Frente al argumento cada vez más extendido de que la apuesta por el gas natural, alentada por el auge reciente del fracking, representa una tecnología relativamente limpia «de transición» hacia una sociedad descarbonizada, existen elementos que permiten hablar en cambio de un combustible sucio «de retraso» de la salida de la senda fósil. Un informe […]
Frente al argumento cada vez más extendido de que la apuesta por el gas natural, alentada por el auge reciente del fracking, representa una tecnología relativamente limpia «de transición» hacia una sociedad descarbonizada, existen elementos que permiten hablar en cambio de un combustible sucio «de retraso» de la salida de la senda fósil. Un informe reciente ha detectado fugas de metano hasta 1000 veces superiores a lo previamente estimado.
Según la Agencia Internacional de la Energía, si tenemos en cuenta el impacto de las medidas que hasta el día de hoy han puesto los gobiernos sobre la mesa para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (eficiencia energética, apoyo a renovables,…) estas aún aumentarán un 20% de aquí a 2035, lo que deja al planeta encarrilado hacia un incremento medio de temperatura de 3,6ºC, muy lejos de los 2 ºC acordados internacionalmente. Somos tan fósil-dependientes como hace 25 años: más del 80% de nuestra sed energética mundial la apagamos por esta via. Y la predicción, si atendemos a los planes en marcha antes mencionados, es que lo seguiremos haciendo casi igual dentro de un par de décadas. Los combustibles fósiles se acaban inexorablemente, pero parece que nos resistimos a admitirlo y preferimos alargar la agonía exprimiendo las últimas gotas que quedan a costa del clima.
El petróleo convencional comenzó a declinar ya hace unos años. Por su parte, varios autores sitúan el pico del gas natural hacia 2020 . El gran desarrollo de los últimos años de los combustibles no convencionales en EEUU-extraídos mediante fractura hidráulica- ha dado un balón de oxígeno a los que no quieren mirar hacia abajo, llegándose a hacer predicciones sobre la independencia energética estadounidense y sus posibilidades de exportación, que tienen algo de cuento de la lechera: aunque es cierto que el gas de esquisto representa hoy el 40% del gas natural de aquel país, de ahí a que se convierta en un exportador de gas natural contribuyendo a reducir la dependencia europea de Rusia , va un trecho . De hecho, hay autores que sitúan el pico del gas de esquisto americano en 2015 . Pero mientras eso llega, son muchos los gobiernos, también europeos, que esgrimen la apuesta masiva por el gas natural como combustible «de transición» hacia una sociedad descarbonizada.
El IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio climático) en su último informe sobre mitigación del cambio climático otorga un papel relevante al gas para reducir emisiones de CO2, pero son inequívocas las condiciones que marca para que se dé esta circunstancia. Afirma que esto solo podría ocurrir 1) si las plantas de gas sustituyen a las de carbón, y 2) si las emisiones fugitivas de metano se mantienen bajo mínimos. Además el gas ocuparía este protagonismo durante un periodo relativamente corto y dependiendo obviamente de la disponibilidad real de reservas.
La consideración del gas como solución climática, se basa en el hecho de que, durante la combustión, las emisiones de CO 2 son sensiblemente menores que las de otros combustibles fósiles. Un 40% menos de emisiones que el carbón y un 30% menos que el petróleo .
Hay varias consideraciones importantes que hacer al respecto.
¿estamos contabilizando bien las emisiones?
Si bien las emisiones procedentes de la quema del gas son menores, si el gas se escapa a la atmósfera sin quemar-las emisiones fugitivas de las que habla el IPCC-, tenemos un problema grave. El metano, que también es un importante gas de efecto invernadero, tiene un potencial climático mucho mayor que el del CO 2. Es 86 veces más potente durante los primeros 20 años en la atmósfera. Si dejamos pasar 100 años, su efecto se diluye, pero aun así sigue siendo 34 veces más potente, según recientes cálculos científicos que aumentan considerablemente su potencial climático respecto a lo que se estimaba hasta hace un año .
Existen estudios que muestran que la sustitución del carbón por el gas supone una ventaja climática siempre y cuando las emisiones fugitivas de m etano, en todo el ciclo desde la extracción del gas natural hasta su quema en una central térmica, no sean superiores al 3,2% . Pues bien, cada vez aparecen nuevas evidencias que ponen de manifiesto que esas fugas no están bien cuantificadas, de forma que los porcentajes de fugas son mucho mayores de lo estimado por la industria y por los organismos gubernamentales. Diversos estudios hablan de fugas en torno al 4% , el 7,9% , el 9% , o incluso el 12% y el 17% . Porcentajes que echan por tierra cualquier planteamiento de apuesta por el gas si se quiere frenar el cambio climático. Y la mayoría de estos estudios consideran solo las emisiones en la fase de extracción, sin contemplar el resto del ciclo de vida.
La última bomba apareció publicada el pasado mes de abril de 2014. Las mediciones realizadas por un equipo de científicos de diversas universidades e instituciones sobre la cuenca Marcellus en Pensilvania , una de las más importantes de EEUU, arrojaban cantidades de metano fugitivo entre 100 y 1000 veces superiores a la cifra media que maneja la EPA (la agencia de protección ambiental estadounidense). Si bien estos altos niveles están en parte relacionados con el tipo de yacimiento y no conviene extrapolar, lo que ponen de manifiesto estas investigaciones es algo preocupante: lo que no se mide no se conoce. Y todo parece indicar que hay muy pocos controles sobre las fugas de metano, que la metodología para medirlas no es la adecuada, y que en suma estamos subestimando severamente su contribución al cambio climático. Evidentemente también es necesario contabilizar adecuadamente y reducir las emisiones de metano derivadas de la minería del carbón.
Es importante por último reparar en que, en cualquier caso, las emisiones de los gases no convencionales son mayores que las de explotaciones convencionales, debido al mayor requerimiento energético del proceso de producción. Si además hablamos de requerimientos de desarrollos masivos de infraestructuras hoy inexistentes para licuar, transportar a largas distancias, y regasificar el gas, hay quien argumenta que podrían reducirse o incluso invertirse las posibles ventajas climáticas a la par que aumentan los riesgos de fugas en el transporte.
¿está sustituyendo el gas natural al carbón?
Quienes abogan por una supuesta «revolución» energética del gas natural fuertemente apoyada en el fracking, aseguran, que se trata de un estadío intermedio entre el carbón, al que va a desplazar, y las renovables, a las que van a dar paso en un futuro cercano. Sin embargo, no existen medidas políticas sobre la mesa que permitan deducir que se va a producir esa transición. Lo cierto es que, el uso del carbón a escala mundial ha aumentado a niveles históricos , aún cuando el shale gas ha crecido espectacularmente en la última década. EEUU sigue dependiendo fuertemente del carbón, y aunque ha disminuido algo su consumo doméstico, lo que no se quema en casa, se exporta, principalmente a la UE ( las exportaciones americanas en 2012 duplicaron la cifra de 2009 ).
Además existen numerosos casos conocidos de países cuya apuesta por el gas, basada en la expectativa del fracking, va acompañada de medidas paralelas de promoción del carbón y muy a menudo de una falta de fomento o incluso una obstaculización de las renovables (EEUU, Brasil , México , Turquía ,…). En Europa Polonia y Reino Unido , que lideran este empuje por el despegue del fracking, se han significado contra el establecimiento de objetivos vinculantes de renovables para cada país europeo. Y en nuestro país, la situación es de sobra conocida y muestra muy bien lo falaz de esta pretendida transición: subsidios al carbón hasta 2015 , ataque a las renovables y promoción del fracking .
Si atendemos a los datos de la EIA (Energy Information Administration), del departamento de energía del gobierno americano, el mix energético en 2040 seguirá siendo parecido al actual . Por tanto, a lo sumo sería más ajustado decir que el shale gas, se ha convertido en una fuente fósil adicional, que se suma al resto de fuentes energéticas y compite con ellas (también con las renovables), para satisfacer un consumo energético creciente. Tiene bastante poco de revolucionario y mucho de matener el statu quo.
Coste de oportunidad
Incluso si se controlaran de forma adecuada las fugas de metano, y se pusieran en marcha programas que permitieran una transición efectiva del carbón al gas, cabe preguntarse, estrictamente en términos climáticos, si es ese el camino que debemos emprender, habida cuenta de lo limitado del beneficio en comparación con el enorme y sobre todo urgente reto climático que afrontamos. Volviendo a la ciencia, el IPCC en su informe de finales de 2013 dejó claro que para tener un 66% de probabilidad de contener el incremento de la temperatura global por debajo de los 2 ºC, debemos mantener la concentración de gases de efecto invernadero entre 430 y 480 ppm CO2eq1 . En 2013 se superaron por primera vez las 400 ppm de CO2 en la atmósfera, y la tasa de aumento es de unas 2ppm/año en la última década. Parece que no queda mucho tiempo.
El gas natural formará evidentemente parte del mix energético durante años. Pero ponerlo en el centro de las soluciones es un enfoque equivocado y engañoso, que sirve a los intereses de las empresas petroleras y gasísticas, que han fracturado EEUU febrilmente en la última década y que quieren fracturar Europa y otras partes del mundo en la siguiente. Y su expectativa es que con el tiempo las tecnologías de final de tubería como la captura de carbono puedan acabar siendo una realidad-algo que parece cada vez más alejado-, para poder cuestionar la necesidad de cambiar a un modelo de menor consumo y que esté basado en renovables. Mientras, se pierde un tiempo precioso, quizás la última oportunidad….
Samuel Martín-Sosa es responsable de Internacional de Ecologistas en Acción
1Partes por millon de equivalentes de CO2.