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Entrevista a Manuel Cañada sobre La dignidad, última trinchera

«El éxito mayor de los Campamentos es haber puesto en pie un potente movimiento popular, una comunidad de lucha contra el paro y la precariedad»

Fuentes: El viejo topo

Manuel Cañada (Badajoz, 1962) es educador social. Ha trabajado en el campo, la construcción, la hostelería, el telemárketing, como técnico de educación infantil y en educación de adultos. Militante del PCE desde los 17 años y de CCOO desde 1980, fue secretario general del PCE de Extremadura desde 1992 hasta 1995 y Coordinador general de […]

Manuel Cañada (Badajoz, 1962) es educador social. Ha trabajado en el campo, la construcción, la hostelería, el telemárketing, como técnico de educación infantil y en educación de adultos. Militante del PCE desde los 17 años y de CCOO desde 1980, fue secretario general del PCE de Extremadura desde 1992 hasta 1995 y Coordinador general de IU Extremadura entre 1995 y 2003. Desde 2003, su militancia se centra en los movimientos sociales, especialmente en los relacionados con la lucha contra el paro y la precariedad. Milita, desde su constitución en 2013, en el «Frente Cívico Somos Mayoría». Ha publicado numerosos artículos en eldiario.es, rebelión, Nuestra Bandera y El Viejo Topo. Es también autor de La huelga más larga, un ensayo sobre la huelga y posterior resistencia de los yeseros de Badajoz. Para este entrevistador, es todo un ejemplo de activista honesto, coherente y entregado, sin cartas institucionales escondidas de promoción social. Una excelente persona en el decir de Machado y Brecht.

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Nos habíamos quedado en este punto. La introducción lleva por título: «Pequeños ojos de agua». ¿Qué pequeños ojos de agua son esos?

El título alude a un poema de Roque Dalton, «Ley de la vida». Dos de sus versos dicen así: «En la lucha social también los grandes ríos/nacen de los pequeños ojos de agua». El manantial común de los artículos que componen este libro es el de los movimientos sociales. Son diez textos vinculados o inspirados en la lucha de algunos de los movimientos populares en los que he participado a lo largo de los últimos quince años, desde el movimiento antiglobalización a los campamentos dignidad, pasando por la plataforma Refinería No o las asambleas de parados.

Desde que abandoné las responsabilidades políticas en IU, en 2003, mi militancia se ha ceñido casi exclusivamente a la participación en los movimientos sociales. En mi opinión, los movimientos populares, «utopías hechas a mano y sin permiso, a pulso, en la calle y el barrio», como dice Miguel Fauré, son los verdaderos hacedores de la historia. Descreo cada vez más de los atajos partidarios, electorales o institucionales, de la visión abrumadoramente dominante que reduce la política a tecnología discursiva, a «ciencia» de interpretadores. En los últimos años, especialmente a raíz del 15M, se ha desarrollado una riquísima red de movimientos populares -la PAH, las mareas o las marchas de la dignidad son sólo tres de los ejemplos más conocidos- de enorme creatividad y potencia, que ha sido en gran medida menospreciada. Pero, como recuerda Roque Dalton en el poema mencionado, «el árbol poderoso comienza en la semilla». Sin movimientos populares de base la transformación social es una quimera.

Citas a Rafael Chirbes: «Cada época produce su propia injusticia y necesita su propia investigación, su propia acta». ¿Qué injusticia esencial produce nuestra época? ¿Cuál debería ser nuestra investigación?

Creo que nuestra época es un tiempo de encrucijada, de cambio histórico. La crisis sistémica está desvelando la irracionalidad e insostenibilidad del neoliberalismo, del capitalismo en sí. La hondura de la crisis, la condensación de colapso financiero, cambio climático, crisis del empleo y de la representatividad política -por citar sólo algunos de sus principales elementos constituyentes- son percibidas ya por amplios sectores de la población con una mezcla de vértigo y urgencia. Recuerdo que Santiago López Petit, a principios del siglo, describía la globalización como un desbocamiento del capital.

Sí, sí, lo recuerdo. No es mala metáfora.

Pues bien, desde entonces, ese proceso no ha hecho sino acelerarse. Pero, aunque todo el mundo intuye que el juego de la cerilla y la fantasía de la globalización feliz se han terminado, en el timón continúan el capital financiero y la ideología neoliberal que nos han traído hasta aquí. El neoliberalismo se ha convertido, efectivamente, en la nueva razón del mundo, subordinando todas las células de la vida social a la lógica de la competencia, moldeando la subjetividad de las personas a la medida del individualismo, del principio de precariedad.

En el huevo del neoliberalismo se desperezan ya formas nuevas de fascismo, de autoritarismo y control social. La aceptación de la corrupción como paisaje inevitable, de los paraísos fiscales, de la estafa financiera, de la represión contra la disidencia social o política, la organización del rencor social contra los de abajo, la normalización de las cárceles para la inmigración «ilegal», constituyen la avanzadilla de esa transformación del capitalismo contemporáneo.

En nuestro país, además, se han anudado tres crisis, la referida del capitalismo global, la de la Unión Europea y la específica, del régimen del 78. El cuento de la UE como tierra de promisión, oasis de libertad y progreso, se descompone vertiginosamente. Tras la fábula que nos hablaba de autovías, erasmus y subvenciones comunitarias, aparece el rostro granítico del austericidio, la Europa del Banco Central y de los CIES. Y el retablillo de la transición modélica también hace aguas, mostrando ahora las entretelas del sistema de puertas giratorias, el entramado oligárquico que se ha alzado en las últimas décadas.

Nuestra investigación, nuestra acción, ha de empeñarse en estudiar los cambios concretos que están produciéndose en la sociedad y muy especialmente en las clases populares.

Como, por ejemplo…

La proletarización de las llamadas clases medias, la pauperización brutal de amplios sectores de la clase obrera, el estudio de «las casamatas», de los espacios e imaginarios donde el poder genera y ejerce la hegemonía, donde se produce y reproduce el aislamiento, el miedo y el consentimiento de la mayoría social. Estudiar, sí, los discursos del poder, pero también cómo se organiza la subcontratación en las empresas, el corporativismo en los centros educativos o los dispositivos de la industria de la caridad. Pero nuestra «investigación» no puede ser la propia de una institución académica. Nuestra praxis ha de partir y afanarse en no tratar nunca como objetos a quienes están llamados a transformar la realidad que padecen. Y, al mismo tiempo, no se trata sólo de examinar las formas de dominación, también hay que conocer la riqueza de las expresiones de resistencia, los embriones alternativos de comunidad que van surgiendo.

La primera parte del libro lleva por título «Comunismos: teoría, poesía y partido». ¿Qué es para ti el comunismo a día de hoy?

Decía Paco Fernández Buey que la palabra utopía había sido deshonrada en multitud de ocasiones. Otro tanto podría afirmarse en nuestro tiempo al referirnos a la palabra comunismo. Como sabes mejor que yo, Fausto Bertinotti, el que fuera secretario general de Refundación Comunista, afirmaba que con este término se hacía referencia a tres significados, la experiencia estatal en los países del llamado socialismo real, un modelo de sociedad al que se aspira y el movimiento que lucha por la consecución de ese ideal. En las últimas décadas desde el poder se ha hecho un intenso trabajo de impregnación ideológica reduciendo el significado de la palabra comunismo a la primera acepción.

Para mí el comunismo representa una pasión igualitaria, un compromiso de clase y la adhesión a una tradición emancipatoria revolucionaria que nace con las primeras rebeliones antiesclavistas y llega hasta los movimientos antisistémicos de nuestros días. Me gusta especialmente la definición de comunismo que hizo Manuel Sacristán -en un artículo sobre Marx escrito en 1974-: «una sociedad superadora de la alienación: una sociedad de la armonía entre cada cual y los demás, entre cada individualidad y su proyección social (entre el hombre y el ciudadano), entre cada cual y su trabajo, entre cada cual, los demás y la naturaleza». Me identifico con una concepción del comunismo como una identidad fuerte e inclusiva, radicalmente democrática, que incorpora el legado de otras corrientes emancipatorias tales como el ecologismo o el feminismo, vinculada permanentemente a las luchas populares y a la organización de contrapoder.

El primer apartado del primer capítulo está dedicado a El capital, a los capítulos IV y VIII. ¿Por qué esos capítulos y no otros? ¿Qué tienen de especial, de interesante?

En el curso 2004-2005, como alumno de la UNED, tuve el inmenso honor de disfrutar del profesor José María Ripalda, un extraordinario filósofo que impartía «Historia de la filosofía», una de las asignaturas optativas en las que me había matriculado. Escogí esos dos capítulos siguiendo la sugerencia de Ripalda y me parece un criterio muy acertado para cualquiera que desee adentrarse en la espesura de El Capital. El Capital no es una novela, sino un mapa, una brújula para descifrar el modo de producción capitalista, «las leyes naturales de la sociedad capitalista», como dice Marx.

El capítulo VIII aborda la jornada de trabajo y el IV la transformación del dinero en capital. Las huellas del dolor, en uno, y los secretos de la valorización en otro. La historia de las clases oprimidas, en el primero, y el descenso a las madrigueras de la producción, atravesando las brumas donde se esconde, huidizo como míster Hyde, el auténtico sujeto soberano en la sociedad burguesa, el capital. Marx es un pensador integral, que condensa filosofía, economía, historia, antropología y otras disciplinas del saber, que pretende «articular racionalmente el conocer con el hacer, lo que se sabe del mundo social con la voluntad de revolucionarlo» (Sacristán). Los dos capítulos en cuestión reflejan muy bien ese vínculo entre afán científico y pasión revolucionaria.

¿Qué tiene que ver el comunismo con la poesía? ¿Cuándo puede afirmarse que un poeta es comunista?

En el libro se incluye un artículo sobre uno de los mejores poetas de la conciencia, Antonio Orihuela. El texto no tiene la pretensión de formular una poética y mucho menos un manual sobre el compromiso político del escritor.

El vínculo entre arte y revolución viene de lejos. Las vanguardias políticas y artísticas han andado habitualmente de la mano. Basta recordar la célebre frase de André Breton: «Transformar el mundo, dijo Marx; cambiar la vida, dijo Rimbaud: estas dos consignas para nosotros son una sola». Maiakovski, el cine soviético, el surrealismo, el teatro de Brecht, la generación del 27, la Alianza de Intelectuales Antifascistas, Miguel Hernández, el neorrealismo… el contubernio viene de lejos.

Y no podría ser de otra manera. «Toda poesía es hostil al capitalismo», escribió Juan Gelman. El capitalismo es la dictadura de las mercancías, la estandarización del pensamiento, la naturalización de la explotación del ser humano. Y la poesía, sin embargo, es la singularidad, la mirada nueva y atenta, la exaltación de la vida. A Rafael Chirbes, que se definía como un escritor «brochiano» le gustaba definir la literatura como una forma impaciente de conocimiento. La lengua es un ojo, un ojo que extrae de lo real lo que de lo real importa, el milagro cotidiano (Ada Salas); el poema es una palabra que muerde un trozo del pan de la verdad (Jorge Riechmann).

Antonio Orihuela acoge en sus poemas esa categoría social llamada clase trabajadora que ha sido hecha desaparecer por la cultura dominante. De eso se trata en este escrito, de reivindicar la cultura liberadora, comprometida con los olvidados, frente a la cultura como ventajoso artificio en la cucaña del desclasamiento, frente a la palabra rendida a los intereses del mercado y/o la academia.

Un apartado de este capítulo del que estamos hablando lleva por título: «IU, abrazados a una política muerta». ¿Sigue siendo así? ¿IU defiende una política muerta a día de hoy?

Escribí este artículo en 2004. Hacía cuatro años que Julio Anguita había abandonado la dirección y sobre IU se extendía de nuevo la larga sombra del eurocomunismo. La nueva dirección, con Llamazares al frente, subía a los altares a Carrillo y purgaba incluso del vídeo oficial a Julio Anguita. IU se mostraba en ese momento como una fuerza crecientemente subalterna del PSOE y de su entramado mediático, agarrotada ya por los intereses de sus aparatos y afincada en el discurso políticamente correcto. De la IU soberana e intento de movimiento político-social quedaban poco más que los ecos.

El paso del tiempo no hizo nada más que profundizar esa deriva. La irrupción del 15M y de toda la extraordinaria movilización social posterior vino a demostrar la esclerosis de la dirección de IU, su alejamiento de la realidad. No es que no entendieran el 15M es que ni siquiera eran capaces de interpretar las Marchas de la Dignidad, en las que se había volcado una parte muy sustancial de su militancia. Al final, se quería subordinar aquel terremoto popular a la misma rutina de la última década: cultura de la transición, institucionalización, politicismo, clasemedianismo…

Tras la elección de Alberto Garzón y de su equipo parece que se ha abierto una etapa nueva. Ojalá sean capaces de sortear las inercias y los bloqueos que han conducido a IU a esta situación. Ojalá se afiance Unidos Podemos más allá de la alianza electoral, como una herramienta útil en la construcción de un bloque social crítico, de un movimiento de unidad popular capaz de impulsar el proceso constituyente que necesita el país. No se trata sólo de relevos generacionales ni de afinar discursos, se trata de nuevas prácticas colectivas, de siembra, de coherencia entre el decir y el hacer.

El segundo capítulo lleva por título: «Extremadura: caciquismo y resistencia». ¿Se puede hablar, a día de hoy, de caciques? ¿Quiénes son los caciques extremeños en estos momentos?

El caciquismo fue un modo de dominación con hondas raíces en Extremadura y en gran parte de España. Un sistema que iba mucho más allá de la caricatura representada por Jarrapellejos, el personaje de la novela de Felipe Trigo, o por la compra de votos que suponía el «encasillado». El caciquismo, como lo definiera Azaña de modo deslumbrante en 1926, era «la sorda opresión cotidiana, una suplantación de soberanía», una red capilar que lo empapaba todo. «El caciquismo viene de abajo a arriba. Es un arrecife de coral. Cuando el político emerge en Madrid, coruscante, vanidoso como una tiple, sienta sus pies en un pedestal de roca. Lo que menos le importa al pedestal es la catadura del figurón a quien encumbra». A poco que se conozca Extremadura estas palabras suenan con extraordinaria actualidad e incluso parecen estar refiriéndose a políticos coetáneos fácilmente identificables.

El heredero directo del caciquismo es lo que hoy denominamos como clientelismo, que reproduce, en lo fundamental, la misma lógica de sumisión. El clientelismo se basa en la manipulación selectiva y estratégica de la escasez, en la degradación de los derechos en favores, que administra hoy una nutrida red de conseguidores. El acceso al empleo, a la vivienda o a las subvenciones, los créditos, los contratos, las subcontratas, las comisiones de servicio, la publicidad institucional en los medios de comunicación, nada es ajeno a la malla sistémica. El clientelismo es hoy la segunda piel de la política, la constitución real de las relaciones sociales en esta tierra. Rafael Chirbes lo contaba con amargura, en el 2008, refiriéndose a la más acabada expresión del régimen clientelar, el ibarrismo: «el mal extremeño, que se levanta sobre esa masa coralina que lo ocupa todo, y que te deja sin esperanza porque está hecha de la corrupción de aquellos a quienes deberías querer; de quienes deberían ser los tuyos. El ibarrismo ha fabricado el cemento de su edificio moliendo el alma de los de abajo. Con todos los técnicos, artistas, filósofos, sindicalistas, empresarios, y demás agentes sociales, puestos de cara a la pared del pesebre, pensar en Extremadura se tiñe con aires sombríos, trae resonancias de una España que creímos ya superada».

¿Por qué, como señalas, el 25 de marzo es el verdadero Día de Extremadura?

Con el artículo que escribí junto a Eugenio Romero, un compañero de los Campamentos Dignidad que es actualmente parlamentario de Podemos, pretendemos divulgar un acontecimiento trascendental en la historia de la región que, al día de hoy, es desconocido todavía por la mayoría de los extremeños. El 25 de marzo de 1936 se materializó una revolución que apenas aparece en los libros de historia. Al unísono en 280 pueblos, más de 60.000 jornaleros llevaron a cabo la ocupación de 3.000 fincas en toda Extremadura, que empezaron a roturarse ese mismo día. En veinticuatro horas y de forma pacífica, cambió de manos la propiedad de la tierra y la prometida reforma agraria empezó a hacerse realidad.

Historiadores como Víctor Chamorro y Francisco Espinosa han explicado la trascendencia de esa jornada para la región y para el país. El golpe militar del 18 de julio y la matanza de la plaza de toros de Badajoz tienen una estrecha relación con esta fecha, un emblema de la primavera del Frente Popular.

En la transición, PSOE y PP impusieron como Día de Extremadura el 8 de septiembre, el día de la Virgen de Guadalupe. La fotografía del último 8 de septiembre que junta a Guillermo Fernández Vara, Cristina Herrera (delegada del gobierno) y al arzobispo de Toledo encarna a la perfección la Extremadura del poder y de la resignación.

El 25 de marzo, que ha empezado a reivindicarse por diversos movimientos de la región, representa, por el contrario, no solo un momento crucial en la historia de Extremadura -la lucha de «generaciones de campesinos empeñadas en desestrechar la tierra del privilegio», como dice Víctor Chamorro-, además constituye un símbolo de esperanza y de empoderamiento popular. Una enseña contra el paro, la emigración y el clientelismo, los tres grandes problemas estructurales de la región.

El tercer capítulo lleva por título: «Precariedad, crisis y luchas sociales». ¿Existe el precariado como clase como algunos autores afirman? ¿Una nueva clase social?

En este debate, con demasiada frecuencia, sobra mucho bizantinismo y brilla por su ausencia el análisis riguroso y, sobre todo, la praxis. Es evidente que no existe una nueva clase social, pero no lo es menos que la precariedad estructural está produciendo hondas trasformaciones en la clase trabajadora. En lugar de debates nominalistas que confrontan, ya sea con tonos místicos o milagreros, los conceptos de clase obrera y precariado, podría ser más fructífero estudiar qué cambios concretos está produciendo la precarización generalizada del trabajo -y de la vida en su conjunto- y, sobre todo, las experiencias de lucha capaces de unir lo que el capital astilla.

Es cierto que en algunas ocasiones, como señala la socióloga Isabel Benítez, el concepto «precariado» ha constituido «un ejercicio de distinción muy extendido entre los que se creyeron que por tener estudios superiores eran mejores que los que curraban desde los 16 años. «No soy trabajadora, soy freelancer«. Cuando se ven trabajando por cuatro duros y sin cobertura, entonces es que «soy precaria». No me hables de acción colectiva porque lo mío es diferente, yo tengo vocación y tengo estudios». Pero ese uso ideológico del concepto precariado, a modo de nostálgico hermano menor de la noción clase media, no puede desviar nuestra atención de lo fundamental, es decir, de la centralidad de la precariedad en el capitalismo global y de los cambios que está comportando en las condiciones materiales y en la subjetividad.

La precariedad extiende hoy su régimen de incertidumbre mucho más allá del mundo laboral. La precariedad es temporalidad, extensión de las ETT y de las oficinas privadas de colocación, abaratamiento del despido, reducción brutal de los salarios, impago de las horas extras, sobrecualificación, disponibilidad permanente, emprendedores de auto-subempleo, devaluación de los convenios… Sí, la precariedad es todo eso pero, además, también se llama desahucios, pobreza energética, consumo de ansiolíticos, crisis de los cuidados o bloqueo de la emancipación familiar. Y, sobre todo, equivale a miedo, impotencia, ruptura del nosotros.

El paro, la precariedad y la exclusión social se convierte en la cotidianidad para millones de personas.

Y de manera creciente.

Tres datos que retratan la nueva situación que los poderes aspiran a normalizar, a asentar: en 2010 el 80% de los desempleados ingresaban algún tipo de prestación, actualmente la tasa de cobertura es del 56%; 8 millones de personas asalariadas no llegan a los 1.000 € brutos mensuales; 13,3 millones de personas están en riesgo de pobreza o exclusión social.

Pero, si es importante que examinemos con atención toda la diversidad de mecanismos que desmigajan hoy a la clase trabajadora, lo es aún más analizar y extender el original movimiento obrero que está surgiendo. La movilización de los repartidores de Deliveroo, la huelga de los trabajadores de Eulen, las luchas en Movistar o Berskha, la organización de las camareras de piso son algunas muestras. Como afirma Eddy Sánchez, una «consecuencia de la precariedad estructural es el surgimiento de una nueva forma de expresión del conflicto obrero», que se corresponde sobre todo con la aparición de una nueva clase trabajadora de servicios, más extensa y feminizada. Y junto a ese reciente sindicalismo en el centro de trabajo, la red del sindicalismo social, la PAH, las plataformas de parados y precarios, los centros sociales. El reto planteado, como nos advierte José Luis Carretero, «no es sólo la auto-organización social desde la precariedad, que es vital, sino también la construcción popular de un tejido social muy inclusivo». Se puede, claro que se puede recrear la unidad y la solidaridad de clase.

De los años de lucha de los Campamentos Dignidad, ¿qué es lo que más te ha emocionado? ¿Cuál ha sido su principal éxito?

El 20 de febrero de 2013, la noche que nació el primero de los campamentos, un viento irresistible de dignidad y coraje me sacudió, a mí como a tantas otras personas. Era el viento generoso y valiente de la gente más humilde, el vendaval de la fraternidad obrera. Ahí sigo, aunque ahora colaborando de otro modo, no conozco ningún espacio social ni político que reúna tanta verdad, tanta humanidad y tanta voluntad de lucha como éste. Quizás el momento más doloroso fue la muerte de José Giménez Lorente, que fuera el primer cocinero del campamento. A José le mató la miseria el 6 de agosto de 2014. Tenía una enfermedad grave y no podía pagarse los medicamentos. Luchó hasta el final, sin regatear esfuerzos, sin pedir nunca nada para él. Le mató la miseria pero jamás le derrotaron los miserables.

Creo que más allá de los desahucios impedidos o de las rentas mínimas arrancadas a la Junta de Extremadura, el éxito mayor de los Campamentos es, justamente, haber puesto en pie un potente movimiento popular, una comunidad de lucha contra el paro y la precariedad.

Se sigue celebrando este 2018 el primer centenario de la revolución de octubre. ¿La sigues reivindicando? En cinco líneas, diez como máximo: ¿qué significa aquella revolución para las gentes insumisas de nuestro hoy?

Todavía dura el temblor. Diez días estremecieron al mundo. Pero todavía se escucha el llanto de la madre con el hijo muerto en brazos, en la escalinata del crimen. Y todavía produce asombro la insólita hazaña: obreros y campesinos echándose el mundo a la espalda, demostrando que sólo depende de nosotros que siga o acabe la opresión. Los nada de hoy todo han de ser.

Pero no nació la memoria para ancla, sino para catapulta. Memoria del volcán, catapulta de la revolución. Y la revolución es una inmensa escuela de dignidad y de audacia. ¡Revolución!, para matar la guerra, dijo el poeta. ¡Paz, pan y tierra!, gritó el bolchevique del soviet, el oído atento al pueblo que ordena.

Vuelve la revolución. Sólo hace falta escuchar atentamente a los que sufren para presentirla. Solo hace falta escuchar el temor de los saqueadores en sus bancos centrales de invierno para saber de su posibilidad. Pero la revolución es siempre nueva, siempre creación, siempre arte de la situación y de la crisis. Todavía dura el temblor, todavía dura la esperanza.

¿Quieres añadir algo más?

Pedirte disculpas por mis retrasos sucesivos y darte las gracias por tu amabilidad y paciencia.

Por favor querido Manolo… Mil gracias por tu tiempo, su saber, tu compromiso y tu inmensa generosidad.

Fuente: El Viejo Topo, marzo de 2018.

Nota de edición. Primera parte de esta entrevista:

«La palabra dignidad ha condensado la rebeldía y las esperanzas de los movimientos populares, del 15M a las Marchas del 22 de marzo». http://www.rebelion.org/noticia.php?id=240474

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.