El «final de la escapada» de la socialdemocracia no consiste en la visibilidad de su traición a l@s trabajador@s, los pueblos, las mujeres y la naturaleza sino que requiere algo más. Ese plus solo puede ser otra izquierda tan necesaria, como hasta ahora imposible. Las condiciones de posibilidad de una izquierda anticapitalista dependen, sobre todo, […]
El «final de la escapada» de la socialdemocracia no consiste en la visibilidad de su traición a l@s trabajador@s, los pueblos, las mujeres y la naturaleza sino que requiere algo más. Ese plus solo puede ser otra izquierda tan necesaria, como hasta ahora imposible. Las condiciones de posibilidad de una izquierda anticapitalista dependen, sobre todo, del auge de los movimientos de masas.
Seis años después de que, en Marzo de 2000, el Consejo Europeo aprobara la «Agenda de Lisboa», las valoraciones más optimistas no pueden evitar la palabra «fracaso». Justo en la mitad del periodo comprometido (2000 – 2010), el Consejo de Octubre de 2005 abandonó formalmente la temeraria pretensión de convertir a la Unión Europea (UE) en 2010 en «la economía basada en el conocimiento más dinámica del mundo».
Aunque los objetivos de «Lisboa 2000» perseguían aproximar la economía de la U.E. a las magnitudes de la economía de EEUU, el balance del Consejo Europeo de III´05, llegó a conclusiones diferentes: El PIB «per capita»[1] europeo seguía siendo el 70% del norteamericano, la UE estaba perdiendo potencial de crecimiento (del 3% al 2% anual), el Pacto de Estabilidad[2] era incumplido ampliamente, las perspectivas financieras de la UE para el periodo 2006 – 2013 presentaban serios obstáculos por la pugna competitiva de 25 países, al repartirse un presupuesto menor que el de la UE-15.
Para cumplir los objetivos de Lisboa era necesario: 1) aumentar la tasa de ocupación al 70%, lo que requería crear 22 millones de puestos de trabajo, 2) un crecimiento medio anual del 3%, 3) llegar al 3% del P.I.B. de inversión en I+D y 4) mantener la política de liberalizaciones, en particular en telecomunicación y energía (Directiva Bolkenstein). Con casi todos los objetivos fallidos, lo único que funciona es la regulación monetaria del Banco Central Europeo. Pero eso no parece ser útil para reducir los déficit públicos, ni para fomentar el crecimiento económico y la creación de empleo. A pesar de todo, la cumbre europea de X´05 reactivó la «estrategia de Lisboa», aunque reduciendo los ambiciosos objetivos del año 2000 a sólo dos: «crecimiento económico y creación de empleo». El Consejo conservó el nombre de la política, pero no su contenido ya que, en el nuevo texto, desaparece «la preservación del modelo social europeo» y «el mayor compromiso de los gobiernos estatales con las políticas económicas comunitarias».
El abandono explícito de la retórica keynesiana («preservar el modelo social europeo»), en las resoluciones sobre política económica de la U.E., supone un paso más en la descomposición política e ideológica de la socialdemocracia europea. Este abandono muestra la inanidad socialdemócrata frente al creciente desorden que genera la globalización. Simétricamente, dicho desorden radicaliza el discurso neoliberal que, desde la derecha y la izquierda, culpabiliza de antemano a los salarios y los gastos sociales.
El creciente desorden del ciclo capitalista tiene dos componentes interrelacionadas. Por un lado, la amenaza de crisis económica global por el efecto combinado del déficit exterior norteamericano y el posible desplazamiento del dólar como divisa del petróleo, las tensiones inflacionistas derivadas de la subida del precio del petróleo y otras materias primas y el riesgo creciente de estallido de la burbuja financiera e inmobiliaria que, al transmitir sus efectos a la economía real, originaría una recesión[3] generalizada. Por otro, la proliferación mundial de focos de ingobernabilidad que inhiben a los inversores internacionales: crisis de Irán, avispero de Iraq, descontrol creciente en Afganistán y el holocausto palestino de consecuencias imprevisibles. Por otro lado, en América Latina, el avance del «Acuerdo Libre Bolivariano de las Américas» (ALBA) y del «Tratado de Comercio de los Pueblos» (TCP), frente al Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y el Tratado de Libre Comercio (TLC), auspiciados por EEUU. Esta dinámica afecta directamente a numerosas multinacionales, en particular españolas.
La acumulación de factores de inestabilidad que amenazan el despliegue ininterrumpido de la producción de plusvalor presagia, una vez más, la generalización de la guerra como forma de resolver las contradicciones antagónicas entre bloques capitalistas y el dominio del gran capital global sobre los trabajadores, las mujeres, los pueblos y los estados desobedientes.
En este escenario, la U.E., con varios de sus países principales en onda de crecimiento plana desde hace varios años (entre ellos Alemania, Francia e Italia), presenta una mayor vulnerabilidad frente al darwinismo económico de los mercados globales. Los sistemas públicos de protección social y las garantías políticas para las condiciones laborales en Europa, son incompatibles con las mejoras de competitividad que exige la globalización. Los políticos europeos de izquierda y de derecha, administran la tensión entre la necesidad de desembarazarse de las «rigideces» del mercado laboral y el rechazo popular a tolerarlo. El imaginario social y la afiliación sindical impiden a las patronales y a los gobiernos, pasar rápidamente de las palabras (globalización, competitividad, progreso) a los hechos (por ejemplo, contrato de primer empleo en Francia). Esta tensión, por un lado gestiona, aplaza y agrava la crisis económica y por otro, unifica ante una población crecientemente precarizada y amenazada, a los políticos de izquierda y de derecha. El vacío de una izquierda real abona el campo a las opciones de extrema derecha (caso de las elecciones francesas de 2002) que, en el más que probable caso de recesión generalizada, tendrán su oportunidad ante el desierto que la socialdemocracia y sus agentes están generando en la izquierda, incluidos ya los movimientos sociales.
La opción descarnada del Consejo Europeo, al apostar sólo por «crecimiento económico y creación de empleo», abandonando la pretensión de emular los cuarenta trimestres de crecimiento, practicamente ininterrumpido, de la economía de EEUU (1990 – 2000) en base a las nuevas tecnologías[4] de la información y la comunicación, contiene una cura de realismo por parte del capital europeo. En un contexto de crisis económica, el proteccionismo de los gobiernos europeos dificulta el mercado único y con ello, compromete el fundamento del Euro, único factor común europeo realmente existente. Se hace patente la imposibilidad de prevenir y sancionar los incumplimientos de las condiciones de estabilidad monetaria y presupuestaria por parte de los países. La falta de respecto a los compromisos se debe a la crisis, no solo económica, sino también funcional y de confianza que ha supuesto la parálisis de la Constitución Europea[5] en 2005, un año después del paso de 15 a 25 miembros en la U.E. El Consejo Europeo intenta poner por delante lo que, por lo menos, todos los países deben hacer. La Europa del Capital no puede dar la espalda a los problemas de estabilidad monetaria y competitividad que le origina el envejecimiento de la población y los elevados costes comparativos en términos de salarios y protección social. La pérdida de iniciativa política a escala europea, en absoluto quiere decir que, a escala estatal, no se acometan estos problemas aumentando la explotación y el despojo de derechos y libertades de los de abajo. Colocar el crecimiento económico en el puesto de mando es la opción del «Coro Unico Neoliberal Europeo». En un contexto de estancamiento económico y aumento de las tensiones entre los distintos países de la U.E., se repliegan las políticas a escala europea, dejando la iniciativa a cada país, con las normas, atadas y bien atadas, de «Maastrich» (1992), «Amsterdam» (VI´1997), Estrasburgo (XI´1997)[6] y «Lisboa» (III´2000). Pero, en el interior de la U.E., la endeble arquitectura política de Niza (XII´00)[7] , las tensiones competitivas, las alianzas oportunistas de algunos países con EEUU, la amenaza de caos financiero y administrativo, la competencia comercial y deslocalizadora de Asia y el débil crecimiento económico, no desaparecen por mirar hacia otro lado.
La izquierda parlamentaria europea aplica estas políticas, a veces desde el gobierno (como es el caso del Partido Laborista en Inglaterra y del PSOE en España, con su reforma de los Convenios (V´05), del mercado laboral (V´06), de las pensiones (VI´06) y la entrada de la empresa privada en los cuidados de las personas dependientes y de la banca, mediante la «hipoteca inversa», en los pisos de dichas personas). A veces desde la oposición (el PS francés, en su campaña por las generales, amenaza con romper explícitamente con las políticas reformistas -«35 horas» de Jospin y Martine Aubry- y se reconcilia con las políticas represivas de la derecha contra los jóvenes de las periferias de las grandes urbes). En Alemania, desde un gobierno compartido con la derecha, que va a radicalizar el proceso de desmontaje del estado de bienestar iniciado por el anterior gobierno PSD-Verdes. En este trance, la socialdemocracia muestra su total intercambiabilidad con la derecha y da una vuelta de tuerca a su esquizofrenia: lenguaje europeista, humanista, feminista, ecologista y keynesiano, como maquillaje de proteccionismo, xenofobia, crecimiento a ultranza, precariedad laboral, recortes sociales y privatizaciones de empresas y servicios públicos.
Al compartir los principios económicos e ideológicos de la derecha, la izquierda institucional deshace, cada vez más, sus propias condiciones de existencia como una realidad política autónoma. Pero el poder que le otorgan la derecha y el capital para ejercer de «fiel oposición», le permite existir y prosperar, una vez vendida su alma al diablo. Sin embargo la degeneración de la socialdemocracia, siendo causa necesaria para la reconstrucción de una izquierda anticapitalista que organice a las víctimas del terrorismo global, no es suficiente.
El «final de la escapada» de la socialdemocracia no consiste en la visibilidad de su traición a l@s trabajador@s, los pueblos, las mujeres y la naturaleza sino que requiere algo más. Ese plus solo puede ser otra izquierda tan necesaria, como hasta ahora imposible. Las condiciones de posibilidad de una izquierda anticapitalista dependen, sobre todo, del auge de los movimientos de masas. Estos movimientos no nacen de los «programas» y desvelos de los militantes radicales en apuros, sino de la violencia y el despojo de la Economía Global de Mercado. Pero también dependen de la existencia de sectores y colectivos que apunten, con toda su fuerza, al poder constituyente anticapitalista. La izquierda, como fuerza organizada, vinculada a los movimientos de masas no existe. Sólo podrá avanzar si deja de estar abrazada a un cuerpo corrompido, la socialdemocracia.
Por eso es tan grave que los MMSS se dejen querer por dicha izquierda cuando, por intereses estrictamente electorales, apoya reivindicaciones causadas por las políticas que ella misma impulsa ó cuando monta «Foros de los Movimientos Sociales» para «favorecer» el encuentro de dichos movimientos, casualmente a las puertas de las elecciones municipales y autonómicas. Para expresar políticamente las reivindicaciones de las víctimas de la globalización, hay que avanzar desde fuera de dicha izquierda institucional. Sin ese avance no habrá izquierda real ni movimiento popular, ya que, una y otro, son dos aspectos de la misma realidad.
El problema actual en el Estado Español es que, con el control, desde hace tres años, del «Movimiento Contra la Globalización, la Europa del Capital y la Guerra», por parte de las numerosas agencias del PSOE, las mediaciones sociales necesarias para el crecimiento de cualquier alternativa antiglobalización están controladas por dicha izquierda capitalista y alterglobalizadora. Sin embargo, lo que se nos viene encima exige redoblar esfuerzos en la construcción de un movimiento anticapitalista y autónomo del conglomerado socialdemócrata, o lo que es lo mismo, en la reconstrucción de la izquierda.
Agustín Morán es miembro del CAES
NOTAS
[1] Producto Interior Bruto (PIB): Valor de todos los bienes y servicios producidos por la economía de un país durante un año. P.I.B. «per capita»: PIB dividido por el número de habitantes de ese país. Es un indicador que indica la capacidad de producción de «riqueza» de un país. Este indicador oculta, tanto la riqueza no monetaria, como las desigualdades internas en la percepción de dicha riqueza. [2] «Pacto de Estabilidad y Crecimiento». Suscrito en Ámsterdam por el Consejo Europeo el 15/VI/1997. Establece condiciones de disciplina presupuestaria a los Estados Miembros que quieran pertenecer al Euro. Con el horizonte de déficit público cero, el país que incurre en un déficit superior al 3% de su Producto Interior Bruto (PIB), tendrá como sanción un 0,2% de su PIB y si el déficit es del 4% ó más, la multa aumentará un 0,1% más por cada punto de déficit. Este dinero será bloqueado por el Banco Central Europeo y tras un periodo, si el país sancionado no rectifica, repartido entre los países que guarden la estabilidad presupuestaria exigida. [3] Recesión: Cuando el crecimiento de una economía es cero o negativo durante dos o más trimestres. [4] Crecimiento que acabó quebrándose al pincharse la llamada «burbuja tecnológica» [5] A partir de la negativa de las poblaciones de Francia y Holanda en los referéndum del verano de 2005. [6] «Consejo Extraordinario sobre el Empleo» que, en XI-97, incorporó como política general de la UE la noción de «empleabilidad» y las «políticas activas de empleo» como formulas contra el paro. Estas políticas elaboradas por los socialistas franceses en 1992 (Libro Blanco de Delors) y aplicadas a fondo por el gobierno laboralista de «Tony Blair» y Gordon Brown desde 1997, se basan en la presunción de culpabilidad de cualquier persona que cobra una prestación por desempleo y en la eliminación del papel de dichas prestaciones como una barrera de protección de quien las percibe, frente a la oferta de «empleo basura» [7] Tratado de Niza.- Revisa las instituciones de la UE, diseñadas para 6, funcionando para 15 y cuatro años después, para 25 países. Su ámbito de aplicación temporal finaliza en 2009 con al menos 27 (Bulgaria y Rumania entran en 2007). El Tratado Constitucional Europeo, paralizado desde Junio de 2005 actualizaba la arquitectura institucional y la fisiología de la U.E. En los últimos meses parece reactivarse una nueva acometida para sacar adelante el Tratado Constitucional Europeo.