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Sales y soles

El fantasma de la inmigración

Fuentes: Gara

Los periodistas nos crecemos ante las tragedias humanas. Nuestro mejor verbo, los adjetivos superlativos, afloran y se multiplican con el dolor ajeno. Las penas y penurias nos excitan tanto que llegamos a perder el conocimiento y lo que contamos, al final, no enseña nada. El último ejemplo, esta misma semana. Hemos descubierto, consagrado, «el supercayuco», […]

Los periodistas nos crecemos ante las tragedias humanas. Nuestro mejor verbo, los adjetivos superlativos, afloran y se multiplican con el dolor ajeno. Las penas y penurias nos excitan tanto que llegamos a perder el conocimiento y lo que contamos, al final, no enseña nada. El último ejemplo, esta misma semana. Hemos descubierto, consagrado, «el supercayuco», «el cayuco-bus», «el cayuco gigante»…

«Nunca había visto nada igual, es una barbaridad», confiesa Juan Antonio Corujo, coordinador de Emergencias de Cruz Roja. Una embarcación de 30 metros de eslora acaba de arribar al puerto tinerfeño de Los Cristianos con 229 inmigrantes subsaharianos hacinados a bordo, 25 de ellos menores de edad. Han batido todas las marcas, anuncian en portada los medios. El anterior récord, un cayuco con 180 personas, alcanzó su meta, también Tenerife, un 29 de julio de 2007. La competición promete. Lo próximo, las pateras jardín de infancia, las guarderías errantes. Más capacidad, con el mínimo espacio.

Un negro asusta, varios cientos aterrorizan. Sentados en la playa, abatidos, con la mirada perdida, los 229 inmigrantes plusmarquistas mundiales parecen restos de una marea negra. Chapapote humano. Al rato, la arena recobra todo su esplendor y albura. De la barca, de sus buenas gentes, nada, nadie. Han desaparecido, como si fueran fantasmas. La escritora uruguaya Ida Vitale sostiene en su «Léxico de afinidades» que un fantasma es «alguien a quien habiéndole dicho muchas veces: muérete, insiste en estar vivo». Alguien empeñado, naufragios y ausencias incluidas, en darle la vuelta a la vida. Un espíritu libre.