España es un Reino de Borbones. Su comandante en Jefe es el máximo representante de la Casa Real. Se coló de hurtadillas hace 30 años, cuando la ciudadanía apoyó una Constitución supuestamente democrática que situaba en su vértice una institución que no era democrática ni en sus orígenes, ni en su designación ni en su […]
España es un Reino de Borbones. Su comandante en Jefe es el máximo representante de la Casa Real. Se coló de hurtadillas hace 30 años, cuando la ciudadanía apoyó una Constitución supuestamente democrática que situaba en su vértice una institución que no era democrática ni en sus orígenes, ni en su designación ni en su propia naturaleza esencial. En paralelismo con el dogma-misterio de la Inmaculada Concepción celebrado en fecha cercana, la Institución se estableció con ropajes parlamentarios con nocturnidad y bajo la permanente tutela y amenaza del espadón. La impunidad e inalterabilidad del poder borbónico en el puesto de mando.
El Rey, dicen, reina pero no gobierna. Será eso… Pero no es eso. Basta con mirar la acumulación aléfica de cuentas y beneficios para darse cuenta de las ansias y dimensiones casi inimaginables del poder monárquico. Es, digámoslo así, acaso sin error, la nueva acumulación primitiva de la Casa Real española. Seguimos en ello. La servidumbre de poderosos ansiosos de favores; de medios incapaces en general de formular crítica alguna; el serviam del resto de las instituciones del Estado; la estudiada inculcación ideológica a ciudadanos indefensos; la reconstrucción ficcional y abyectamente pueril del papel de la Monarquía en la ¡modélica! transición española, son aristas de este ignominioso marco.
Cuéntese lo que se cuente, el Rey reina, gobierna e influye poderosamente.
Y, además, cómo no, actúa políticamente. Recuérdese, entre mil anécdotas más, aquel «Por qué no te calles» espetado por un político no elegido y designado por el franquismo a un presidente republicano elegido democráticamente que estaba denunciando la colaboración del gobierno español, suficientemente probada, en un golpe de Estado de la extrema derecha venezolana.
En situación similar estamos. Estamos viviendo otro golpe de Estado. Las máscaras se caen y Micheletti y sus cómplices aparecen como lo que siempre ha sido: unos sátrapas fascistoides que decretan estados de sitio y cierran medios críticos, y que no están dispuestos a que nadie altere los datos básicos de la situación hondureña: que el 25% de los niños y niños de Honduras menores de 5 años padezcan malnutrición crónica; que el país sea uno de los países más pobres de Centroamérica con un 60% de sus ciudadanos (¡según el Banco Mundial!) por debajo del umbral de pobreza; que 24 niños de cada 1.000 pierdan su vida antes del primer año; que el país sea uno de los países de Centroamérica con menos esperanza de vida y con 9 médicos por cada 10.000 habitantes; que el 21% de los niños en edad escolar no acudan a clase; que Honduras sea uno de los países del mundo con mayor desigualdad social. Y así siguiendo, siguiendo. Largo etcétera.
El intocable Jefe del estado español habla, pues, y manda callar a quien no se comporta como un sirviente. ¿Han oído ustedes que nuestro parlanchín y dicharachero comandante en Jefe, que el máximo responsable de nuestros Ejércitos y de nuestro Estado y una de la principales fortunas del país, haya dicho esta boca es mía, esta crítica no es de otro y estas palabras son mías y solo mías, y haya denunciado con nombres y apellidos en golpe militar que sufre la población hondureña? ¿Lo han oído? ¿Han oído el silencio, este silencio cómplice?
¿Qué es un asunto interno de otro país? ¿No les suena eso a las declaraciones de aquel nefasto Secretario de Estado usamericano de la época Reagan llamado Alexander Meigs Haig ante el golpe de Estado fascista del 23 de febrero de 1981?
El resto, esta vez, como en aquel caso, también es silencio, silencio Real y clamor de la ciudadanía resistente.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.