En la primera mitad del siglo XX feministas como Nadeshda Krupskaya, Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin, actuaron como mujeres socialistas. Denunciaron la doble jornada de las campesinas y las obreras y diseñaron estrategias para elevar el nivel de conciencia de las mujeres y de los hombres.
En la tercera década del siglo XXI, la búsqueda de la equidad de género ha de ser también militancia antifascista, lucha por derribar los muros que erige el capitalismo agonizante para separar a las mayorías, rechazo a la dominación imperialista y trabajo constante dirigido a identificar la manipulación ejercida por el poder mediático, que presenta como acciones de derecho prácticas antihumanas como la expulsión y la colocación de la etiqueta de ilegales a seres humanos que no reúnen dinero en cantidad suficiente para abrir las puertas de las economías capitalistas.
En el caso de República Dominicana, un país subdesarrollado, el presidente Luis Abinader anunció en su reciente discurso ante la Asamblea Nacional que avanza la construcción de un muro (no hay que usar eufemismos) en la frontera con Haití y un aumento en el uso de la fuerza. El año pasado el gobierno duplicó la cifra de haitianos repatriados en el 2021.
Contra las mujeres, los organismos represivos actúan con mayor rigor, porque se considera una amenaza a la seguridad nacional el parto de haitianas en hospitales dominicanos y se entiende, además, que el gasto en salud se hace mayor. El trabajo que realizan esas mujeres, trabajo doméstico o tareas similares, todas muy mal remuneradas, no es amenaza.
El 16 de enero del año 2019, Donald Trump, siendo presidente de Estados Unidos, escribió en su cuenta de Twitter lo siguiente: «Actualmente hay 77 grandes o importantes muros construidos en todo el mundo; hay 45 países que están planificando o construyendo muros. Se han construido más de 1280 kilómetros de muros en Europa desde sólo 2015. Todos ellos han sido reconocidos como casi 100% exitosos».
Los grandes medios no recordaron al neofascista gobernante el número de cadáveres hallados en los mares de Europa ni el número de niños enjaulados en Estados Unidos.
El capitalismo se aferra al fascismo para sobrevivir, y tira a su paso cadáveres de hombres, mujeres y niños.
El feminismo, en la lucha por la igualdad, debe enfrentar el fascismo, que pretende eternizar la desigualdad, la opresión y el abuso.
LA DESIGUALDAD SE ENSANCHA
“Igual salario por igual trabajo”, fue una consigna levantada en París en el Congreso de la Segunda Internacional en 1889.
En el año 2018, La Organización Internacional del Trabajo, OIT, estimó en cerca del veinte por ciento la brecha salarial entre hombres y mujeres. Un reciente estudio revela que hoy, por cada dólar que gana un obrero, una obrera gana 51 centavos.
Otros datos preocupantes son citados por la ONU sobre la realidad de los países subdesarrollados: sólo el 19 por ciento de las mujeres acceden a Internet; niñas y mujeres representan solo la tercera parte de los estudiantes de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas. A nivel global, en el sector tecnológico el número de hombres es dos veces superior al de mujeres, y en inteligencia artificial solo el veinte por ciento de las plazas son ocupadas por mujeres.
El enfoque de género no sustituye, pues, al análisis desde una visión de clase. Por el contrario, lo enriquece y le da sustancia.
Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Nadeshda Krupskaya y otras intelectuales del siglo pasado llamaron tempranamente la atención sobre la necesidad de vincular la lucha por los derechos de las mujeres a la lucha contra la injusticia que encarna la sociedad de clases.
No hay que caer en el esencialismo maniqueo de citar a mujeres incorporadas al fascismo y al neofascismo como banderas y al saqueo como lucrativa práctica. Margaret Thatcher, Jeane Kirkpatrick, Chistrine Lagarde y Condoleeza Rice, Jeanine Áñez y Dina Boluarte, por ejemplo, encarnan el atraso político, el saqueo, el terrorismo de Estado y la conversión de los organismos internacionales en apañadores de la muerte. Su condición de mujeres no cambia esa definición.
La hoy vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, en el ala globalista, es la viva estampa de la estafa política, la demagogia y el apego a la dominación.
El neofascismo y la sumisión colonialista persisten y siguen siendo condenables.
DESDE REPÚBLICA DOMINICANA
En República Dominicana, iniciando la década de 1960, fueron asesinadas las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, quienes luchaban contra la dictadura de Trujillo.
Más de 62 años han transcurrido desde aquel horrible hecho, y los continuadores de Trujillo y de Joaquín Balaguer se niegan a incluir en el Código Penal la despenalización del aborto por razones de salud de la madre, malformación del feto, o embarazo resultante de violación o incesto.
La cultura patriarcal sigue siendo una marca de las instituciones. Por eso, el Ministerio de Educación sigue actuando como si desconociera que en muchos centros educativos es práctica común el abuso contra niñas y jovencitas, quienes son seducidas e inducidas a ofertar sus cuerpos para obtener recursos económicos o para presentar resultados académicos que no son reales.
El gobierno cumple con la llamada comunidad internacional sumándose a los proyectos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, que es el brazo armado del fascismo. Esa comunidad internacional no lo descalifica por mantener una educación de pésima calidad, un servicio de salud que no puede ser peor y una Policía que tiene por misión abusar y proteger la delincuencia de cuello blanco.
El feminismo auténtico contrapone a la imagen de las hermanas Mirabal la de las dos Raquel (la Raquel Peña vicepresidenta y la Raquel Arbaje primera dama), igual que la de Margarita Cedeño (exvicepresidenta), la influyente funcionaria Josefa Castillo y otras figuras insertas en el poder como partícipes del saqueo y beneficiarias del abuso.
Ese feminismo denuncia también que la podredumbre es violencia y en el seno de la sociedad de clases está muy presente.
Mujeres con nombres conocidos como Minerva Mirabal y sus hermanas y la mártir campesina Florinda Soriano (Mamá Tingó), mujeres sin nombre como algunas combatientes de la Revolución de Abril de 1965, mujeres destacadas y mujeres silenciadas por la marginación, pero que condenan el fascismo y contribuyen a elevar el nivel de conciencia de las mayorías, se suman a la lista de luchadoras de décadas anteriores para visibilizar los motivos de la conmemoración del 8 de marzo.
En el ámbito latinoamericano, hay que mencionar a mujeres como Manuelita Sáenz y la internacionalista Haydée Tamara Bunke (Tania la Guerrillera) para llamar la atención sobre la necesidad de quitarles el disfraz a los sectores dominantes, arrebatándoles una bandera que no les pertenece y no pueden, por tanto, impregnarle su lodo.
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