Barack Obama llegó a Cuba bajo la lluvia, su pertinaz compañera a lo largo de su visita ¿Presagio del fin de una sequía más terca que una mula; razón para pensar que la lluvia moja, empapa, molesta, pero también limpia? Los «aguaceros de Obama» me dieron imagen y motivo para salir del lecho donde convalezco […]
Barack Obama llegó a Cuba bajo la lluvia, su pertinaz compañera a lo largo de su visita ¿Presagio del fin de una sequía más terca que una mula; razón para pensar que la lluvia moja, empapa, molesta, pero también limpia?
Los «aguaceros de Obama» me dieron imagen y motivo para salir del lecho donde convalezco a causa de mi síndrome post-polio. La imagen fue la de gente humilde, en short y paraguas, bajo la lluvia, corriendo por todo mi barrio de San Leopoldo. Querían verle salir del restaurante privado «San Cristóbal», donde cenó con su familia. El motivo, leer hasta donde pudiera el aluvión de ejercicios periodísticos publicados, acerca de su habanera presencia.
Para bien o para mal, sincera o hipócritamente, Obama se presentó con mucho respeto ante un pueblo agredido por el poder que representa, lo cual avisa de su altura como adversario. «He venido aquí para enterrar el último resquicio de la Guerra Fría en el continente americano. He venido aquí para extender una mano de amistad al pueblo cubano» (1). Ningún presidente estadounidense ha hecho tanto como él para materializar esa voluntad. A contrapelo de un US Congress para el cual Cuba es una carta más en su póker político… o geopolítico. A contrapelo también de quienes dentro y fuera de mi país medran a costa del embargo-bloqueo.
Aparto la hojarasca publicada; pero apunto que me enorgullezco de compatriotas como Ambrosio Fornet, Agustín Lage, el Cardenal Jaime Ortega y Julio A. Fernández Estrada, entre otros. Sus palabras mostraron Patria con dignidad… y sin temor. Patria que apuesta por valores como el de la civilidad, tan necesaria cuando la cólera de la supervivencia no crea hidalgos. Discrepo en esto o aquello, pero a la vez imagino a José Martí; de haberles leído, de puro gusto se hubiera atusado el poblado bigote.
Agustín Lage apunta que en cuanto se ha publicado pueden apreciarse dos tendencias de muy variados matices, al analizarse las intenciones de Obama:
1) la hipótesis de las conspiraciones perversas;
2) la hipótesis de las concepciones divergentes sobre la sociedad humana… «fueron muy evidentes en todos los momentos de la visita a Cuba del Presidente Obama y su delegación, en todo lo que se dijo, y también en lo que se dejó de decir…Fue muy claro que la dirección principal de la relación de los Estados Unidos con Cuba estará en el campo de la economía, y dentro de este, la estrategia principal será relacionarse con el sector no estatal y apoyarlo…Fue muy claro, en el discurso y en los mensajes simbólicos, en tomar distancia de la economía estatal socialista cubana, como si la propiedad ‘estatal’ significase propiedad de un ente extraño, y no propiedad de todo el pueblo…Donde está la divergencia es en el rol que debe tener ese sector no estatal en nuestra economía» (2).
Lage expone argumentos sobre los cuales discrepo en parte; los dejo para un próximo ejercicio; su implacable lógica de científico, su experiencia como empresario, son un reto para meditar y a la vez disfrutar.
Por ahora, sólo la «hipótesis de la conspiración perversa». Millones dentro y fuera de Cuba tienen mil justificadas razones para desconfiar. Persisten el embargo-bloqueo; las leyes Torricelli y Helms-Burton, la ocupación de la Base Naval de Guantánamo y los programas de subversión del régimen político cubano. Todo eso va contra una Constitución votada por el pueblo, por muy imperfecta y anacrónica que un sector de la población la considere, incluido este periodista. También, por mucho o por poco que se cumpla; por acción, u omisión.
Curioso: casi nada se destaca en cuanto he leído sobre la capacidad de los Órganos de la Seguridad del Estado cubano, proverbialmente considerados entre los cinco mejores del orbe, para hacer polvo a las «conspiraciones perversas»: hasta puros delincuentes se han sumado a sus filas, cuando su cubanidad les avisa que la Patria peligra. Y han cumplido: devienen héroes, tras años de consagración en las sombras. Fidel Castro avisó hace más de diez años que el mayor peligro para Cuba está dentro de Cuba. Ejemplo a la mano es la corrupción, sobre todo cuando los «Papeles de Panamá» (3) demuestran que esta no tiene colores políticos, que es asunto de encumbrados, o de sus familiares, amigos y correligionarios, no de quienes roban o contrabandean al detalle, para sobrevivir o tener una vida más o menos decorosa.
No obstante, los mejores antídotos contra las «conspiraciones perversas» se hallan en más de un siglo de alzarse la cubanidad contra los designios del «Norte revuelto y brutal»; en una idiosincrasia que como Martí supo apreciar en sus «Escenas Norteamericanas»(4), admira y a la vez critica los valores estadounidenses; en la cultura, sobre todo en la cultura, porque el cubano, que en este va y viene de más de medio siglo se ha hecho más culto de lo que se piensa, es cubano doquier se halle. Ambrosio Fornet señala: «»Así que hay cubanos y cubanos, y ahora ―después del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con EE.UU. ―se me ocurre pensar que si eso entraña algún peligro para el futuro de la Revolución ―o sea, para el proyecto de Nación que solemos definir como martiano y socialista― dicho peligro está dentro, no fuera, y pudiera representarse de nuevo como una entidad bicéfala. A esta renovada entidad cabría darle un doble apelativo, el deplat[t]ismo, es decir, plattismo con doble te― y con la acepción que todos conocemos― y platismo con una sola te, un neologismo con el que aludiríamos a la moneda… Si hay en la cultura estadunidense algún virus, sépase que estamos inoculados contra él, porque ya hace rato que su efecto corrosivo está diluido y asimilado en nuestra propia sangre» (5).
Error garrafal de Obama fue su llamado a olvidar la Historia, o como muchos lo han interpretado, cuando más de un siglo de agresiones estadounidenses, o del «histórico diferendo» -como quieran llamarle- han lesionado en alguna forma a cuanto cubano camina por el mundo. Le cito: no es lo mismo olvidar la Historia que decir «Ha llegado el momento de que dejemos atrás el pasado. Ha llegado el momento de que juntos miremos hacia el futuro -un futuro de esperanza» (1.1).
Por si acaso, el Cardenal Ortega responde: «El presidente norteamericano dijo que había que pasar la página y dejar la historia en el pasado… no se pasa la página y no se deja atrás la historia porque esta es necesaria… No se tiene que olvidar la historia, tenemos que sobreponernos a ella con el perdón» (6).
¿Perdonar? ¿Vale eso para las víctimas -cualesquiera sean, por cuantas razones sean- del «histórico diferendo»? Vale, pero sólo en una forma: dejar atrás las «lógicas del conflicto», el «síndrome de plaza sitiada», los «ascos de la Geopolítica» y las politiquerías que les acompañan, para pasar como La Habana y Washington hacen hacia estrategias de colaboración. Poco se ha destacado el número de convenios firmados entre ambos, todos los cuales responden a necesidades comunes de máxima prioridad. Aunque aún anden a la greña, Cuba y los Estados Unidos son vecinos. Gracias, Obama; gracias, Raúl, que entre tantas suspicacias tienen la altura para dejar, como legado, al menos la esperanza de paz y buena vecindad.
Sin embargo, un sueño recorre Cuba: se llama democracia. Y, quede claro, socialista. A ese sueño alude Julio A. Fernández Estrada, cuando expresa que «Hablar tanto de Obama sirve, es su primer servicio, para no hablar de Cuba…Nuestro pueblo quiere hablar y sentir la emoción de la política cubana socialista; es decir, democrática, intensa, sin barreras, sin tabúes -la única que podría construir la primera baldosa de la calzada de la verdadera soberanía popular… La visita de Obama ha desnudado la cultura política cubana… La democracia es hermosa, como llegada y como viaje, por los caídos, y los que triunfan. Hace más de dos mil años que los enemigos del pueblo conspiran contra el poder de los pobres libres. Que Cuba sea del pueblo es una necesidad para ser independientes y no yanquis tropicales. Por eso necesitamos todo el poder y no solo un poco, todos los derechos y no solo algunos, todos los instrumentos jurídicos para defenderlos y no una selección, toda la libertad para hacer una constitución realmente nueva, que sirva para que el mundo nos respete y nos entienda… Si hay que sufrir por la democracia lo haremos con dignidad, porque podemos contentarnos con poco pan pero jamás con poca libertad. Por ello, quiero saber de Cuba, de qué vamos a hacer para salvar la nación, la decencia, la independencia y el sueño de vivir aquí» (7).
«Julito», como le llamamos sus amigos, hunde el dedo en la llaga; se conecta con Fidel cuando este alerta sobre el peligro de la reversibilidad del proyecto socialista cubano; pero también se conecta con un amigo del barrio, combatiente en Cuito Cuanavale (8), quien dijo en una cola (fila) para comprar papas: «¡Asere, que no jodan más con Obama, y que acaben de ‘tumbar’ la doble moneda!».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.