En lo que va de año ha habido más de 20 sucesos de seguridad y al menos 6 paradas forzosas en centrales nucleares. Estos datos demuestran el notable deterioro de las instalaciones y de la cultura de seguridad. Desde el 1 de enero de 2007, se han producido, al menos, 21 sucesos significativos de seguridad […]
En lo que va de año ha habido más de 20 sucesos de seguridad y al menos 6 paradas forzosas en centrales nucleares. Estos datos demuestran el notable deterioro de las instalaciones y de la cultura de seguridad.
Desde el 1 de enero de 2007, se han producido, al menos, 21 sucesos significativos de seguridad en las centrales nucleares españolas, de los cuales, 6, como mínimo, han provocado la parada forzosa del reactor. Los sucesos podrían ser, incluso, más, ya que el secretismo del Consejo de Seguridad Nuclear no permite conocer con precisión las cifra exactas.
Estos sucesos han sido provocados, en su mayoría por problemas técnicos y fallos de equipos, a los que hay que sumar un número nada despreciable de errores humanos. Todo ello es una demostración palpable del marcado y creciente deterioro de nuestro envejecido parque nuclear y también de la progresiva degradación de la cultura de seguridad de los operadores nucleares, más preocupados por rebajar costes y maximizar beneficios que por priorizar la seguridad de sus instalaciones atómicas.
De los 21 sucesos, como mínimo, registrados en lo que va de año, la central nuclear de Vandellós-2 se lleva la palma, con 8 sucesos, seguida de Ascó-2 con 6, Garoña con 3, Asco-1 con otros 3, y Cofrentes con el resto.
«Zapatero debe pasar de las palabras a los hechos y poner en marcha ya el calendario de cierre de las centrales nucleares, empezando de forma inmediata con el de Garoña. Nuestra seguridad está en riesgo por culpa de las centrales nucleares, cada vez más obsoletas y envejecidas», ha declarado Juan López de Uralde, Director Ejecutivo de Greenpeace.
El envejecimiento y agotamiento de la vida útil de las centrales nucleares españolas es ya evidente. En cualquier industria, las instalaciones se deterioran con el tiempo debido a las tensiones y desgaste de componentes que supone su funcionamiento. Los procesos de envejecimiento son difíciles de detectar porque normalmente ocurren a nivel microscópico, afectando a la estructura interna de los materiales. Es frecuente que sólo se pongan en evidencia a raíz del fallo de un componente, por ejemplo la rotura de una tubería.
Como resaltan los expertos en seguridad nuclear, y demuestra la experiencia operativa dentro y fuera de España, las consecuencias del envejecimiento de una central nuclear pueden describirse a grandes rasgos como dobles. En primer lugar, aumentará el número de incidentes y de sucesos reseñables -fugas, grietas, cortacircuitos debidos a daños en los cables, etc. En Alemania, por ejemplo, el 64% del total de incidentes registrados entre 1999 y 2003 estaban relacionados con las 10 centrales más antiguas (de 19 centrales nucleares en funcionamiento) En España, la edad media de todas las centrales es de casi 25 años y todas presentan, en mayor o menos medida problemas de envejecimiento. Garoña, la más antigua en funcionamiento sufre graves problemas de corrosión y agrietamientos.
En segundo lugar, el proceso de envejecimiento está llevando a un debilitamiento gradual de los materiales que puede que -con suerte- no llegue a tener consecuencias hasta la clausura de la central, pero que podría provocar fallos catastróficos de algunos componentes, causando un escape radiactivo de enorme gravedad. El más notorio de estos procesos es el deterioro de la vasija del reactor, que al hacerse más frágil aumenta el riesgo de que explote. La rotura de la vasija de presión de un reactor de agua a presión (PWR, como Ascó) o de un reactor de agua en ebullición (BWR, como Garoña) es un accidente no contemplado en el diseño del reactor. Los sistemas de seguridad no están diseñados para afrontar esta situación emergencia, por lo que no hay posibilidad alguna de que sea controlada. La rotura de la vasija puede provocar además un fallo de contención inmediato, por ejemplo debido a un pico de presión asociado a su rotura, o a la formación de fragmentos de alta energía. La consecuencia sería una liberación de emisiones radiactivas catastrófica.
A medida que envejece el parque de centrales nucleares del mundo, se pretende quitar importancia al peligro que esto supone. Se intenta, por ejemplo, modificar convenientemente la definición de envejecimiento, reduciendo su alcance. Por otra parte, la deficiencia reguladora básica y más grave en todo el mundo es que ningún país ha establecido una serie de criterios técnicos comprensivos que permitan decidir cuando no debe permitirse que una central nuclear continúe en funcionamiento. La consecuencia de esta laguna normativa es que se permite que los reactores sigan funcionando cada vez durante más años.
Es evidente, por tanto, que en el momento que una central ha funcionado durante unas dos décadas, el riesgo de un accidente nuclear aumenta de año en año. No es posible describir cuantitativamente este incremento continuo del riesgo. En una época de liberalización del sector eléctrico, con crecientes presiones económicas para las empresas, la tendencia será al alza, sumándose la disminución de las inversiones en personal y mantenimiento (para maximizar costes) al envejecimiento técnico del parque de centrales.
En cuanto a Garoña, Greenpeace reitera que, debido al peligroso funcionamiento y al evidente agotamiento de la vida útil de esta central, es un error esperar hasta 2009 para proceder a su cierre definitivo, como parece haber decidido el Gobierno. Es necesario cerrar esta central nuclear de forma inmediata.
El pésimo funcionamiento de la central de Garoña se ha reflejado en estos últimos 3 años en, al menos, 14 sucesos de seguridad notificables, de los cuales 7 han provocado la parada automática del reactor y 3 han sido clasificados como de Nivel 1 en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares (INES).
Un informe de Greenpeace en el participaron cerca de 60 expertos científicos de todo el mundo refleja que, a pesar de que permanezcan aún muchas incertidumbres sobre las consecuencias completas del desastre de Chernóbil, los datos que ya se conocen demuestran el alto coste para la vida humana de ese accidente nuclear.
Un importante estudio (incluido en el informe), concluye que ya se habrían producido 200.000 víctimas mortales por culpa de Chernóbil en las tres repúblicas ex-soviéticas a causa de Chernóbil. Según el informe, en los últimos 15 años se habrían producido 60.000 muertes en Rusia atribuibles al accidente de Chernóbil y se estima que el total de las pérdidas de vidas para Ucrania y Bielorrusia podría alcanzar otras 140.000
Además, en un informe del Centro Independiente de Evaluación Medio Ambiental de la Academia Rusa de la Ciencia, basado en datos estadísticos del Centro Nacional de Estadística sobre el Cáncer de Bielorrusia y Ucrania, prevé que se producirán próximamente otros 270.000 cánceres, de los cuales 93.000 mortales, causados por Chernóbil en todo el mundo.