún, siempre que el presidente Obama fuera de visita a Madrid para hacerse la foto con él … [5].
En este marco de «business as usual», los resultados de Cancún han sido aún más fantasmales por cuanto ni siquiera se ha conseguido prorrogar el tímido e incompleto Tratado de Kyoto de 1997 y que vence en 2012, el único tratado internacional vinculante realmente existente para intentar preservar el clima. Precisamente el Japón, el estado anfitrión del único tratado de protección del clima que tenemos, fue quien se descolgó primero [6]. Como consecuencia, dentro de poco más de 12 meses legalmente ningún estado industrial del Norte podría estar sometido a la observación de niveles de reducción reales y obligatorios de emisiones invernadero.
Si el año pasado el Estado danés protagonizó un ruidoso descrédito por su rudeza, impropia de una democracia histórica, a la hora de tratar la protesta global por la injusticia climática, este año el esperpento se ha perpetrado con la colaboración de un estado mexicano incapaz de imponerse ante mafias del más variado pelaje. La ligereza con que el presidente Calderón ha conducido la cumbre de Cancún ha hecho que muchos la confundieran con una feria turística y que no se prestara la debida atención a que precisamente lugares litorales muy turistizados como Cancún tienen todos los números para desaparecer durante el siglo XXI [7]. Desgraciadamente, en una muestra de quien se ha salido con la suya, sólo Bolivia ha levantado la voz para cuestionar que con esta pléyade de medidas pueda evitarse lo que dice la comunidad científica: en realidad, mientras se habla de limitar a una media del +2ºC el aumento de las temperaturas globales para el 2100, nos estaríamos encaminando a unos niveles del +4ºC, sin que se pudiera garantizar la supervivencia de numerosas comunidades y estados en el Sur [8].
II
Y después de Cancún, ¿dónde se ubican las nuevas perspectivas para el clima común? Una respuesta obvia y en la línea hiperactiva a la que nos tiene adiestrados la agenda global del Poder industrial nos lleva a situar nuevas esperanzas en la COP17 de Durban (Sudáfrica) a finales del 2011. Pero quizás es hora de recordar, con el dramaturgo Heiner Müller que «el optimismo responde sólo a la falta de información». Sólo así podremos empezar a darnos cuenta de dos desafíos infravalorados hasta ahora y que están destinados a marcar decisivamente el siglo XXI: el efecto catalizador que pueda ejercer el cambio climático sobre la foso social Norte – Sur y la capacidad de resiliencia del proyecto democrático que hemos conocido una minoría de la humanidad en estos últimos 250 años.
En un libro deslumbrante, Las Guerras del Clima. ¿Por qué se matará en el siglo 21? (que será publicado en edición española en enero de 2011 [9]), el psicólogo social Harald Welzer, especializado en investigación sobre cómo las personas corrientes se convirtieron en protagonistas de las atrocidades del Holocausto, llama la atención sobre el incremento del número de conflictos ligados directa e indirectamente con el deterioro del clima común sin que nos demos cuenta desde el Norte (como en Darfur o Ruanda con la vista puesta en África subsahariana, el subcontinente indio o Centroamérica como zonas de alta vulnerabilidad climática). Siguiendo Günter Anders, el prestigioso investigador alemán resalta la «ceguera ante el apocalipsis» de las sociedades industriales opulentas y su vana pretensión de exotitzar la implosión tribal y violenta de cada vez más comunidades en todo el mundo (desde Bosnia a México) como si no pudieran pasar a un Occidente considerado inmune. Por ello, hay que fijarse en la creciente atención que merece el extraordinario riesgo de migraciones forzadas de un nivel desconocido en la Historia si empezamos a dar por realista un escenario de aumento de las temperaturas medias de +4°C en lugar del optimista que mantienen las potencias industriales de máximo +2°C [10]. ¿Cómo responderán sociedades como las europeas y las estadounidenses ante flujos gigantescos de personas que huirán por necesidades de su lugar de origen porque se han vuelto inhabitables? Una instantánea de ello la suministra el testimonio atroz de las migraciones de personas centroamericanas vía México hacia los EEUU [11].
Desde la psicología social, Welzer apunta que no son precisamente las condiciones objetivas de una situación las que condicionan qué hará la gente sino la manera como ésta las perciben. En este sentido, alerta de un riesgo colosal de reducción de buena parte de la Humanidad amenazada por el cambio climático a «parte sobrante de la especie», ya que vive en áreas donde el aprovechamiento de bienes naturales y materias primas es irrelevante. Este proceso de mutación de la opinión pública en sociedades modernas como las europeas se experimentaría de forma «natural», no traumática por parte de buena parte de la ciudadanía, justificada en las «necesidades» del momento y sin asumir la responsabilidad personal, tal como buena parte de Europa central colaboró con entusiasmo pero sin reconocerlo en el proyecto exterminista nazi respecto a los judíos y otras minorías. Esto sin tener en cuenta el riesgo de procesos autocatalíticos que lleven a la aceleración de las consecuencias sociales del colapso climático ya una escalada exponencial del nivel de violencia global.
El siglo XXI será, es ya, un siglo con muchos menos conflictos por motivos ideológicos que la centuria anterior pero con mucha más violencia ligada al acceso a los recursos naturales que escasean como nunca. La tentación de «radicalización» de las sociedades del Norte debido a la amenaza de su estatus que supone colaborar en la preservación del clima común, que necesariamente debe pasar por hacer la justicia climática reduciendo drásticamente y rápidamente el consumismo desaforado, se palpa cada vez más en la vieja Europa y en la joven Norteamérica en términos de aumento de populismos y xenofobia que revelan una extrema vulnerabilidad democrática interna. Paralelamente, la conciencia y la evaluación de la desigualdad de exposición a la vulnerabilidad climática empieza a ser asumida como un dato «natural» a partir de la cual cada gobierno del Sur debe intentar «negociar» ventajas, por ejemplo, en los fondos climáticos de emergencia [12]. La soledad de Bolivia en Cancún resulta, en este sentido, sobrecogedora ante el retroceso experimentado respecto a la cumbre de Copenhague para el argumento de la «justicia climática» y la cohesión negociadora de la unión africana y los estados insulares gravemente amenazados Índico y el Pacífico.
Para los activistas de la justicia climática global, todo ello significa que, en definitiva, está en juego mucho más que la catástrofe climática real o el riesgo de apartheid planetario contra amplias capas de la Humanidad en el Sur: estaríamos ante el fin del proyecto moderno de un Occidente libre, democrático e ilustrado. Desde este punto de vista, después de la COP15 y la COP16 hay recentrar la percepción del cambio climático y sus alternativas de superación en términos de problema cultural, ligado no tanto a qué podemos hacer sino a cómo queremos vivir. En este sentido, habría dos orientaciones fundamentales a cultivar: evitar la irreversibilidad en las decisiones para garantizar la existencia permanente de sociedades abiertas, con posibilidades de disenso y diálogo entre posiciones diferenciadas, y ensanchar las oportunidades de participación popular directa a escala mundial y local. Porque preservar el clima exigirá la emergencia paralela de una ciudadanía democrática global y la recuperación o recreación de unas comunidades locales vivas y con capacidad de decisión y resistencia ante la globalización neoliberal y su detritus climático. Sin dejarse deslumbrar por los titulares del optimismo virtual de Cancún, este es el horizonte más prometedor que no hay que perder de vista, el verdadero legado de la eclosión y colaboración inédita de una multitud de iniciativas ecosociales alternativas en Copenhague [13].
Notas:
1 http://www.spiegel.de/
2 http://www.ofraneh.org/
3 http://www.nytimes.com/2010/
4 http://pubs.iied.org/
5 http://www.guardian.co.uk/
6 http://www.climate-justice-
7 http://www.albasud.org/
8 http://cmpcc.org/2010/12/11/
9 http://www.katzeditores.com/
10 http://rsta.
11 http://www.es.amnesty.org/
12 http://daraint.org/climate-
13 http://albasud.org/
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