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El fútbol es política

Fuentes: Rebelión

En el día de hoy, cautivo y desarmado el populacho, vestido de rojo, han alcanzado las teles nazionales sus últimos objetivos maquinales. La conciencia ha terminado. Hacía bien el Generalísimo en advertirnos de que lo único que se había completado en abril de 1939 eran objetivos militares. Faltaba, obviamente la conquista de la conciencia. Para […]

En el día de hoy, cautivo y desarmado el populacho, vestido de rojo, han alcanzado las teles nazionales sus últimos objetivos maquinales. La conciencia ha terminado.

Hacía bien el Generalísimo en advertirnos de que lo único que se había completado en abril de 1939 eran objetivos militares. Faltaba, obviamente la conquista de la conciencia. Para ello se utilizó el miedo y la mordaza durante 40 años. Pero no funcionó. No sé muy bien si a sabiendas o no, el caso es que se recurrió a la desmemoria durante 35 años más, pero la Victoria tampoco resultó completa. Y sin saberlo ninguno de los mandos, y muy quizá porque, aunque muchos lo ignoren, «la máquina anda sola», vino el Espectáculo (deportivo o no, es lo de menos) -¡mira tú!- vino el Espectáculo a completar el Triunfo.

Porque por si alguien tenía dudas, los últimos acontecimientos han acabado de evidenciar lo que muchos sabíamos ya: que hace tiempo que el fútbol se ha convertido en un asunto político de primer orden. El juego original ha devenido Espectáculo, espectáculo de masas; y el Espectáculo, en una sociedad mediática, es el centro de la vida pública, un factor determinante de las relaciones e identidades sociales (1). Puede gustar o no ese juego, poco viene al caso, pero nadie puede negar que tal como se ha constituido hoy en nuestra sociedad, es ya el principal asunto público.

Ya sea en la acepción más restringida del concepto de «política», ya en la más amplia y social, se mire por donde se mire, el fútbol es política en sentido estricto. En el sentido más amplio y democrático, lo es de forma clara como medio de distracción y despolitización masiva, y también al determinar las aspiraciones, ilusiones y relaciones de la gente (fijando, por cierto, un marco bien estrecho para las mismas, y muy especialmente para la gente más indefensa: los niños). Pero lo es también en el sentido más aristocrático de la política (ese que la limita a «las cosas de los políticos», que la remite exclusivamente a la esfera del Poder), porque también ahí es continuamente instrumentalizado con fines manifiestamente políticos. Si no, resultaría difícil entender la presencia del fútbol, de sus símbolos, de sus personajes y de su retórica en la agenda de los políticos (algo tiene que les interesa). Desde las audiencias del Rey, hasta la camiseta de la selección llevada por la ministra a Afganistán, o las continuas reivindicaciones nacionalistas de una selección propia, el fútbol se impregna de política tanto como de óptica empresarial. Es tanto mentira espectacular como verdadero negocio.

Así pues, como muchos o casi todos sabemos, el fútbol es política con una función claramente alienante: secuestra la conciencia y la proyecta lejos del propio ser y los propios problemas, dirigiéndola hacia ilusiones ajenas con las que esta tiende a identificarse progresivamente. Una vez consolidada tal confusión de intereses, la manipulación queda apuntalada: el propio espectador reclamará, en un ejercicio de libertad, su dosis de fútbol, su dosis de felicidad enlatada, y esta será administrada amparándose en la democrática demanda popular. Como se ve, el mecanismo es el habitual engaño neofascista propio también de la dinámica de mercado: no domina al sujeto sinó la construcción del propio sujeto. Por eso resulta tan democrático y tan totalitario.

Este mecanismo de ideologización es claro para cualquiera que no esté hipnotizado y se acompaña en su desarrollo de «refuerzos positivos»: mientras la política se presenta rodeada de presunta complejidad y de un lenguaje inaccesible que espanta y aburre, el fútbol, por su parte, es difundido asociado a la emoción, con un lenguaje popular y sencillo que seduce y atrae. La elección del espectador es clara.

Así, una vez adscrita la masa al fútbol y apartada de la política, la obediencia se podrá presentar como aceptación de la realidad («apolítica»), mientras la resistencia será injustificado radicalismo («político») . El régimen queda «atado y bien atado». La masa lo defenderá, y el fútbol, en tanto que Espectáculo, ayuda y ayuda bien.

En suma, como vemos y sabemos, el fútbol es un excelente reclamo político. Bien, pues el caso es que esto, que resulta de una obviedad insultante -tan insultante que aun me pregunto qué hago teniendo que explicitarlo- es negado con solemne convencimiento por la mayoría de los políticos y por la propia «gente del fútbol» (la gente que el dispositivo espectacular ha convertido en famosos con notable influencia en la opinión pública, por más que a menudo sus dotes intelectuales sean más bien minúsculas…). Así, es frecuente encontrar en los media constantes apelaciones a separar ambos mundos (insistencia que es en si misma la mejor prueba del profundo sentido político del fútbol; pues si no, ¿a qué tanto desmentido?). Que si los comentaristas futboleros llaman energúmeno a un «espontáneo» que entró en el «terreno de juego» con una pancarta para llamar la atención sobre el cambio climático o una masacre en Palestina, asuntos intrascendentes ante la emoción del partido (de paso nos advierten que no se debe «meter la política en el fútbol»). Que si el político de turno nos recuerda que no debemos politizar un Madrid-Barça. Que si el presidente de un Gran Club se reúne con el prohombre del Ayuntamiento y organizan el nuevo pelotazo (¡nunca mejor dicho!). Que si vemos hordas de «aficionados» bien pertrechados de esvásticas y uniforme paramilitar acudir al «fondo del fútbol», o apalear a algún «deficiente», y nos confirman que esa gente no tiene nada que ver con el fútbol. Que si los representantes de las principales cadenas de Televisión se reúnen con la L.F.P. para establecer los términos y reparto de las millonadas que van a ingresar. Que si estas cadenas deciden montárselo mejor con el «pay per view» con la aprobación de gobierno y políticos… En fin, la lista sería interminable. Pero nada de esto es política. ¡Qué va, hombre! Recientemente encontramos al seleccionador nacional que, enfrentado a la actualidad de la movilización catalanista, las sentencias de los Tribunales y el origen de la mayoría de sus jugadores, nos recuerda que la Selección y sus presuntas victorias pueden ser muy útiles para unir España más allá de las diferencias regionales. Pero tampoco esto es política. Y también nos encontramos el país entero lleno de banderas postfranquistas como consecuencia de un torneo de fútbol. ¡Como si ahora todos fueran edificios públicos! Pero tampoco aparece por aquí nada de política…

En fin, que así las cosas, temeroso de que se me pueda notar la disidencia (lo que podría resultar fatal), decido refugiarme en casa para no ahogarme en una marea que llaman roja, pero que ya no lo es en absoluto, y encuentro en algún foro cibernético un sentimiento compartido (2) . Y tan abochornado como resignado, recojo al paso algunos de los tópicos que circulan en las redacciones, y consiguientemente en las cabecitas del vecindario:

«La selección somos todos»: aunque no se debe mezclar el fútbol con la política, el fútbol ha sido capaz de unirnos a todos para superar nuestras diferencias «regionales». Es un ejemplo de los éxitos que podemos alcanzar si estamos unidos. «Somos los mejores»: sobre todo esta es la victoria de un grupo de una calidad humana fuera de lo común (¡como no se meten en política!), y de una afición campeona. «Nos lo merecíamos»: después de tantos años de infortunio, el fútbol ha hecho justicia, y ha sido en un año muy difícil para los españoles. Así que, aunque las hipotecas nos pesen, los «ajustes» nos duelan y el paro nos ahogue, por lo menos podremos encontrar en el fútbol un consuelo y una ilusión para seguir hacia adelante.

Y con ellos, con estos ingredientes «de uso tópico», voy y me preparo un filtro para sentir lo unido que está «mi» país («Una»), lo campeones que «somos» («grande»), y lo libres que son los españoles («y libre»). Después de agitarlo bien y beberlo, comprendo plenamente lo bien que el fútbol nos puede hacer entender la historia, al tiempo que sobrellevar nuestras miserias y tristezas. Siempre lejos de la política, claro!

Bueno, pues nada, el caso es que, como se ve, ni la más eficiente de las estrategias de encuadramiento fascista, ni la OJE, ni la Sección Femenina, ni el Sindicato Vertical, hubieran conseguido el adocenamiento que el Espectáculo ha logrado. Quizá sí, hoy «la guerra ha terminado».

…Pero supongo que más de uno nos echaremos al monte.

Citas:

1. «El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes». Guy Debord, «La sociedad del espectáculo».

2. Por mi parte, debo decir -vivo en Madrid y soy de aquí; lo siento, de verdad- que anoche tuve algo de miedo. Me sentí como debieron sentirse las personas de izquierdas tras la entrada de las tropas franquistas en Madrid. No corrí el riesgo de que me asesinaran (supongo), pero sí me vi obligado a sonreir y simular mi alegría al cruzarme con cientos de jóvenes embriagados, que cantando himnos (unos cantaban el de la Infantería, gloriosa, faltaría más) lanzaban miradas exigiendo complicidad. Y me dio mucha, mucha pena. Y, claro, sin poder dormir hasta por lo menos las tres de la madrugada. Cualquiera se atrevía a protestar.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.