El más cruel de los gobernadores en la historia del país llegaba a sus últimos días cada vez más huraño y cascarrabias. Había vencido a 49 invasiones, se había apoderado de dos regiones colindantes y ya nadie dudaba de la fuerza de su ejército. Pero, sin descendencia, se repetían pegajosas las pleitesías de sus cortesanos […]
El más cruel de los gobernadores en la historia del país llegaba a sus últimos días cada vez más huraño y cascarrabias. Había vencido a 49 invasiones, se había apoderado de dos regiones colindantes y ya nadie dudaba de la fuerza de su ejército. Pero, sin descendencia, se repetían pegajosas las pleitesías de sus cortesanos -malditos holgazanes, cobardes de palacio- como él los llamaba, esperando ser ellos los herederos del gobierno y el país. Siempre le tacharon de excéntrico, y dejaría una locura como legado, pensó. Dictaminó su última ley. La tierra de todo su territorio sería dividida en partes iguales entre cada una de las familias del país.
Los escribanos siguiendo órdenes del gobernador parcelaron el territorio en pedazos de media hectárea, sin orden ni concierto. Algunas parcelas tuvieron acceso al río, otras no. Otras parcelas quedaron situadas en plena selva y otras en sequerales. Las grandes parcelas de los poderosos terratenientes, que casi copaban todo el territorio de caña de azúcar fueron divididas en 382 parcelas. Incluso surgieron parcelas cuya división cortaba en dos algunas viviendas. A pesar de las protestas de parte de la población, la orden se ejecutó al completo, redistribuyendo a las familias en las nuevas parcelas. Viejos amantes se rencontraron como vecinos, jornaleros que jamás cultivaron sus propias tierras no salían de su asombro convertidos en nuevos propietarios, de las tierras de la parroquia y el cementerio salieron cuatro parcelas, familias adineradas compartían cercado con sus antiguos sirvientes y en los propios jardines del castillo del gobernador entraron a vivir 17 familias nuevas.
El caos fue terrible y sólo la presencia de los soldados bien armados y distribuidos impedía asesinatos y revueltas. Pero a medida que se acercaba el invierno, la situación se agravaba… para casi todos era difícil vivir sólo de la parcela adjudicada.
A escondidas de los soldados, se iniciaron relaciones comerciales entre familias que podían cultivar y otras que podían pescar. Algunas intercambiaban caza de la selva por cereales. Se creó un comité clandestino para gestionar el uso de los pozos de agua, decidir los cultivos que plantar en cada parcela para conseguir una correcta diversidad de alimentos, según las temporadas, y administraban también -a escondidas del gobernador- la leña para cocinar y hacer fuego entre todas las familias.
El gobernador murió con un rictus de orgullo tardío en su semblante.
Si hacemos un recorrido rápido por los diferentes continentes veremos cómo el tema de la distribución de tierras, casi a excepción del país de «nuestro gobernador», sigue siendo el factor básico que genera pobreza a millones de personas en el medio rural. El 50 por ciento de las tierras cultivables en Brasil está en manos de uno por ciento de la población, mientras millones de familias procedentes del campo, sin acceso a la tierra y sin futuro, se hacinan en los barrios de favelas rodeadas de pobreza y violencia. En Sudáfrica, antes del fin del Apartheid la mayoría africana (12 millones de personas) estaba concentrada en sólo 14 por ciento del territorio. La minoría blanca controlaba el restante 86 por ciento. Los nuevos gobiernos del Congreso Nacional Africano se han limitado a adoptar mecanismos de mercado: quien paga mejor compra las tierras, con lo que su distribución sigue regida por la injusticia, antes dependía del factor raza, ahora del factor clase que retiene sus privilegios. Y en Indonesia, por acabar con los ejemplos, actualmente 70 por ciento de los agricultores controlan únicamente 13 por ciento de la tierra, mientras que 30 por ciento de los granjeros controlan totalmente 87 por ciento de la tierra agrícola.
Señores gobernadores, ¿para cuándo la reforma agraria?
* Director de Veterinarios sin Fronteras