Mi tío atraviesa las vías del tren, las fábricas de pintura que vierten al río y al mar sus residuos de colores, las chimeneas descomunales y soberbias de la central térmica, levantadas a la orilla del mar como acantilados de cemento, y que con su lluvia de carbonilla tiznan la ropa tendida de la gente, […]
Mi tío atraviesa las vías del tren, las fábricas de pintura que vierten al río y al mar sus residuos de colores, las chimeneas descomunales y soberbias de la central térmica, levantadas a la orilla del mar como acantilados de cemento, y que con su lluvia de carbonilla tiznan la ropa tendida de la gente, los cristales de sus ventanas, las barandillas de sus balcones, las chapas de sus coches…
Javier Pérez Andújar [1]
Humo negro
Cerca de Barcelona, entre Sant Adrià del Besòs y Badalona, se alzan majestuosas a pocos metros del mar las tres chimeneas de una antigua central térmica. Un recuerdo de otra época -no tan lejana- en la que la que el humo negro se mezclaba con los núcleos habitados. Hoy miramos aquellos años con cierta superioridad, a nadie se le ocurriría mezclar personas y chimeneas, pensamos. Ahora las Tres Chimeneas están en proceso de obtención de la calificación de Bien Cultural de Interés Local. Lo que antes provocaba el humo negro ahora aspira a la etiqueta de bien cultural. En Barcelona ahora también se etiquetan los coches en función de sus humos. Algunos de los que se alimentan con combustibles fósiles incluso reciben la etiqueta «ECO» [2] que casi parece un «bien ecológico y social». Los nuevos tiempos.
Humo blanco
Al visitar una central nuclear, seguramente el experto en comunicación de la misma nos explicará lo siguiente: mucha gente tiene miedo de la energía nuclear (¡qué cosas tienen algunos!). Esos pobres ignorantes, recelosos de la tecnología, miran el humo blanco de la central con desconfianza, pues piensan que es humo radiactivo. No hay nada que temer, nos explica el anfitrión de la visita, pues ese humo es solo vapor de agua que no entra en contacto con la radiactividad. Ya ven, las centrales nucleares son tan inofensivas como una nube.
Nuestro comunicador insistirá en el humo blanco; hemos de recordarlo bien como muestra de pureza. Miremos el humo blanco y olvidemos la radiactividad que no vemos pero sí mata. Recordemos que es tan solo agua, y no nos preocupemos por los residuos nucleares, que durarán miles de generaciones. Humo blanco para olvidar el riesgo de un accidente nuclear (otro más), la relación de la energía nuclear con la industria bélica o la incompatibilidad de estas centrales con el sistema energético que nuestro planeta necesita para afrontar el futuro.
Las cumbres climáticas, más humo
Las Conferencias de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP) son sin duda uno de los momentos importantes del año para medir la temperatura (valga la expresión) del problema. Allí también encontramos expertos en comunicación, así que allí también hay humo, de diversos colores.
Humo blanco, humo rojo
Hace dos años, al finalizar la Conferencia de París (COP21), se nos anunció que había habido fumata blanca, ese otro humo blanco (en sentido figurado esta vez) que simboliza los grandes acuerdos. Pudimos contemplar cómo algunos de los allí presentes celebraban el acuerdo alcanzado con una alegría desproporcionada, como si hubieran ganado la guerra. La guerra contra el cambio climático, se supone. Aires bélicos de victoria. Al leer el detalle del acuerdo pudimos comprobar que tan solo se trataba de humo. Humo blanco que simboliza el pírrico acuerdo, humo rojo de la victoria bélica anunciada al mundo. No había medidas vinculantes, tan solo un aplazamiento de las mismas. Una celebradísima concesión, en fin, a quienes no quisieron llegar acuerdos más ambiciosos.
Humo azul
Un año después, durante la Conferencia de Marrakech (COP22), un aspirante a data scientist (ya saben, esa disciplina de moda que intenta extraer conocimiento a través de los datos masivos), analizó cientos de miles de tuits a nivel mundial para determinar cuáles habían sido las cuentas más influyentes durante la Conferencia. El resultado no es alentador: cuentas institucionales de Naciones Unidas con ganas de dar visibilidad al evento (autobombo facilitado por los nuevos expertos en comunicación), y varias cuentas de la Administración Obama, entre otros.
A pesar de que Trump se lo pone fácil a cualquiera, ya en tiempos del anterior presidente de Estados Unidos, éste pasó a ojos del mundo como un líder preocupado por la ecología y el Cambio Climático. Esta visión es difícilmente compatible con un presidente que ha dado alas al desarrollo de la fractura hidráulica en Estados Unidos, pero así son los éxitos comunicativos. De hecho, Obama fundamentó su reelección en una novedosa forma de «atacar» a los votantes indecisos a través de las redes sociales mediante mensajes personalizados teniendo en cuenta cada perfil [3]. Su liderazgo, en fin, fue en comunicación, no en acciones reales contra el cambio climático.
El humo azul de las redes sociales (azul es el color corporativo de Twitter, de Facebook, de LinkedIn…) ya ayuda a ganar elecciones, y también puede ser una sustancia peligrosa que oculte la gravedad del problema del cambio climático, y sobre todo su complejidad. En Marrakech apenas se avanzó, lo que pone de manifiesto que el Acuerdo de París fue un fracaso.
Finalmente, humo verde
Pensamos en la destrucción del medio ambiente como una enorme irracionalidad. El cambio climático es el fenómeno más amplio de esta gran autodestrucción. Valoramos la ciencia como una herramienta útil para hacer visible la senda suicida por la que caminamos (más bien corremos), de la que es preciso escapar. La ciencia seguirá siendo una gran aliada, pero no escapa a vicios propios y adquiridos. A poco de finalizar la Cumbre Climática de Bonn (COP23) se podía leer en The Economist un reportaje que da buena cuenta de estos últimos [4].
El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático es la referencia científica a la hora de abordar el problema, y sus modelos climáticos son una de sus herramientas estrella para predecir qué futuro nos espera y sobre qué variables actuar para evitar el desastre. Un hecho poco conocido de los mismos, según se indica en el reportaje citado, es que la gran mayoría de ellos asume que tendrá lugar una extracción a gran escala de CO 2 de la atmósfera. Una extracción masiva que en la actualidad ninguna técnica está en disposición de asegurar, puesto que todas están lejos de cumplir su misión. Y aunque se tratase de tecnologías probadas, resultaría una acción titánica.
La tecnología del futuro, otra vez, nos salvará del desastre. Este cuento ya nos suena, y agota su martilleo cuando no hay una justificación sólida. Parece que la lógica neoliberal se apodera también de algunas élites científicas. ¿Quizá los científicos climáticos estén perdiendo la perspectiva por culpa del humo verde? Bien sabemos que verde es el color asociado a la naturaleza, a la ecología, también a la esperanza. Pero este humo no es verde por todo ello, sino porque verde es también el color del dinero.
Notas
[1] Extracto del libro Los príncipes valientes (ed. Maxi Tusquets, ISBN 978-8483838587).
[2] La clasificación de la DGT, utilizada en Barcelona para la restricción de ciertos vehículos en la ciudad, incluye en la categoría ECO a los vehículos de gas natural, gas licuado del petróleo o híbridos ( http://www.dgt.es/es/prensa/notas-de-prensa/2016/20161007-dgt-envia-distintivos-ambientales-4-3-millones-titulares-vehiculos.shtml ).
[3] Martin Hilbert, asesor tecnológico de la Biblioteca del Congreso de EEUU, explica en esta entrevista hasta qué punto se han servido Obama y Trump de las redes sociales para influir en los votantes: http://www.theclinic.cl/2017/01/19/martin-hilbert-experto-redes-digitales-obama-trump-usaron-big-data-lavar-cerebros/
[4] Disponible en los siguientes enlaces: