La casa del señor. Para los hombres, un nido. Su reino. Para las mujeres, una jaula. Su ruina. Las vascas harán hoy, como cada día, el 70% de las tareas domésticas. Su incorporación al ámbito laboral apenas ha supuesto mejoras en su convenio colectivo del hogar. La casa, una, grande y sola. Para ella sola. […]
La casa del señor. Para los hombres, un nido. Su reino. Para las mujeres, una jaula. Su ruina. Las vascas harán hoy, como cada día, el 70% de las tareas domésticas. Su incorporación al ámbito laboral apenas ha supuesto mejoras en su convenio colectivo del hogar. La casa, una, grande y sola. Para ella sola. Emakunde acaba de empapelar Euskadi con el lema «Echarme una mano no es suficiente. Repartamos la responsabilidad por igual». Faltan manos. Sobran huevos.
La cama eléctrica. La maté porque no era mía. Con una cama. Quien con hombres duerme, se despierta hecha mierda. Acojonada. El miércoles, las llamadas al 016, el teléfono de información y atención a víctimas de violencia machista, se multiplicaron por cinco respecto a su media habitual. La víspera habían caído, asesinadas, cuatro mujeres más. El teléfono no paró de sonar durante todo el día, más de 3.600 consultas, «por el miedo que sintieron las víctimas de ese maltrato».
El encimero fiel. Por ley, por decreto, hoy toca reflexionar. En algunas ciudades han prohibido hasta las manifestaciones del Día Internacional de la Mujer, día de acción y denuncia. Recapacitemos pues, meditemos… «En la casa, la cama y el trabajo, siempre hay un hombre que te quiere abajo». Uno, dos, tres… Padre, hermano, hijo, amante, marido, amigo, compañero… Los hombres siempre encima, toda la vida a hombros.
El género bueno. Sucedió en 2002 pero puede volver a pasar mañana. Varios profesores de la Universidad del País Vasco disfrutaban de las fiestas de Lekeitio cuando un conocido se acercó y les preguntó, vacilón, qué hacían allí unos intelectuales de su calibre. Era el día de los gansos y comenzó a contarles, orgulloso, que en su bote iban varias mujeres y una valiente incluso se encaramó al cuello del ganso. «Así me gusta», elogió uno de los profesores, «incorporando la dimensión de género a la fiesta de los gansos». El paisano tomó carrerilla y en una sentencia magistral devolvió las mujeres a su verdadero sitio. «Sí, sí, género. De eso sí que había en nuestro bote, buen género».