Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García.
Aparición del calor en la Historia
Durante seis siglos o más, la Historia ha sido -sobre todo- el relato del gran juego de los imperios, Desde el tiempo en que los primeros barcos de madera armados de cañones se alejaron de las costas europeas, los imperios empezaron a competir por el poder y el control del mundo. Tres, cuatro, incluso cinco imperios, crecieron y cayeron en un planeta cada vez más colonizado y arbitrariamente dividido. El relato, el contado habitualmente, es un cuento de concentración de fuerzas y destrucción hasta que, en la estela de la segunda gran sangría del siglo XX, quedaron en pie solo dos potencias imperiales: Estados Unidos y la Unión Soviética. Un cuento en el que de los otros imperios, los europos y el japonés, poco ha quedado salvo muerte, escombros, refugiados y escenas que en este momento solo estarían asociadas con un lugar como Siria.
El resultado de esto es el último pulso imperial al que llamamos Guerra Fría. Los dos grandes imperios todavía existentes compitieron «en la sombra» para dirimir la supremacía respecto de las «periferias» del planeta. Debido a que los conflictos librados estaban ciertamente lejos, al menos de Washington, y a que (aparte de las amenazas explicitadas) ambas potencias se abstuvieron de usar armas nucleares, recibieron el nombre de «guerras limitadas». Sin embargo, no parecieron que fueran limitadas a los coreanos o vietnamitas cuya casa o vida fueron barridas en esas guerras, con el resultado de más escombros, más refugiados y la muerte de millones de personas.
Esos dos rivales -uno de ellos una entidad gigantesca y basada en el territorio contiguo y el otro claramente un imperio no tradicional de bases militares- eran tan enormes y tan poco parecidos a las «grandes potencias» que les habían precedido -después de todo, eran capaces de hacer lo que en otros tiempos estaba reservado a los dioses, es decir, destruir literalmente cualquier punto habitable del planeta Tierra- que recibieron un novísimo apodo: se les llamó las «superpotencias».
Y entonces, por supuesto, se acabó ese proceso que ya llevaba 600 años de rivalidades y consolidaciones y solo quedó una: la «única superpotencia». Eso sucedió en 1991, cuando la Unión Soviética implosionó súbitamente. A los 71 años de edad, desapareció de la faz de la Tierra, y de la Historia -al menos como algunos la imaginaban entonces- se dijo sucintamente que se había acabado.
El efecto fragmentación
Había otra historia acechando detrás del relato de la concentración imperial; era el de la fragmentación imperial. Comenzó, tal vez, con la Guerra de la Independencia y el establecimiento de un nuevo país emancipado del poder del Rey de Inglaterra y la dominación colonial. En el siglo XX, el movimiento para «descolonizar» el planeta consiguió una fuerza notable. Desde las Indias Orientales holandesas hasta la Indochina francesa, desde el Imperio Británico en la India hasta las colonias europeas en África y Oriente Medio, la «independencia» se respiraba en el ambiente. Se iniciaron o reforzaron movimientos de liberación, aparecieron grupos armados de guerrilla y la insurgencia se extendió en lo que se llamaba el Tercer Mundo. El poder imperial se derrumbaba o cedía control, a menudo después de sangrientas luchas y, durante cierto tiempo, los resultados parecieron sin duda maravillosos: la liberación y la independencia nacional en un país tras otro (aunque muchos de esos pueblos recién liberados se encontraron bajo el dominio de autócratas, dictadores o represivos regímenes comunistas).
Al principio, que se trataba del relato de un mundo que se hacía añicos no fue del todo evidente. Ya debería serlo en estos momentos. Después de todo, las fuerzas insurgentes, las tácticas de la guerra de guerrillas y las ansias de «liberación» no son hoy en día propiedad exclusiva de los movimientos de liberación nacional de izquierda sino también de los grupos de terroristas islámicos. Podríamos verlos como los nietos armados de la descolonización, quienes no estarían de acuerdo que la suya es una historia de la fragmentación de regiones enteras. De hecho, da la impresión de que ellos solo pueden prosperar en lugares que en cierto modo ya han sido despedazados y son estados fracasados o a punto de serlo (todo esto, naturalmente, está claro que llega gracias a la mano que le ha echado el último gran imperio del mundo).
Que su marca global sea la fragmentación debería ser bastante evidente en estos momentos, cuando en París, Libia, Yemen y otros sitios que todavía no tienen nombre, los terroristas islámicos están exportando ese producto -la fragmentación- a lo grande. Por ejemplo, en el modo remoto, pueden estar ayudando a hacer de Europa un territorio despedazado, abortando así el último gran intento de relato épico de concentración, la conversión de la Unión Europea en un Estados Unidos de Europa.
Hablando de fragmentación, el último imperio y el primer califato del terror tienen mucho en común y, en cierto sentido, pueden incluso estar confabulados. En el siglo XXI, ambos han demostrado ser máquinas trituradoras del Gran Oriente Medio y, cada vez más, de África. No olvidemos nunca que sin el último imperio, nunca habría existido el primer califato.
Ambos han desarrollado su capacidad de sacudir a sociedades enteras haciendo uso de las tecnologías más avanzadas para conseguir lo que deseaban. Dos administraciones de Estados Unidos han utilizado aviones no tripulados manejados a distancia para eliminar a jefes terroristas y a sus seguidores en todo el Gran Oriente Medio y África, ocasionando muchos «daños colaterales» y creando una sensación constante de miedo y terror entre los habitantes de algunas zonas remotas del planeta; los operadores de estos drones dicen que estas misiones son para «aplastar bichos». En sus robotizadas operaciones de caza del hombre, Washington continúa comprometida en una guerra contra el terror que es funcional a la promoción tanto del terror como de los grupos terroristas.
El Estado Islámico ha empleado también tecnologías de control remoto -en su caso, las redes sociales en todas sus variantes- para promocionar el terror y alimentar el miedo en territorios apartados. Y, por supuesto, tiene su propia versión de baja tecnología de avión no tripulado: sus suicidas provistos de un cinturón explosivo y sus asesinos suicidas, que pueden ser enviados -como máquinas diseñadas para causar daños colaterales- para atacar blancos individuales situados a miles de kilómetros. En otras palabras, mientras Estados Unidos se centra en la contrainsurgencia controlada a distancia, el Estado Islámico ha estado promoviendo una variante notablemente eficaz de insurgencia manejada desde muy lejos. Juntos, el impacto de ambos ha sido devastador.
El planeta del Apocalipsis Imperial
Entre ambos relatos épicos de concentración y fragmentación está la Historia tal como la hemos conocido en los últimos siglos. Pero resulta que un tercer relato -desapercibido hasta hace relativamente poco tiempo- acechaba detrás de los otros dos. Uno que todavía no está del todo escrito aunque podría ser que se tratara del final real de la Historia. Cualquier otra cosa -el auge y la caída de los imperios, el poder de suprimir y el anhelo de rebelión, las dictaduras y la democracia- sigue siendo el material normal de la Historia. Eventualmente, este tercer relato es el que acabaría con todos los arreglos.
Promete una concentración de poder perteneciente a una variedad jamás imaginada antes y una fragmentación de un tipo igualmente inconcebible. En este momento, cuando las autoridades de prácticamente todos los países de la Tierra están reunidas en París para llegar a un acuerdo que ponga freno a la emisión de gases de efecto invernadero y reduzca la velocidad de calentamiento del planeta, ¿de qué otra cosa podría estar hablando que no sea el Emperador Clima? Pensad en su futuro reino, de llegar a ser alguna vez, como el planeta del Apocalipsis Imperial.
En la última era de los imperios, las dos superpotencias hicieron que por primera vez en la Historia el ser humano tuviera en sus manos el «final de los tiempos». Estados Unidos y la Unión Soviética se apropiaron de la potencia del átomo y construyeron un arsenal nuclear capaz de destruir varias veces el planeta, es decir, destruir varios planetas como el que habitamos (en estos días un intercambio relativamente modesto de este tipo de armas entre India y Pakistán sumergiría a la Tierra en una versión «reducida» de invierno nuclear como consecuencia del cual 1.000 millones de personas podrían morir de hambre). Mientras nos amenaza este súbito apocalipsis, una versión en «cámara lenta» del mismo cataclismo, producido también por la actividad humana, se está acercando, aunque nadie lo perciba. Este es el porqué, precisamente, de la Cumbre de París: qué ha estado haciendo a nuestro planeta la explotación de los combustibles fósiles.
Tened en cuenta que desde la revolución industrial ya hemos calentado el planeta en aproximadamente 1 ºC. En general, los científicos del clima han sugerido que si la temperatura media global se eleva por encima de los 2 ºC, podría producirse un conjunto de fenómenos potencialmente devastadores en nuestro entorno. Sin embargo, algunos de estos científicos creen que incluso un aumento de 2 ºC será tremendo para la vida humana. En cualquier caso, si se acordara y cumpliera el compromiso de 183 países de reducir la emisión de gases de invernadero solo se limitaría el aumento global de la temperatura a un guarismo que rondaría entre 2,7 y 3,7 ºC. Si no se llega a un acuerdo o en realidad se hace poco por cumplirlo, el aumento de la temperatura media del mundo podría alcanzar los 5 ºC, algo que sería catastrófico. Ciertamente, en las décadas que vienen, esto podría ser la culminación mundial del reino del Emperador Clima.
Naturalmente, su poder aéreo -sus bombarderos, cazas y drones- serían las supertormentas; sus ejércitos de invasión serían las intensas y prolongadas sequías y las inundaciones que cubrirían enormes zonas durante semanas y semanas; su fuerza naval, el derretimiento total o parcial de la capa de hielo en Groenlandia y la Antártida, lo que provocaría la subida del nivel del mar y la inundación de los litorales marítimos y muchas de las grandes ciudades costeras. Sus fuerzas de ocupación no solo se desplegarían en uno o dos países del Gran Oriente Medio o cualquier otra región sino en todo el mundo.
El territorio donde ejercería su poder el Emperador Clima sería global y en una escala imponente; los ataques de sus fuerzas fragmentarían el planeta que hoy habitamos de una forma que muy posiblemente lo convertiría en algo parecido, en términos humanos, a la Siria actual. Además, según el tiempo que tarden los gases de efecto invernadero en dejar la atmósfera, es indiscutible que sus efectos durarían un periodo inhumanamente prolongado.
El calor (pensad en la ardiente Australia de este momento, solo que mucho peor) sería la moneda corriente en el imperio. Sin duda, el ser humano sobreviviría de alguna manera, aunque cierto es que no tenemos ninguna forma de saber si la civilización humana tal como la conocemos sería capaz de sobrevivir en un planeta que ya no es tan acogedor como lo ha sido en los últimos miles de años.
No obstante, no olvidéis que al igual que la propia Historia, este es un relato que todavía estamos escribiendo, a pesar de que el Emperador Clima no podría cuidarse menos de escribir la Historia… ni de nosotros. Ciertamente, si de verdad él asume el poder, en cierto sentido la Historia se habrá acabado. En su mandato no habrá esperanza de democracia ya que a él le tendrá sin cuidado lo que pensemos, o hagamos, o digamos, ni la rebeldía -ese ingrediente básico de nuestra Historia- porque (trayendo a colación algo que señaló Bill McKibben) es imposible rebelarse contra la física.
La Historia todavía no se ha grabado en… bueno, si no en piedra, entoces en hielo que se está derritiendo. Más temprano que tarde, sin duda puede ser un cuento que se despliegue en forma de bucles ambientales que ya no puedan detenerse ni modificarse. Pero de momento, parece que la humanidad todavía tiene la posibilidad de escribir su propia historia, una historia que tendría en cuenta un mundo tal vez menos acogedor pero aún razonablemente agradable en el que vivan nuestros hijos y nietos. Y alegrarse de eso.
Sin embargo, para que eso suceda, unas negociaciones exitosas en París solo pueden ser el comienzo de algo mucho más amplio, algo que implique los tipos de energía que utilizamos y nuestro estilo de vida en este planeta. Afortunadamente, se está experimentando en el ámbito de las energías alternativas, está empezando a aparecer el financiamiento necesario para este trabajo y un movimiento medioambiental mundial se está expandiendo de manera tal que algún día podrá, en un planeta cada día menos placentero, controlar globalmente el calor antes de que el Emperador Clima pueda hacer subir el calor de la Historia.
Tom Engelhardt es cofundador de American Empire Project y autor tanto de The United States of Fear como de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Dirige TomDispatch.com, del Nation Institute. Su nuevo libro es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World (Haymarket Books).
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176077/tomgram%3A_engelhardt%2C_apocalypse_when/#more