Respondiendo a Manuel Navarrete, quien en Populistas sin objetivos critica mi anterior artículo El frente ciudadano. Voy a intentar rebatir a Manuel Navarrete de la manera más breve posible y centrándome en las ideas. Obviaré todas las descalificaciones y tergiversaciones que ha hecho en su artículo. El lector puede contrastar por sí mismo. Pero creo […]
Respondiendo a Manuel Navarrete, quien en Populistas sin objetivos critica mi anterior artículo El frente ciudadano.
Voy a intentar rebatir a Manuel Navarrete de la manera más breve posible y centrándome en las ideas. Obviaré todas las descalificaciones y tergiversaciones que ha hecho en su artículo. El lector puede contrastar por sí mismo. Pero creo necesario aclarar mi postura. Lo importante son las ideas. Si éstas son válidas o no, si se pueden llevar a la práctica o no. Pero, antes de nada, quisiera recordar, una vez más, que yo sólo hablo en mi nombre, que no he descubierto nada, que no poseo ninguna verdad absoluta (entre otras cosas, porque no la hay). Tan sólo soy un trabajador corriente que intenta aportar un granito de arena para mejorar la sociedad que le ha tocado vivir. El debate al que yo he intentado contribuir no lo he iniciado yo, existe desde hace cierto tiempo en la izquierda, se ha intensificado en las últimas semanas en el movimiento 15-M. Manuel me achaca un protagonismo que no tengo, ni deseo. Espero que mi contrincante tenga conmigo un debate sosegado y respetuoso. Yo no pienso caer en ningún tipo de provocación. La crítica es siempre bienvenida y necesaria, es preferible la constructiva, pero incluso la destructiva puede siempre aportar algo. Por consiguiente, vayamos al grano.
Yo pienso que mientras no se supere el capitalismo seguiremos teniendo grandes desigualdades sociales, pobreza, guerras, hambrunas, inseguridad, etc. Como mínimo, nos exponemos a las involuciones, pues en la sociedad de clases la lucha de clases siempre existe. El capitalismo es un sistema altamente contradictorio que incluso pone en peligro de extinción a la humanidad y su hábitat natural. El capitalismo es en sí mismo una gran crisis, a todos los niveles, de la humanidad entera. Cualquiera que haya leído alguno de mis escritos (por ejemplo, Las falacias del capitalismo, El problema es el capitalismo) puede deducir fácilmente que soy anticapitalista. Yo, como trabajador, sufro en mis propias carnes la explotación capitalista. Por tanto, lo diré una vez más, para mí el objetivo esencial es superar el sistema capitalista. Y esto, inevitablemente, en determinado momento, debe conducir a expropiar a los expropiadores, a la gran burguesía. Mientras, entre otras cosas, no se resuelva la madre de todas las contradicciones materiales, a saber, Trabajo social vs. Medios de producción privados, no se superará el capitalismo. Pero, obviamente, esto no podrá hacerse en dos días. Se necesitará un largo y complejo proceso revolucionario. Inevitablemente, deberá hacerse gradualmente. Algunas cosas podrán hacerse más rápido que otras, y algunas no será posible llevarlas a cabo si otras antes, o simultáneamente, no se hacen. Por consiguiente, hay que fijarse una hoja de ruta con objetivos a corto, medio y largo plazo.
Por otro lado, es obvio, y esto lo ha dicho también Navarrete en su artículo, que para alcanzar ciertos objetivos es imprescindible usar los métodos adecuados. En lo que discrepamos él y yo, quiero pensar, es en los métodos, es decir, en la estrategia general a emplear para avanzar hacia la revolución social, que es la que se necesita. Por consiguiente, centrémonos en la estrategia, en los métodos.
Manuel ya conoce mi postura porque tuvimos un debate hace no mucho. Pero el lector, tal vez no. No voy a volver a rebatir a Navarrete todas las cuestiones que ya le rebatí en su día. Remito al apartado de Debates de mi blog. En resumen, yo lo que planteo es hacer una revolución política en primer lugar (¡pero no en último!). Desde el principio del surgimiento del movimiento 15-M (e incluso antes, véase mi libro La causa republicana, escrito en 2010) yo he defendido la necesidad de un proceso constituyente con el objetivo a corto/medio plazo de instaurar en España la Tercera República (que no suponga tan sólo el simple hecho de poder elegir al jefe de Estado). Cualquiera puede comprobarlo en los artículos de mi blog. Yo lo que digo es que para poder repartir la riqueza (lo cual sólo podrá hacerse de verdad cuando la sociedad, en conjunto, posea las «máquinas» generadoras de riqueza), primero, o si se quiere simultáneamente (aunque esto me parece muy difícil de hacer simultáneamente), hay que repartir el poder de decisión (y eso es la democracia), hay que tomar el control político, del cuadro de mandos central de la sociedad, el Estado. No digo nada nuevo, Marx ya planteó esto en su día, ya dijo que era necesaria la revolución política para llevar a cabo la revolución social. Por esto postuló, aunque de una manera muy escueta, ambigua, inadecuada, e incluso errónea, a mi parecer, el concepto de la dictadura del proletariado. En la necesidad de quitarle el poder político a la gran burguesía, Marx tenía, y sigue teniendo, toda la razón del mundo. Como la tenía él y sus seguidores, como Lenin, en denunciar la falsa democracia burguesa, la cual es en verdad la dictadura del capital, como estamos comprobando los trabajadores en estos duros momentos. Pero Marx, Engels, Lenin,…, aun siendo grandes hombres, no eran perfectos, cometieron también sus errores. Nadie es perfecto. Yo ya he explicado en mis diversos escritos (Democracia vs. Oligocracia, Los errores de la izquierda o ¿Reforma o Revolución? Democracia) porque creo que así fue. A ellos remito por no extenderme demasiado.
Tan sólo quisiera recordar que tras la experiencia de la Comuna de París, que apenas duró un par de meses, Marx se replanteó, aunque de manera todavía insuficiente, el concepto de la dictadura del proletariado. Sin embargo, muchos de sus supuestos seguidores, que se autoproclaman «marxistas», se niegan a retocar en lo más mínimo (o muy insuficientemente) las ideas marxistas tras más de siete décadas de existencia de la URSS y sus países satélites. En mi opinión, esto es un profundo error y, probablemente, si Marx se levantara de la tumba se escandalizaría ante la actitud de muchos de los que dicen ser sus seguidores. En cualquier caso, a nosotros no debe importarnos si tal o cual idea es «marxista» o no, sino si es correcta o no. Lo realmente importante es no olvidar nunca que la estrategia revolucionaria debe adaptarse al tiempo y al espacio. La situación actual no es la misma que la que vivieron Marx o Lenin. En esa época todavía no había ninguna gran experiencia práctica en la que basarse. En este aspecto, Marx y Lenin iban casi a ciegas. Nosotros ahora, en cuanto a desarrollar la teoría revolucionaria (sin la cual no puede haber práctica revolucionaria, o ésta es errática), lo tenemos más fácil pues podemos basarnos en experimentos hechos a gran escala (espacial y temporal), siendo el más importante, sin duda, la URSS. Deberemos retomar sus aciertos, pero también deberemos superar sus errores. No olvidemos que la URSS colapsó. En la actualidad, nos guste o no, el marxismo, el socialismo, el comunismo, el anarquismo, son ideologías demonizadas, rechazadas por gran parte de la población, por la mayoría de los trabajadores. El marxismo era una ideología en auge en la época de Lenin. Ahora no. Ahora está muy desprestigiada. En este aspecto lo tenemos más difícil que Lenin. Ahora tenemos una gran labor ideológica que hacer: combatir la falsa conciencia de clase, la desinformación masiva, los prejuicios de muchos y muchos ciudadanos. Por supuesto que la propaganda capitalista hay que contrarrestarla, pero tampoco debemos dejar de practicar la crítica y la autocrítica, pues la izquierda también cometió errores muy graves.
Yo le incito a Manuel (si no lo ha hecho ya), a cualquiera, a que les diga a sus compañeros de trabajo, a sus vecinos, a sus familiares, a sus amigos, incluso, si es posible, a cualquier persona, saliéndose de su entorno más inmediato, que hay que expropiar a la burguesía ya mismo, que debemos implantar una república popular y socialista, y verá las caras que ponen, verá lo que le contestan. Si deseamos llegar al mayor número posible de personas, deberemos ser más inteligentes y usar una estrategia, un lenguaje, apropiados, que no espanten a nuestros camaradas que están presos de prejuicios. Muy peligrosa me parece la idea que plantea, o insinúa, Navarrete de hacer la revolución al margen de las masas. Marx y Lenin, entre otros muchos en su época, ya combatieron esas ideas blanquistas. Por eso decían que la emancipación del proletariado debía ser obra del propio proletariado. Lo cual no quiere decir que algunos de ellos no sucumbieran a cierto blanquismo. ¡Ah, el ser humano, ese ser tan contradictorio! El socialismo no podrá construirse sin la participación activa y mayoritaria de la ciudadanía (obviamente, de las clases populares, que conforman la inmensa mayoría de la ciudadanía). Una de las causas por las que los trabajadores no salieron en defensa de la URSS para evitar su colapso, fue su escasa, por no decir nula, participación en la construcción socialista. A diferencia del capitalismo, el socialismo necesita la más amplia y profunda democracia para florecer, prosperar y sobrevivir. La democracia económica (que es lo que es, en esencia, el socialismo) no puede desarrollarse sin la democracia política. Por el contrario, el capitalismo, es decir, la dictadura económica, necesita la dictadura política, bajo sus distintas formas, siendo la más elaborada de ellas la llamada «democracia» liberal, la dictadura con el disfraz más sofisticado inventado hasta la fecha, disfraz que en los tiempos de crisis se cae por su propio peso. En los mencionados escritos desarrollo estas ideas.
Sobre la cuestión de la violencia, tan sólo quisiera recordar que la historia humana no se rige por un determinismo fuerte, sino débil. Que algo no haya ocurrido nunca no significa forzosamente que nunca pueda ocurrir. Depende de qué sea ese algo. ¿O es que Navarrete, que tanto dice que es comunista, no aspira a una sociedad sin clases, sin explotación? Que, hasta el momento, la sociedad humana siempre se haya regido por la ley del más fuerte, ¿significa que nunca podrá regirse por otra ley? La lucha armada no es la única vía para hacer la revolución social. Esto, incluso Marx lo afirmó en su día. Aunque para él la transición pacífica del capitalismo al socialismo era una vía excepcional en su época, pero lo que está claro es que no cerró las puertas a una vía no violenta, dependía de las circunstancias. La cuestión a dilucidar es si hoy es posible la lucha pacífica por el socialismo en ciertos países o no. ¿Que la burguesía procurará usar la violencia? Por supuesto. Para eso tiene su monopolio. Pero yo creo que la violencia es una estrategia que, al margen de cuestiones éticas, no interesa al pueblo, a la ciudadanía, a la mayoría, a los trabajadores. Nosotros debemos intentar usar la estrategia que más le convenga al pueblo, que más perjudique a las actuales élites. Éstas están deseando que quienes luchamos por un nuevo sistema usemos una mala estrategia, empezando por la violencia física. Fijémonos en lo que está ocurriendo en Latinoamérica, especialmente Venezuela. La revolución se encontrará con muchos obstáculos e, indudablemente, deberá estar preparada para superarlos, pero no tiene por qué iniciarse con violencia. En determinado momento, habrá que depurar el ejército para asegurar su fidelidad al pueblo, a la democracia auténtica, pero esto no significa que haya que tomar las armas y asaltar, ya mismo, los parlamentos. Hay que conquistar las mentes de las masas para conquistar el poder político a través de las urnas. En cualquier caso, si no conquistamos las mentes de las masas fracasaremos, independientemente de cómo alcancemos el poder político. Y no podremos convencer si no somos coherentes. No podremos defender ideológicamente la democracia económica, es decir, el socialismo, si practicamos la dictadura política. El ejemplo es la mejor pedagogía. No podremos ganar la batalla política y económica si no ganamos la batalla ideológica.
Yo creo que si las medidas políticas propuestas por mí (ley electoral, revocabilidad, mandato imperativo, separación de poderes, especialmente respecto del poder económico, referendos frecuentes y vinculantes,…), se llevaran a cabo, esto facilitaría (que no allanaría) el camino a la izquierda transformadora. Probablemente, serán insuficientes, pero podrían contribuir a generar una dinámica democratizadora. En cualquier caso, mal no vendrían. Desarrollar la democracia es avanzar hacia el socialismo. En cuanto las ideas puedan fluir libremente por la sociedad, inevitablemente, o por lo menos de manera mucho más probable, la verdad se abrirá camino. Si separamos realmente los poderes, si, por ejemplo, logramos que los partidos políticos no estén supeditados al gran capital, si logramos una prensa verdaderamente independiente,…, todo esto ayudará mucho a que nuestras ideas, que nosotros pensamos que son correctas, puedan ser conocidas y apoyadas por la mayoría. En Estados Unidos (por ceñirme al ejemplo usado por Manuel) no hay realmente democracia porque, aun habiendo más separación de algunos poderes entre sí, todos los poderes están subordinados al poder económico. De lo que se trata es de hacer que todos los poderes sean lo más independientes posible. De poco sirve que algunos de ellos sean independientes entre sí si todos ellos, en última instancia, dependen del poder económico. La idea de Montesquieu sigue siendo válida (por esto la burguesía se guarda bien de llevarla a la práctica) pero hay que adaptarla a los tiempos actuales, considerando también, muy particularmente, al cuarto poder, la prensa, y sobre todo al poder económico, el verdadero poder en la sombra. Quienes creemos en el socialismo, en que el capitalismo debe y puede superarse, debemos luchar para que la sociedad entera, por lo menos la inmensa mayoría, las clases populares, estén convencidas de esta idea. Si no es así, fracasaremos, de una u otra forma, tarde o pronto. El socialismo debe ser obra del proletariado, de la inmensa mayoría social. Ningún «socialismo» implementado exclusivamente por ninguna vanguardia, ningún «socialismo» que prescinda de la más amplia democracia posible (en primer lugar, pero no en único, política), podrá prosperar mucho tiempo. Creo que ésta es una de las grandes lecciones que debemos aprender de la historia reciente.
Yo pienso que está claro que, además de la presión popular ejercida en las calles, debe alcanzar el poder político algún partido, o coalición de partidos, dispuesto a cambiar el sistema desde arriba, desde dentro. Pero dicho partido deberá responder siempre ante los ciudadanos, éstos deberán permanecer alerta, deberán organizarse para presionar desde fuera de las instituciones. La política no debe circunscribirse sólo a las instituciones. El sistema debe ser transformado desde dentro y desde fuera, desde abajo y desde arriba. De manera dialéctica, arriba y abajo deben influirse mutuamente para realimentar la revolución. Pero la iniciativa debemos llevarla quienes estamos abajo. Yo creo que el frente ciudadano propuesto podría ayudar a que muchos ciudadanos, trabajadores en su mayoría, abrieran, por fin, los ojos. Si lo llamamos popular, denominación que a mí particularmente me gusta más, no es muy difícil imaginar la estrategia que usarían nuestros contrincantes ideológicos, al usar la palabra ciudadano no se lo ponemos tan fácil en la guerra ideológica, y la idea es aglutinar al mayor número posible de personas.
Dice Navarrete que los partidos de la derecha estarán de acuerdo con el programa de dicho frente, y en eso yo pienso que se equivoca. Por esto esos partidos se guardan mucho de hacer cualquier reforma que suponga un poco más de democracia, aunque sea sólo un poco, más bien al contrario, se afanan en involucionar el sistema político todo lo posible. En todo caso, algunos partidos podrán hacer el paripé de aparentar estar de acuerdo, sobre todo con algunas de las propuestas de dicho programa, las menos transgresoras, pero no creo que lo estén con todas ellas, nosotros deberemos intentar que el programa mínimo sea lo más completo y concreto posible, deberemos hacer hincapié en aquellas medidas que puedan suponer un verdadero salto democrático, deberemos procurar que se lleven a la práctica. Muchos partidos juegan al oportunismo. Dicen con la boca grande que quieren más democracia pero saben que otros partidos lo van a impedir, por eso dicen lo que dicen con la tranquilidad de que no se llevará a cabo (no digamos ya el PSOE que dice unas cosas cuando está en la oposición y hace las contrarias cuando gobierna). El objetivo de todos ellos es defender al sistema, es reorientar el voto de los desencantados hacia posiciones que no pongan en peligro al sistema. Todos ellos tienen sus papeles que jugar en este teatro montado que llaman democracia. Nosotros, desde la izquierda transformadora, debemos desenmascarar esa obra de teatro para que los ciudadanos (las clases populares, si se quiere decir así) reorienten su voto hacia las formaciones que puedan cambiar realmente el sistema, superarlo, es decir, hacia la izquierda. Quienes sí estarán de acuerdo con un programa de desarrollo democrático son muchos de los votantes de los partidos falsamente demócratas. Dichos ciudadanos podrían comprobar lo equivocados que están al ver la actitud de los partidos a los que todavía votan ante la propuesta de mejorar la democracia. Obviamente, no será suficiente con presentar un programa mínimo, habrá que irlo mejorando, ampliando, completando, concretando, depurando, habrá que ir contrarrestando la propaganda de nuestros contrincantes, habrá que acorralarlos ideológicamente cada vez más, habrá que readaptar nuestra estrategia día a día. De lo que se trata fundamentalmente es de poner en evidencia ante la ciudadanía a los grandes partidos, a los falsos profetas, para que deje de apoyarlos.
Yo estoy de acuerdo con las propuestas de Manuel (no al pago de la deuda, salida de la UE y del euro, expropiación de la oligarquía financiera y banca pública, depuración de los cuerpos policiales y del régimen de la Transición). Sin embargo, mucho me temo que muchos de mis conciudadanos, por ahora, no estarán muy de acuerdo con algunas de ellas. Pero, tal vez, yo esté equivocado. El debate está abierto. Y si Navarrete piensa que debemos hacer la revolución al margen de la mayoría entonces mucho me temo que él y yo ya no tenemos mucho de que hablar. En cualquier caso, me parece buena idea el complementar propuestas relacionadas con el necesario cambio de sistema político con otras de índole más económica. Hay que conectar las cuestiones sistémicas con las necesidades más inmediatas de la gente. Pero yo creo que quien debe recoger esas propuestas de tipo más económico (y complementarlas con las de tipo político) es la izquierda transformadora, la cual debe aspirar al poder, sin complejos, pero con una estrategia clara y realista. La (potencial) izquierda social debe transformarse en verdadera izquierda política.
El objetivo del frente ciudadano planteado en mi anterior artículo no era presentarse a unas elecciones políticas, es decir, aspirar al poder político, al menos por el momento, sino sobre todo poner en evidencia a los grandes partidos para que sus votantes dejen de votarles, combatir los prejuicios de la mayoría de trabajadores. En mi modesta opinión, las propuestas concretas de tipo económico deben ser defendidas por la izquierda. La reacción de los distintos partidos políticos ante las propuestas provenientes del 15-M puede ayudar a muchos ciudadanos a abrir los ojos y desprenderse de prejuicios, a reorientar su voto más hacia la izquierda, cuanto más a la izquierda mejor. Basta con pedir más y mejor democracia (pero concretando todo lo posible) para que mucha gente pueda, por fin, desenmascarar a los que no están de su lado. No olvidemos que muchos trabajadores, la mayoría, votan a la derecha, la oficial y la no oficial. Ellos son nuestro objetivo, y no los partidos. Sin ellos no podremos hacer la revolución. Si la izquierda transformadora (aunque todavía no lo sea mucho) alcanza el poder político y las masas se organizan al margen de ella, por ejemplo, alrededor del 15-M para, no sólo votar a la izquierda alternativa, sino que también para presionarla continuamente desde las calles, si, además, la izquierda, ejerciendo el poder político, empieza a cambiar el propio sistema para que sea cada vez más democrático, yo creo que así sí se generaría una dinámica capaz de superar el capitalismo. La cuestión clave es desarrollar la democracia de manera continua para que, en determinado momento, alcance al núcleo de la sociedad: la economía. Pero para ello, lo primero es lograr que nuestros conciudadanos superen sus prejuicios, al menos algunos de ellos, cuantos más y cuanto antes mejor. Sin los factores subjetivos adecuados (conciencia, estrategia, organización) no habrá revolución. No basta con los factores objetivos, como estamos comprobando. El socialismo no caerá del cielo, habrá que construirlo con los pies bien en la Tierra, en la del siglo XXI, y no en las del XIX o principios del XX. El socialismo del siglo XXI se nutrirá del socialismo del siglo XX pero deberá superar sus errores.
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