Recientemente, ha entrado en vigor el Protocolo de Kioto, por el que los países industrializados se comprometen a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero un 5% respecto a los niveles de 1990 durante el periodo 2008-2012. Desde que, hace ya más de una década, empezaron las negociaciones en la ONU, la Unión Europea […]
Recientemente, ha entrado en vigor el Protocolo de Kioto, por el que los países industrializados se comprometen a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero un 5% respecto a los niveles de 1990 durante el periodo 2008-2012. Desde que, hace ya más de una década, empezaron las negociaciones en la ONU, la Unión Europea ha adoptado un papel de liderazgo en la lucha contra el cambio climático. Por el contrario, Estados Unidos y Australia, que firmaron el protocolo pero se han negado a ratificarlo, van a incumplir sus compromisos de reducción.
Sin embargo, a largo plazo, la falta de compromiso de EEUU y Australia no es el problema principal –aun cuando estos países generan un tercio de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero–. El problema más grave al que nos enfrentamos para parar el rápido calentamiento del planeta es conseguir que los países en vías de desarrollo –no incluidos en los objetivos de reducción de Kioto– no reproduzcan el modelo de crecimiento de los industrializados, un modelo basado en el uso intensivo de fuentes de energía fósiles como el carbón o el petróleo.
Y es que los compromisos de reducción de emisiones del protocolo suponen tan sólo un primer paso. Importante, porque es un compromiso multinacional de lucha contra un problema complejo y costoso como es el cambio climático, pero un paso claramente insuficiente. Para que la concentración de gases en la atmósfera se estabilice en niveles bajos que eviten el temido efecto invernadero y el calentamiento acelerado de la Tierra será necesario que todos los países cambien drásticamente sus prácticas de uso energético. En las conclusiones del segundo informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático se hacía hincapie precisamente en que «el cambio del sistema energético mundial hacia tecnologías de baja emisión de carbono ha de hacerse de manera inmediata».
TODAS LAS previsiones apuntan a que en las próximas décadas varios países en vías de desarrollo van a crecer rápidamente, y aunque sus emisiones per cápita seguirán siendo inferiores a las de los países industrializados, las totales podrían alcanzar en 10 años niveles similares a los que tienen Europa, EEUU y Japón. ¿Se imaginan a gigantes como China o la India en niveles de emisiones per cápita como los de EEUU? El gran reto que debe por lo tanto fijarse la UE en la negociación de los objetivos posteriores a Kioto es conseguir que el crecimiento de estos países siga unos patrones de consumo energético distintos a los que siguieron los países hoy más desarrollados. Sería un desastre ecológico irreparable. Todos los países tienen derecho al crecimiento económico, pero es importante que éste se lleve a cabo mejorando la eficiencia energética con un uso eficaz de las energías renovables, mayor utilización de gas natural (combustible fósil con emisiones inferiores al carbón o al petróleo) o reutilizando la biomasa o los gases de vertederos.
En la era posterior a Kioto va a ser necesaria la transferencia de las tecnologías más limpias a los países emergentes; de no ser así, los esfuerzos de los países industrializados no conseguirán reducir el efecto invernadero. El trabajo debe centrarse en hacer llegar estas tecnologías a los pueblos en vías de desarrollo: en aumentar la ayuda a los más atrasados, procurando que ésta tenga en cuenta consideraciones de impacto medioambiental, y en desarrollar mecanismos de mercado que primen las tecnologías más eficientes. Estos mecanismos que crean incentivos para la transmisión de tecnologías limpias a países en desarrollo fueron la gran novedad en Kioto y muchas empresas los utilizan ya. Por ejemplo, con los llamados mecanismos de desarrollo limpio una compañía de un país industrializado puede obtener créditos de emisión si desarrolla una mejora sustancial en la eficiencia energética de un país en vías de desarrollo.
ES MUY probable que EEUU nunca ratifique el protocolo, pero eso no significa que amplios sectores de EEUU, incluidas administraciones y corporaciones, no sean conscientes de la importancia de reducir emisiones. Todo indica, además, que los esfuerzos de reducción de emisiones van a ir en aumento a medida que estos sectores críticos vayan tomando fuerza. De hecho, muchos estados norteamericanos ya están adoptando medidas restrictivas, desarrollando sus propios mecanismos y plazos para corregir la grave ineficiencia energética americana.
El verdadero reto está en el diseño y negociación de un nuevo Kioto para la próxima década, en conseguir aunar los esfuerzos de todos –desarrollados y en vías de desarrollarse– para reducir sustancialmente las emisiones de gases de efecto invernadero. Para ello van a ser vital la cooperación internacional, y ésta no puede darse sin una sociedad sensibilizada por la gravedad del problema al que nos enfrentamos.